Recorrió la calle de La Tour-Maubourg para calmarse. «Tengo que pasar fuera toda la noche, si no no podré evitar ir a liberar al español», pensó. Hacía frío, aunque menos que dentro del cuarto oscuro en aquel mismo momento. Por solidaridad con su víctima, sintió un escalofrío.

Al vagabundo que le preguntaba por qué parecía tan triste, le respondió:

—Es porque me llamo Saturnine.

Y como no era una chica de las que se dan fácilmente por vencidas, llamó a Corinne con el móvil:

—Una noche por ahí contigo y un grandísimo champán, ¿te animas?

—Llegaré enseguida.

Cerca de la estación de metro, localizó un banco público y se sentó a esperar. Frente a ella, Los Inválidos, cuya cúpula acababa de ser dorada a la hoja. Una iluminación ideal resaltaba la luz. La joven se tomó todo el tiempo del mundo para admirar aquel esplendor.

Justo en el momento en el que don Elemirio murió, Saturnine se convirtió en oro.