Como la galería excavada por un topo, olor de subsuelo, neón, apuro, ferocidad, pobreza exhibida, penosas digestiones alcohólicas en decúbito supino, venta clandestina, ganado humano, ejército de fantasmas, deriva, amor a precio fijo, sexo portátil, mierda promocionada, sonrisa implacable, vagina en cruz de lorena, teta decorativa, ejercicio masturbador, profundidad helada. Sombra, apariencia, un pie delante del otro, camina, adelanta: al fondo del corredor, más allá del tramo gris estropajo de la escalera, el sonido del tam-tam te convoca. Pasión, libertad, violencia, energía, pulso ritmado imantan la luz, el sol, el color, dulzura perdida, telones idénticos, simétricamente dispuestos en carteles de propaganda: paisajes africanos de pacotilla, mar teñido de añil, cocoteros de caucho, playas tratadas con detergentes, pareja unisex, monoquinis, cabañas rústicas, obsequiosidad nativa, reiterada idiotez club-mediterránea. Pero el conjuro del tam-tam es más fuerte: pichas frías, clítoris congelados, culos al por mayor van y vienen por el corredor insomne, aceleran el paso conforme se aproximan al corro improvisado de espectadores, rechazo mudo, prótesis faciales, miradas furtivas, esfínter contraído, angustia, estreñimiento. Seguir los pasos del barrendero por la trocha súbitamente abierta en el decorado: vegetación sursahariana, pequeños edificios cúbicos, senderos polvorientos, gritos, danzas, ceremonia de adiós. La tribu formando anillo en torno al morabito, rostros tensos, llanto de mujeres mientras te adentras como en un sueño, con tu colega fotógrafo, por aquel escenario de filme de terror: cadáveres mutilados, cuerpos desnudos, una muchachita cosida a cuchillazos con la sangre reseca de su doncellez. Los mercenarios han prendido fuego a las chozas, robado el ganado, pasado por las armas a niños y viejos: un mediocre material informativo para un público ya ahíto de esa especie insulsa de alimentos.
Nuestro hombre se agita, abre prudentemente un ojo, se cerciora de que está, como quince o veinte minutos antes, tumbado en el diván de su habitación. La culpa la tienen sin duda los dichosos garbanzos. Entre bostezos, borborigmos y eructos, toma la bizarra decisión de incorporarse, lavarse la cara orinar, cepillarse los dientes. Como medida de precaución, antes de salir a estirar las piernas, disolverá en un vaso de agua media cucharada de bicarbonato.