APÉNDICE

EL BORGES ORAL

En 1955, tras haber padecido ocho operaciones de cataratas, Borges pierde la vista casi totalmente. Tiempo después, al hablar de su ceguera, la define como un lento crepúsculo que ha durado más de medio siglo.

En efecto, el destino le negó el don de la vista, pero no el de la clarividencia, que se reveló en el niño miope, inteligente y lleno de curiosidad, cuya infancia transcurrió en la biblioteca de su padre. En esos libros aprendió a entender mejor y a imaginar mejor un mundo que cada vez veía peor.

Hace ya casi un cuarto de siglo que la ceguera de Borges le impide leer y escribir. Pero su memoria, su instinto de la forma y capacidad de improvisación le permiten dictar como si escribiera. Hay, sin embargo, diferencias y similitudes entre el Borges que habla y el que escribe. En ambos discursos encontramos la misma hondura, la misma calidad imaginativa y riqueza de ideas, la misma belleza y sencillez de expresión. En su lenguaje oral, no obstante, se percibe otro calor comunicativo, otra soltura y espontaneidad, que no siempre fluye del texto elaborado.

Refiere Silvina Ocampo que cuando lo conoció a Borges, dos rasgos le llamaron la atención: su ingenio oral (más fluido y directo que el escrito), y su gran timidez. Cada vez que hablaba, aunque hubiera diez o doce personas, siempre elegía a una sola de ellas a quien se dirigía. Nunca pudo hablarles a varios o a todos a la vez.

Años después, en tiempos difíciles y apremiado por necesidades económicas, en 1949, a pesar de su invencible timidez, Borges dio su primera disertación pública en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Con los ojos cerrados y las manos entrelazadas, habló sobre Hawthorne. Confesó que «había pensado en voz alta», que no le gustaban las conferencias y que previamente se había dado ánimos con un guindado.

De ahí en adelante, Borges comenzó a tolerar, gustar y hasta buscar al público. Pero no un público abstracto que compra centenares, miles de ejemplares de sus libros, sino un público tangible, audible y —para él— casi visible. Su mejor público, sus mejores interlocutores, siguen siendo, desde sus tiempos de profesor de literatura inglesa, los alumnos, a quienes intenta hacer entender y amar los temas que enseña. Por eso prefiere hablar de dar clases y no conferencias.

En junio de 1978, Borges dictó en la Universidad de Belgrano un cielo de cinco clases que abordaron un variado espectro de temas: «El libro, La inmortalidad, Swedenborg, El cuento policial y El tiempo». Cuando le preguntaron por qué había elegido temas sin conexión, contestó: «Son temas que se relacionan con intimidad, temas que han atareado mi pensamiento».

En los minutos previos a una de estas disertaciones y a su salida al escenario del salón de actos, luego de entonarse con una copa de vino, Borges explicaba en el camarín la forma en que percibía su comunicación con el público: «Antes de empezar a hablar, si siento que se establece con la gente una transmisión de pensamiento —mejor dicho, una transmisión de sentimiento— entonces sale bien la conferencia. Y si logro pensar en voz alta, estoy dando una buena conferencia».

Quienes asistieron a este ciclo pueden hoy atestiguar la gran capacidad de Borges para lograr esa cálida comunicación que permite a cada espectador sentirse único y solo, tan único como si Borges sólo se dirigiera a él, como si lo hubiera elegido como único interlocutor entre todos los presentes.

Pese a la diversidad de estas disertaciones, los testigos de este Borges oral descubrieron su capacidad de trasmutar lo íntimo en percepciones universalmente compatibles (que no otra cosa es la creación artística). Supieron que cuando Borges habla de sí mismo y se interrumpe con citas y juicios literarios, no está haciendo digresiones, sino que habla de algo inherente a su persona; entendieron qué poca diferencia hay entre los que más íntimamente le afecta y sus convicciones y preferencias de carácter general.

Quienes lo escucharon personalmente pudieron comprobar que, al igual que en su obra escrita, Borges es inevitablemente sincero, honesto e imaginativo. Oyendo estas cinco clases, presenciaron cinco creaciones instantáneas memorables. Al transcribir aquí las grabaciones magnetofónicas, sólo han desaparecido algunos tropiezos, baches y algunas vacilaciones. Para mantener su frescura oral, quedaron algunos giros, ciertas enfáticas reiteraciones y —desde luego— sus esplendores verbales, poéticos o filosóficos.

Martín Müller

SEMBLANZA BIOGRÁFICA

Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Tanto por la rama paterna, Jorge Guillermo Borges, como por la materna, Leonor Acevedo Suárez, desciende de militares que participaron en las luchas por la independencia hispanoamericana y por la organización nacional argentina.

Por influencia de su abuela paterna inglesa, Francés Haslam Arnett, en su hogar se alternaba el inglés con el idioma español. A los 7 años escribe su primer relato,«La visera fatal», y un texto en inglés sobre mitología griega. A los 8 años traduce «El príncipe feliz» de Oscar Wilde. Por esa época entra en el cuarto grado de la escuela primaria, ya que su instrucción se inició en su casa con una institutriz inglesa. En 1914, con su hermana Norah, dos años menor que Borges, la familia se traslada a Europa y se instala en Ginebra, donde los niños prosiguen sus estudios. En 1919, la familia viaja a España, donde se radica en Mallorca.

En 1921 regresan a Buenos Aires, y Borges redescubre con entusiasmo su ciudad. El mismo año funda con sus amigos la revista mural «Prisma», y en 1922 la revista «Proa». En 1923 publica «Fervor de Buenos Aires», su primer libro de poemas. Al año siguiente se convierte en un ocasional colaborador de la revista «Martín Fierro». Desde esa época, enferma de los ojos, sufre sucesivas operaciones de cataratas y pierde casi por completo la vista en 1955.

Desde su primer libro hasta la publicación de sus «Obras completas» (1974) transcurrieron cincuenta años de creación literaria, con que Borges compensó su crepúsculo de medio siglo escribiendo o dictando libros de poemas, cuentos y ensayos, admirados hoy en el mundo entero.

Desde ese compendio de 1974, Borges siguió dictando y publicó ocho libros: en 1975, «El libro de arena» (cuentos), «La rosa profunda» (poemas) y «Prólogos»; en 1976, «La moneda de hierro» (poemas) y «Qué es el budismo», con Alicia Jurado (ensayo); en 1977, «Historia de la noche» (poemas) y «Nuevos cuentos de Bustos Domecq», con Adolfo Bioy Casares y en 1979, «Obras Completas en Colaboración».

En su suave tránsito hacia la sombra, la vida de Borges registra una triple devoción por su trabajo, por su familia y por sus amigos. Pocos datos más completan su semblanza biográfica. Su padre, que también vivió ciego los últimos años, muere en 1938. Su madre, a los 99 años, muere en 1975.

Hoy, todavía, las palabras dichas o escuchadas, los viajes y las caminatas siguen alimentando su felicidad.