Mientras la proclamación de la ley marcial en Varsovia barre brutalmente, de un plumazo, la noble aspiración popular a un socialismo justo y humano, nuestro héroe se lima egoístamente las uñas. Mientras la policía y fuerzas represivas guatemaltecas eliminan metódicamente a los demócratacristianos de izquierda, nuestro héroe bebe un sorbo de agua mineral, se fuma un porro y descarga la vejiga en el lavabo. Mientras cincuenta millones de chinos se reponen penosamente en los hospitales del enorme batacazo sufrido al emprender el gran salto adelante, nuestro héroe planea imaginariamente en un parque atestado de niñas retozonas. Mientras las multinacionales gringas extienden sus tentáculos por Latinoamérica y chupan ávidamente la sangre de sus venas abiertas, nuestro héroe redacta una nueva y aún más indecente carta a las gemelitas. Mientras Albania ofrece el modelo de una sociedad definitivamente limpia de las taras, desviaciones y prácticas revisionistas comunes a cuantos regímenes seudosocialistas reivindican todavía, con desfachatez e impudicia, la herencia gloriosa del materialismo dialéctico, nuestro héroe se extasía ante los cabellos y hombros desnudos de Katie.
Preguntas mordaces y recriminatorias de ex-compatriotas, amigos, compañeros de militancia y de su propia y desdichada esposa le ametrallan de modo implacable, sacudiéndole como un punching-ball: el pueblo vietnamita ha asumido victoriosamente su destino, y tú ¿qué?; los americanos han llegado a la luna, y tú ¿qué?; están sacando petróleo del Sáhara, y tú ¿qué?; ya hay guerrilla urbana en Segovia, y tú ¿qué?
Recostada en la pared desconchada, los piececitos descalzos en el bordillo de un macizo de flores, la dulce criatura de sus sueños le observa asimismo con reprobación. La belleza impúber de sus rasgos, sus gestos y ademanes armoniosos, su inocente y prodigiosa malicia se combinan ahora con una expresión de aburrimiento y disgusto que presagia un súbito cambio de humor. La escena impuesta por el fotógrafo le resulta a todas luces molesta: tras contemplar con creciente irritación sus torpes y enojosos preparativos, abandonará su pose de fingido candor y le sacará despectivamente la lengua.
Ante el cúmulo de menudos contratiempos no previsto siquiera en su horóscopo, el Reverendo se siente de pronto un triste y vulgar retratón.