Nuestro héroe no es un simple mirón: a veces, después de cerrar el albúm con las fotos exquisitas del Reverendo, abandona sus fantasías masturbatorias y se convierte en lector, coleccionista y epistológrafo. Recorre las páginas del ejemplar de Libération de los sábados, examina atentamente los anuncios eróticos, subraya con un lápiz aquéllos cuyo contenido le interesa y eventualmente los recorta con sus tijeras, los clasifica en una carpeta junto a la selección anterior. Después de escribir sus mensajes y meterlos en los sobres, apoya su barbilla en los nudillos de la mano derecha con ademán grave e inspirado de creador. Su musa vagabunda es singularmente prolífica: las cartas no llevan tachadura alguna y, de ordinario, las redacta de un tirón.