Los problemas viajan hacia el norte
Y cuando por fin el príncipe Rarvarrick llegó a la Puerta Temida y llamó a ella con su poderoso puño, iniciando una estruendosa serie de golpes resonantes, se abrió una diminuta puerta dentro de la puerta, y por ella asomó una cabeza sin cuerpo que flotaba en el aire en contra de lo que suele pasar con la mayoría de las cabezas cortadas y así le habló: «Llegas demasiado tarde, oh poderoso príncipe. Porque debes saber que el enemigo al que buscas ha volado debo decirte que “los problemas viajan hacia el norte”. Interprétalo como quieras, porque siendo como soy una cabeza sin cuerpo, me da igual lo que me suceda».
Thaele Summermore,
Las juergas del osado príncipe Rarvarríck,
publicado en el Año del Libro Mágico.
—Que el favor del Señor de la Mañana sea con nosotros —entonó con dignidad el patriarca del templo. Luego Charisbonde se reclinó en la más alta de las ornamentadas sillas de la alcoba de tono rosado.
—Y bien, vosotros dos —dijo con voz menos formal—. ¿A que se debe tanta prisa?
—Noticias de unos aventureros que están a punto de llegar a Estrella de la Noche —empezó Claerend.
—Nos lo acaba de decir Maglor —intervino Hamdorn.
Charisbonde echó una mirada al hombre que estaba sentado a su lado. Myrkyr Estandarte Brillante del Templo le devolvió la mirada y a continuación adelantó el cuerpo para preguntar:
—¿Los Espadas de la Noche?
—¡Sí! —Claerend pareció más aliviado que sorprendido por el hecho de que los dos sacerdotes que dirigían la Casa de la Mañana ya conocieran la existencia de los aventureros—. El boticario dijo que eran… unos indeseables. Que el rey les había otorgado una cédula real para librarse de ellos, y que los había enviado aquí para hacer una limpieza en las Moradas Encantadas.
—Y que todos en Estrella de la Noche debíamos estar alertas ante posibles robos y cosas peores cuando estuvieran aquí. —Añadió Harndorn.
Charisbonde y Myrkyr se miraron e hicieron un gesto afirmativo.
—Hermanos —dijo el patriarca Charisbonde con dulzura—. Os pediría que no dierais pábulo a las palabras del boticario. Sirve a Zhentil Keep y cuenta lo que le dicen que cuente.
—Entonces… —Claerend carraspeó, preparándose evidentemente para lo que iba a decir a continuación—. ¿Entonces por qué no lo hemos denunciado hace tiempo? Esa asociación es tan siniestra que merece ser expulsada de nuestra comunidad, y cuanto antes mejor. Podemos abastecer a todo Evenor a la mitad del precio que él cobra, eso sin contar con que su ungüento, o ese paliativo del dolor, podrían estar envenenados para cumplir con los oscuros designios de los zhentarim.
—¿Al menos hemos comunicado a la Corona su alianza? —Hamdorn parecía ansioso. El patriarca asintió.
Myrkyr se frotó el bigote, lo que quería decir que estaba escogiendo cuidadosamente las palabras.
—Estamos esperando el momento oportuno —le dijo a Claerend—. La violencia siempre acarrea cosas nuevas, pero al Señor de la Mañana lo complacen más los comienzos nuevos y espléndidos.
El patriarca Charisbonde Sirviente Leal se removió en su asiento.
—Una cosa os puedo prometer —dijo poniéndose de pie para indicar que esta interrupción de sus plegarias de media mañana había llegado a su fin—. Nuestras manos u otras no tardarán en poner coto a las actividades de Maglor.
—Sería preferible —dijo Islif con tono definitivo—, que vosotros dos, par de santurrones juerguistas, no cabalgaseis juntos en el día de hoy y nos librarais así de vuestras acostumbradas bromas y despreocupados comentarios. Por lo menos hasta que conozcamos mejor a nuestros nuevos amigos.
—De acuerdo, Liff —dijo Semoor rápidamente—. Aquí Clumsum sólo quiere decirme una cosa.
—Y prefiero que tú también la oigas —le dijo Doust a Islif en un murmullo—. Esto nos concierne a todos, y la prudencia y…
—Limítate a decir lo que has venido a decir —dijo Islif tajante en el mismo tono que él.
—Bueno, creo que nosotros dos deberíamos rogar a nuestros respectivos dioses para que nos guíen.
—¿Con respecto a…? —El tono de Islif era frío—. Supongo que no trataréis de decidir adónde deben ir los Espadas y lo que deben hacer en función de lo que, supuestamente, os digan vuestros dioses.
—¡No, no! Sólo solicitaremos orientación sobre los objetivos y naturalezas verdaderos de nuestros… nuevos miembros.
Islif y Semoor asintieron al mismo tiempo, incluso antes de que Doust añadiera:
—¡Por nuestra propia seguridad!
—Estrella de la Noche tiene uno de los templos de Lathander más importantes de todo el reino —dijo Semoor lentamente—. Yo ya tenía intención de presentarme allí para orar y solicitar consejo. Hay quienes dicen que la Casa de la Mañana es un remanso demasiado tranquilo, que ya no arde en ella el «verdadero fuego» de Lathander, sea esto lo que sea, pero allí el culto lo dirige Charisbonde Sirviente Leal, y el santo Lathander no ha permitido a muchos de los ungidos tomar un nombre tan osado en su consagración.
Islif lo miró con expresión grave.
—¿Y cómo piensas pedirle consejo sin informarlo de que tienes sospechas sobre nuestros nuevos miembros? Teniendo en cuenta que aun cuando esas dudas carezcan de fundamento, dejar que un sumo sacerdote las conozca (si es que se digna escuchar lo que dice un simple novicio de los yermos de Espar portador de un símbolo sagrado casero) puede hacer que parezcan reales. Si él o su congregación tratan a alguno de nosotros con desconfianza, el daño estará hecho. Un daño sin fundamento e imposible de reparar. Debes ser muy, pero que muy cuidadoso.
—Pero tú no crees que nuestra preocupación sea infundada, ¿verdad?
—No —murmuró Islif dedicándoles a ambos una mirada larga y franca—. Yo no.
—¿Entonces qué, muchacha? ¿Has venido a reñirme por no haberte llevado a mi cama anoche? ¿O a decirme que alguien me ha preparado una comida? ¿Que una mascota real se ha quedado coja? ¿O se trata de algo importante?
—No, lord Vangerdahast. —Laspeera miró al mago real con cierta coquetería—. Simplemente me presento ante vos, tal como ordenasteis.
Mostró entonces la mano que llevaba escondida detrás de la espalda.
En ella tenía un platillo de cebolla con hongos y queso fundido.
—Lo he robado de la cocina para vos. Para evitar que os desploméis de hambre antes de llegar a la Cámara del Unicornio, donde Samdanthra servirá una comida para que vos la comáis aunque yo tenga que vigilaros con un látigo de piel de toro en la mano.
Vangerdahast miró a su ayudante favorita con expresión ceñuda.
—¿Robando víveres? ¿Has estado hablando otra vez con la reina Filfaeril?
—No, señor, lo que acontece tras las puertas de palacio no es de mi incumbencia —fue la respuesta falsamente inocente de Laspeera, que estudiaba con suma atención el techo de yeso recargado de ornamentos.
—Ah, pero lo es, muchacha. Sabéis muy bien que lo es —Vangerdahast olisqueó el queso y le dio un mordisco cauteloso antes de devorarlo como un león hambriento—. ¡De modo que —consiguió decir entre bocado y bocado—, espero tu informe!
Laspeera inclinó la cabeza con cortesía.
—Tengo el placer de informaros que el asunto de Hammerfall parece estar avanzando hacia una conclusión satisfactoria. La situación de Goldsword sigue más o menos igual, pero estamos a vueltas con un palafrenero y esperamos que confiese. Teníais razón sobre Ruirondro; Velra y Straekus están trabajando en ese momento en unas visiones oníricas realmente espeluznantes para darle un susto apropiado. Hemos pensado que preferiríais eso antes que un juicio.
—Pensasteis bien —gruñó Vangerdahast—. ¡Sangre de dragón, me paso medio día observando a uno solo de los traidores habituales y vosotros montáis todo esto! Sabéis que prefiero estar al tanto de todo.
—Sí, y nos preocupa que podáis perder dedos en eso.
—Ja, ja. El problema de las muchachas de lengua larga es que pocas veces se resisten a sacarla de paseo. ¿Te traes algo más entre manos?
—Sí, lord Vangerdahast. Pusisteis a Braelrur y Daunatha a vigilar a los Espadas de la Noche. Pues bien, a partir de anoche son cuatro más, debidamente inscritos en la cédula real y cabalgando al lado de los héroes elegidos por el rey.
—¡Dragones! ¿Quiénes son? ¿Algún indicio de que estuviera preparado de antemano?
—Nada en absoluto por lo que respecta a los esparranos. Sin embargo, nos preocupa que alguno de ellos, o incluso los cuatro, sean miembros o agentes de diversas camarillas nobles, de los zhentarim o de rateros sembianos.
—Desde que el vicetesorero real Aliss Thondren inventó el término (hace de ello unos dos siglos, señor), los rateros son bandas sembianas o incluso gremios formales que tratan encubiertamente de controlar los asuntos de Cormyr, y que con demasiada frecuencia buscan influencia en el reino mediante sobornos, chantajes y otros medios a funcionarios, o incluso nobles.
—Vaya —gruñó Vangey, mirándose los dedos y chupándolos para aprovechar el resto de queso que quedaba en ellos—. Como si un sembiano se comportara de forma diferente. A esas bandas ya se las llamaba «bandas» en mis tiempos.
Se levantó de la silla en la que se había dejado caer.
—Estoy de acuerdo en que deberíamos averiguar más cosas sobre ellos. Que Belthonder y Omgryn se pongan a ello. Lo que están haciendo ahora puede esperar. —Se dirigió a la puerta—. ¿Has dicho la Cámara del Unicornio?
—Sí, lord Vangerdahast —dijo Laspeera con una reverencia, pero Vangey giró en redondo.
—Basta ya de eso —le soltó irritado—. Voy a pensar que soy uno de esos nobles de pacotilla. ¿Y quiénes son esos cuatro oportunistas tan —rápidos como una centella?
—Señor, todos jóvenes humanos, dos hombres y dos mujeres. Los hombres son Agannor Plata en Bruto y Bey Manto Libre, mercenarios, y las mujeres son Martess Ilmra, conocida como Susurra Conjuros, y Alura Durshavin, a la que llaman Pennae. Supongo que no habréis oído hablar de ellos.
—¡Ah, claro, es que nuestro Mago Real es un zoquete que va por la vida sin prestar atención a las cuestiones del reino y a las gentes que lo habitan! Pues da la casualidad de que sí he oído hablar de las dos chicas… y que hace algún tiempo envié a Delavaundar y Marlegast por separado a enterarse de todo lo relativo a las dos.
Laspeera lo miró de reojo, retadora.
—¿Y?
—Todavía están haciendo sus averiguaciones, pero, por lo que recuerdo, me dijeron que la tal Pennae es una adoradora de Máscara, y una ladrona consumada: robo acrobático de balcones en su mayor parte. Martess es una de esas muchachas que vinieron a Suzail ansiando aprender el Arte, pero sin conjuros o tutor propios, y trató de ganarse la vida con su cara bonita mientras buscaba ambas cosas. Se llama Susurra Conjuros por su falta de conjuros, por supuesto, aunque según tengo entendido ha sonsacado un puñado de ellos a magos viejos y solitarios que necesitaban que les calentaran los pies; probablemente coincidió con Pennae en una taberna de algún punto de la ciudad. De modo que, chica lista, ¿qué puedes decirme que yo ya no sepa?
Laspeera sonrió.
—En cuanto a las chicas, vais muy por delante de Braelrur y Daunatha. Lo que sí hicieron fue interrogar sobre los chicos a alguna gente de Waymoot, esta mañana. Lo que oyeron parece indicar que Plata en Bruto y Manto Libre son simples espadachines. Son de trato fácil, un poco violentos, pero no unos asesinos despiadados, y más proclives a la vagancia y a la bebida que a una vigilancia responsable. Provienen de las tierras altas de Sembia y vinieron a parar a estas tierras haciendo algunos trabajos de poca monta, nunca durante demasiado tiempo con un patrón: transporte de paquetes valiosos, escoltas de caravanas y guardaespaldas.
Vangerdahast soltó un gruñido.
—Mantenme informado cuando averigües realmente algo. Voy a la Cámara del Unicornio. —La puerta se cerró de golpe y su voz llegó desde el otro lado—. Ah, muchacha.
—Sí, lord Vangerdahast.
—Gracias.
Unos dedos incitantes se deslizaron otra vez por su muslo.
—¿Lord Florin?
Florin volvió a parpadear, incómodo una vez más.
—N…no, no soy lord, ni creo que lo sea jamás. Soy un guardabosques.
«Y favorito de Mielikki», lo que sonaba fantástico. Si supiese lo que significaba realmente… ¿Acaso era… era Mielikki la Dama de Verde?
Florin volvió a ver esos ojos azules y oscuros que sólo por una vez lanzaron un destello plateado. Habría estado mirando aquellos ojos hasta su último suspiro. No había quedado ni rastro de ella a la mañana siguiente, y ni en El Anciano ni en Luna y Estrellas sabían adónde había ido, aunque todos dijeron que eso no era raro en ella… ni siquiera sabían dónde vivía ni a qué se dedicaba.
—Flo… rin —le susurró al oído una voz traviesa—. ¡Me sorprende, pero estáis medio dormido esta mañana! ¿Estáis pensando en algo que queráis compartir? ¿Nada de nada?
Florin volvió a parpadear. Trató firmemente de dejar de lado, por ahora, el recuerdo de los ojos azules y oscuros en los que podría sumergirse para siempre, y se propuso mirar a Pennae con toda atención… y se encontró mirando la pechera desatada de su corpiño de cuero. Otra vez.
Se sonrojó y corrigió la dirección de su mirada y los ojos que vio eran de un marrón muy oscuro, socarrones, por encima de una sonrisa que sólo podía describirse como felina. Realmente ronroneaba, y Florin recordó divertido el gato que solía llevar sobre el hombro la señora regente Winter.
—Parecéis muy dada al coqueteo, Alura —dijo midiendo sus palabras.
Ella frunció los labios.
—Oh, llamadme Pennae, por favor.
Florin escudriñó el bosque, colocó la mano que le quedaba libre sobre la empuñadura de su espada, que era lo que correspondía, comprobó que tenía bien sujetas las riendas con la otra, alzó la barbilla y dijo para los oídos de su montura.
—Me seguís pareciendo una coqueta, Pennae. —Esperó una respuesta y como todo lo que obtuvo fue una risita entre dientes, añadió—: ¿Por qué razón?
—Oh, Florin, ¿no tenéis idea de vuestro aspecto? Todo lo que se habla de vos: «el hombre que por sí solo venció a docenas de proscritos para salvar la vida del rey».
Florin dudó entre poner los ojos en blanco o devolverle a la pequeña seductora con cara de elfa una mirada fría y decirle que dejara ya toda esa palabrería. Seguía dudando todavía cuando alguien tuvo una arcada cerca de su codo, el codo del lado de Pennae.
A los sonidos de falsas arcadas les siguió una voz femenina familiar que preguntaba en voz alta:
—¿Acaso las ladronas de Arabel se especializan en burdas seducciones? ¿O en comedias baratas? Esas son las lisonjas más descaradas e hilarantes, del tipo «ven aquí, grandullón» que he oído en meses.
Lady Narantha Corona de Plata hábilmente había introducido su caballo entre Florin y Pennae. Dejó de ridiculizar a la arabelana apenas el tiempo suficiente para hacerle un guiño a Florin, puso los brazos en jarras y se volvió otra vez hacia Pennae, que estaba ciega de ira, pero estupefacta e indecisa, y continuó.
—Vaya, si habéis oído hablar tanto sobre Florin Mano de Halcón, ¿cómo es que no sabéis que es el predilecto de una diosa? ¿Realmente pensáis que podéis eclipsar a la Dama del Bosque? Porque si así es ¡creo que estáis demasiado loca como para ser una Espada de la Noche! Si, en cambio, vuestra pequeña actuación sólo pretendía entretenernos a los demás, me disculpo sin reservas porque ha sido brillante. Es posible que Florin, personalmente, la encuentre un pelín de mal gusto, pero para los demás ¡ha sido tan hilarante que a punto he estado de hacerme pis!
Si Pennae tenía alguna respuesta preparada se perdió en la estruendosa ovación de Agannor y Bey que apoyaron con entusiasmo la alocución de Narantha desde la primera fila de la marcha, y de Semoor, que, desde la retaguardia, se puso de pie en los estribos de su caballo, rio a carcajadas y se dio palmadas en el hombro como hacen los Dragones Púrpura cuando hacen chocar las espadas contra la hombrera de su armadura.
Para cuando el clamor se hubo extinguido, Pennae ya había dominado su ira lo suficiente como para dedicar a Narantha una sonrisa aparentemente sincera y preguntar con desenfado:
—¿De modo que os gustó?
Lady Corona de Plata le respondió con buenas maneras y le hizo algunas bromas tontas que consiguieron que las dos mujeres pronto se estuvieran riendo juntas sin problema. Florin, no obstante, observó que Pennae lo miraba pensativa durante la conversación que tuvo lugar a continuación y, cuando se produjo una pausa, rápidamente miró por encima de Narantha para hacerle una pregunta directa.
—¿Es cierto que sois el predilecto de Mielikki? Es decir, ¿qué significa eso exactamente?
Florin la miró, preguntándose qué decir. Si decía la verdad entonces daba por tierra la defensa contra ella que acababa de proponer Narantha. Pero si mentía, corría el riesgo de despertar la ira de Mielikki y quién sabía qué oscuras consecuencias podía tener eso. Oh, diantres. Tendría que elegir sus palabras con mucho cuidado para confundir y engañar sin incurrir realmente en falsedad.
Y lo mejor era comenzar con una plegaria a la diosa, por si acaso.
—Oh, Señora del Bosque —murmuró—, perdonadme…
La Reina Dragón de Cormyr cerró la puerta del guardarropas detrás de sí y pasó el cerrojo. Ese cerrojo antiguo, repujado y con peso suficiente para parar a una docena de Dragones Púrpura durante uno o dos minutos, era el motivo por el cual ese frío y oscuro guardarropas revestido de mármol era el favorito de la reina entre todas las instalaciones de esa ala del palacio, aunque ella nunca hablaba con nadie de sus preferencias.
A decir verdad, odiaba el techo alto, poblado de arañas, y el duro asiento del guardarropas. Pero sí que le gustaba la razón por la cual esa habitación era su lugar favorito de esparcimiento: la puerta secreta del muro que estaba junto al asiento y que daba, atravesando el grueso muro exterior de piedra del palacio, a la parte trasera de un diminuto patio en lo más profundo de los Jardines Reales protegidos por altos setos. Un lugar donde estaban reunidas las estatuas y urnas rotas y caídas de antaño, apoyadas contra los muros del palacio para que los pájaros las mancharan y las hojas muertas se acumularan sobre ellas. Un laberinto de bancos de piedra en desuso y fuentes para que se bañaran en ellas los pájaros, todo oculto tras el ruinoso invernadero. En todos los años que Filfaeril llevaba visitándolo, jamás había visto un solo jardinero. Había oído voces desde varios invernaderos situados en el extremo más alejado del alto e impenetrable seto, pero nadie molestaba aquí a su reina ni sabía siquiera de su presencia allí.
Y si podía confiar en Bastón Negro en lo relativo a los poderes del collar que había sacado de un bolsillo interior y se había puesto antes de salir por la puerta secreta, ni siquiera Vangerdahast ni ningún otro Mago de Guerra podían saber de su existencia. Ella era temporalmente invisible a todos sus conjuros y escudriñamientos.
Dio unos cuantos pasos hasta un determinado asiento de piedra resquebrajado, se sentó con un gracioso movimiento de faldas, y puso la mano en la cabeza de un león de piedra que estaba junto al banco, medio oculto a la vista entre la vegetación.
Casi de inmediato Filfaeril sintió un cosquilleo familiar bajo su mano, y desde un remoto lugar de Faerun llegó a su mente la voz de Khelben Arunsun.
¿Sí, Señora de Cormyr?
—Me han llegado noticias de dos magos en el norte del reino de los que me gustaría saber más. ¿Quién es Amanthan de Arabel?
Un buen hombre. Fue uno de mis aprendices hace no mucho tiempo. Demasiado tímido y bondadoso como para llegar a ser un líder o para tener mucho que ver con el poder o andar politiqueando por ahí. Seguirá oculto tras sus altas murallas y trabajando en conjuros mientras Faerun se lo permita.
—Bien, ¿y quién es Susurro?
Un zhentarim que habita en subterráneos en las Tierras Rocosas. No le faltan ingenio, ambición ni malicia, pero su Arte es mediocre como mucho. Tiene a su cargo la supervisión del comercio controlado por los zhent a través de vuestro reino y más hacia el norte, a través de las Tierras Rocosas y el Anauroch. Vangerdahast tiene conocimiento de él, y vuestros Magos de Guerra lo vigilan de una manera bastante descuidada. Resiste la vigilancia, por supuesto.
—Por supuesto, como todos nosotros.
Así es, señora. Como todos nosotros.
Horaundoon había perdido casi toda la mañana esperando a un buhonero cuando tenía demasiada prisa para llegar a Arabel como para detenerse en Waymoot, desviarse en Dhedluk hacia Immersea, y atravesar dando saltos una región más llana y más segura pero mucho más transitada para tomar el Camino de Calantar desde allí a Immersea.
Por fin había llegado uno, en la persona de Peraegh Omliskur, comerciante en esencias y artículos varios. Al parecer había una nueva fragancia que causaba furor entre las damas acaudaladas y aspirantes a nobles de Cormyr, y las matriarcas de Arabel estaban tan dispuestas a enloquecer como las de cualquier otro sitio. Más aún, ninguna dama puede tener nunca suficientes sedas, afeites y brillo de uñas, y Omliskur había estado esperando una carga valiosa que le permitiera pagar los costes de fletar una o dos carretas de esos productos suntuarios, es decir, de primera necesidad, hacia el norte. Por eso estaba aquí ahora, con sus grandes caballos de tiro sin aliento y exhaustos, enriqueciendo al criador de caballos Tirin al vender los suyos a precio de saldo y pagar el doble por los de refresco a fin de hacer que el viaje de su carga a través de Estrella de la Noche fuera más rápido y cómodo.
No es que el zhentarim hubiera esperado ocioso. Con la ayuda del hargaunt, Horaundoon había pasado la mañana bajo la forma de una anciana arrugada, buscando trémulo una manera de llegar a Arabel «¡pasando por la Casa de la Mañana de Estrella de la Noche, donde debo orar sobre la tumba de mi abuela, que el Señor de la Mañana la bendiga!». Había ofrecido dinero más que suficiente para compensar lo que el buhonero Omliskur había perdido con los caballos, para que este se mostrara encantado y ansioso de llevarlo hasta Estrella de la Noche y además le diera cierta privacidad en una carreta atestada de cofres y que para colmo no dejaba de dar saltos.
Horaundoon iba agazapado entre bultos de todo tipo, encogido para no acabar con la cabeza partida por las altas pilas cuyas bridas de sujeción gruñían y se estiraban a cada salto, formulando el único tipo de conjuro de escrutinio que se atrevía a intentar con tanto Mago de Guerra como seguramente habría vigilando en todo momento a los Espadas con sus propios conjuros.
En lugar de tratar de encontrar y observar a los aventureros que cabalgaban por el camino por delante de él, se dedicó a observar un punto del camino que conocía, y a esperar que pasaran por allí.
Y ahí estaban. Los vio llegar cabalgando. Él…
Iban rodeados por tonalidades irisadas.
Horaundoon lanzó una maldición y desactivó su conjuro de inmediato. Alguien estaba observando a los Espadas desde lejos, y alguien más estaba usando la magia para detectar a cualquiera que tratara de escudriñarlos. Ese alguien se había percatado del escrutinio de Horaundoon, aunque esperaba que no hubiera tenido tiempo para rastrearlo o identificarlo.
Lo esperaba.
—A Estrella de la Noche —dijo con voz ronca. Incansable, el hargaunt se removió por su cara haciendo literalmente que su piel se arrastrara.
Horaundoon suspiró y se dispuso a, bueno, a disfrutar del largo y movido viaje a Dhedluk y de ahí a Estrella de la Noche, y sin usar nada de magia por el camino.
Y, como de costumbre, el hargaunt empezaba a producir escozor.
El Sol empezaba a caer hacia el oeste, próximo al final del día siguiente, cuando los Espadas de la Noche llegaron al pequeño puente que marcaba el comienzo de Estrella de la Noche y donde un solitario Dragón Púrpura montaba guardia a la luz de un farol, parando a todos los viajeros.
—¿Espadas de la Noche? —preguntó el hombre espiando por las rendijas de su anticuado yelmo a todos los jinetes que había en el camino—. ¿Estos sois todos?
Bay Manto Libre, que era el que estaba más cerca, era un hombre de pocas palabras, pero Agannor, sonriente, lo saludó con una inclinación de cabeza desde su montura y le aseguró que los que tenía ante sí eran todos los Espadas de la Noche que jamás habían existido en Faerun.
—Bien —respondió el guardia—. Seguid por este camino y atad vuestros caballos en la torre de Tessaril. Es un edificio de piedra con un gran porche en el frente. Lo más parecido a una torre que tiene Estrella de la Noche, es decir, hasta que lleguéis al templo. La torre está dos edificios más acá del Bock, es decir, de la Posada del Bock Solitario, en el cruce donde este camino se encuentra con la carretera entre Tyrluk y Arabel. No vayáis a otra parte, pues la señora regente de Estrella de la Noche ha dictado una citación judicial sobre vosotros.
Agannor lo miró atónito.
—¿Que ha dictado qué?
—Según la ley de la Corona, debéis ir directamente a verla, sin demora y sin desviaros a otra parte.
—Bien —dijo Agannor imitando al hombre. Reemprendió el camino y todos los siguieron.
Dos guardias los esperaban en el porche de la torre. Se encargaron de sus cansadas cabalgaduras y señalaron el interior.
—Sala de audiencias. Ahora. Os esperan —fueron sus palabras.
En el interior había otro Dragón Púrpura que los esperaba en el fondo de la antesala. Junto a él había una puerta abierta y él la estaba señalando. Los Espadas siguieron adelante.
—Me siento como si me estuvieran arreando —le dijo Jhessail a Martess en voz baja mientras atravesaban la puerta. Allí había una mujer solitaria sentada tras un escritorio. Se puso de pie para saludarlos con una sonrisa. El pelo rubio ceniza le caía como una cascada sobre los hombros y de pie era tan alta como Islif, aunque de constitución más delgada. Dominaba la habitación del mismo modo que el rey había dominado la posada cuando habían cenado con él.
—Son todos iguales —le susurró Narantha a Florin mientras se acercaban y se detenían formando un grupo incómodo, frente a Tessaril—. Con ojos como puñales.
La señora regente cruzó los brazos y les dedicó una sonrisa que no se extendió a sus ojos.
—¿Vuestra cédula real, por favor? —solicitó con tono agradable.
Florin volvió a despojarse del peto para sacarla y Tessaril la cogió y leyó los nombres en voz alta, uno por uno, alzando los ojos para ver quién respondía. Cuando hubo terminado, se volvió a Narantha—. Parece que vuestro nombre no figura —dijo.
—Soy lady Narantha Corona de Plata. No soy una Espada de la Noche, pero viajo con ellos por sugerencia personal del rey.
Tessaril sonrió.
—Si no recuerdo mal —dijo—, las palabras exactas de su majestad sobre mí fueron: «Puede daros orientaciones sobre las residencias y serviros de guía en cuestiones éticas mientras estéis dentro de su jurisdicción». Y lo que dijo sobre vos fue: «Debo prohibir, atendiendo a la sangre y a las necesidades del reino, que el nombre de Narantha Corona de Plata aparezca en esta o en cualquier otra cédula real, y además en el Cormyr del cual soy rey, un amigo puede cabalgar libremente con otro amigo, de modo que mantener a esta preciosa dama a salvo y lejos de vosotros, o a salvo y en vuestra compañía es una cuestión que sólo a vosotros os compete», algo menos contundente y firme que sugerir que viajarais con ellos. Por lo cual, como persona noble que algún día podría estar al frente de los Corona de Plata, y que por lo tanto es de gran valor para el reino, debéis alojaros conmigo, en los aposentos para huéspedes de mi torre, y no junto con los Espadas en la posada o en campo abierto, que lo mismo da, ni entrar en las Moradas Encantadas con ellos.
Narantha se irguió, echando chispas por los ojos.
—Y estoy segura —añadió Tessaril con su voz más meliflua— de que entendiendo como entendéis vuestro deber para con el reino, la importancia de vuestra propia reputación y lo que significa realmente ser noble, no se os ocurriría ni por un instante desobedecer, rechazar o discutir siquiera con uno de los regentes del rey.
Alguien entre los Espadas presentes rio con disimulo, alguien que sonaba sospechosamente como Pennae.
Tessaril no dio muestras de haber oído esa manifestación, pero desplazó la mirada de la furiosa Narantha al resto de ellos.
—Como Mano con Guantelete del Trono del Dragón en Estrella de la Noche, debo mantener el orden. Esto implica estar siempre alerta contra los peligros y disputas en mi dominio que, en un momento dado, pudieran arder como la yesca y transformarse en algo peor. Por lo tanto, no debe sorprenderos que os mantenga vigilados. No dudéis en acudir a mí en busca de asesoramiento cuando lo necesitéis, ni en informarme de cualquier cosa que consideréis que debo saber —abrió las manos—. ¿Queréis hacerme partícipe de vuestros planes inmediatos, por favor?
Narantha miró a Florin, que dio un paso al frente y sostuvo la mirada de Tessaril.
—Señora regente Winter, no tenemos el menor deseo de ganarnos vuestra enemistad. Os comunico que nuestra intención verdadera es dirigirnos al norte de la villa y entrar en las Moradas Encantadas, como sabéis sin duda que el rey nos ha encargado que hiciéramos. Si podemos, haremos una limpieza, aunque me temo que esa es una tarea que puede superarnos. ¿Nos aconsejáis que nos alojemos en la posada?
—Así es —dijo Tessaril con una sombra de sonrisa—. Allí os esperan.
Se dirigió a la puerta.
—Os deseo buena suerte. Informadme si tenéis intención de abandonar Estrella de la Noche, o si sois testigos de algo que pueda afectar a la seguridad de Cormyr.
—¿Dragones, un ejército, ese tipo de cosas? —preguntó Semoor con insolencia.
—Ese tipo de cosas —respondió Tessaril con una levísima sonrisa diciéndoles adiós con la mano desde la puerta.