Capítulo 9

¡Adelante aventureros!

No hay mayor plaga sobre la tierra que los aventureros con licencia. Me refiero a los gamberros, los bribones cuyos robos, asesinatos, rapiñas y pillajes sancionados por la Corona son perdonados mientras que las mismas cosas hechas por un zapatero o una lechera serían castigados cortando manos u otros apéndices y con marcas del hierro candente, o con todas esas cosas y la horca o la muerte por desmembramiento entre cuatro caballos.

Sin embargo, no hay plaga más necesaria. Los aventureros hacen que hasta los reyes se lo piensen dos veces antes de oprimir cruelmente a todo el que se pone a su alcance, enseñan prudencia a los altos sacerdotes e incluso a los pícaros magos y son prácticamente el único obstáculo para los numerosos dragones y demás bestias grandes y monstruosas.

En suma, creo que las cosas quedan más o menos igualadas. Lo que hace que mantengamos las cédulas reales para los aventureros en lugar de quemarlas junto con quienes las obtienen es el entretenimiento que los aventureros dan al populacho. En cabañas y en las asambleas populares, después de darle un repaso al tiempo, a los impuestos, a los últimos rumores sobre la guerra y las incursiones de los orcos y a las habladurías demasiado miserables sobre las indiscreciones de la realeza y la nobleza, queda poco más de que hablar como no sea de las escapadas de los aventureros.

Thundaerlel Maurlatrimm,

Cuatro décadas de un posadero,

publicado en el Año del Mantoalto.

—Escriba real Blaunel, ¿has comido algo en mal estado?

—No, escriba real Lathlan —fue la soñolienta respuesta que llegó a través de la puerta del guardarropas—. He comido algo en el festín de mediodía que no les ha parecido bien a mis patricias tripas. ¡Sin embargo, ahora estoy totalmente seguro de que a estas alturas están vacías!

—Me alegra oírlo. No quiero quedarme solo haciendo esta nueva cédula real.

La puerta se abrió y apareció Blaunel agitando las manos para despejar las últimas gotas de agua de rosas.

—¿De qué se trata? A que esos patanes de Arabel por fin no se han puesto de acuerdo sobre el nombre para su gremio de verdugos. ¿O es que se han quedado sin disidentes a los que apalear en los callejones?

—No nos caerá esa breva, por Tymora. ¡Se trata de esos atrevidos aventureros que salvaron a Azoun y que reclaman su recompensa real cuando su hazaña todavía está en boca de todo el mundo!

—Vaya —dijo Blaunel con un gruñido al parecer nada impresionado mientras se deslizaba en su asiento y echaba mano de su pluma favorita—. ¿Y qué nombre se dan? Espero que no sean Banderas Flameantes del Valiente Valeroso.

—¡Ja! Estos son campesinos de las tierras altas. No saben escribir «valeroso» ni «valiente». No, sólo quieren llamarse Espadas de Espar.

El escriba de más edad suspiró.

—¿No tienen la menor idea de la historia del reino? ¡Algunos de los Espadas todavía viven, y precisamente aquí, en Suzail!

—Ya, vi a Mlaareth uno de estos días, caminando por el Paseo como si fuera suyo con una moza colgada de cada brazo. Y para serte sincero, supongo que no. Uno creería que habiéndose criado en Espar por lo menos habrían oído hablar de los Espadas de Espar. ¡Los trovadores sólo cuentan la historia de la Matanza del Dragón aproximadamente una vez al mes!

El Segundo Maestre de los Pergaminos y Escriba Real Blaunel bostezó discretamente tapándose la boca con el dorso de la mano, más por hábito que por educación, y se encogió de hombros.

—Es posible que sí. Si son tan simples, tal vez no sepan que no pueden adoptar el nombre de una banda de aventureros que todavía tienen una cédula real, retirados o no.

Hizo silencio para terminar de dar forma a un arabesco, lo hizo con gran destreza y por fin gruñó.

—¿Y qué escogieron entonces cuando se les dijo que no podían ser Espadas de Espar?

Lathlan sonrió.

—Espadas de la Noche —dijo.

Blaunel resopló.

—Se exprimieron los sesos, ¿no? ¡Es sorprendente que no hayan puesto Espadas de la Estirpe del Troll! —Meneando la cabeza empezó a dibujar la primera «E» ilustrada de «Espadas» cuando lo asaltó otra idea.

—Claro que supongo que si tuvieran seso no serían aventureros. Más bien se dedicarían a estafar alegremente a los mercaderes.

—Y a vivir en Sembia esperando que les clavaran una daga en la espalda —replicó Lathlan muy presto.

Los dos escribas intercambiaron sonrisas, mojaron sus plumas en la tinta al mismo tiempo y acercaron la nariz al pergamino con una sincronía no buscada.

Cuanto antes lo hicieran, antes podrían irse al Cisne a tomarse un jarro de cerveza. Y quien decía uno…

Cuando se hacía tarde en el Salón del Ojo Vigilante, lleno de jornaleros cansados que ya no podían con su alma, todos fácilmente irritables y dispuestos a medirse con los puños, los borrachines más viejos de Espar tenían la costumbre de salir afuera a fumar la última pipa e intercambiar una que otra palabra a la luz de la Luna antes de dirigirse a su casa.

Bajo la Luna, los habituales seis o siete borrachos estaban apoyados contra la pared del fondo del establo de Damurth Talgont, enfrente de la taberna, contándose las últimas bromas y habladurías.

Por una vez, la charla no trataba sólo de las idas y venidas de los nobles de Suzail, de las últimas genialidades de los cerebros de Arabel, de la explicación de los planes de los contrabandistas de Marsember, asesinos y de lengua viperina, ni de las más recientes y descabelladas extravagancias de las legiones de paletos que se pavoneaban con sus ropas de nuevos ricos por las calles de Sembia. ¡Esta noche, el tema de conversación era la propia Espar!

Tras la gran batalla del Hoyo del Cazador, en la que un solo muchacho del lugar había vencido a un siniestro y misterioso ejército invasor que pretendía tender una emboscada al rey, en la boca de todos estaba el nombre de Florin Mano de Halcón.

Durrust el Viejo, el molinero, se sacó de la boca la larga pipa de arcilla el tiempo suficiente para decir:

—Oh, es un muchacho muy apuesto. Todas las damas lo dicen.

—Más aún —intervino Barth Cabeza de Tonel—, muchos muchachos tienen sus ojos puestos en él. Sería un buen comandante de los Dragones Púrpura, ya lo creo.

El tonelero local era uno de los pocos hombres que adornaban la pared que no había sido Dragón Púrpura y eso lo llevaba, sin duda, a considerarse un experto en todas las cuestiones, de mayor o menor cuantía, relacionadas con la guerra y con la vida militar de Cormyr.

Thorl Batallador escupió con aire pensativo sobre una mata de hierba.

—¿De verdad lo sería? ¿Y si fuera un listillo todo egoísmo, un tipo realmente malo? Eso no podemos saberlo, ¿verdad? Me sorprendería mucho que no se dedicara a alguna de las tonterías de los jóvenes. Algunos las superan, pero otros cometen necedades cada vez mayores y acaban mal… por lo general cuando ya los dioses hace tiempo que deberían haberles dado el justo castigo.

—Es cierto —coincidió Durrust—. Todavía es joven.

—Ya —reconoció el criador de caballos Nornuth—, y para ser joven, su aspecto y su conocimiento del bosque y todo eso lo hacen más atractivo para las muchachas.

Durrust vació su pipa.

—Tú no tienes de qué arrepentirte, Norm. Tengo entendido que hiciste lo que pudiste en tu tiempo, en esas lides tan, ejem, tan valerosas.

Hubo risas generalizadas, pero el Batallador los puso a todos a raya al decir con tono grave:

—No entremos en esa vía, muchachos; es posible que hayan llegado a mis oídos historias más que suficientes de jóvenes de otra época y de lo cariñosos y espléndidos que eran. Es ese Florin, proveniente de las forjas de Piedralcón, donde se desenvolvió perfectamente según mis noticias, el que está al borde de ser nombrado caballero por haberse ganado el favor real, y de partir hacia Suzail con una armadura tan brillante como un espejo. Ya hemos hablado suficiente de los días de nuestros mayores, y podemos volver a hacerlo cuando decaigan otras fantasías. Lo que quiero saber es si él es un héroe rutilante enviado a Cormyr por los dioses, o un zoquete que por casualidad hizo lo correcto llevado por el entusiasmo, o algo a medio camino entre las dos cosas. ¿Es realmente un espadachín brillante y un estratega temerario y rápido como un halcón además de tener un corazón y un carácter realmente nobles? ¿O acaso eso es lo que queremos que sea?

—Esos son pensamientos que alberga toda madre amante de sus hijos. —Una voz serena de mujer salió de las sombras de la noche, cerca del cobertizo de Tarreth Oldhall—. Yo no soy diferente de las demás, Thorl.

Todos guardaron silencio, avergonzados, cuando la madre de Florin salió a la luz de la Luna. Los conjuros de Imsra Cielo Atardecido y el respeto que todos tenían por Hethcanter Mano de Halcón, cuyo nombre todavía resonaba en los barracones de los Dragones Púrpura diez años después de que hubiera vestido por última vez la armadura del rey, la habían mantenido a salvo de los molestos intentos de conquista de los hombres de Espar, e incluso de las miradas lascivas después de una borrachera. Sin embargo, cada uno de sus pasos tenía una gracilidad propia del agua y seguía siendo la morena belleza semielfa en la que pensaban todos los hombres del lugar cuando el insomnio los aquejaba. Envuelta en la luz de la Luna era de una belleza que quitaba la respiración.

—Yo… —Thorl Batallador solía llevar la voz cantante en cualquier reunión, y los hombres de Espar lo tenían en alta estima. En este momento sentía que debía decir algo, y continuó de una manera bastante vacilante—… os debo una disculpa, señora. Nosotros, bueno, no pretendíamos ofender, sino…

—Y no ha habido ofensa, Thorl. Ninguno de vosotros me habéis ofendido. Cualquier madre quiere a su hijo y quiere verlo llegar lejos en la vida, que sea feliz y admirado por todos. Sin embargo, yo tengo mucho miedo de que mi Florin dé un paso en falso, y cuanto más encumbrada sea su compañía, más dura será la caída. Por otra parte, no puedo y no debo andar detrás de él y espiarlo continuamente para ver todo lo que hace. Aunque nada he visto para preocuparme, me temo que pueda haber dado uno o dos pasos equivocados.

Semoor abrió las manos.

—¿Por qué «De la Noche»?

Florin se encogió de hombros.

—Fue sugerencia del rey. Dijo que sabría por qué cuando nos presentara la cédula.

—Nos está encargando una misión —dijo Islif tajante—. Id a que os maten en las Tierras Rocosas y no olvidéis presentaros a lady Winter por el camino.

Jhessail puso los ojos en blanco.

—¡Aguafiestas! ¡Un poco de entusiasmo, por favor!

Islif se enderezó, se acercó a Jhessail y desde su altura miró a la maga de pelo de fuego poniendo una cara de falsa alegría, toda dientes y ojos enormes. Inmediatamente hizo desaparecer la expresión y su aspecto volvió a ser tan adusto como siempre.

—Sooo —dijo Semoor alargando la expresión y mirando al cielo—. ¿Qué fue realmente lo que sucedió entre tú y la encantadora lady Narantha Corona de Plata durante vuestro paseíto por el bosque? Allí las noches son muy oscuras y muy frías, estoy pensando…

—¿Que estás pensando? ¿Lo sabe el divino Lathander? Podría cambiar de idea, porque eso de tener un peligroso pensador entre sus sacerdotes ordenados…

—Que te den, galante Mano de Halcón, y responde a mi impertinente pregunta.

—No sucedió nada romántico ni lujurioso —dijo Florin a sus amigos abrazando el respaldo de una silla vacía y apoyando en ellos el mentón—. Nada. Y podéis sondearme con conjuros si lo deseáis. Hermosa como es, se comportó como un basilisco casi todo el tiempo que anduvimos entre los árboles, y yo no me dejo llevar tanto por las atracciones de la carne como para arriesgarme a que me corten el cilindrín o a que me pongan una cuerda alrededor del cuello delante de todos. No creo que a los de la nobleza les guste demasiado que alguien arruine a una de sus hijas.

—A menos que sea el rey Azoun —murmuró Semoor.

—¡Silencio! —le espetó Islif—. ¡Puede que eso lo sepa todo el reino, pero sólo un tonto en busca de la muerte se atrevería a hablar de ello!

—Es cierto, Semoor —dijo Jhessail con tono admonitorio—. Trata de comportarte un día o dos hasta que tengamos la cédula real. Después, siendo ya un aventurero reconocido, puedes volver a ser el joven encantadoramente discreto de siempre.

—Después de que hayamos cruzado la frontera de Sembia —gruñó Islif—. Donde todos estemos a salvo de que tu lengua tan sagaz nos meta en verdaderos problemas.

Semoor le echó una mirada socarrona.

—¿Te preocupan los problemas reales? ¿Ahora que vamos a tener una cédula real de aventureros? ¿De qué te crees que se ocupan los aventureros reales? —A continuación puso cara de preocupado—. ¿Comportarme durante uno o dos días enteros? ¿Qué voy a hacer?

—¡Al pueblo de la villa de Espar! ¡Por orden de su Valiente Majestad Azoun, rey de todas las hermosas tierras de Cormyr, comunico que en este día tiene el placer de conceder una cédula real en este lugar y para que todos lo sepan! ¡Escuchad todos!

El heraldo de Espar estaba en buena forma. Su voz era sonora y matizada sin llegar a parecer áspera. Sin dificultad llegaba a todos los reunidos, una apiñada multitud que llenaba la plaza de la villa de lado a lado y llegaba hasta la taberna y los muros de la herrería, bloqueando por completo el Camino del Dragón.

En el Ojo Vigilante se había construido un espléndido porche nuevo para la ocasión, levantado por los mejores carpinteros del Cuerno Alto en un día, y de pie en él, junto al heraldo, sudando con cierta incomodidad al sol, estaban cuatro jóvenes esparranos, los amigos Doust Sulwood, Semoor Diente de Lobo, Jhessail Árbol de Plata e Islif Lurelake. Todos ellos eran jovencitos ociosos de escasa consideración unos días antes, pero ahora se habían transformado en objetos de gran curiosidad y de brillante aunque efímera fama. Semoor no hacía más que guiñar el ojo y sonreír, e Islif miraba a la multitud con furia como si se los quisiera comer a todos, mientras Doust y Jhessail mantenían las manos cogidas a la espalda como tratando de pasar desapercibidos.

Al otro lado de los cuatro amigos estaba lord Hezom, el regidor del rey en Espar, resplandeciente con su nuevo jubón de amplias mangas, capa corta y calzas atrevidas y brillantes. Sonreía a la multitud con genuino placer, y gran parte de la buena gente de Espar compartía sus sentimientos ya que el rey iba a pagar el festín que pronto compartirían bien regado con hidromiel y cerveza, y muchos cuyas casas daban a la plaza habían recibido ya monedas reales para renovar sus tejados y balcones desde donde los arqueros de los Dragones Púrpura montaban guardia. Otros habían alquilado hasta la última habitación de sus casas y habían dormido en sus propios establos, y agradecían fervientemente a los dioses, y a Florin Mano de Halcón, por la lluvia del dinero tan necesitado.

Más Dragones Púrpura, vestidos de paisano y tratando de no parecer incómodos por ello, estaban dispersos entre el mar de rostros, tratando de pasar por mercaderes o pastores. Compartían el espacio con Magos de Guerra empeñados en no parecer lo que eran con la ayuda de conjuros de cambio de forma. Aparentando simplemente lo que eran, había muchos espectadores: buhoneros curiosos que hacían un alto en su camino, vendedores ambulantes, granjeros delos alrededores, decenas de cortesanos de brillante vestimenta que seguían al rey a dondequiera que fuera, y hasta el último habitante de Espar capaz de caminar, correr o sostenerse sobre bastones o en una silla para ver la atracción de la temporada.

—Todos habéis tenido noticia —prosiguió el heraldo— de cómo vuestro Florin Mano de Halcón, un joven guardabosques del lugar, se topó, no lejos de aquí, con una mujer noble del reino perdida en los bosques, y galantemente la mantuvo a salvo durante días y noches y nos la devolvió. Y de cómo, cuando por fin llegaron al camino del Rey, a poca distancia de aquí en dirección norte, en el lugar llamado Hoyo del Cazador, se encontraron con una gran fuerza de asesinos que habían disparado a la guardia de honor del caballerizo Delbossan, enviados por nuestro también galante lord Hezom…

El heraldo conocía su oficio y señaló a lord Hezom con un gesto ampuloso, dando tiempo para una ovación. Los Dragones Púrpura y los Magos de Guerra mezclados entre la multitud también conocían su oficio, y lanzaron sonoros vítores con profusión, pero quedaron gratamente sorprendidos al comprobar que la verdadera aclamación provenía de las gentes que los rodeaban. El señor local gozaba de gran estima entre las gentes de ese lugar apartado ya que, al parecer, debía de ser más que un estirado regidor y una mano que imponía ciegamente la autoridad del rey, y luchó con ellos, tratando de rescatar al caballerizo herido.

Plugo a los dioses enviar a su majestad el rey por allí en ese momento ya que se dirigía a cazar ciervos, y osadamente cargó con los Dragones Púrpura hacia el bosque para matar a los bellacos que, como después se descubrió, habían llegado subrepticiamente a Cormyr con el solo y bajo objeto de asesinarlo. Florin Mano de Halcón ya estaba hostigando a los viles asaltantes armado únicamente con una espada y una daga, y él y el rey y el herido maese Delbossan se enfrentaron a ellos en gran combate, matándolos a todos menos uno, a quien el rey graciosamente le perdonó la vida. ¡Según expresión del propio rey, en la refriega Florin Mano de Halcón, personalmente, le salvó la vida!

La voz de Espar se transformó en un grito entusiasta y a este respondió un poderoso rugido. Los Dragones Púrpura apostados en los tejados empezaron a golpear los petos de sus armaduras produciendo un coro de gran sonoridad metálica para que el aplauso no decayera en un vigoroso parloteo, y el heraldo se apresuró a recuperar la atención de todos.

—Es así que, en reconocimiento de su valerosa y leal hazaña, su majestad se ha ocupado de conceder en este día, de forma totalmente gratuita, una cédula real para formar una nueva compañía de aventureros, pues esta era la única recompensa que vuestro modesto Florin deseaba para poder cumplir un sueño que albergaba en su corazón desde hacía mucho tiempo: ¡vivir una vida de aventura con estos, sus grandes amigos, que ahora me acompañan!

Hubo un breve aplauso al cual el heraldo puso fin con su poderosa voz.

—Algunos de vosotros os estaréis preguntando por qué estos destacados jóvenes, hombres y mujeres de Espar, han elegido el nombre de otro lugar en lugar de tomar el del lugar donde se criaron. ¡Algunos de vosotros han exigido saber por qué le han vuelto la espalda a Espar!

El heraldo guardó silencio apenas el tiempo suficiente para reemprender con más ímpetu.

—¡Pero todos debéis saber que ellos no han vuelto la espalda a Espar! Establecen la ley real y la tradición de larga data que ninguna banda de aventureros, independientemente de lo noble que sea, puede tomar el nombre de otra fundada con anterioridad, y Espar, cuna de leones, ya había tenido a los bravos Espadas de Espar que tan memorable actuación tuvo en la muerte del pícaro dragón Azazarrundoth que cantan los trovadores en su canción ¡Muerte al dragón! Todavía viven en el reino algunos de los integrantes de los Espadas de Espar, de modo que no puede haber una segunda compañía con ese nombre. ¡El propio rey sugirió que «De la Noche» formara parte de su nombre, y ellos aceptaron gustosos el sabio consejo real!

—Porque otra cosa hubiera equivalido a un estúpido suicidio —musitó un Dragón Púrpura apostado en un tejado al que no se oyó en medio de la enardecida ovación.

Cuando empezó a desvanecerse, el heraldo continuó.

—¡Por tradición, toda cédula debe contar con un patrocinador. Si se trata de una cédula real, el patrocinador es la Corona, pero como señal de favor real, el monarca siempre nombra a un patrocinador ceremonial. Su majestad ve con complacencia a Espar, a todos los que han servido al reino con lealtad, y a aquellos que han combatido a su lado, y por todos esos motivos ha designado a Irlgar Delbossan, vuestro propio y bien amado caballerizo, patrocinador de esta cédula!

Esto fue saludado con más aplausos que se transformaron en gritos cuando Delbossan, pálido pero sonriente, y aparentemente curado de sus heridas, salió de la puerta frontal del Ojo Vigilante al porche y ocupó su lugar junto a lord Hezom.

Ely el heraldo intercambiaron sonrisas e inclinaciones de cabeza, tras lo cual, este se dirigió a la multitud.

—Maese Delbossan, teniendo en cuenta al joven que salvó su vida y también la del rey, desea compartir sus funciones patrocinadoras y ha nombrado a…

El hombre que salió al porche entonces llevaba una armadura negra, tan lisa y mullida como el terciopelo y no hacía el menor ruido, además llevaba una mano por delante, con la palma hacia arriba, y de ella salía un ligero resplandor que emitía un destello y una especie de sonoridad musical. Se elevó un murmullo de los Dragones Púrpura y los Magos de Guerra que había entre la multitud y que habían reconocido al hombre pero no esperaban ver surgir aquella magia de su mano.

—… Piedralcón, explorador y armero de cierta fama, que ha dejado de lado sus paseos por los bosques inexplorados de Faerun para venir aquí y destacar la importancia de esta cédula real.

Hubo aplausos de admiración que se fueron disipando por el ansia de la gente cuando Piedralcón alargó su mano vacía para imponer silencio al heraldo, y en una voz que superaba en profundidad y sonoridad a la de este y que produjo eco al chocar con los frentes de las casas del otro lado de la plaza, dijo:

—Sed testigos todos de que soy portador del favor de Mielikki en este día para transferirlo a quien tanto la ha complacido: ¡Florin Mano de Halcón!

Extendió su mano refulgente y esta vez el aplauso fue una tempestad de exclamaciones entusiastas y admiradas.

Entonces Piedralcón se llevó la mano al pecho e hizo una señal afirmativa al heraldo, que dirigió al famoso explorador una mirada de admiración pero prosiguió inmutable con su discurso.

—Una noble dama del reino por cuyas venas circula sangre real, una doncella a quien Florin Mano de Halcón también rescató de las bestias en el bosque, solicitó asimismo el derecho a ser testigo de la concesión de la cédula real. ¡Pueblo de Cormyr, os presento a lady Narantha Corona de Plata, flor de su casa!

Por una de las puertas dela posada salió marchando una fila de caballeros de espléndidas armaduras de chapa que brillaban como la plata. Se fueron distribuyendo a izquierda y derecha, formando dos líneas, y entre ellos apareció lady Narantha Corona de Plata, sonriendo, con un traje blanco que brillaba con destellos plateados. Más aplausos que pronto se transformaron un gran bisbiseo de susurros entusiastas. Narantha estaba ruborizada y sin embargo mostraba una serena hermosura de la que era consciente, y una humildad que hizo que se prendaran de ella los corazones de todos los hombres presentes en la plaza.

Casi sonriente, el heraldo de Espar dejó que los murmullos continuaran algunos segundos, hasta que lo rompió de repente con su voz resonante.

—Saludemos todos al valiente héroe de la batalla del Hoyo del Cazador.

Todos lo recibieron con una profunda ovación, un gran rugido que se transformó en vítores desenfrenados cuando Florin Mano de Halcón, sonriendo un poco azorado, salió por la puerta del Ojo Vigilante y levantó una mano a modo de saludo.

Cuando Piedralcón salió a su encuentro y le apoyó en el pecho la mano reluciente murmurando unas palabras que los demás no pudieron oír, Florin quedó visiblemente sorprendido y se emocionó hasta las lágrimas.

Con el rostro bañado por el llanto, dijo algo con voz entrecortada a su antiguo tutor mientras los vítores seguían subiendo de tono en la plaza.

El heraldo esperó hasta que el griterío se hizo un poco menos intenso y entonces, con una voz que resonó como una trompeta, gritó:

—Gentes de Espar: ¡recibid a vuestro rey!

No hubo toques de cuernos, pero nadie podría haberlos oído aunque todos los cuernos de guerra del reino hubieran sonado al unísono.

Todo Espar se conmovió con el estruendo cuando Azoun, cuarto rey de ese nombre, el Dragón Púrpura por excelencia, salió al porche, y todos los allí reunidos, a imitación del heraldo por un lado, y de lord Hezom por el otro, se volvieron lentamente para mirar al rey y arrodillarse ante él.

—¿Qué cuerda ha tocado este Piedralcón?

La mirada furiosa de Vangerdahast a punto estuvo de romper el cristal de escudriñar que estaba contemplando. Ante ellos flotaba un cristal de forma ovalada, brillante e iridiscente, tan ancho como un sofá y el más grande de todo el reino. Laspeera apoyó una mano tranquilizadora sobre el brazo del mago.

—No creo que lo haya planeado, lord Vangerdahast. Advertí admiración en su voz, aunque tratase de ocultarlo. El favor divino es… el favor divino.

Vangerdahast asintió y dio unas palmaditas en la mano de Laspeera a modo de mudo reconocimiento. La joven siempre decía lo correcto. Siempre. Era una dama que superaba en gracilidad a cualquier otra dama que hubiera visto en la Corte, y era potente en su Arte que seguía perfeccionando con sorprendente velocidad. Era un verdadero tesoro.

Había sondeado su mente, sin previa advertencia, al menos dos veces al día durante los diez días que llevaba en el cuerpo de los Magos de Guerra, y nunca la apartaba demasiado de su lado. Hasta el momento, no había encontrado nada, sólo que lo divertía y le producía admiración, y ella veía en él al verdadero gobernante y salvador del reino.

Además, parecía que empezaba a tomarle el gusto a ser sondeada mentalmente. Vangerdahast se ruborizó al pensar en ello… y más todavía cuando los dedos esbeltos de la joven se posaron sobre los suyos apaciguadores.

Ninguno de los dos habló, pero siguieron contemplando juntos el cristal escudriñador. En la lejana Espar, acababa de concederse la cédula real.

El complacido grito del heraldo:

—¡Y así queda concedida la cedula real! ¡Contemplad a los Espadas de la Noche! —quedó casi ahogado por una estruendosa ovación, una ovación que no había necesitado de un gesto propiciatorio del sonriente heraldo. Tuvo que aguardar algún tiempo a que se desvaneciera lo suficiente para poder hacerse oír, ocasión que aprovechó para animar a todos de forma harto elocuente.

—¡Por el Camino del Dragón, hasta donde esperan las tiendas del festín!

Nuevas ovaciones, y la multitud se puso en marcha. La perspectiva de comida y bebida gratis puede movilizar a hombres capaces de mantener su posición ante ejércitos enemigos.

La propia mano del rey Azoun había firmado la cédula real bajo la atenta mirada de Hezom, señor de Espar, y su heraldo, mientras Delbossan y Piedralcón mantenían estirado el pergamino y tres Magos de Guerra, que habían salido sigilosos del Ojo Vigilante, permanecían de pie detrás del rey con sus varitas mágicas preparadas.

Ahora, saliendo de entre la multitud que se dirigía hacia el norte, los Dragones Púrpura, recubiertos con sus armaduras completas, formaron un sólido escudo rodeando completamente el porche.

Florin, Doust, Semoor, Jhessail e Islif permanecían codo con codo como si estuvieran haciendo frente a un enemigo. Estaban todos un poco abrumados viendo a su rey tan cerca mientras Azoun les estrechaba las manos y pronunciaba palabras de enhorabuena.

—Tengo la mayor esperanza —estaba diciendo mientras Jhessail contenía las lágrimas que pugnaban por salir— de que juntos permanezcáis y prosperéis y alcancéis grandeza, llegando a tener tanto éxito y fama como la Compañía de las Capas de Mantícora —murmullos de admiración de quienes escuchaban— ¡y de la Compañía de la Espada de la Estirpe del Troll! —los murmullos se hicieron más intensos. El rey había mencionado a aventureros que seguían siendo famosos por todo el mar de las Estrellas Caídas.

—La Corona —añadió Azoun entonces— espera que vosotros…

«Ah, —pensó Semoor, con un poco de amargura—, ahí viene».

—… hagáis por lo menos una incursión en las notables Moradas Encantadas de Estrella de la Noche e informéis de cualquier cosa que veáis allí a mi señora regente de la Estrella de la Noche, Tessaril Winter. Ella puede daros orientaciones sobre las Moradas y serviros de guía en cuestiones éticas mientras estéis dentro de su jurisdicción —sonrió Azoun—. Os deseo buena suerte, y por lo tanto os advierto que os conviene reclutar a más miembros si queréis seguir con vida mucho tiempo. Citando mi nombre y la palabra «Tathen» podéis obligar a Tessaril y a otros oficiales de la Corona a proporcionar esos miembros gratuitamente a vuestra cédula, consignándolo con tinta de grifón.

Entonces Azoun dejó sus maneras grandilocuentes y les sonrió con el gesto del muchacho despreocupado que debía de haber sido tiempo atrás.

—¡Y ahora que la ceremonia ha terminado, podemos entrar y comer!

Se volvió y entró en la posada y a punto estuvo de tropezar con lady Narantha Corona de Plata, que se puso de rodillas ante él.

—¡Majestad, un ruego, si os place!

—Veamos —dijo Azoun contemplando un rostro que parecía mucho más humilde e informal que la altanera joven que recordaba de su presentación en la corte.

—¿Qué deseáis, señora?

—Yo… majestad, ¿podría unirme a los Espadas? Bueno, como enviada especial, o algo así, pues confieso que no sé nada de armas.

—Oh, yo no diría tal cosa —musitó Delbossan, que estaba cerca para sorpresa de todos—. No cuando el arma es un estofado de conejo.

El rey miró a Narantha con expresión seria y negó con la cabeza casi con pena.

—Mi corazón se sobresalta ante la idea —dijo—, supongo que igual que el vuestro. Sin embargo, los deberes de sangre imponen obligaciones a las que no se puede faltar y por las que hay que regirse siempre. Debo prohibir, atendiendo a la sangre y a las necesidades del reino, que el nombre de Narantha Corona de Plata aparezca en esta o en cualquier otra cédula real. ¡Los Corona de Plata no tienen una provisión inagotable de hijas y no podemos correr el riesgo de perderlas en alas de la aventura!

Azoun le tendió la mano y ayudó a Narantha a ponerse de pie, tras lo cual la besó con suavidad en la frente. A continuación, con las manos de la joven todavía en las suyas, se volvió hacia los Espadas.

—Sin embargo, en el Cormyr del cual soy rey, un amigo puede cabalgar libremente con otro amigo, de modo que mantener a esta preciosa dama a salvo y lejos de vosotros, o a salvo y en vuestra compañía es una cuestión que sólo a vosotros os compete.

Los asistentes que aún quedaban dieron todos un respingo, y el rey le guiñó un ojo a Narantha y la empujó levísimamente hacia Florin.

Un momento después estaban abrazándose y besándose y una ovación desordenada se alzó en torno a ellos.

Los padres de Florin atravesaron el escudo con su propia escolta de Dragones Púrpura y tras ellos, y entre las alegres charlas que se entablaron mientras el rey abría la marcha hacia la mesa, la madre de Florin atrajo con firmeza a su hijo a un aparte y le preguntó sin rodeos, señalando con un gesto a Narantha mientras esta reía en los brazos de Doust y Semoor:

—¿Es que ahora ella es tu amiga íntima, hijo mío?

Cuando los rezagados que todavía quedaban junto al porche ahora vacío repararon en las miradas cada vez más duras de la guardia de los Dragones Púrpura y empezaron a dirigirse hacia las tiendas de las que ya llegaba una alegre algarabía, una mujer alta de rostro vulgar y vestida con el hábito de una sacerdotisa de Chauntea iba entre ellos.

Ningún Mago de Guerra había detectado magia de disfraz en su persona, ya que el hábito la cubría desde la barbilla hasta los tobillos cubiertos con botas, y su pecho y su cabeza encapuchada eran un hargaunt.

Debajo de su cobertura de carne, Horaundoon pensaba. Sí, podía sacar mucho provecho de estos Espadas. Ahora estaba rodeado de Magos de Guerra, pero más tarde empezaría a escudriñarlos.

Resultaría muy sencillo preparar un gusano mental para infiltrarse en la mente de alguno de estos tontos jovenzuelos de la espada…