SU EPISTOLARIO

Botín del día: dos cartas del abundante correo erótico semanal del lector, subrayadas primero con lápiz rojo y recortadas luego con las tijeras, listas para ser catalogadas en la carpeta, junto a las que ya integran su nutrida y sicalíptica colección.

«Una zanahoria en el ano y una pluma plantada en la parte que sobresale, me la meneo pensando en ti. Habrás recibido, después de la foto de mi culo, la de mi picha, tomada en plena paja. Espero tu respuesta que leeré, como prometí, en cueros, la polla en la mano y un dedo en el hoyo trasero, excepto si tú me impones una postura todavía más ridícula y humillante. Aguardo también con impaciencia la instantánea que abarque a la vez tu diminuto jardín y la bella roseta, con unas gotitas de pipí del primero y un trozo de papel que haya estado en contacto íntimo con la segunda, para aspirarlo con inefable delicia. Tu humilde admirador y esclavo: EL REVERENDO».

«Soy un tío de mediana edad, 1 m 73, 66 kilos, viril, bien dotado y velludo. Mi fantasma: tumbado en la cama, en pelota viva, con la pinga ya tiesa y el glande descapullado, tres chiquitas se ocupan de mí. Una lame el mechón de los sobacos y acaricia el pecho peludo; otra, me chupa golosamente el miembro, deslizando su lengüecita rosa y vibrátil alrededor del balano y sopesando con sus delicadas manos mis cojones macizos; la tercera pasa los deditos por la raya de las nalgas y cosquillea con su boca inocente mis muslos y piernas. Las tres hablan y me dicen: ¡Adoro los tíos cachondos! ¡Oh, qué huevos enormes! ¡Ah, qué picha tan bella! Luego, cuando descargaré la leche, espesa y fragante como la crema, las tres se precipitarán a devorarla, se relamerán de puro gusto, dirán que es la mejor y más exquisita merienda. Si alguna chavalita, incluso púber —a condición de que su pubis sea perfectamente lampiño y rosado— se enrolla con mi fantasía, la aguardaré los días laborables de la semana entrante a la salida de su liceo o escuela. Signo de reconocimiento: una gabardina presta a abrirse como un telón para mostrar mi instrumento. Te acercarás a preguntarme la hora y te enseñaré mi reloj parado. Mi nombre es CHARLES. El tuyo, DORA, ISABEL, KATIE, AGNÉS, MAGDALEN o INA».

El misántropo de la Rue Poissonnière se frota las manos: ¡su abnegada labor de amanuense es progresivamente reconocida!