El materialismo
El término «materialismo», como se emplea en el lenguaje contemporáneo, tiene dos acepciones completamente diferentes.
La primera se refiere a los valores. Caracteriza la mentalidad de las personas que solamente desean la riqueza material, satisfacciones corporales y placeres sensibles. La segunda acepción es ontológica. Encarna la doctrina según la cual los pensamientos, las ideas, los juicios de valor y las voliciones son producto de procesos físicos, químicos y fisiológicos que ocurren en el cuerpo humano. Por consiguiente, el materialismo, en este sentido, niega la significación de la timología y las ciencias de la acción humana, de la praxeología y también de la historia. Sólo las ciencias naturales son científicas. En este capítulo nos ocupamos sólo de la segunda acepción.
La tesis materialista nunca ha sido probada ni detallada. Los materialistas sólo han presentado analogías y metáforas. Han comparado el funcionamiento de la mente humana con el funcionamiento de una máquina o con procesos fisiológicos. Ambas analogías ni significan ni explican nada.
Una máquina es un artefacto hecho por el hombre. Es la realización de un diseño y funciona precisamente de acuerdo con los planes de su autor. Lo que determina el producto de su operación no es algo que esté dentro de ella, sino el propósito que el constructor deseaba realizar por medio de su construcción. Son el constructor y el operador quienes crean el producto, pero no la máquina. Atribuir actividad a una máquina implica antropomorfismo y animismo. La máquina no puede controlar su propio funcionamiento. No se mueve; se le hace andar y mantenerse andando. Es un instrumento muerto empleado por los hombres y se detiene tan pronto como los efectos del impulso del operador dejan de actuar. Lo que el materialista que recurre a la metáfora de la máquina tiene que explicar antes que nada es: ¿quién construyó la máquina humana y quién la maneja? ¿En manos de quién sirve como instrumento? Es difícil encontrar una respuesta a esta pregunta que no sea: un creador.
Se acostumbra llamar autoactuante a un aparato automático. Esta expresión también es una metáfora. No es la máquina calculadora la que calcula, sino quien la maneja mediante un ingenioso instrumento diseñado por su inventor. La máquina no es inteligente ni piensa, ni elige fines ni recurre a medios para la realización de los fines perseguidos. Esto es siempre obra de seres humanos.
La analogía fisiológica es más sensata que la analogía mecánica. El pensamiento está inseparablemente ligado a un proceso fisiológico. En la medida en que la tesis fisiológica subraya este hecho no es metafórica, pero dice muy poco. Pues el problema consiste precisamente en que no sabemos nada acerca de los fenómenos fisiológicos que constituyen el proceso que produce poemas, teorías y planes. La patología ofrece abundante información acerca de la perturbación o total destrucción de facultades mentales como resultado de lesiones cerebrales. La anatomía proporciona información no menos abundante acerca de la estructura química de las células cerebrales y su comportamiento fisiológico. Pero, pese al avance del conocimiento fisiológico, no sabemos más acerca del problema mente-cuerpo que los antiguos filósofos que primero se lo plantearon. Ninguna de las doctrinas que ellos propusieron ha sido probada o refutada por el nuevo conocimiento fisiológico.
Los pensamientos y las ideas no son fantasmas. Son cosas reales. Aunque intangibles e inmateriales, son factores de cambio en el ámbito de las cosas tangibles y materiales. Son generados por algún desconocido proceso que se da en el cuerpo de un ser humano y sólo pueden ser percibidos por la misma clase de proceso que se da en el cuerpo de su autor o en el cuerpo de otros seres humanos. Podemos llamarlos originales y creadores en la medida en que el impulso que dan y los cambios que operan dependen de su aparición. Podemos averiguar lo que deseemos acerca de la vida de una idea y de los efectos de su existencia, Pero acerca de su nacimiento sólo sabemos que fue engendrada por un individuo. No podemos encontrar su origen más atrás. La aparición de una idea constituye una innovación, un nuevo hecho agregado al mundo. Debido a la deficiencia de nuestro conocimiento, es para mentes humanas el origen de algo nuevo que antes no existía.
Lo que una teoría materialista satisfactoria tendría que describir es la secuencia de acontecimientos que ocurren en la materia y que producen una idea determinada. Tendría que explicar por qué las personas están o no de acuerdo respecto de un problema específico. Tendría que explicar por qué una persona tuvo éxito en la solución de un problema que otras personas no pudieron resolver. Pero hasta ahora ninguna teoría materialista ha tratado de hacer esto.
Los defensores del materialismo se inclinan a señalar la inaceptabilidad de todas las demás doctrinas propuestas para resolver el problema mente-cuerpo. Les interesa especialmente combatir la interpretación teológica. Sin embargo, la refutación de una teoría no prueba la corrección de ninguna otra doctrina que difiera de ella.
Tal vez sea una aventura demasiado audaz para la mente humana especular acerca de su propia naturaleza y origen. Podría ser cierto, como sostiene el agnosticismo, que el conocimiento acerca de estos problemas no está al alcance del hombre. Pero aun cuando fuera así, no se justifica que los positivistas lógicos califiquen estas cuestiones como vacías y sin sentido. Una pregunta no carece de sentido simplemente porque la mente humana no pueda darle una respuesta satisfactoria.
Una conocida formulación de la tesis materialista afirma que los pensamientos tienen respecto del cerebro más o menos la misma relación que tiene el hígado con la bilis y los riñones con la orina[29]. Generalmente los autores materialistas son más cautelosos en sus afirmaciones. Pero esencialmente todo lo que dicen equivale a esta desafiante afirmación.
La fisiología distingue entre la orina que tiene una composición química normal y otros tipos de orina. La desviación de la composición normal se explica cómo desviación en la naturaleza física del cuerpo o en las funciones de los órganos respecto a lo que es considerado normal y saludable. También estas desviaciones siguen un patrón regular. Un específico estado anormal o patológico del cuerpo se refleja en la correspondiente alteración de la composición química de la orina. La asimilación de ciertos alimentos, bebidas y drogas produce fenómenos que se reflejan en la composición de la orina. La orina de las personas normales es, dentro de ciertos límites, de la misma naturaleza química.
No pasa lo mismo con los pensamientos y las ideas. Respecto de ellos no cabe hablar de normalidad ni de que las desviaciones de lo normal sigan un patrón definido. Ciertas heridas o la asimilación de ciertas drogas y bebidas obstruyen y perturban la capacidad de la mente para pensar. Pero ni siquiera estos trastornos son uniformes en diferentes personas. Diferentes personas tienen ideas diferentes, y ningún materialista ha podido encontrar el origen de estas diferencias en factores que pudieran ser descritos en términos de la física, la química o la fisiología. Toda referencia a las ciencias naturales o a factores materiales es vana cuando nos preguntamos por qué algunas personas votan por los republicanos y otras por los demócratas.
Al menos hasta ahora, las ciencias naturales no han podido descubrir ninguna característica corporal o material a cuya ausencia o presencia se pueda atribuir el contenido de los pensamientos e ideas. En realidad, el problema relativo a la diversidad del contenido de las ideas ni siquiera se plantea en las ciencias naturales. Estas ciencias sólo pueden ocuparse de objetos que afectan o modifican la percepción sensible. Pero las ideas y los pensamientos no afectan directamente a la percepción sensible. Lo que los caracteriza es el significado, y los métodos de las ciencias naturales no son adecuados para conocer este.
Las ideas se influyen entre sí; proveen el estímulo para la formación de nuevas ideas; desplazan o transforman otras ideas. Todo lo que el materialismo podría ofrecer para el estudio de estos fenómenos es una referencia metafórica al concepto de contagio. La comparación es superficial y no explica nada. Las enfermedades se transmiten de cuerpo a cuerpo mediante la migración de virus y microbios. Pero nadie sabe nada acerca de la migración de un factor que transmitiría pensamientos de persona a persona.
El materialismo se originó como una reacción contra la primitiva interpretación dualista del ser del hombre y su naturaleza esencial. Según estas creencias, el hombre viviente se compone de dos partes separables: un cuerpo mortal y un alma inmortal. La muerte separa estas dos partes. El alma desaparecía para los vivos y continuaba una existencia especial más allá del alcance de los poderes terrenales. En casos excepcionales se permitía que un alma reapareciera momentáneamente en el mundo sensible de los vivos o que un hombre vivo visitara brevemente la región de los muertos.
Estas toscas representaciones han sido sublimadas por doctrinas religiosas y por la filosofía idealista. Mientras que las primitivas descripciones de la región de las almas y las actividades de sus habitantes no resisten al examen crítico y pueden ser fácilmente ridiculizadas, es imposible tanto para el racionamiento a priori como para las ciencias naturales refutar coherentemente las ideas definidas de los credos religiosos. La historia puede refutar muchas de las narraciones de la literatura teológica; pero una crítica más alta no afecta al meollo de la fe. La razón no puede ni probar ni refutar las doctrinas religiosas esenciales.
Pero el materialismo, en la forma en que se desarrolló en Francia durante el siglo XVIII, no era simplemente una teoría científica. También era parte del vocabulario de los reformadores que lucharon contra los abusos del ancien régime. Los prelados de la Iglesia en la Francia real eran, con pocas excepciones, miembros de la aristocracia. La mayoría de ellos estaban más interesados en las intrigas de la corte que en el desempeño de sus deberes eclesiásticos. Su merecida impopularidad hizo populares las tendencias antirreligiosas.
Los debates acerca del materialismo habrían disminuido a mediados del siglo XIX si no hubieran estado implicadas cuestiones políticas. La gente se habría dado cuenta de que la ciencia contemporánea nada ha contribuido al esclarecimiento o al análisis de los procesos fisiológicos que generan las ideas y que es dudoso que los científicos futuros tengan mejor éxito en esa tarea. El dogma materialista habría sido considerado una conjetura acerca de un problema cuya solución satisfactoria parecía, al menos entonces, más allá del alcance del conocimiento humano. Sus partidarios ya no habrían podido considerarlo como verdad científica irrefutable y tampoco habrían podido acusar a sus críticos de oscurantistas, ignorantes y supersticiosos. El agnosticismo habría reemplazado al materialismo.
Pero en la mayoría de los países europeos y latinoamericanos las iglesias cristianas cooperaron, al menos en cierta medida, con las fuerzas que se oponían al gobierno representativo y a todas las instituciones que fomentaban la libertad. En estos países era muy difícil no atacar a la religión si se trataba de realizar algún programa que correspondiera a los ideales de Jefferson y Lincoln. Las implicaciones políticas de la controversia sobre el materialismo evitaron que este desapareciera. Motivado no por consideraciones epistemológicas, filosóficas o científicas, sino por razones meramente políticas, se hizo un intento desesperado para mantener el tema, políticamente conveniente, del «materialismo». Mientras que el tipo de materialismo que floreció hasta mediados del siglo XIX fue perdiendo importancia, reemplazado por el agnosticismo, y no pudo ser vitalizado por escritos tan toscos e ingenuos como los de Haeckel, Karl Marx elaboró un nuevo tipo de materialismo con el nombre de materialismo dialéctico.