ÚLTIMA PIRUETA DIALÉCTICA

Puesto en el brete de decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad en virtud de un contrato leonino cuyas cláusulas no puedo especificar ahora aunque de su estricto cumplimiento y resolución dependen mi vida e integridad, dirijo un auténtico grito de angustia, una solicitud apremiante a los lectores de sexo masculino de estas páginas con la ardiente esperanza de obtener su ayuda e intervención.

Desengañado de mis anteriores y frustradas experiencias románticas, aspiro a ver realizado un fantasma escuetamente brutal y concreto: tendido en un potro de tortura del modelo empleado en las comisarías de la derrocada junta militar rutenia, un comando de tres militantes de los grupos de choque conmemorativos del genocidio oteka proceden, con severidad implacable, a mi castigo y sodomización. Mis violadores deberán vestir, obligatoriamente, su equipo de campaña compuesto de escafandra, careta, casco antibalas y botas de montar. Mientras absorbo vorazmente la crema de aguacate que mana a borbotones del gigantesco consolador del jefe, uno de sus adláteres me introducirá a palo seco una zanahoria bulbosa y protuberante —longitud mínima: 32 centímetros— y su colega me azotará las nalgas con ortigas —o, a falta de ellas, con un manojo de aulagas de Manosque. La escena será musicalmente acompañada de un coro infantil recitando con vocecillas chillonas «Sous le pont d’Avignon» para culminar, en el momento del éxtasis, con el tema arrebatador, obsesivo, del lied Beim Schlafengehen de Richard Strauss.

Anuncio muy serio y urgente: aguardaré con impaciencia, el día de su publicación, en el sótano del Musée Grévin, junto al maniquí de cera de Stalin, entre las 15 y 16 horas precisas. Tendré visiblemente entre las manos el anteproyecto de Constitución de la futura República Popular Socialista Oteka y te acercarás, os acercaréis, a preguntarme si estoy de acuerdo en el apartado tercero del artículo undécimo de su preámbulo. Cuando esto ocurra, podrás, podréis, disponer enteramente de mí.