CAPÍTULO X

LA RELACIÓN DE CAMBIOS ENTRE LAS DIFERENTES CLASES DE DINERO

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La doble posibilidad de coexistencia de diferentes clases de dinero

La existencia de una relación de cambio entre dos clases de moneda depende de que ambas se empleen conjuntamente, al mismo tiempo, y por medio de los mismos agentes económicos, como medio común de cambio. Tal vez podríamos concebir dos áreas económicas únicamente relacionadas por el hecho de que cada una cambie la mercancía que emplea como dinero contra la usada como dinero por la otra a fin de emplear entonces la mercancía-dinero adquirida de modo distinto que como dinero. Pero éste no sería un caso de una relación de cambio entre diferentes clases de dinero surgida simplemente de su empleo monetario. Si deseamos dirigir satisfactoriamente nuestra investigación sobre una teoría del dinero, habremos de dejar de lado los distintos usos no monetarios de la materia de que está formado el dinero-mercancía, o, por lo menos, únicamente tenerlas en cuenta cuando sea necesario para el total esclarecimiento de todos los procesos relacionados con nuestro problema. La afirmación de que, aparte de los efectos del uso industrial del material monetario, pueda establecerse una relación de cambio entre dos clases de dinero solamente cuando ambas se usan simultánea y conjuntamente como dinero no expresa la opinión general. Es decir, la opinión predominante distingue dos casos: uno en el que dos o más clases de dinero existen conjuntamente como patrones paralelos dentro de un país, y otro en el que el dinero de uso exclusivo interior es de clase diferente al que se usa en el exterior. De ambos casos nos ocupamos por separado, aunque no existen diferencias teóricas entre ellos en lo que afecta a la determinación de la relación de cambio entre las dos clases de dinero.

Si un país con patrón-oro y otro con patrón-plata mantienen relaciones comerciales entre sí y constituyen un mercado unitario para ciertos bienes económicos, es inexacto decir que el medio común de cambio consiste en oro solamente para los individuos del país del patrón-oro y en plata para los otros. Por el contrario, desde el punto de vista económico, ambos metales deben considerarse como dinero para los dos países. Hasta 1873, el oro fue considerado como medio de cambio para el comprador alemán de artículos ingleses, del mismo modo que la plata lo era para el comprador inglés de artículos alemanes. El agricultor alemán que deseaba cambiar trigo por artículos de acero ingleses no podía hacerlo sin hacer uso tanto del oro como de la plata. Pueden surgir casos excepcionales, como el del alemán que vende en Inglaterra por oro y compra a su vez con oro, y el caso del inglés que vende en Alemania por plata y compra a su vez con plata; pero esto demuestra todavía más claramente las características monetarias de ambos metales para los habitantes de ambos países. En el caso de un cambio a través del instrumento dinero empleado una o más veces, el único punto importante es que la existencia de las relaciones comerciales internacionales tiene como consecuencia que el dinero de cada uno de los países en particular es también dinero para los demás países.

Existen importantes diferencias, en efecto, entre el dinero que desempeña el papel principal en el comercio interior —que es el instrumento de la mayoría de los cambios, que predomina en las operaciones entre compradores y vendedores de bienes de consumo, operaciones de préstamo, y que es reconocido por la ley como medio legal de pago— y aquel dinero que se emplea en relativamente pocas transacciones, que apenas se usa por los consumidores en sus compras, que no se emplea como instrumento de las operaciones de préstamo, y tampoco es medio legal de pago. En la opinión popular, el primero es solamente un dinero interior, y el segundo extranjero. Aunque no podemos aceptar esto si no queremos cerramos la vía a la comprensión del problema que nos ocupa, debemos sin embargo subrayar que tiene gran importancia en otros aspectos. Volveremos sobre esto en el capítulo [XII] que trata de las consecuencias sociales de las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero.

2

La relación de cambio estática o natural entre diferentes clases de moneda

En lo que respecta a la relación de cambio entre dos o más clases de dinero, ya se empleen conjuntamente en el mismo país (el patrón paralelo), ya constituyan lo que vulgarmente se llama dinero extranjero y dinero nacional, lo decisivo es la relación de cambio entre los distintos bienes económicos y las distintas clases de dinero. Las diferentes clases de dinero se cambian según una relación que corresponde a las relaciones de cambio existentes entre cada una de ellas y los restantes bienes económicos. Si un kilogramo de oro se cambia por m kilogramos de una determinada mercancía, y un kilogramo de plata por m/15,5 kilogramos de la misma mercancía, la relación de cambio entre el oro y la plata se establecerá en 1:15,5. En el caso de que alguna perturbación tienda a alterar esta relación entre las dos especies de dinero, que nosotros llamaremos relación estática o natural, se pondrán en funcionamiento unas fuerzas automáticas que tenderán a restablecerla[1].

Consideremos el caso de dos países cada uno de los cuales desarrolla su comercio interior con una única especie de dinero diferente de la que se emplea en el otro país. Si los habitantes de dos territorios con diferentes monedas, que previamente habían cambiado sus mercancías de un modo directo, sin la intervención del dinero, comienzan a emplearlo en sus transacciones, habrán de basar la relación de cambio entre las dos especies de dinero en la relación de cambio entre cada especie de dinero y las mercancías. Supongamos que un país de patrón-oro y otro de patrón-plata hubiesen cambiado paños directamente por trigo, en tales términos que un metro de paño se entregase por un bushel de trigo. Sea el precio del paño, en su país de origen, de un gramo de oro por metro; el del trigo, de 15 gramos de plata por bushel. Si ahora el comercio internacional se apoyase en una base monetaria, el precio del oro, referido a la plata, sería de 15. Si fuese más alto, es decir de 16, el cambio indirecto por medio del instrumento dinero sería desventajoso, desde el punto de vista de los propietarios de trigo, en relación con el cambio directo: en el cambio indirecto, por un bushel de trigo obtendrían únicamente 15/16 de metro de paño, mientras que en el directo obtendrían un metro. La misma desventaja surgiría para los propietarios de paño si el precio del oro se estableciese a un nivel más bajo, es decir a 14 gramos de plata. Naturalmente, esto no implica que las relaciones de cambio entre las diferentes especies de dinero se hayan producido efectivamente así. Se trata no de una explicación histórica, sino lógica. De los dos metales preciosos oro y plata debe hacerse resaltar especialmente que sus relaciones de cambio recíprocas se han desarrollado lentamente a través de su posición monetaria.

Si entre los habitantes de dos territorios no se dan otras relaciones que las del trueque, no pueden producirse saldos en favor de una u otra parte. Los valores de cambio objetivos de las cantidades de mercancías y servicios entregados por cada una de las partes contratantes han de ser iguales, ya se trate de bienes presentes o futuros. Cada uno constituye el precio del otro. Este hecho no se altera en modo alguno cuando se trata de un cambio no directo sino indirecto, por medio de uno o más instrumentos de cambio. El superávit de la balanza de pagos que no se cancela por medio de mercancías y servicios, sino por la transferencia de dinero, se consideró durante mucho tiempo como una mera consecuencia de la situación del comercio internacional. El haber aclarado el error fundamental implícito en esta opinión constituye uno de los grandes aciertos de la económica política clásica. Ello demuestra que los movimientos internacionales de dinero no son una consecuencia de la situación del comercio; que no son el efecto sino la causa de una favorable o desfavorable balanza comercial. Los metales preciosos están distribuidos entre los individuos y, por tanto, entre las naciones, según la intensidad de sus demandas de dinero. Ningún individuo ni nación debe temer que en un momento dado les falte el dinero que necesitan. Las medidas de gobierno dirigidas a regular los movimientos internacionales de dinero para asegurar a la comunidad la cantidad que necesite son tan innecesarias e inapropiadas como la intervención para asegurar la suficiencia de trigo, hierro, etc. Este argumento dio a la teoría mercantilista el golpe de gracia[2].

Sin embargo, los hombres de estado siguen preocupándose intensamente del problema de la distribución internacional del dinero. Durante siglos la teoría de Midas, sistematizada por el mercantilismo, ha constituido la regla que ha inspirado a los gobiernos en sus medidas de política comercial, y hoy sigue dominando más de lo que pudiera esperarse, a pesar de Hume, Smith y Ricardo. Al igual que el Fénix, surge una y otra vez de sus propias cenizas. Ciertamente, sería difícil destruirla con un argumento objetivo, porque cuenta entre sus discípulos un gran núcleo de gentes semiilustradas que mirarían con prevención cualquier argumento, por simple que fuese, que amenazara despojarles de las ilusiones que abrigaron durante largo tiempo. Es de lamentar únicamente que estas opiniones que acabamos de exponer no sólo predominan en las discusiones de política económica por parte de los legisladores, la prensa (aun en los periódicos técnicos) y hombres de negocios, sino que aún ocupan un gran espacio en la literatura económica. El reproche que ha de hacerse descansa en la oscura noción que se tiene de la naturaleza de los medios fiduciarios y su importancia respecto a la determinación de los precios. Las razones que, primeramente en Inglaterra y después en otros países, apoyaban la limitación de la circulación fiduciaria no han sido nunca comprendidas por los escritores modernos, que tan sólo las conocen de segunda o tercera mano. El hecho de que se pida, en general, su conservación, o que únicamente se exijan modificaciones que dejan intacto el principio, indica tan sólo su repugnancia a reemplazar una institución que en su conjunto se ha justificado a sí misma por un sistema cuyos efectos son incapaces de prever aquéllos para quienes los fenómenos del mercado constituyen un auténtico jeroglífico. Cuando esos autores buscan un motivo para la política bancaria actual, el único que encuentran es el caracterizado por el eslogan «Protección de la existencia nacional de metales preciosos». Podemos por ahora pasar por alto estas opiniones, pues hallaremos oportunidad en la Tercera Parte para discutir el verdadero significado de las leyes bancarias que limitan la emisión de billetes.

El dinero no afluye al lugar en que el tipo de interés está más alto, así como tampoco es cierto que las naciones más ricas atraigan el dinero. Por lo que se refiere a éste, como a los restantes bienes económicos, la verdad es que su distribución entre los diversos agentes económicos individuales depende de su utilidad marginal. Prescindamos primeramente de todo concepto geográfico y político, como país y estado, e imaginemos una situación en que el dinero y las mercancías se muevan con absoluta libertad dentro de un mercado unitario. Supongamos después que todos los pagos, aparte de los cancelados por compensación o equilibrio recíproco de la demanda, se efectúan por transferencias de dinero y no por la cesión de medios fiduciarios, es decir, que los billetes sin respaldo y los depósitos sean desconocidos. Esta suposición es semejante a la del «dinero puramente metálico» de la Escuela Monetaria inglesa, aunque con la ayuda de nuestro preciso concepto de medios fiduciarios podemos evitar las oscuridades y deficiencias de su punto de vista. En una situación correspondiente a estas suposiciones nuestras, todos los bienes económicos, incluso naturalmente el dinero, tienden a distribuirse en tal modo que se alcanza una posición de equilibrio entre los individuos, cuando ningún acto de cambio posterior que pudiese emprender cualquier individuo le reportase ganancia ni aumento alguno del valor subjetivo. En tal posición de equilibrio, la existencia total del dinero, al igual que el conjunto de las existencias de mercancías, se distribuye entre los individuos según la intensidad con que puedan expresar su demanda de dinero en el mercado. Todo desplazamiento de fuerzas que afecte a la relación de cambio entre el dinero y otros bienes económicos produce un cambio correspondiente en esta distribución, hasta que se alcance una nueva posición de equilibrio. Esto se aplica tanto a los individuos en particular como al conjunto que forman en un determinado territorio, ya que los bienes poseídos y demandados por una nación son tan sólo las sumas de los poseídos y demandados por todos los agentes económicos, tanto privados como públicos, que la constituyen, entre los cuales el estado como tal ocupa una posición importante, pero muy lejos de ser la dominante.

Las balanzas comerciales no son más que causas meramente concomitantes de los movimientos del dinero, ya que si miramos tras el velo con que las formas de las transacciones monetarias ocultan la naturaleza de los cambios de las mercancías, es evidente que, aun en el comercio internacional, las mercancías se cambian por mercancías a través del instrumento dinero. Lo mismo que hace el individuo aislado, lo hacen también los individuos de una comunidad económica tomados en conjunto, los cuales, en definitiva, no desean adquirir dinero sino otros bienes económicos. Si el estado de la balanza de pagos fuera tal que el dinero tuviera que moverse de un país a otro, independientemente de cualquier cambio en la estimación del dinero por parte de sus respectivos habitantes, se inducirían operaciones que restablecerían el equilibrio. Los que reciben más dinero que el que necesitan se apresuran a gastar el superávit lo más pronto posible, ya en bienes de producción, ya en bienes de consumo. Por otra parte, aquéllos cuya existencia de dinero desciende por debajo de lo que necesitan, se verán obligados a aumentarla, bien restringiendo sus compras, bien deshaciéndose de mercancías que poseen. Las variaciones del precio, en los mercados de los países en cuestión, que se producen por estas razones, dan lugar a transacciones que siempre han de establecer el equilibrio de la balanza de pagos. Una balanza de pagos favorable o desfavorable que no dependa de una alteración en la demanda de dinero sólo puede ser transitoria[3].

Así, los movimientos internacionales de dinero, en la medida en que no son de naturaleza transitoria y que por consiguiente resultan pronto inefectivos a causa de los movimientos en dirección contraria, son siempre provocados por variaciones en la demanda de dinero. Ahora bien, de aquí se sigue que un país en que no se empleen los medios fiduciarios nunca se hallará en peligro de perder sus existencias de dinero en beneficio de otros países. Una escasez o una superabundancia de dinero no pueden constituir una situación permanente para una nación más que para un individuo. En definitiva, se distribuyen de manera uniforme entre todos los agentes económicos que emplean el mismo bien económico como medio común de cambio, y naturalmente sus efectos sobre el valor de cambio objetivo del dinero que produce el ajuste entre la cantidad de dinero y la demanda del mismo acaban siendo uniformes para todos los agentes económicos. Las medidas de política económica que preconizan un aumento en la cantidad de dinero circulante en un país sólo podrán triunfar en tanto que el dinero circula también en otros países, sólo si originan un desplazamiento en las demandas relativas de dinero. El empleo de medios fiduciarios no cambia fundamentalmente la situación. Mientras exista una demanda de dinero en sentido estricto a pesar del empleo de medios fiduciarios, se expresará en la misma forma.

Existen muchas lagunas en la doctrina clásica del comercio internacional. Fue construida en una época en que las relaciones de cambio internacionales se hallaban muy limitadas a transacciones de bienes presentes. No es, pues, de extrañar que su principal referencia sea a tales bienes, ni que excluya la posibilidad de un cambio internacional de servicios y de bienes presentes por otros futuros. Fue misión de una generación posterior emprender la necesaria expansión y corrección de este punto, tarea tanto más fácil cuanto que lo único que se precisaba era ampliar coherentemente la doctrina de forma que pudiera explicar también estos fenómenos. La doctrina clásica se había limitado a aquella parte del problema representada por el dinero metálico internacional. La manera de tratar el crédito monetario no era satisfactoria. Y esta deficiencia no ha sido todavía remediada por completo. El problema se ha considerado demasiado desde el punto de vista de la técnica del sistema monetario y demasiado poco desde el de la teoría del intercambio de bienes. Si se hubiera adoptado este último punto de vista, habría sido imposible evitar iniciar la investigación afirmando que la balanza comercial entre dos áreas con monedas diferentes debe estar siempre en equilibrio, sin necesidad de tener que corregir la balanza por el transporte de dinero[4]. Si tomamos un país de patrón-oro y otro de patrón-plata, existe la posibilidad de que el dinero de uno de ellos se destine a un uso no monetario en el otro; pero esa posibilidad debe descartarse. Las relaciones entre dos países con dinero-signo nos ofrecerían el mejor ejemplo; pero si suponemos que los dos países poseen distintas clases de dinero en general, de suerte que también sea incluido el dinero metálico, entonces sólo deberá considerarse el uso monetario del dinero metálico. Luego es evidente que los bienes y servicios sólo pueden pagarse con otros bienes y servicios; lo que en último análisis significa que no hay por qué hablar de pago en dinero.