Como ese escultor que, tras integrar a título experimental en sus composiciones una serie de elementos como cuerdas, retales de saco, tornillos, guijarros o fragmentos de madera, llega a la axiomática conclusión de que lo más válido de ella es precisamente el material exterior incorporado, abandona poco a poco su labor de mezcla para centrar su empeño en el hallazgo y, colección de cuantos cuerpos y objetos correspondan a la imagen ideal de lo que debería ser su trabajo y se consagra exclusivamente a la compra, digamos, de esas barras de pan oblongas que, según se secan y vencen, se convierten en prodigiosas estalactitas o giacomettis de un valor artístico muy superior al de los frutos un tanto chapuceros de su anterior etapa, contentándose a partir de entonces con ir de vez en cuando a la panadería, adquirir por unas monedas la producción entera de la semana, regresar a su estudio con las que pronto serán sus creaciones y tumbarse a descansar en el catre en donde folla con su querida, vacía su provisión de botellas de vodka o le da a la pipa de caña y arcilla cargada con buen kif de Ketama mientras las esculturas alineadas en las paredes y rincones cobran naturalmente una forma estética audaz y se transforman en su obra personal, ni más ni menos la evolución profesional de nuestro héroe: en lugar de perder energías escribiendo reportajes o artículos sin ninguna incidencia en el curso de las guerras, gulags, matanzas, terrorismo, represión o hambre programada, se dedica desde hace algún tiempo —por razones de pereza o autoprotección subjetiva prefiere dejar en la sombra el cómputo exacto— a la tarea de repasar diariamente, de cabo a rabo, una media docena de periódicos en diferentes idiomas, desde editoriales y libres opiniones hasta páginas de sucesos, correo de lectores y anuncios por palabras.
Su lectura no es una lectura ordinaria pues, como el censor ducho en las artes de supresión y escamoteo de lo que no debe correr y por consiguiente no corre, nuestro héroe —¿no resulta algo ridículo llamarlo así cuando nos consta que en su vida actual no hay ningún hecho o rasgo que autorice a considerarlo heroico?— subraya con un lápiz rojo cuantas noticias, acaecimientos o mensajes atraen su atención: lo mismo la frase de un ministro o líder sindical que el gárrulo spleen de un cronista de sociedad o la carta de algún lector o lectora cachondos, en estado de elemental verriondez. A continuación —y también como el probo funcionario absorto en su quehacer ejemplar de higiene y policía— revisa atentamente los párrafos subrayados, como para aquilatar su valor y peso específico tocante a la salud física y espiritual de sus conciudadanos y, siguiendo la pauta de aquéllos, se afana en recortar los más llamativos o estimulantes con ayuda de unas tijeras. El conjunto seleccionado puede ocupar tanto una frase de dos líneas como una página entera del diario: en un caso como en el otro, será catalogado en razón de su contenido en las carpetas de colores que —como los panes artísticos del original escultor— se amontonan en los estantes y muebles de su leonera. Los recortes de prensa se convierten así poco a poco en su propia labor. En ocasiones excepcionales —cuando el interés del asunto lo ordena— reproduce su contenido por escrito en algún cuaderno o bloc de cuartillas. Sin necesidad de situarse en primera fila para captar a lo vivo las espontáneas y concluyentes manifestaciones del apocalipsis cercano, su minuciosa faena de recopilador y amanuense enriquece y engrosa a diario el repertorio de sus Obras Completas.