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Disculpa que me haya presentado así —dijo él, ya dentro de su casa—. Te he llamado, pero no respondías…

Sacó el móvil para demostrárselo y lo dejó en la mesita.

—Tranquilo, no pasa nada. —Ella se dejó caer en el sofá, la habitación le daba vueltas.

—¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.

—Un poco mareada, eso es todo. Se me pasará en cuanto haya descansado un rato. Si quieres beber algo, puedes cogerlo tú mismo de la nevera.

Guillermo rechazó la invitación, pero se ofreció a llevarle algo si ella quería.

—Sí, ¿me traes un vaso de agua, por favor?

—Claro. —Él obedeció y regresó enseguida.

Le tendió el vaso al tiempo que se sentaba a su lado.

—Dijiste que podía hablar contigo sobre mamá.

Sí, se lo había dicho, pensó Leire, aunque en ese momento era lo que menos le apetecía. Dio un sorbo al agua y se dispuso a escuchar. Él se sentó a su lado. Estaba preocupado, de eso no cabía duda. Incluso mareada podía advertirlo.

—Supongo que debería contárselo a papá —dijo él—, pero hace días que anda muy ocupado y pensé que antes podía hablarlo contigo.

—Por supuesto. —El agua le sentaba bien—. Dime, ¿ha pasado algo?

Él asintió.

—¿Conoces a Carmen? ¿A la dueña del edificio donde vivimos?

Leire la conocía de oídas y sabía que mantenía una estrecha relación con Héctor y su familia, una relación que iba más allá de la que solían mantener las caseras con sus inquilinos.

—Carmen tiene un hijo —prosiguió él—. Se llama Charly, aunque no vive con ella. Llevaban años sin verse.

Recordaba haber oído algo sobre el tal Charly en boca del inspector Salgado, y desde luego no eran precisamente elogios.

—Bueno, pues Charly ha vuelto a casa, con su madre.

—Diría que no es una buena influencia para ti… —aventuró Leire—. ¿Le conoces mucho?

Guillermo negó con la cabeza.

—De hecho no le recuerdo de antes de que se fuera, pero…

—¿Pero qué? —La curiosidad ganaba terreno al mareo.

Él tardó en hablar, como si estuviera traicionando una confidencia.

—Pero sé que mamá le dejó dormir en casa, en el loft, alguna que otra vez.

Leire se incorporó.

—¿Qué?

—Ya. A papá no le habría gustado nada y mamá me pidió que no se lo contara. Según ella, Charly no era tan malo y, en cualquier caso, dijo que lo hacía por Carmen. Cosas de madres. Fueron sólo tres o cuatro noches desde que vivimos allí, él nunca se quedaba demasiado. Se me había olvidado, pero estos días, al volver a verlo, he pensado que quizá podría ser importante, ¿no?

—Quizá sí. Has hecho bien en decírmelo.

—¿Crees que él pudo hacerle algo? Yo no estuve en casa durante toda esa semana. Me había ido a Calafell, a casa de un amigo…

Parecía tan acongojado que Leire se esforzó por consolarlo.

—No lo sé, Guillermo, aunque no lo creo. —No sabía muy bien por qué, pero dudaba que aquel caso tan complejo se resolviera de repente con la aparición de un delincuente de poca monta—. Habrían encontrado sus huellas, seguro que está fichado. Además, tu madre no solía equivocarse, ¿no? Tal vez Charly no sea tan mal tipo.

En la cara de Guillermo se dibujó una sonrisa de agradecimiento.

—De todos modos, tienes que decírselo a tu padre. —Al recordar que ella también tenía cosas que contar al inspector Salgado, añadió—: Yo también tengo cosas que contarle.

—¿Sí?

Leire dejó el vaso en la mesita. No quería hablar de eso con aquel chaval. Y, ya que no podía encontrar a Ruth, se dijo que lo menos que podía hacer por ella era darle algo de cenar a su hijo.

Guillermo no sólo aceptó la invitación, sino que se ofreció a preparar la cena, algo que, para sorpresa de Leire, resultó dársele bastante bien. Ella se esforzó por estar animada y probar la pasta que el chico había hervido al tiempo que hacía una salsa de tomate natural aderezada con pimienta negra y un poco de carne picada que encontró en la nevera. No pudo comer mucho, el mareo regresaba a ratos. Y no precisamente solo.

Él recogía los platos de la mesa cuando una punzada rabiosa, repentina, la dejó sin aliento, pálida como un lienzo nuevo. Fueron sólo unos segundos y luego la sensación desapareció, pero le quedó un sudor frío y aquel vértigo constante.

—¿Te encuentras bien?

Leire iba a contestar cuando el dolor se repitió. No, no, no puedes nacer aún, pensó.

—Creo… —Le dolía tanto que casi no podía hablar—. Creo que hay que llamar al médico…