11: La tapa se resquebraja

11

La tapa se resquebraja

Los nudillos de Fylo dieron en el blanco, en una esquina ennegrecida de la transparente cubierta. Un agudo chasquido resonó en las paredes del pozo, y el impacto reverberó en la brillante plataforma sobre la que este se encontraba. La tapa no se rompió. El gigante volvía a echar el puño hacia atrás cuando de improviso lanzó un grito de alarma al sentir que el provisional suelo se disolvía bajo sus pies. Con un alarido, se precipitó al abismo.

Kester oyó gritar a Agis.

—Lo tengo.

Una silueta negra parecida al trinquete de La Víbora Fantasma apareció justo debajo del gigante, bien tensada sobre el foso y cada punta sujeta con un resistente cristal de cuarzo; pero Fylo atravesó la sombra sin detenerse, perdiéndose bajo su oscura masa.

El juramento de Agis resonó en las paredes de la caverna, y luego la inútil red se disolvió. Kester vio cómo el gigante intentaba aferrarse con pies y manos a las escarpadas paredes, abriéndose profundas heridas en palmas y pies. Uno de los cristales se desprendió, enviando una reluciente lluvia de luz roja y plateada pozo abajo.

Finalmente, Fylo llegó a una sección más estrecha del foso y consiguió detenerse. Permaneció colgado sobre el abismo, respirando atropelladamente y con las extremidades apretadas a ambos lados del foso. Una vez recuperada la serenidad, levantó la cabeza y clavó la mirada en Tithian. Uno de los ojos era todavía mucho más grande que el otro, pero lentamente las dos órbitas empezaron a volver a la normalidad, al igual que los otros defectos faciales ocasionados por los desechos.

—¡Tithian mentiroso! —gruñó Fylo, iniciando la larga ascensión—. ¡Prometió sujetar Fylo!

—Fue un error —respondió el rey. Estaba sentado en un enorme cristal a unos siete metros por debajo de la tapa de cristal, a la altura de la plataforma sobre la que había estado Fylo. A su alrededor pendían cráneos abandonados de sarams, cada uno cubierto con el transparente rostro parecido a una máscara de un desecho—. ¿Qué iba a ganar dejándote caer?

—Si puedes hacer flotar un barco, puedes proporcionar a Fylo un lugar sobre el que mantenerse en pie —refunfuñó Agis, lanzándole una mirada colérica desde su percha en lo alto del foso—. Lo dejaste caer a propósito.

—Estás dejando que tu ira piense por ti —le espetó Kester. La mujer se había colocado a medio camino entre los dos, donde resultaría fácil interceder si su disputa degeneraba en un combate abierto—. Tu rey quiere salir de aquí tanto como nosotros. Si dice que fue un accidente, lo fue.

—Tithian no comete esa clase de equivocaciones —insistió Agis—. Debió de pensar que el golpe de Fylo había agrietado la tapa. Es por eso que dejó caer al gigante.

—No puedes saber lo que Tithian pensaba, a menos que estuvieras utilizando el Sendero con él en lugar de hacer tu trabajo —dijo Kester. Hizo una pausa y señaló la cubierta de cristal del pozo, a la que la luz previa al amanecer empezaba a teñir de verde—. Si vosotros dos no trabajáis unidos, jamás saldremos de aquí antes del amanecer, y si dejas que Mag’r hunda mi nave porque no tenemos esas puertas abiertas, no tendréis que mataros el uno al otro. Yo lo haré por vosotros.

Cuando el noble dejó de protestar, Kester se volvió a Tithian.

—¿Puedes proporcionar a Fylo un lugar firme sobre el que colocarse o no?

—Es más pesado de lo que pensé —respondió Tithian.

—Ya lo imaginaba —dijo Kester, meneando la cabeza afirmativamente—. Tendremos que encontrar otra forma de salir.

—¿Como cuál? —inquirió Tithian.

La tarek arrugó la gruesa frente, al tiempo que se frotaba distraídamente la piel del cuello. La acción desprendió una pequeña lluvia de finas escamas, que se perdieron en la oscuridad a sus pies. La mujer apartó inmediatamente la mano de la garganta, al recordar que hasta que no se hubiera recuperado por completo de las heridas infligidas por los desechos, rascarse era una mala idea.

Tras unos momentos de meditación, Kester empezó a descender por la pared del foso, balanceándose de un cristal a otro con sus larguísimos brazos.

—Si no podemos ir hacia arriba, podemos intentar ir hacia abajo —dijo.

—¡No! ¡No debes! —exclamó Sona, la mujer de nariz chata que había actuado como líder nominal de los desechos. Flotó hasta Kester para impedir su descenso—. Los huesos de los animales sacrificados reposan allí abajo. No puedes molestarlos.

Kester contempló a Sona con precaución, recordando la terrible angustia que los espíritus le habían provocado nada más caer en el interior del pozo.

—¡Fuera de mi camino! —ordenó.

—No, Kester —dijo Agis—. Debemos respetar los deseos de Sona. Estoy seguro de que Fylo puede hacer pedazos esta tapa, si Tithian le proporciona un lugar resistente sobre el que colocarse. —Dirigió una mirada glacial al rey.

—¿De cuántas cárceles has escapado? —preguntó Kester al noble, enarcando una ceja.

—Jamás he visto el interior de una prisión —respondió este, sorprendido—. ¿Por qué?

—Porque yo he escapado de docenas. Deja que sea yo quien piense —respondió Kester—. Hemos de aprovechar cualquier oportunidad que tengamos, e incluso así puede que no podamos salir.

—Ahí abajo no hay nada que te pueda ayudar —insistió Sona—. Sólo perturbarás lo que debiera dejarse descansar.

—Gracias, pero echaré una mirada por mí misma —dijo la tarek.

—¡Es demasiado peligroso! —protestó Sona—. Los animales…

—Son un montón de huesos viejos. No me impedirán encontrar una forma de salir de aquí —se mofó la mujer y extendió el brazo en dirección al siguiente cristal.

Sona se lanzó al frente y cerró la boca alrededor de la muñeca de Kester. Un dolor abrasador recorrió hasta el hombro el grueso brazo de la tarek, y sus dedos se cerraron contra su voluntad. El puño chocó contra el cristal al que iba a agarrarse, y sólo se salvó de caer al vacío sujetándose a otro con la mano libre. Un olor hediondo subió hasta la nariz de la mujer, y cuando bajó los ojos vio que una pútrida mancha verde surgía de debajo de los labios del espíritu.

—¡Quítame esta cosa de encima! —aulló, levantando el brazo dolorido en dirección a Agis.

—Ya te has salido con la tuya, Sona —dijo el noble—, estoy seguro de que Kester ha cambiado de planes.

—¡Y un ojo de vari! —siseó la tarek, apretando los dientes para resistir el dolor—. No pienso dejar que me impida mirar. Si no encontramos una forma de salir, moriremos de todos modos.

El noble se encogió de hombros.

—En ese caso no puedo ayudarte —dijo—. Esto es el hogar de Sona, y debemos hacer lo que ella dice.

—¡Serpiente traidora! —aulló Kester, ascendiendo en dirección a Agis—. ¡Por el nombre de mi barco que te arrancaré los brazos y te golpearé con ellos hasta que mueras!

—No puedes razonar con él, Kester —intervino Tithian—. Cuando se trata de cuestiones de honor, realmente es un patán testarudo. —El rey introdujo la mano en su morral—. No obstante, quizá pueda sugerir un compromiso.

Tithian sacó un par de jaulas de hierro conectadas por una gruesa cadena. En el interior de las diminutas prisiones se encontraban las cabezas sin cuerpo de dos hombres, con los cabellos sujetos en largos moños. Una tenía la piel cetrina y las facciones hundidas, mientras que la otra estaba grotescamente abotargada, con los hinchados ojos tan inflamados que no eran más que negras y estrechas aberturas.

—¡Sacha, Wyan! —exclamó Agis. Miró a Tithian y exigió—. ¿Dónde has tenido escondidos a estos dos desdichados?

—Eso no es de tu incumbencia —contestó Tithian—. Pero a lo mejor podríamos hacer que levitaran hasta el fondo del pozo. Podrían buscar una ruta de escape sin perturbar los huesos, y luego volver a informamos. De esa forma, sabríamos si hay algo de razón o no en esta discusión.

—Antes preferiríamos verte morir aquí —dijo la cabeza abotargada mientras pasaba una larga lengua gris por la barbilla—. Al menos te convertirías en una comida decente.

—Sacha tiene razón —asintió la otra cabeza—. ¿Qué te hace pensar que te ayudaremos?

Tithian extrajo una llave del morral. Las dos cabezas callaron al momento, los ojos fijos en el diminuto pedazo de hueso tallado.

—Estoy dispuesto a poneros en libertad —dijo Tithian—. Después de todo, ya no existen motivos para que sigamos siendo enemigos.

—Tu personalidad es motivo suficiente —se mofó Sacha.

—Podemos pasar por alto su carácter, si nos deja salir de aquí —protestó Wyan—. ¿Pero qué me dices de Borys? Por lo que recuerdo, te indicó que no nos dejaras salir jamás de estas jaulas.

—Creo que ya sabéis lo de Borys —repuso Tithian—. Como lo sé yo ahora. Me podríais haber ahorrado muchos inconvenientes si me hubierais dicho que mentía.

Una sonrisa cruel arrugó los labios de Sacha.

—¿Y estropear nuestra diversión? —preguntó—. Contemplar cómo jugabas a ser rey-hechicero era demasiado divertido.

—Además, ¿acaso nos habrías creído? —inquirió Wyan—. Tenías que descubrir la verdad por ti mismo.

—¿Entonces nos ayudaréis? —quiso saber Kester, cada vez más molesta por el dolor abrasador de su brazo.

—Lo harán —respondió Tithian, abriendo las jaulas—. Si Sona está de acuerdo con mi sugerencia.

El espíritu soltó el brazo de Kester y se alejó flotando, tras dejar una desagradable tira de carne putrefacta en la tarek, allí donde sus labios se habían posado.

—Mientras tengan cuidado de no tocar ninguno de los huesos —dijo—. De lo contrario, todos los presentes en este pozo tendrán motivos para lamentar nuestro compromiso.

Las dos cabezas salieron flotando al exterior nada más abrirse las puertas de sus jaulas, y se dejaron caer al abismo al instante, como si temieran que Tithian fuera a cambiar de idea y decidiera devolverlas a sus celdas.

—¿Estás seguro de que podemos confiar en esos dos? —preguntó Kester, contemplando con una mueca de desagrado la veloz huida de la pareja.

—No confío en ellos en absoluto —respondió Tithian mientras colgaba las jaulas vacías de un pequeño cristal—. Pero si no regresan, sabremos que han encontrado una salida.

Esta última frase hizo que Sona arrugara la frente.

—Si no regresan, será porque han perturbado a los huesos —dijo, regresando a su percha. El espíritu entrecerró los ojos para mirar a Agis, y añadió—: Hasta entonces, sugiero que trabajéis para mantener vuestra promesa. Ya sabéis lo limitada que es la paciencia de los niños.

Agis bajó la vista hacia Tithian.

—Si fracasas otra vez

—No lo haré —interrumpió el monarca. Devolvió al noble la mirada con un atisbo de dolor en sus ojos—. La forma en que me tratas no tiene ninguna justificación —dijo—. En especial si se tiene en cuenta lo que pensaba ofrecerte, si no se hubieran malogrado mis esperanzas de convertirme en rey-hechicero.

—No lo habría querido —respondió el noble.

—¿De verdad? —inquirió el rey—. ¿No habrías estado interesado en una oferta de vida?

—Para que esa oferta tuviera algún valor, tendrías que haberme amenazado en primer lugar —replicó el noble—. No esperarás que pueda sentirme agradecido por eso.

Tithian sonrió paciente.

—Claro que no —respondió—. Pero me malinterpretas. Me refería a ofrecerte la vida en un sentido diferente, en el sentido de vivir para siempre.

Agis entrecerró los ojos.

—Ahora no es momento para juegos. Y deberías conocerme lo suficiente como para saber que no puedes comprarme con tales tácticas.

Una sonrisa torva apareció en los finos labios de Tithian, y chasqueó la lengua en dirección al noble.

—Tan desconfiado como siempre —dijo—. No es ninguna sorpresa que nuestra amistad haya sido siempre tirante.

—Nuestras relaciones han sido tirantes porque tú eres un mentiroso y un ladrón —argumentó el noble.

—Y un asesino, también —añadió Tithian—. Pero jamás te he traicionado.

—¿Y qué me dices de cuando abandonaste tus deberes para con los ciudadanos de Tyr? —arguyó Agis.

Tithian puso los ojos en blanco.

—Siempre has depositado demasiado valor en los banales instrumentos de las apariencias —se burló el monarca—. Hablo de vida sin fin, y tú te sientes más preocupado por unas pocas promesas que hicimos a un puñado de exesclavos y mendigos.

—Es cierto —dijo Agis, sin la menor vacilación—. Y en llevarte ante la justicia.

—Se acabó la discusión —intervino Kester. Levantó los ojos hacia los verdes tonos que se filtraban a través del techo de cristal—. Pensad en la tarea que nos ocupa. Si hemos de ir a abrir esas puertas antes de que Mag’r hunda mi barco, será mejor que esta intentona sea la buena, o tendremos que confiar en que Sacha y Wyan encuentren un túnel allá abajo. —Miró a Sona y le mostró los dientes en una mueca de desafío.

El trío aguardó en silencio mientras Fylo finalizaba su ascensión, luego Kester indicó al gigante que esperase cerca de Tithian. Agis presionó la punta de un dedo contra la transparente cubierta del pozo y cerró los ojos, al tiempo que trazaba un amplio círculo. Una línea negra apareció en el reluciente cuarzo para destacar el dibujo trazado.

Kester hizo un gesto de asentimiento a Tithian, quien cerró los ojos y pasó la mano por encima del agujero. Una tabla de energía psíquica apareció sobre el lugar por el que había pasado la mano, anclada directamente en la base de dos enormes cristales. La plataforma era casi tan ancha como alto era el rey, y cambiaba constantemente de un color traslúcido a otro.

Fylo contempló la plataforma con cautela, y luego adelantó un pie sobre su superficie. La tabla se pandeó bajo su peso, despidiendo siseantes chispas azules bajo su talón. El gigante se retiró a los cristales a los que había estado aferrado.

—¡Más sólido! —ordenó.

Tithian abrió un ojo y lanzó una mirada furiosa al gigante.

—Lo haré; pero debes ser rápido. No puedo aguantar tu hinchada carcasa durante mucho tiempo. —El rey volvió a concentrarse en la plataforma, que adoptó finalmente un opaco color rojo granito y dejó de brillar.

Al mismo tiempo, el círculo que Agis había trazado sobre su cabeza empezó a llenarse, adoptando un profundo color negro. Volutas de helada niebla se arrastraban bajo él, retorciéndose como bailarinas callejeras del mercado elfo.

—¡Ahora, Fylo! —exclamó Agis, pálido ya por el esfuerzo de mantener el dibujo del círculo en contra de las oleadas de poder místico que fluían de la tapa de cristal.

Lanzando una mirada de desconfianza al rostro de Tithian, el gigante subió a la plataforma y se agachó con la mano cerca de la cadera. Llenó los pulmones de aire, aspirando con fuerza, y clavó los ojos en el negro círculo creado por Agis. En el interior del círculo no habría ningún vestigio de la magia que fluía por el resto de la tapa de cristal e impedía que se rompiera.

Fylo soltó un potente grito y lanzó los nudillos directamente al centro del círculo. Un tremendo estampido resonó por todo el pozo, y la mano del mestizo rebotó en la superficie. La plataforma bajo sus pies no se tambaleó en absoluto, ni tampoco se rompió la tapa.

—¡Cobarde! —chilló Tithian, abriendo los ojos—. ¿Es eso todo lo fuerte que puedes golpear?

Fylo le dedicó una mueca e hizo ademán de decir algo, pero Kester se lo impidió.

—No le prestes atención —dijo, y observando que el cuerpo de Agis empezaba a temblar por el esfuerzo de mantener el círculo abierto, añadió—: Vuelve a intentarlo, Fylo. Esta vez sabes que la tabla no se hundirá, de modo que puedes golpear aún más fuerte.

El gigante desvió la mirada de Tithian, y apretó el otro puño.

—¡Fylo romper tapa! —prometió.

Los nudillos del mestizo se estrellaron contra el cristal. Agudos chasquidos y detonaciones sonaron por las paredes del foso, seguidos de un alarido de júbilo del gigante. Sobre la cabeza y hombros de Fylo empezaron a caer pedazos de cristal, que luego rebotaron en dirección a Kester y Tithian. La tarek se cubrió la cabeza y notó cómo varios fragmentos rebotaban en sus antebrazos, abriendo una serie de profundas heridas en su grueso pellejo. Al cabo de un momento, el pozo se llenó de un lírico repiqueteo producido por el choque de los pedazos contra las oscuras paredes del foso.

Kester sintió cómo una fresca brisa descendía sobre su cuerpo y miró a lo alto. Descubrió una rotura en forma de estrella en el centro del negro círculo situado sobre la cabeza del noble, lo bastante grande para que un hombre —o un tarek hembra— pudieran pasar por ella. Desiguales haces de la mortecina luz que anuncia la llegada del amanecer penetraron en el pozo, iluminando el fatigado rostro de Agis con un enfermizo resplandor verdoso. Pero para su desesperación, Kester también pudo distinguir unos cuantos hilillos de luz solar flotando en el cielo.

Los desechos empezaron a abandonar sus puestos sobre los amarillentos cráneos para lanzarse en tropel a través de la abertura como una bandada salvaje, riendo entre dientes y gritando a todo pulmón con enloquecida alegría mientras huían al aire libre. Incluso a través de la tapa de cristal, el repugnante y malévolo tono de sus voces ahogadas puso la piel de gallina a Kester.

—¡Una vez más, Fylo! —instó mientras trepaba hacia la salida—. Es bastante ancha para que salgamos nosotros, pero no para ti.

El gigante dirigió una veloz mirada a Tithian, de cuya cola de largos cabellos castaños caía ahora un continuo hilillo de sudor. El rey dedicó al mestizo un gesto afirmativo y volvió los ojos, casi saltando de las órbitas por el esfuerzo, hacia la plataforma. Fylo echó la mano atrás para asestar un nuevo golpe.

Un par de voces conocidas sonaron entonces desde algún punto situado bajo sus pies.

—¡No os vais a ir sin nosotros! —declaró Wyan.

—Deberías saber que no se puede jugar con nosotros, Tithian —añadió Sacha—. ¡Te lo enseñamos todo!

Los rostros cetrinos de Sacha y Wyan surgieron por debajo de la plataforma. Pasaron flotando junto al puño de Fylo y se quedaron suspendidos cerca de su cabeza, lo que impidió que descargara un nuevo puñetazo.

—Apartaos —dijo Tithian—. ¡No Íbamos a marchar sin vosotros!

—¡No nos mientas! —siseó Sacha.

La cabeza cerró los dientes sobre uno de los prominentes lóbulos de Fylo y empezó a tirar, arrancando un alarido de dolor al gigante. Wyan mordió el otro lóbulo, tirando también de él. Para evitar que le arrancaran las orejas, el mestizo se vio obligado a girar en círculo.

—¿Qué creéis que estáis haciendo? —exigió Tithian.

—¡Deteneos de inmediato! —ordenó Agis.

Las cabezas respondieron tirando con más fuerza todavía. La sangre empezó a manar por los costados de la cabeza de Fylo, y este tuvo que girar sobre sus talones para mantener el ritmo de sus atacantes. El gigante empezó a dar manotazos a diestro y siniestro, pero sólo le sirvió para golpearse la propia cabeza más que las de ellos.

Aunque Kester no comprendía el motivo de su violento ataque, no dejó que ello le impidiera reaccionar. Sacó una daga del arnés de su pecho y la arrojó contra la cabeza abotargada. La hoja dio en el blanco, hundiéndose hasta la empuñadura. Sacha lanzó un juramento por entre los apretados dientes, pero no cayó muerto, ni soltó al gigante.

Kester miró a Tithian, estupefacta al comprobar que su daga no había acabado con la cabeza.

—Son tus cabezas. ¡Haz algo!

—¿Qué quieres que haga? —respondió el rey—. ¿Dejar que se desmorone la plataforma?

La mujer levantó los ojos hacia Agis y encontró al noble en difícil equilibrio sobre el extremo de un cristal. Intentaba extender un brazo para arrancar una de las cabezas de las orejas de Fylo, que se encontraban en aquellos momentos más o menos a su altura. Por encima suyo, el círculo negro que había creado empezaba a volverse gris lentamente. Pero aún, la magia de la tapa de cristal fluía por las grietas abiertas por Fylo, y la abertura en forma de estrella empezaba a cerrarse sola.

—¡Agis, no! —gritó Kester, señalando el negro círculo.

El noble levantó los ojos hacia la mancha cada vez más grisácea, y luego, sin un momento de vacilación, dirigió de nuevo su atención al gigante. Intentó agarrar a Wyan por el moño y no lo consiguió por cuestión de centímetros.

Las dos cabezas torcieron bruscamente las barbillas hacia un lado, asestando un terrible tirón a las orejas de Fylo. El mestizo giró en redondo a toda velocidad, y uno de sus pies resbaló fuera de la plataforma. Durante unos instantes, se balanceó precariamente a punto de caer, mientras Kester sacaba otra daga de su arnés.

Sacha y Wyan dieron un nuevo tirón a sus barbillas, y Fylo cayó de la plataforma. Se desplomó de espaldas, con un grito confuso que resonó por todo el pozo. Las dos cabezas soltaron finalmente sus orejas y se precipitaron a la salida.

Kester lanzó la daga, y esta atravesó la mejilla de Wyan; pero aparte de desviarlo temporalmente de su camino, no tuvo el menor efecto. Agis estuvo a punto de caer de su soporte en un intento de atraparlas, pero esquivaron sus peligrosas acometidas y se deslizaron por la abertura junto con el pequeño chorro de desechos rezagados.

—¡No dejes que se cierre, Agis! —aulló Kester, señalando a la abertura.

El noble buscó con la mirada a Fylo durante unos segundos; luego se enderezó y extendió el brazo para tocar el círculo cada vez más gris. Cuando empezó a oscurecerse y la grieta dejó de cerrarse, Kester lanzó un suspiro de alivio. Sólo entonces volvió la mirada en dirección al fondo del abismo para ver qué había sido del gigante.

Fylo yacía en la zona más estrecha del pozo en la que había quedado encajado antes, con la ensangrentada punta de un afilado cristal sobresaliendo de un hombro. Su mirada era vidriosa y vacía, aunque por el movimiento rítmico de su caja torácica al respirar era evidente que había sobrevivido.

Kester sintió que se formaba un nudo en sus estómagos gemelos. Si conocía a Agis, era seguro que su preocupación por el estado del gigante interferiría con las pocas posibilidades que tenían de abrir las puertas a tiempo de salvar La Víbora Fantasma.

La voz de Tithian rompió el incómodo silencio.

—¡Debiera haber hecho que Borys los arrojara a las calderas de Urik! —gritó, empezando a ascender dejando atrás el cristal donde el refulgente rostro de Sona aún seguía aferrado a un cráneo amarillento—. ¡Debiera haber hecho que Fylo pisoteara sus caras hasta que los huesos se convirtieran en polvo!

Cuando el monarca llegó a su altura, Kester preguntó:

—¿Por qué han hecho esto tus cabezas? No tiene sentido.

—¡Son unos traidores ingratos! —gruñó Tithian, sin apenas detener su ascensión.

—La adulación no te ayudará ahora —se mofó Sacha desde lo alto del pozo.

La cabeza atisbaba a través de la abertura, y Kester pudo ver que la daga había desaparecido de su sien, dejando en su lugar una herida seca de contornos grisáceos.

—Cierto —añadió Wyan, que seguía con el cuchillo alojado en la mejilla—. Ya hemos decidido a quién vamos a dejar salir… y a quién no.

La tarek se irguió y empezó a subir al instante empleando sus poderosos brazos para impulsarse de un cristal a otro con facilidad. Cuando llegó junto a Agis, no se detuvo siquiera el tiempo suficiente para asomarse y sujetar los bordes del agujero. En lugar de ello, se limitó a saltar desde el cristal más alto, lanzando los larguiruchos brazos hacia arriba a través de la abertura para luego apoyar las manos sobre la helada piedra del exterior.

La tarek se impulsó fuera de la grieta, apenas capaz de hacer pasar las amplias espaldas por la estrecha abertura. Los afilados bordes arañaron y rasgaron su piel, pero aún más insoportable fue el dolor de su pecho cuando intentó hacerlo pasar. A pesar de ello, mediante una decidida combinación de contorsiones y tirones, el enorme torso no tardó en salir al otro lado de la tapa.

No se veía el menor rastro de Sacha y Wyan. Kester tuvo menos problemas para hacer pasar las caderas por la abertura, y no tardó en encontrarse encima de la cristalina superficie. No fluía ningún tipo de magia en la zona de la tapa protegida por el círculo negro de Agis, de modo que la superficie bajo sus pies resultaba tan sólida como el granito. El borde del pozo estaba a un simple salto de distancia, y unos centímetros más allá yacía la daga que había atravesado la sien de Sacha.

Kester giró en redondo despacio, en busca de las cabezas. El cielo brillaba ahora con todo el esplendor del amanecer, proyectando una deslumbrante luz amarilla sobre el suelo. La tarek descubrió a Sacha y Wyan flotando bajo el puente de Sa’ram, donde ni siquiera sus largos brazos podían alcanzarlos a menos que primero cruzara una amplia extensión de reluciente cristal. El resto del recinto estaba desierto. Incluso los desechos habían marchado ya, aunque sus risitas enloquecidas seguían llegando por encima de los muros de cristal. No se escuchaban sonidos que sugirieran que el ataque joorsh se había iniciado, y la tarek se aventuró a esperar que Mag’r no hundiera su nave antes de que ellos pudieran abrir las puertas.

—Voy a enviar a Tithian ahora —se oyó la voz de Agis surgiendo de la estrecha abertura bajo sus pies—. Vigílalo bien y mátalo si intenta cualquier cosa.

Las delgadas manos del rey salieron por la estrecha abertura y empezaron a buscar un punto de sujeción sobre la fría piedra. Kester lo agarró por las muñecas y tiró. Mientras salía por la grieta, los afilados bordes del pozo dejaron sobre su cuerpo un rastro de rojas erosiones.

—¡Eh, que yo no tengo la piel dura de un baazrag! —siseó Tithian, aferrando el morral contra el pecho con la barbilla para evitar que el paso por la estrecha abertura se lo arrancara—. Ten cuidado.

—No hay tiempo para ser cuidadoso. —Kester depositó al monarca a su lado sin el menor miramiento y señaló a Sacha y Wyan—. Vigila a tus dos cabezas. Después de lo que hicieron a Fylo, no confío demasiado en ellas.

Haciendo caso de la advertencia de Agis, sin perder de vista a Tithian, Kester se arrodilló junto a la grieta y extendió un brazo para que se sujetara el noble. Aunque tal gesto parecía colocarla en una situación vulnerable, la tarek no se sentía preocupada. Entre ella y el rey, no quedaba demasiado espacio libre en el círculo de terreno sólido. Si Tithian hacía algún movimiento repentino, le resultaría fácil lanzarlo contra el reluciente cristal con un golpe del hombro o una patada. Además, no esperaba realmente que fuera a atacarla. No sólo la necesitaría para gobernar a la tripulación de La Víbora Fantasma si deseaba abandonar la isla, sino que parecía más dispuesto a cooperar con otros desde que su sueño de convertirse en rey-hechicero se había hecho añicos.

Al ver que Agis no cogía su mano, Kester llamó:

—¿A qué esperas aquí abajo?

—No saldrá —respondió Tithian. Introdujo la mano en el morral y sacó un rollo de cuerda de cabello de gigante, sorprendentemente grande para el saco del que había salido—. Quiere salvar al gigante.

Kester suspiró contrariada, y luego atisbo por el agujero.

—Ya tendremos bastante suerte si nos salvamos nosotros, deja estar al gigante —dijo, dirigiéndose a la borrosa figura de Agis.

—No podemos dejarlo así. —El noble señaló en dirección al fondo del pozo. Aunque Kester no podía ver al gigante desde el lugar en que se encontraba, la imagen del cristal ensangrentado que sobresalía de su hombro seguía nítida en su mente—. Ahora pásame el extremo de la cuerda. Bajaré a ver si puedo arrancarle esa estaca del hombro, luego lo ataré para que no caiga.

—¿Luego qué? —preguntó ella—. Jamás lo sacaremos por este agujero tan pequeño.

—Al menos puede que no muera mientras buscamos una forma de sacar la tapa —respondió Agis.

—¡Ya ha amanecido! —protestó Kester—. ¿Cuánto tiempo crees que esperará Mag’r a que se abran las puertas, antes de hundir La Víbora Fantasma?

—Esperará —replicó Agis—. Si hunde tu barco no tenemos ninguna razón para abrir las puertas, y es lo bastante listo como para saber eso.

—¡No puedes estar seguro!

—Estoy de acuerdo contigo —musitó Tithian. Se arrodilló junto a Kester y le entregó uno de los extremos de la cuerda—. Quizá deberíamos abrirle las puertas a Mag’r… ahora.

Kester se mordió el labio, sin querer encontrarse con los ojos del rey ni tampoco tomar la cuerda que le tendía.

—¿Qué hay de Agis? —preguntó.

—Puede cuidar de Fylo —sugirió el rey, poniendo buen cuidado en no mirar al interior del pozo—. Podemos regresar por él más tarde.

Kester quedó silenciosa e inmóvil. Al igual que Tithian evitó los ojos del noble, aunque le pareció sentir cómo la contemplaban desde las sombras como la negra mirada de una lechuza.

—Imagino lo que te susurra Tithian. —La voz de Agis surgió clara y firme por la abertura—. No lo escuches. Tenemos muchas cosas que hacer esta mañana: asegurarnos de que todos escapamos del pozo, encontrar la lente oscura y salvar tu barco. Pero si nos dejamos llevar por el pánico y empezamos a saltar de un paso incompleto a otro, estamos perdidos.

Kester permaneció en silencio, preguntándose cómo podía pensar el noble que todos los puntos de su lista seguían siendo posibles a aquellas horas.

—¿No fuiste tú quien dijo que teníamos que trabajar juntos para escapar? —instó Agis—. ¿Lo decías en serio o te limitabas a proferir las mentiras propias de un pirata?

—Maldito seas, y maldito sea tu gigante —refunfuñó Kester.

—Una sabía decisión —dijo Tithian, empezando a incorporarse.

Kester lo agarró por el brazo y lo obligó a regresar a su lado.

—Tú te quedas aquí —dijo, mientras le quitaba la cuerda de las manos y empujaba un extremo hacia el noble.

—Gracias por quedarte —dijo Agis—. No te arrepentirás.

—No…, pero tú a lo mejor sí —gruñó Kester—. Si Mag’r hunde mi nave, me comprarás otra, ¡y también una buena tripulación!

—Te daré dos embarcaciones —respondió el noble con una sonrisa—. Pero tú tendrás que encargarte de su gobierno con tripulaciones contratadas.

Kester se puso en pie y miró a Tithian.

—Tú quédate aquí para mantener el agujero abierto, y no pienses en huir. Si te veo sacar un pie de este círculo, te mataré —dijo, jugueteando con los dos cuchillos que quedaban en el arnés de su pecho—. Iré a atar nuestro extremo de la cuerda.

Tras eso, saltó a tierra firme y se dirigió hacia las zapatas del puente, desenrollando la cuerda mientras andaba.

Tithian vio marchar a la tarek, maldiciéndola en silencio. No obstante siguió sus órdenes, reuniendo energía espiritual para hacerse cargo de la tarea de Agis.

—Adelante —dijo, mirándolo colérico por la abertura—. Pero recuerda, estás malgastando unos minutos preciosos.

—Minutos que no son tan preciosos como mi vida —respondió la voz amortiguada del noble—. Esperaré hasta que regrese Kester.

—Como desees —dijo Tithian.

Mientras el rey hablaba, el último de los desechos, Sona, flotó hacia arriba. Se detuvo junto al noble, proyectando un débil resplandor sobre su rostro fatigado, y empezó a darle las gracias por liberarla a ella y a los demás. Tithian, menos interesado aún en su gratitud que en salvar a Fylo, retrocedió para preparar la huida.

El rey encontró a Sacha y a Wyan esperándolo, flotando sobre el extremo del negro círculo. Los agarró por los moños y aplastó sus cabezas contra la tapa de cristal.

—¿Por qué haces eso? —inquirió Sacha.

—¡Porque quiero! —replicó Tithian. Arrancó la daga de la mejilla de Wyan, y la agitó ante las dos cabezas—. ¡Dad gracias de que no la utilizo para sacaros los ojos!

—Esta no es forma de tratar a tus salvadores —objetó Wyan, escupiendo un pedazo roto de diente gris.

—¡Salvadores! —rugió Tithian—. Al atacar a Fylo estuvisteis a punto de dejarme atrapado ahí abajo.

—Un pequeño riesgo que había que correr —dijo Sacha, hablando en voz muy baja para que nadie aparte de Tithian pudiera oírle—. No puedes tener a Agis ni a ningún otro cerca cuando recuperes la lente oscura.

Tithian sostuvo en alto las cabezas y las miró con suspicacia.

—¿Por qué no? —preguntó—. Después de la forma en que el dragón me mintió, no me importa dejar que Agis mate a Borys.

—Eso sería aceptable —respondió Sacha—. Pero estoy seguro de que Agis querría quedarse la lente después y tú no quieres eso.

—¿Por qué no?

—La lente es una herramienta —explicó Wyan, hablando también en voz baja—, como cualquier herramienta tiene tanto poder como la persona que la utiliza. En manos de Borys, jamás podría convertirte en rey-hechicero. Pero en manos de otra persona, alguien aún más poderoso, podría hacerlo.

—Nadie es más poderoso que el dragón —se burló Tithian.

—Falso —dijo Sacha—. Existe alguien que podría concederte lo que quieres: Rajaat.

—Dejad de malgastar mi tiempo con vuestros cuentos —susurró el rey—. Rajaat está muerto.

—Desaparecido, pero no muerto —interpuso Wyan—. ¿Qué crees que hace Borys con su tributo de esclavos?

—Utiliza su energía vital para mantener al pueblo de las sombras encarcelado en el mundo de las tinieblas; al menos eso es lo que Agis y Sadira piensan, según los espías que tengo en la hacienda de Agis —respondió el rey. Dirigió una mirada nerviosa a la grieta donde Agis aguardaba, pero no descubrió ningún indicio de que el noble pudiera escuchar o ver lo que sucedía encima de la cubierta.

—¿Qué te hace pensar que un noble estúpido y sus esclavos saben de lo que hablan? —inquirió Sacha.

En tono servil, Wyan añadió:

—Rajaat no está muerto; está encerrado y Borys utiliza el tributo para mantener los hechizos que lo tienen aprisionado.

Tithian recibió la noticia sin demasiada emoción, ya que aún no había confirmado la importancia que ello podía tener para él.

—¿Si le llevó la lente, Rajaat me convertirá en rey-hechicero?

—Nosotros no podemos prometer eso —dijo Wyan—. Sólo somos sus espías en la ciudad de Tyr.

—Pero, a través del pueblo de las sombras, hemos transmitido a Rajaat tus ambiciones —repuso Sacha—. Y se nos ha hecho saber que si le ayudas, no te desagradará su recompensa.

Tithian sonrió y soltó los moños de la pareja.

—¿Qué tengo que hacer?

Antes de que las cabezas pudieran responder, Kester regresó corriendo desde el puente. Se detuvo al borde del pozo, a unos dos metros de la daga que había perforado la sien de Sacha. La tarek sostenía el último par de cuchillos de su arnés; sus ojos estaban fijos en la daga que Tithian tenía en la mano.

Dentro de su cabeza, Tithian escuchó la voz de Wyan:

Deshazte de ella. Está de parte de Agis.

—¿Qué sucede aquí? —exigió Kester.

—No lo que tú crees, al parecer —respondió Tithian mientras, muy despacio, tendía a Kester el mango de su daga—. Pensé que querrías recuperarla. —Al ver que la tarek no hacía ademán de aceptar el arma, el rey se encogió de hombros y la depositó en el suelo—. Ya veo que la paranoia de Agis se contagia.

Kester pareció relajarse, pero no enfundó los cuchillos que empuñaba.

—¿Qué hacen aquí?

—Hemos venido a disculparnos —dijo Wyan.

—A veces nuestras bromas van un poco lejos —añadió Sacha.

—Eso no fue una broma —replicó la tarek, mostrando a medias los colmillos.

—Desde luego que no lo fue. Fylo ha resultado malherido —coincidió Tithian. Con expresión desdeñosa, indicó con la mano a las cabezas que se alejaran del círculo, y luego volvió a dirigirse a Kester—. Deberías volver aquí. Agis no confía en que mantenga la grieta abierta, y no bajará la cuerda a Fylo hasta que te vea.

—¿Qué? —chilló la tarek, enfundando las dagas—. ¿Está perdiendo el tiempo esperándome?

—No se ha movido —dijo Tithian con una sonrisita. Se inclinó y tiró de la floja cuerda—. ¿Lo ves? No hay peso.

Kester saltó al interior del negro círculo. Recogió la daga que Tithian había dejado en el suelo momentos antes y se arrodilló junto a la abertura. Hizo ademán de bajar la cara para hablar con Agis pero la apartó bruscamente al surgir del agujero el rostro reluciente de Sona. Una vez que el desecho se hubo alejado por los aires, la mujer se inclinó sobre la abertura.

—¡Ya he esperado suficiente, Agis!

No obstante el enojo de la tarek, Tithian se dio cuenta de que esta no lo perdía de vista con uno de sus ojos. Sonriendo, el monarca se colocó en un lugar donde ella pudiera verle con más facilidad, sujetándose las manos por detrás de la espalda. Dirigió la atención a la daga que descansaba al borde del pozo, aquella con la que Kester había atacado a Sacha, y abrió un sendero hasta su nexo espiritual; con mucho cuidado para no alarmar a la tarek con el menor movimiento, Tithian visualizó el cuchillo descansando en su mano. Un hormigueo de energía brotó de lo más profundo de su ser, y luego sintió el frío peso de la empuñadura del arma en la palma.

—Ahora que estás ahí —preguntó Tithian—, ¿va a bajar nuestro amigo hasta donde se encuentra Fylo?

El monarca se inclinó al frente como para mirar por encima del hombro de la mujer, pero en lugar de mirar a Agis, empezó a contar la prominente hilera de vértebras que se recortaban entre los fornidos hombros de Kester. Tithian sabía que debía hacerse en el punto exacto, ya que había presenciado suficientes combates de gladiadores para saber que los tareks a menudo seguían luchando varios segundos después de haber muerto. Si la cuchillada no la paralizaba a la vez que la mataba, Kester podía fácilmente llevárselo con ella.

—Está descendiendo ahora —respondió Kester, frunciendo el entrecejo ante la proximidad del monarca.

El brazo de Tithian centelleó en el aire, para luego hundir la daga con todas sus fuerzas en la espalda de Kester. La punta penetró exactamente donde él quería, hasta la empuñadura y justo entre los dos omóplatos, de modo que seccionó la médula espinal en su trayectoria hasta el corazón. El grito de sorpresa de la tarek murió en su garganta, y el cuerpo se desplomó como un saco de arena sin siquiera una contracción espontánea.

—Deberíamos haber marchado cuando yo lo dije —musitó Tithian.

El rey empujó los hombros de Kester al interior de la estrecha grieta, y luego saltó sobre su espalda para hundir más el cuerpo. Si conseguía atascar por completo el cadáver en la abertura, cuando Agis pudiera por fin sacarlo estaría tan agotado que no tendría energía suficiente para impedir que la magia de la tapa sellara la abertura.

En cuanto se hubo convencido de que resultaría imposible desalojar el cuerpo en el tiempo necesario, Tithian saltó fuera del círculo. Apenas había tocado tierra firme con los pies cuando se escuchó la ahogada voz de Agis desde debajo del cuerpo de Kester.

—¡Tithian!

El rey se dio la vuelta. La espalda de Kester daba sacudidas por efecto de los esfuerzos del noble para soltar el cuerpo.

¿Si, Agis?, inquirió, utilizando el Sendero para que sus palabras no quedaran amortiguadas por la capa de cristal del pozo. ¿No habrás cambiado de idea sobre mi oferta de inmortalidad, verdad?

Ni lo sueñes, respondió el noble.

Podrías haber intentado mentir, dijo Tithian. Siempre existía la posibilidad de que yo hubiera querido creerte hasta el punto de tragar el anzuelo.

Sacha y Wyan flotaron hasta él y empezaron a instarle a que marchara, pero el rey levantó una mano para que callaran.

Puedes ser muchas cosas, pero no eres ningún estúpido, observó Agis. Además, no soy yo precisamente el mentiroso.

Cierto, pero mira lo que has conseguido con tu honestidad, repuso el rey. Eres demasiado noble para tu propio bien. Había una nota de genuino remordimiento en su afirmación.

Al ver que Agis no respondía, Tithian observó con atención el cuerpo de Kester, y comprendió que el noble intentaba retenerlo hasta poder desatascar la salida.

Agis tardó aún unos segundos en responder.

No soy tan virtuoso como crees, dijo. Si lo fuera, tu mención de la lente oscura jamás me habría desviado de mi propósito original.

¡La lente es muy real!, protestó Tithian.

Lo sé…, pero también lo es mi promesa de llevarte de vuelta a Tyr. Al posponer eso, he mancillado mi honor y roto mi palabra, en principio aunque no de hecho.

Yo no entiendo de tales distinciones, replicó el rey. A lo mejor ese es el motivo por el que estás condenado al fracaso, mientras que yo estoy destinado a convertirme en rey-hechicero.

Creía que eso no era posible, dijo Agis, y el tono de la pregunta denotaba angustia y desconfianza.

Vamos, ¿crees que te traicionaría por algo de menor importancia?, inquirió Tithian. Empezó a andar hacia la salida, indicando con la mano a Sacha y Wyan que le siguiesen. Lo siento pero no puedo quedarme más tiempo, amigo mío, tengo que encontrar el Oráculo.

¡No creas que has vencido, Tithian! ¡Esto no ha terminado!

El monarca se detuvo y estudió el cuerpo de Kester por un momento. El cadáver de la tarek seguía agitándose mientras Agis intentaba despejar la salida, pero Tithian no vio ninguna señal de que su amigo estuviera próximo a sacar el cuerpo.

Claro que no ha terminado, concedió con una sonrisa. Aún tengo planes para ti.