Como ese dormilón que, interrumpido en medio de su sueño por el timbre del teléfono, justo cuando se disponía a follar, por ejemplo, con Marilyn Monroe, cuelga furiosamente el receptor a la abominable vocecita que pregunta por Perico de los Palotes, apaga la luz con rabia y se sumerge ansiosamente en el calor de las sábanas, confiando en la feliz culminación de su aventura, así nuestro héroe. Pero, del mismo modo que la presunta Marilyn es sustituida a menudo en tales casos por una criatura murgona y cargante, con todas las taras y resabios de la maldita esposa —con lo que la dulce quimera deviene inquietante o atroz pesadilla—, pese a la excelente calidad del maaxún que se procura, su brillante apoteosis televisiva cederá el paso a la realidad de un universo inhospitalario e ingrato: una casa de reposo de ancianos, fría y aséptica como una clínica.