CAPÍTULO XI

LA MEDIDA DE VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO Y SUS VARIACIONES

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Historia del problema

El problema de la medida del valor de cambio objetivo del dinero y sus variaciones ha concitado mucha más atención de la que merece. Si todas las columnas de cifras, tablas y curvas que se han confeccionado en relación con este problema nos hubieran proporcionado los resultados apetecidos, el enorme trabajo invertido en su elaboración no habría sido en vano. En efecto, se esperaba nada menos que la solución de cuestiones difíciles relacionadas con el problema del valor de cambio objetivo del dinero; pero es bien sabido, y casi desde el momento en que se descubrieron esos métodos, que semejantes ayudas no nos sirven para ello.

Puede parecer sorprendente que, a pesar de todo, el perfeccionamiento de los métodos de cálculo de números índice se siga persiguiendo con gran ahínco y que haya conseguido conquistar cierta popularidad que, por otra parte, se niega a la investigación económica. El fenómeno se explica si tenemos en cuenta ciertas peculiaridades del espíritu humano. Como el rey en Weisheit des Brahmanen de Rückert, el profano siempre tiende a buscar fórmulas que compendien en pocas palabras los resultados de la investigación científica. Pero la expresión más breve y elocuente para tales síntesis es la cifra. Se persigue la simple expresión numérica aun allí donde la naturaleza del caso la excluye. Los más importantes resultados de la investigación en las ciencias sociales dejan a la multitud apática; pero cualquier grupo de cifras despierta su interés. Su historia se convierte en una serie de fechas, y su economía en una colección de datos estadísticos. La objeción que los profanos hacen con más frecuencia a la economía es la de que no existen leyes económicas; y si se intenta rebatir esta objeción, invariablemente se exige que se cite y explique tal ley, como si los fragmentos de sistemas que requieren largos años de estudio y meditación por parte de los expertos pudieran hacerse inteligibles a los novicios en pocos minutos. Únicamente aportando algunas estadísticas puede la teoría económica mantener su prestigio ante problemas de esta naturaleza.

En la historia de la economía se asocian nombres célebres con los varios sistemas de los números índice. Ciertamente, era natural que los mejores cerebros fueran atraídos por este problema extraordinariamente difícil. Pero en vano. Un examen más riguroso nos muestra la escasa importancia que los inventores de los diversos métodos de números índice atribuyeron a sus intentos, y cuán justamente, por lo general, fueron capaces de apreciar esa importancia. Quien se tome la molestia de demostrar la inutilidad de los números índice para la teoría monetaria, y en concreto para la política monetaria, podrá elegir muchas de sus armas entre los escritos de sus mismos inventores.

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La naturaleza del problema

El valor de cambio objetivo de la unidad monetaria puede expresarse en unidades de cualquier mercancía particular. Así como solemos hablar del precio en dinero de otras mercancías cambiables, igualmente podemos hablar del precio-mercancía del dinero, y entonces tendremos tantas expresiones del valor de cambio objetivo del dinero cuantas mercancías comerciales existan y puedan cambiarse por dinero. Pero estas expresiones nos dicen poco, pues dejan sin contestar el problema que queremos resolver. El problema de medir el valor de cambio objetivo del dinero tiene dos partes. Primeramente es preciso obtener la demostración numérica del hecho de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero; después habrá que inquirir si se pueden examinar cuantitativamente las causas de los movimientos particulares del precio, con especial referencia a si se pueden aducir muestras de semejantes variaciones en el poder adquisitivo del dinero como dependientes del lado monetario de la relación[1].

Por lo que respecta al primer problema, es evidente que su solución debe presuponer la existencia de una mercancía, o conjunto de mercancías, de un valor de cambio objetivo invariable. No es preciso decir que semejantes mercancías son inconcebibles, ya que tales bienes sólo podrían existir si todas las relaciones de cambio entre todos los bienes estuvieran igualmente libres de cualquier variación. Puesto que las bases en que en definitiva se apoyan las relaciones de cambio del mercado varían continuamente, semejante supuesto carece de fundamento en un orden social basado en el libre intercambio de bienes[2].

Medir es determinar la relación de una cantidad respecto a otra que es invariable o se presume tal. Esta invariabilidad, o al menos la legitimidad de su presunción, es una condición sine qua non de toda medición. Sólo si tal presunción es admisible se podrán determinar las variaciones a medir. Luego si la relación entre la medida y el objeto que ha de medirse varía, sólo podrá atribuirse a causas que afectan directamente al último. Así, los problemas de medición de ambas clases de variación en el valor de cambio objetivo del dinero se identifican. Si se demuestra que uno de ellos es soluble, también lo será el otro; si, por el contrario, es insoluble cualquiera de ellos, igualmente lo será el otro.

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Métodos para calcular los números índice

Casi todos los intentos realizados hasta ahora para resolver el problema de medir el valor de cambio objetivo del dinero han partido de la idea de que si los movimientos de precios de un gran número de bienes se combinasen por medio de un método de cálculo especial, los efectos de los determinantes de los movimientos del precio procedentes del lado de las mercancías se anularían con creces entre sí, y, por consiguiente, un cálculo de esta naturaleza haría posible descubrir la dirección y amplitud de los efectos de los determinantes de los movimientos del precio procedentes del lado monetario. Este supuesto resultaría correcto, y las investigaciones realizadas con su ayuda nos conducirían a los resultados deseados, si las relaciones de cambio entre los demás bienes económicos fueran constantes entre sí. Puesto que esta presunción no es válida, debemos acudir a toda suerte de hipótesis artificiales para obtener al menos alguna idea del significado de los resultados obtenidos. Pero esto significa abandonar el terreno firme de la estadística y penetrar en un territorio en el que, a falta de una guía segura (como la que podría proporcionar únicamente el conocimiento cabal de todas las leyes que rigen el valor del dinero), seguramente nos extraviaremos. Mientras no elucidemos satisfactoriamente de alguna otra forma los determinantes del valor de cambio objetivo del dinero, la sola guía obtenida a través de la maraña estadística será incapaz de ofrecernos una guía segura. Pero aun en el caso de que la investigación de los determinantes de los precios y sus fluctuaciones, y la separación de estos determinantes en factores aislados, pudiera realizarse con absoluta precisión, el análisis estadístico de los precios tendría que apoyarse en sus propios recursos allí precisamente donde más necesita un apoyo. Es decir, que en la teoría monetaria, como en cualquiera otra rama de la investigación económica, nunca será posible determinar la importancia cuantitativa de los factores considerados aisladamente. Un examen de la influencia que ejercen los determinantes aislados de los precios nunca alcanzaría un estadio que fuera capaz de intentar una imputación numérica entre los diferentes factores. Todos los determinantes de los precios producen sus efectos sólo a través de los cálculos subjetivos, y la amplitud en que un determinado factor influye sobre estas estimaciones objetivas nunca podrá predecirse. Por consiguiente, la evaluación de los resultados de las investigaciones estadísticas de los precios, aun en el caso de que pudieran apoyarse en conclusiones teóricas establecidas, seguirían dependiendo en gran parte de las toscas estimaciones del investigador, circunstancia que reduce considerablemente su valor. En ciertas condiciones, los números índice pueden prestar un servicio útil como ayuda a la investigación en la historia y en las estadísticas de los precios; desgraciadamente, para la ampliación de la teoría sobre la naturaleza y el valor del dinero son de muy escasa importancia.

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Perfeccionamiento de los métodos de cálculo de los números índice realizado por Wieser

Recientemente Wieser ha hecho una nueva propuesta que constituye un perfeccionamiento en el método presupuestario para el cálculo de los números índice empleado especialmente por Falkner[3]. Se basa en que cuando los salarios nominales cambian, pero continúan representando los mismos salarios reales, el valor del dinero cambia, porque expresa la misma cantidad real de valor de manera diferente de la anterior, o bien porque ha variado la relación entre la unidad monetaria y la unidad de valor real. Por otra parte, el valor del dinero se considera inmutado cuando los salarios nominales oscilan, pero los salarios reales se mueven paralelamente a ellos. Si el contraste entre la renta dineraria y la renta efectiva se sustituye por el de salarios nominales y reales, y la suma total de individuos en la comunidad por el individuo aislado, entonces se dice que tales variaciones en el total de la renta dineraria, acompañadas de las correspondientes en el total de las rentas efectivas, no indican en absoluto cambios en el valor del dinero, aun en el caso de que al mismo tiempo los precios de las mercancías hubiesen cambiado en relación con las variaciones de la oferta. Solamente cuando la misma renta real se expresa por una renta dineraria distinta, el valor específico del dinero cambia. Así, para medir el valor del dinero se han elegido distintas clases de rentas, y los gastos efectivos que corresponden a cada una de ellas, es decir, la cantidad de cada cosa en que se invierten las rentas. También se señala el gasto dinerario que corresponde a este gasto efectivo, todo ello referido a un determinado año tomado como base; y para cada año han de evaluarse las sumas de dinero en que estuvieron representadas las mismas cantidades de valor efectivo, dados los precios vigentes entonces. Se pretende que el resultado permitiría obtener un promedio que diera para el país la expresión monetaria, tal como el mercado la determina de año en año, de la renta efectiva tomada como base. Así se descubriría si un valor efectivo constante tendría una expresión monetaria constante más alta o más baja de año en año, y de esta forma se podría obtener una medida de las variaciones en el valor del dinero[4].

Las dificultades técnicas para el empleo de este método, que es el más perfecto y mejor elaborado de todos cuantos existen, son manifiestamente insuperables. Pero aunque fuera posible superar esas dificultades, el método nunca alcanzaría los objetivos que se propone. Podría alcanzar su propósito sólo bajo el mismo supuesto que justificaría a todos los demás métodos; es decir, el supuesto de que las relaciones de cambio entre los bienes económicos individuales a excepción del dinero son constantes, y que solamente la relación de cambio entre el dinero y cada uno de los demás bienes económicos está sujeta a fluctuación. Naturalmente, esto implicaría una inercia de todas las instituciones sociales, de la población, de la distribución de la riqueza y la renta y de las valoraciones subjetivas de los individuos. Cuando todo se encuentra en una situación fluctuante el supuesto falla totalmente.

Esto no podía ignorarlo Wieser, quien insiste en conceder que los tipos de renta y las clases en que se divide la comunidad cambian gradualmente, y que a lo largo de cierto tiempo algunas clases de consumo se abandonan y aparecen otras nuevas. Para periodos cortos, Wieser opina que esto no entraña especial dificultad; que sería fácil retener la comparación entre los totales, eliminando los gastos que no entran en ambos conjuntos de presupuestos. Para periodos largos, recomienda el método cadena de Marshall, consistente en incluir siempre un número suficiente de tipos de transición, restringiendo las comparaciones a un cierto tipo y al que le precede o sigue inmediatamente. Esto apenas evita las dificultades. Cuanto más se retrocede en la historia, más hay que eliminar; al final, parece que sólo permanecerían aquellas partes de renta efectiva que sirven para satisfacer las necesidades más elementales de la existencia. Aun dentro de un campo tan estrecho, serían imposibles las comparaciones, por ejemplo, entre la vestimenta del siglo XX y la del siglo X. Más difícil aún es remontarse históricamente a las rentas típicas, que por necesidad habrían de implicar una consideración de la existente división de la sociedad en clases. El progreso de la diferenciación social incrementa constantemente el número de tipos de renta. Lo cual no se debe en absoluto simplemente a la división de los distintos tipos; el proceso es mucho más complicado. Los miembros de un grupo se separan y se mezclan con otros grupos o partes de ellos de un modo más complejo. ¿Con qué tipo de renta del pasado podemos comparar, por ejemplo, la del obrero manufacturero actual?

Pero aun cuando ignorásemos todas estas consideraciones, surgirían otras dificultades. Es muy posible, e incluso probable, que las valoraciones subjetivas de idénticas porciones de renta efectiva haya variado en el transcurso del tiempo. Cambios en el modo de vivir, en los gustos, en opiniones sobre el valor objetivo de alguno de los bienes económicos, sugieren extraordinariamente amplias fluctuaciones incluso en periodos breves. Si no tuviésemos esto en cuenta al calcular las variaciones del valor monetario de estas porciones de renta, surgirían nuevas fuentes de error que afectarían fundamentalmente a los resultados. Por otra parte, no existe base alguna para tenerlo en cuenta.

Todos los sistemas de números índice, en cuanto pretenden tener más importancia para la teoría monetaria que un simple juego de cifras, se basan en la idea de medir la utilidad de una cierta cantidad de dinero[5]. Lo que se pretende es determinar si un gramo de oro es hoy más o menos útil de lo que era en otro tiempo. Por lo que respecta al valor objetivo de uso, tal investigación quizá pueda tener algún resultado. Podemos suponer, si queremos, que un pan tiene siempre la misma utilidad en el sentido objetivo, con tal de que contenga el mismo valor nutritivo. No tenemos en modo alguno que plantearnos la cuestión de si esto se puede o no hacer, ya que no es eso lo que se pretende con los números índice. Su propósito es determinar el significado subjetivo de la cantidad de dinero en cuestión. Para ello, habrá que recurrir a la ficción completamente nebulosa e ilegítima de un humano eterno con valoraciones invariables. En las rentas típicas de Wieser que han de rastrearse a través de los siglos puede percibirse un intento de perfeccionar esta ficción y liberarla de sus limitaciones. Pero tampoco este intento puede hacer posible lo imposible, por lo que estaba condenado al fracaso. Representa el más perfecto desarrollo concebible del sistema de números índice, y el hecho de que tampoco él nos proporcione un resultado práctico demuestra la inutilidad de tales sistemas. Sin duda, Wieser era perfectamente consciente de ello. Si no puso mayor empeño, probablemente se debió sobre todo a la circunstancia de que lo que más le interesaba no era tanto indicar una vía para la solución de este insoluble problema, cuanto extraer de un método usual todo lo que éste podía dar de sí.

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La utilidad práctica de los números índice

La inadmisibilidad de los métodos propuestos para medir las variaciones en el valor del dinero no constituye en sí un obstáculo insuperable si lo único que se pretende es emplearlos para solucionar problemas prácticos de política económica. Aun en el caso de que los números índice no puedan desempeñar la función que les exige la teoría, pueden, sin embargo, a pesar de su fundamental insuficiencia y de la inexactitud de los métodos por medio de los cuales se determinan, prestar buenos servicios en el trabajo cotidiano del político.

Si lo único que buscamos es la comparación entre diversos momentos muy próximos, a pesar de los errores inherentes a todos los métodos de cálculo por números índice, podremos obtener por medio de ellos ciertas conclusiones aproximadas. Así, por ejemplo, es posible en cierto modo medir el desfase temporal que existe, durante un periodo de variación del valor del dinero, entre los movimientos de las cotizaciones bursátiles y los del poder adquisitivo expresados en los precios de las mercancías[6]. Del mismo modo podemos seguir estadísticamente el progreso de las variaciones en el poder adquisitivo de mes en mes. La utilidad práctica de todos estos cálculos para ciertos fines es indudable; han demostrado su utilidad en acontecimientos recientes. Pero no podemos pedirles más de lo que pueden dar.