REVELACIONES A GRANEL

Cuidado, lector: el narrador no es fiable. Bajo una apariencia desgarrada de franqueza y honradez —mientras multiplica los mea culpa y cargos contra sí mismo— no deja de engañarte un instante. Su estrategia defensiva, destinada a envolverte en una nube de tinta, multiplica las presuntas confesiones para ocultar lo esencial. Si a veces se muestra sincero, lo hace porque es un mentiroso desesperado. Cada revelación sobre su vida es una invención derrotada: fuga adelante o política de tierra quemada, acumula a tu paso asechanzas y ruinas con la esperanza ilusoria de impedirte avanzar.

Su insistencia en confundirse con el Reverendo podría ser muy bien —mucho nos tememos— una habilidosa estratagema para distraernos y llevarnos de la mano adonde astutamente nos quiere llevar; su amor a Agnès, Katie, Ida, Magdalen o las gemelitas, un simple artilugio literario, producto de su adquisición casual, en una librería de lance del barrio, de un álbum con las fotos y cartas de Lewis Carrol a sus coquetas y risueñas amigas.

Su manía de pasear por los distritos y zonas frecuentados por inmigrados, su afición a seguir con el rabillo del ojo el tráfago y movimiento de norteafricanos, paquistaneses o turcos, su interés en descifrar pintadas trazadas en las paredes e inmuebles del Sentier, su pasmo grotesco ante los mozallones morenos que dan el callo en las siempre renovadas y misteriosas zanjas de obras públicas, su inquietante lectura de los místicos sufís y desaforado amor a las danzas derviches deberían haberte puesto la garrapata en la oreja: estos y otros muchos puntos oscuros e incomprensibles tendrían que ser satisfactoriamente resueltos y confiamos en que, en el trance apurado en que se encuentra, los resolverá de una vez, si no por apego a la verdad, al menos para salvar el pellejo.

Interrogar a su enclaustrada mujer no nos aportaría ninguna ayuda, no por retraimiento o mala voluntad de ésta sino por la sencilla razón de que la esposa escamoteada por el narrador es un personaje ficticio: obligado a ocultarla para mantener la verosimilitud del relato, la supuesta víctima ha extendido poco a poco su sombra sobre él hasta ofuscarlo. La secuestrada de la Rue Poissonnière es pura leyenda. La mujer que ha compartido la vida con él no ha sido jamás una prisionera: tal vez le quiere aún pese a su misantropía, inveterado egoísmo y carácter excéntrico; tal vez le abandonó hace muchos años por un popular autor latinoamericano que acumula fabulosos royaltis de ocho cifras gracias a su empleo mañoso de la receta narrativa del siglo: el realismo mágico.

Mientras escuchas el tictac del dispositivo adherido a tu pecho —ese nuevo y maldito corazón revelador que agota avariciosamente sus latidos como la aguja cuenta atrás de un parcómetro—, te esforzarás en aprovechar el tiempo de que aún dispones para responder punto por punto, con precisión, a las exigencias implacables de tus raptores.