Llegadas inesperadas y partidas intempestivas
Esta corte es como un matadero cuando los recaudadores reales de impuestos arriban ala ciudad: todos son llegadas inesperadas y partidas intempestivas, muchas prisas y sudores y sangre derramada.
Arl Thandaster, sabio de Aglarond,
Aglarond: una perspectiva más sabia,
publicado en el Año del Alcaudón.
El Mago de Guerra dejó de espiar tan abruptamente como si lo hubieran cortado con un afilado cuchillo.
Siseando satisfecho, Horaundoon se movió más rápido de lo que retrocede la oscuridad ante una luz brillante, teleportándose de su habitación en la posada a…
Una caverna que había usado una o dos veces antes, cerrada a cal y canto por un conjuro y olvidada desde hacía tiempo en los Picos de las Tormentas. Era la guarida de algún mago muerto que ahora servía a Horaundoon de los zhentarim como escondite y reservorio de magia.
Avanzó a ciegas pero con seguridad en la oscuridad silenciosa y con olor a humedad.
Dos pasos medidos y alargó la mano.
Sus dedos encontraron el arcón de piedra en el lugar exacto donde lo había dejado, sobre un saledizo. Las piedras destellantes seguían dentro, y cuando su luz fría se encendió en sus manos, Horaundoon avanzó siguiendo la pared de piedra y las colocó a ambos lados del espejo que había colgado allí hacía ya seis, no, siete estaciones.
Vio su imagen en el espejo, con mirada fría y confiada abrió otra caja situada en el mismo saledizo y sacó una de las piedras de sueño que contenían imágenes almacenadas por un conjuro.
Consultando una imagen en particular, Horaundoon se puso a la tarea de configurar el hargaunt que cubría su cara asumiendo una apariencia que nunca había adoptado.
Era la apariencia que había sacado de la piedra de sueño y que ahora flotaba en el aire, a tamaño real e inmóvil.
La cabeza de un hombre al que Horaundoon había matado con sus propias manos y gran satisfacción hacía años.
La cabeza real estaba ahora reducida a huesos en descomposición en algún punto de los bosques del Valle de la Daga, pero en el momento en que la magia capturó su aspecto, estaba muy viva, y pertenecía a un noble de Cormyr, un tal Lorneth Corona de Plata.
Ah, sí, Lorneth: tío de Narantha Corona de Plata, un gandul disoluto donde los haya.
—Jugador y necio, cuya necedad quedó doblemente demostrada cuando osó tratar de timar a este mago de los zhentarim —murmuró Horaundoon en voz alta. El hargaunt se removió en torno a su boca para hacer que sus propios labios se parecieran más a los otros, más delgados y siempre sonrientes del noble.
—Sí, eso es —dijo, volviendo la cabeza a un lado y a otro—. Lorneth Corona de Plata tal como era. —Miró al espejo con sonrisa feroz y luego dijo al hargaunt en voz baja—: Es la hora de los gusanos.
Se oyó un tono de aceptación, como el toque de una campanilla, y la parte del hargaunt que lo cubría como si fuera la nuca empezó a formar ondas y a oscurecerse. Observó en el espejo cómo abría una boca para dejar que algo oscuro y brillante se deslizara hasta su mano abierta.
—Sí. —Horaundoon suspiró mirando el primero de sus gusanos mentales. Realmente era hora.
Atravesó la caverna hasta el fondo, sembrado de escombros, y levantó una piedra entre los montones de roca para dejar al descubierto un cuenco en el que había un libro de conjuros que llevaba años sin consultar. Sus páginas contenían unas cuantas palabras vitales que añadir a su encantamiento de teleportación a fin de encaminarse sin dejar rastro a través de las defensas de Tessaril sin alertarlos ni a ella ni a ningún Mago de Guerra y sin ser arrastrado por el caos cercano de su Casa Oculta.
Sonrió mientras formulaba el conjuro que habría de transportarlo hasta allí.
En algunos momentos, los Magos de Guerra traidores resultaban sumamente útiles.
Iba tras ella, tenebroso, húmedo y terrible, serpenteando y deslizándose por los pasillos de reluciente mármol blanco.
Cada vez se acercaba más, con independencia de lo rápido que huyera o de la temeridad con que bajara por la escalera, atravesaba los huecos oscuros, sin fondo, entre los balcones. Iba a darle alcance, iba a…
Sintió un miedo gélido al caer de rodillas en el centro de otro salón de mármol. Tenía que ponerse de pie antes de que…
Caliente y húmedo, desbordándola, rojinegra y triunfante, ahogándola…
—¡No! —gritó Narantha cayendo en una oscuridad de bordes color rubí, cayendo…
—¡Noooo!
Se encontró jadeante, con los ojos desorbitados, en mitad de una noche de luna, oyendo el eco de su propio grito que resonaba una y otra vez en su cabeza, parpadeando al ver la habitación desconocida bajo la luz de la luna. Dónde estaba… oh. Oh, sí: la Torre de Tessaril, en Estrella de la Noche, como «huésped» forzosa.
Entonces algo se movió, en la oscuridad, más allá del espacio iluminado por la luna, y avanzó hacia ella, sonriendo.
El gusano mental que le había introducido había inducido la pesadilla, por supuesto, y la había hecho despertar bruscamente… pero no había gritado, haciendo innecesaria su capa de silencio cuidadosamente confeccionada. Hasta el momento.
Horaundoon sonrió y se fue acercando a la cama, con pasos lentos, suaves y confiados.
«Ahora veremos».
Los magos bien considerados de los zhentarim necesariamente pasaban más tiempo haciendo magia que actuando.
Pero estaba oscuro. La chica era joven y acostumbrada a no pensar más que en sí misma, y podían esperarse pocos cambios en un obstinado Corona de Plata a lo largo de los años.
Revestido de la mejor sonrisa forzada de un noble, Horaundoon se detuvo a los pies de la cama.
Era una sonrisa que ella conocía.
Narantha lo miró estupefacta. ¿Sería posible? ¿Después de tantos años?
—¿Tío Lorneth?
Él enarcó las cejas.
—¿Esperabas a alguien? Puedo marcharme.
—¡No! Yo… Tío, ¿dónde te habías metido?¡Hace años que no sabíamos nada de ti!
—He estado mu ocupado. Fue un placer enorme para mí descubrir que mis asuntos me llevaban por fin a la familia, y a alguien a quien tenía mucho cariño además. Una persona joven, hermosa y muy prometedora. Bien hallada, lady Narantha Corona de Plata.
—¡Tío! ¡Llámame Nantha, como siempre!
—¿No te has vuelto demasiado orgullosa para aceptar los nombres de la infancia? ¡Bien! Dime, Nantha ¿qué te parecería salir de este confinamiento… y al mismo tiempo saborear tus propias aventuras y, por añadidura, servir a la Corona de Cormyr?
—¡Sí! ¡Sí, sí, sí!
—Entonces levántate de la cama, ponte unas buenas botas y una ropa práctica como calzas, o mejor aún, unos pantalones de cuero y una guerrera. Nada de trajes de seda, y ven conmigo. En silencio.
Su tío le dio la espalda y se apartó de la cama realizando un gesto muy complicado.
Narantha se quedó de piedra cuando sus pies desnudos estaban a punto de tocar el suelo.
—¿Haces magia? Tío, nunca nos dijiste…
—Nunca lo preguntasteis. Algunos miembros de la familia están tan preocupados por la respetabilidad de los Corona de Plata que mantuve en secreto mi creciente dominio del Arte. Precisamente esto es lo que me hace más útil para el rey. ¡Pero no te quedes ahí sentada toda la noche, muchacha! ¡Ponte algo adecuado!
Narantha se movió con rapidez.
—Yo… vaya… lo siento, tío. ¿Es que tú sirves al rey?
—El tío Lorneth todavía puede sorprender, ¿eh? —Narantha se vestía a toda prisa, moviéndose torpemente a la luz de la Luna mientras se ponía su guerrera más resistente por la cabeza, mientras procuraba calzarse los pantalones—. ¡Tessaril va a ponerse furiosa! ¿No nos va a perseguir?
—Tessaril ya no es más el juguete del rey. Si dijera algo sobre tu desaparición, su situación se vería perjudicada. Creo que preferirá hacer como si jamás hubieras estado aquí e inventar alguna historia como que los Espadas te asesinaron por el camino para quedarse con tus joyas, y traer a alguna moza de baja estofa vestida con tus trajes para mantener la impostura y evitar ser descubierta al recibir la noticia de que tu padre estaba de camino.
—De modo que realmente viene hacia aquí. —Narantha respiró mientras se ajustaba el cinturón. Adoptó un gesto hosco—. ¡Menudo ladino!
—¿Estás lista? —preguntó su tío volviéndose hacia ella. Narantha tocó las empuñaduras de sus dagas para comprobar que estaban en su sitio, y asintió.
Lorneth volvió a sonreír, alzó una mano y un fuego azul verdoso surgió en el aire, una línea parpadeante que se curvó formando un torbellino hacia lo alto. Con la otra mano, adoptando los ademanes pomposos de un posadero obsequioso, la invitó a entrar en él.
Narantha no vaciló ni un instante.
Las cortinas de la cama se abrieron y allí estaba su Azoun.
La Reina Dragón le sonrió con aire soñoliento.
—Estaba empezando a pensar que te habías olvidado de mí. —Apartó la fina ropa de cama y le tendió los brazos largos y bien torneados.
Azoun sonrió. Dejó que su bata de noche se deslizara bajo sus hombros y que ella lo atrajera hacia su acogedora calidez.
—Ah, Fil… Fil… —murmuró acomodándose a sus familiares curvas—. Jamás podría olvidar a mi reina. Me temo que el tiempo se me pasa sin darme cuenta cuando Vangerdahast (y Alaphondar seguido de una docena de escribas) vienen a hablar conmigo, tras lo cual los escribas se me echan encima rápidamente cuando Vangey ha terminado con sus «firmad aquí», «decretad que… claro que no con esas palabras, majestad, por si esto o lo otro, es mucho mejor que uséis estas otras que acabo de escribir por vos».
—Y no paran de hablar —murmuró Filfaeril, estirándose inquieta debajo de él—. Palabras, palabras y nada más que palabras.
—Exactamente —dijo Azoun antes de sellarle la boca con un beso.
Cuando volvió a tomar aliento, después de un buen rato, fue para añadir con satisfacción:
—Tú sí que lo entiendes.
—Siempre, mi Azoun —dijo su reina—. Siempre te entiendo.
Una brisa suave pero constante que venía de las Tierras Rocosas soplaba por la Garganta del Agua de Estrellas. Bajo la luz de la Luna, esas tierras peligrosas parecían olas congeladas rompiendo sobre unos dientes gigantescos.
Al menos eso era lo que le parecía a Florin allí sentado en la extensión de hierba por encima del saliente de roca, en lo alto del lado oriental del barranco, donde dormían exhaustos los demás integrantes de su grupo. Alguien tenía que montar guardia, y el frío metal de la espada encima de sus rodillas al menos hacía que no se quedara dormido.
Volvió a mirar hacia el norte. Quienquiera que los hubiera atacado en las Moradas Encantadas andaba por ahí, y de todos es sabido que los proscritos, y las bestias que andaban al acecho, desde los trolls hasta los dragones capaces de derribar la torre del homenaje de un castillo con sus garras, se escondían en esas Tierras Rocosas. Precisamente había sido por esos legendarios peligros que el rey los había enviado allí: para hostigar, perseguir y hacerse ver, a fin de poner freno a la osadía de esos seres feroces y demostrarles que Cormyr estaba alerta y bien defendido contra sus asaltos.
No es que los Espadas de la Noche hubieran hecho un debut triunfal. Y mucho menos Florin Mano de Halcón, el valiente héroe de la batalla del Hoyo del Cazador.
Tres de sus compañeros habían estado a punto de morir, y Florin no había hecho nada por ellos, y menos aún para evitar que se metieran en situaciones peligrosas.
No era un jefe valiente en la batalla. No sabía cómo hacerlo.
Sin duda era bastante temerario, pero lo que se conseguía con la temeridad era que lo mataran a uno. Tampoco le faltaban determinación y fuerza, pero sólo para su propio gobierno.
Sin embargo, en aquellas Moradas, lugares tenebrosos y desconocidos donde decenas de hombres habían muerto, había vacilado y dudado, recorriendo aquellas estancias y pasadizos sin saber con certeza adónde ir y cómo poner a los Espadas en formación de guerra. De no haber sido por Pennae… ¿Y cómo podía saber ella qué hacer en situaciones como aquella en que había que meterse en lugares subterráneos y dispuesto a repeler el ataque de monstruos y demás? Tenía que…
Florin se puso en guardia. ¿Qué era eso?
Algo se movía en medio de la noche detrás de él. Algo oscuro y siniestro que no quería hacer ruido. Algo que se arrastraba…
Se puso de pie de un salto, dio dos rápidos pasos a la derecha, donde estaba la roca, y a su abrigo giró en redondo, sacó la espada y la rodeó, un mandoble…
Alguien dio un respingo, casi un grito para después retroceder.
—¿Florin? —susurró.
Se adelantó para ver, con la espada en alto y hacia un lado. Más adelante, el terreno formaba un pequeño valle cubierto de hierba alta y bañado por la luna, y una mujer yacía en medio, con las botas justo delante de él.
Un momento después, estaba en cuclillas a su lado, sin poder creer lo que veía.
—¡Narantha!
Lady Narantha Corona de Plata le dedicó una sonrisa insinuante.
—Mi héroe —susurró, mirándolo con unos ojos cuyo brillo eclipsaba al de la Luna—. Realmente sois un gran aventurero.
Florin hizo un gesto.
—No, estoy muy lejos de serlo. Yo…
—Florin —susurró Narantha—. Besadme, por favor.
Florin la miró y a continuación miró por encima del hombro hacia donde dormían los Espadas, a los que no veía, aunque sí oía gracias a la brisa que traía hasta él sus leves ronquidos. Entonces suspiró, envainó cuidadosamente la espada y se acercó más a ella.
—Señora —murmuró—. Estoy montando guardia, no puedo…
Narantha sonrió con expresión felina y de repente abrió los brazos apartando hacia un lado el brazo en el que Florin estaba firmemente apoyado.
La cara del guardabosques aterrizó sobre blandas redondeces que olían exquisitamente y más que oír sintió el murmullo cálido de Narantha.
—Oh, sí, sí que podéis, señor de mi corazón.
Entonces sintió que las manos de ella le acariciaban el cuello y las mejillas.
—Señor Florin —susurró—, ¿es que os tengo que rogar? ¡Por favor! —ahora sus manos tiraban de sus hebillas, y…
Florin ladeó la cabeza y trató de orar a Mielikki. Todavía trataba de encontrar las palabras adecuadas cuando unos labios cálidos, llenos de deseo encontraron los suyos. Y perdió la batalla.
El hombre que se hacía pasar por Lorneth Corona de Plata estaba sentado, tan quieto como una piedra, a la sombra de un pináculo iluminado por la Luna no mucho más arriba por la Garganta del Agua de Estrellas que la tierna escena que estaba viendo gracias a un conjuro. Sonrió de una manera muy parecida a como lo habría hecho Lorneth.
La pequeña Narantha se comportaba con naturalidad, claro que el guardabosques no se mostraba muy remiso, y tan entregado estaba en ese momento que el segundo gusano mental había pasado de la punta de la lengua de la joven a su interior sin que se diera cuenta siquiera.
Horaundoon le sonrió a la Luna en callado triunfo. Bien hecho, una noche bien aprovechada. Y sería la primera de muchas ya que ella obedecía a su voluntad gracias el primer gusano mental metido en su cabeza, y cada vez estaba más obligada a él.
Ah, con los conjuros adecuados en sus manos, un hombre paciente podría gobernar el mundo… una seducción tras otra.
—¿De acuerdo, rey Azoun? —preguntó alegre a la sorda Luna.
El amanecer había sido luminoso, y la mañana aún más. Ahora, rayando el mediodía, el sol brillaba tan implacable como la sonrisa de un prestamista.
No obstante, parecía suave comparado con la mueca altiva y helada que lord Maniol Corona de Plata dedicó a los guardias a los que salpicó de barro hasta la cabeza al sofrenar su caballo frente a la Torre de Tessaril.
—¿Dónde está Tessaril? ——les preguntó con voz destemplada lanzando las riendas a la cara del hombre que se puso delante de su montura.
La respuesta fue otra pregunta flemática.
—¿Habéis solicitado una audiencia?
Lord Corona de Plata se dejó caer del caballo con un gruñido, sin dignarse a contestar. Tenía espadas suficientes a su alrededor para ocuparse de unos cuantos guardias de la torre, y si sus hombres recordaban sus órdenes, varios arcos estarían apuntando a estas alturas a cada una de estas cabezas con yelmo.
Recuperándose de la rigidez debida a haber pasado en la montura más tiempo del que solía desde hacía tiempo, subió las escalinatas de la entrada. Dos Dragones Púrpura y dos caballeros del reino le bloquearon la entrada, pero él no se detuvo ni vaciló y los guardias optaron por hacerse a un lado un momento antes de que chocara con ellos.
—Os esperan, lord Corona de Plata. Id directamente arriba —dijo uno de los guardias cuando las puertas se abrieron por medios mágicos, permitiendo que lord Maniol acompañado de su gruñido de respuesta subiera la escalera aporreando los peldaños.
A sus espaldas oyó a los jefes de su guardia que insistían fríamente en que ellos lo acompañaban a todas partes, y unos respingos cuando apareció algo que los dejó con la bravuconada en la boca. Sin preocuparse por averiguar si habían matado a los guardias de la torre o habían sido convertidos en ranas por el hechizo de algún mago, siguió subiendo hasta que encontró el rellano lleno de nobles caballeros.
—¿Dónde está Tessaril? —les dijo con el mismo tono de antes. Lo miraron con expresión igualmente desdeñosa y en silencio señalaron la galería que había en el fondo de la planta.
Maniol se abrió camino entre ellos sin mediar palabra, sin una mirada siquiera, fijos los ojos en la solitaria mujer de negras botas de cuero de caña alta que lo esperaba allí sentada.
—¿Dónde está mi hija? —preguntó con brusquedad.
—Se ha ido —la respuesta llegó con tono tranquilo.
—¿Qué? Mujer, si me estáis mintiendo…
—Puedo entender que las mujeres hayan tenido a menudo motivos para mentiros, lord Corona de Plata —dijo Tessaril Winter—, teniendo en cuenta vuestra falta de cortesía. Lady Narantha Corona de Plata ya no está entre estas paredes, pero la Corona no la ha metido en prisión ni la tiene escondida.
Alzó una mano para señalar.
—Anoche se escabulló de un dormitorio cerrado y vigilado (esa segunda puerta detrás de vos) y huyó no sé adónde. Por sus propios medios.
—¿Y dejasteis que se fuera? ¿Con tantos conjuros y guardias y… y…?
—Señor, soy la señora regente de Estrella de la Noche, no una carcelera, y tampoco un Mago de Guerra autorizado a usar la magia a su antojo sobre un súbdito leal del reino al que no se ha acusado de ningún crimen y que no sólo es noble sino que además disfruta del favor real…
—¡Sí! ¡Es eso! ¡Azoun quiere llevársela a la cama! Vos la habéis hecho desaparecer…
—Maniol, sujetad vuestra lengua. Una cosa es ponerse hecho un energúmeno y otra muy distinta hablar de traición.
—¿Os atrevéis…? —Maniol avanzó amenazante hacia Tessaril con los puños cerrados—. ¿Os atrevéis a acusarme a mí de traición y a decirme lo que debo o no decir? ¿Sabéis quién soy, muchacha?
Unos ojos que echaban fuego se encontraron con otros llenos de calma y de firmeza.
—Sí, lord Corona de Plata, lo sé: un bravucón desagradable que es comprensible que en este momento se deje llevar por la rabia, pero que también está demostrando una gran falta de espíritu de nobleza. Los nobles saben controlarse, Maniol. Los nobles saben enmascarar sus sentimientos y sujetar la lengua y hacer lo que es correcto. Por el bien del reino.
—¡Vos, plebeya advenediza! ¡Fatua chapucera! ¡Jactándoos de un título vacío que os habéis ganado dejando que el hombre que se hace llamar «rey» os visitara tres veces a la semana! ¿Cómo osáis darme lecciones a mí, un verdadero Corona de Plata, sobre lo que es o no es ser noble? ¡Por todos los dioses, esto supera todos los límites! Yo…
—Seguís traspasándolos, Maniol Corona de Plata, con cada palabra que largáis. ¡Vuestra frase «hombre que se hace llamar rey» es una clara traición, y no estoy dispuesta a escuchar más cosas por el estilo! ¡Lanzad denuestos contra mi si queréis, culpad a mis guardias, porque lo haréis justamente! ¡Estoy avergonzada y responderé ante el rey por ello, pero ahorradme esas palabras irreflexivas que pueden costaros la cabeza!
Se puso de pie y lo miró, cara a cara, nariz contra nariz.
—¡Estoy tratando de evitar que lleguéis demasiado lejos, idiota! —dijo entre dientes—. ¡No habléis más de traición!
Maniol la miró con desprecio, lanzándole a la cara su furioso aliento.
—¿O haréis… qué? —preguntó.
—U os arrancaré la bragueta con todo lo que hay detrás y os lo meteré todo en vuestra bocaza —le dijo Tessaril mirándolo fijamente para demostrarle que no le tenía ningún miedo— y eso antes de romperos todos los dedos, vestiros de mujer y enviaros de vuelta a casa atado a las mulas de un buhonero y con una pancarta que diga: «Este necio habló de traición ante Tessaril Winter».
Se encogió de hombros.
—O tal vez les daría orden a mis altos caballeros de que os cortaran la lengua y os llevaran a latigazos por todo el reino hasta vuestra fortaleza y os decapitaran allí, ante los vuestros, que es como la ley sigue disponiendo que se trate a los nobles a los que se considera traidores.
Corona de Plata respiraba rabioso y sus ojos echaban chispas de ira y de desesperación al darse cuenta de que, tal vez, había hablado de más y eso le traería consecuencias.
—O podría consideraros un padre furioso al que el amor y la preocupación por su hija hubieran hecho cometer imprudencias, un padre que ha prestado buenos servicios al reino durante años y que sólo necesita descansar, comer y tiempo para calmarse —añadió Tessaril—. Así después podemos pensar que es lo mejor que podemos hacer por lady Narantha Corona de Plata, dondequiera que se encuentre.
El suspiro angustioso de Maniol Corona de Plata se convirtió en un gruñido.
—¡Son esos malditos Espadas, que los dioses confundan! —dijo con los ojos centelleantes.
Tessaril meneó la cabeza.
—No. Los tenemos muy vigilados.
—¿Los tenemos?
Tessaril señaló y lord Corona de Plata se volvió a mirar. Nada menos que Laspeera Naerith, la Maga de Guerra, estaba detrás de él, en un rincón que hubiera jurado que estaba desierto un momento antes. Lo miró con gesto inexpresivo, por encima de dos varitas que tenía apuntadas directamente hacia él.
—Nosotras —aclaró Tessaril—. A las dos nos preocupaba que lord Maniol Corona de Plata, un caballero del reino tan valioso y respetado, pudiera en un momento de ira hacer alguna tontería, como hablar de traición o atacar a una regente del rey.
Maniol sintió la mano de Tessaril, fría y suave, sobre la suya. Se volvió hacia ella, desasiéndose de su contacto. Estaba tan próxima a él como antes. Sus pechos casi se tocaban.
—Escuchadme, lord Corona de Plata —dijo Tessaril—. Narantha no está con esos aventureros, de lo cual deberíais estar muy pero que muy agradecido, y ellos no han hecho el menor intento de entrar en contacto con ella ni de venir aquí.
—¡Seré yo el que me ponga en contacto con ellos! ¡Yo! ¿Dónde están?
—No, lord Corona de Plata —le dijo Tessaril—. No haréis tal cosa. Reuniréis a vuestros hombres, a todos, sin dejar ni uno solo detrás «por error» y os volveréis a casa. Si vuestra hija no ha sido encontrada mañana, antes de que el Sol esté alto, los Magos de Guerra empezarán a buscarla por todo el reino. No voy a permitir que grupos armados anden por Estrella de la Noche buscando problemas.
—¡No estaré buscando problemas —protestó Maniol Corona de Plata—, sino aventureros!
Ella sonrió abiertamente.
—¿Acaso no son la misma cosa?
Los ojos del noble cambiaron de expresión, su cara de furia se disipó.
Se transformó en una sonrisa forzada y a continuación se dio media vuelta y jurando salió como un basilisco.