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El determinismo y sus críticos

1. EL DETERMINISMO

Sea cual fuere la verdadera naturaleza del universo y de la realidad, el hombre sólo puede descubrir aquello que la estructura lógica de su mente le hace comprensible. La razón, único instrumento de la ciencia y la filosofía humanas, no transmite conocimiento absoluto y sabiduría definitiva. Es vano especular acerca de las cosas últimas. Lo que aparece a la investigación humana como algo último y no susceptible de ser analizado o reducido a algo más fundamental, puede o no aparecer así a un intelecto más perfecto. No lo sabemos.

El hombre no puede comprender ni el concepto de la nada absoluta ni el del origen de algo ex nihilo. La idea misma de la creación trasciende su comprensión. El Dios de Abraham, Isaac y Jacobo, el cual Pascal opuso en su Mémorial al de los «philosophes et savants», es una imagen viva y tiene un significado claro y específico para el creyente. Pero los filósofos, en su intento de crear un concepto de Dios, sus atributos y su manera de regir los acontecimientos del mundo, cayeron en paradojas y contradicciones insolubles. Un Dios cuya esencia y cuyas formas de acción el hombre mortal pudiera circunscribir y definir claramente no se parecería al Dios de los profetas, los santos y los místicos.

La estructura lógica de su mente recomienda al hombre el determinismo y la categoría de causalidad. Según el hombre lo ve, todo lo que sucede en el universo es la necesaria evolución de fuerzas, poderes y cualidades que ya estaban presentes en el estadio inicial y que da origen a todas las cosas. Todas las cosas del universo están interconectadas y todos los cambios son efectos de capacidades inherentes a las cosas. Ningún cambio ocurre que no sea la consecuencia | necesaria de un estado precedente. Todos los hechos dependen de él y son condicionados por sus causas. No es posible ninguna desviación del curso necesario de los acontecimientos. Una ley eterna lo regula todo.

En este sentido el determinismo es la base epistemológica de la búsqueda humana del conocimiento[14]. El hombre ni siquiera puede concebir la imagen de un universo indeterminado. En un mundo así no podría haber ninguna conciencia de las cosas materiales y de sus cambios. Parecería un caos sin sentido. Nada podría ser identificado ni distinguido de ninguna otra cosa. Nada podría ser esperado y previsto. En un ambiente así el hombre sería tan ineficaz como si se le hablara en un lenguaje desconocido. Ninguna acción podría ser planeada y menos aún ejecutada. El hombre es lo que es porque vive en un mundo de regularidad y tiene la capacidad mental de concebir la relación de causa y efecto.

Cualquier especulación epistemológica tiene que conducir al determinismo. Pero la aceptación del determinismo suscita dificultades teóricas que han parecido insolubles. Mientras que ninguna filosofía ha podido refutar el determinismo, algunas de sus ideas no han sido aceptadas con él. Contra él se han lanzado ataques apasionados por considerar que en última instancia conduce al absurdo.

2. LA NEGACIÓN DE LOS FACTORES IDEOLÓGICOS

Muchos autores han dado por sentado que el determinismo, en cuanto materialismo consecuente, niega terminantemente que los actos mentales tengan participación alguna en el curso de los acontecimientos. La causalidad, en el contexto de la doctrina así entendida, significa causalidad mecánica. Todos los cambios son producidos por entidades, procesos y acontecimientos materiales. Las ideas sólo son estadios intermedios en los procesos a través de los cuales los factores materiales producen efectos materiales específicos. No tienen existencia autónoma. Las ideas reflejan simplemente el estado de las entidades materiales que las produjeron. No hay historia de las ideas ni de las acciones dirigidas por ellas, sino solamente historia de la evolución de los factores reales que producen las ideas.

En la perspectiva de este materialismo integral, que es la única doctrina materialista consecuente, los métodos usuales de los historiadores y biógrafos han de ser rechazados como ilusión idealista. Es vano buscar el desarrollo de ciertas ideas partiendo de otras ideas sostenidas anteriormente. Por ejemplo, es «anticientífico» describir cómo las ideas filosóficas de los siglos XVII y XVIII se originaron en las ideas del siglo XVI. La historia «científica» describiría cómo las ideas filosóficas de cada época se originan necesariamente en las condiciones reales físicas y biológicas. Es «anticientífico» describir como un proceso mental la evolución de las ideas de San Agustín que lo llevaron de Cicerón a Maniqueo y del maniqueísmo al catolicismo. El biógrafo «científico» tendría que revelar los procesos fisiológicos que dieron origen necesariamente a las doctrinas filosóficas correspondientes.

El examen del materialismo lo dejaremos para los capítulos siguientes. A estas alturas es suficiente establecer el hecho de que el determinismo en sí mismo no implica ninguna concesión al punto de vista materialista. No niega la evidente verdad de que las ideas tienen una existencia propia, contribuyen a la formación de otras ideas, y se influyen las unas a las otras. No niega la causalidad mental y no j rechaza la historia por considerarla una ilusión idealista y metafísica.

3. LA CONTROVERSIA SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO

El hombre elige entre formas de acción incompatibles entre sí. Tales decisiones, dice la doctrina del libre albedrío, son básicamente indeterminadas y no tienen causa; no son el resultado necesario de condiciones antecedentes. Son, más bien, resultado de la íntima disposición del hombre, la manifestación de su imborrable libertad moral. Esta libertad moral es la característica esencial del hombre, la cual lo eleva a una posición única en el universo.

Los deterministas rechazan esta doctrina por considerarla ilusoria. El hombre, dicen, se engaña a sí mismo cuando cree que elige. Algo desconocido para él dirige su voluntad. Cree que en su mente sopesa las ventajas y los inconvenientes de las alternativas que puede elegir y luego decide. No se da cuenta de que el estado anterior de las cosas le exige una forma definida de conducta y que no hay manera de eludir esta presión. El hombre no actúa; sobre él actúan. Ambas doctrinas subestiman el papel de las ideas. Lo que el hombre escoge está determinado por las ideas que adopta.

Los deterministas están en lo cierto cuando afirman que todo lo que sucede es consecuencia necesaria del estado de cosas precedente. Lo que un hombre hace en cada momento de su vida depende completamente de su pasado, esto es, de su herencia fisiológica y de todo lo que ha experimentado hasta entonces. Sin embargo, la importancia de esta tesis es considerablemente debilitada por el hecho de que nada sabemos acerca de la forma en que surgen las ideas. El determinismo es insostenible si se basa en el dogma materialista o tiene conexión con él[15]. Si se presenta sin el apoyo del materialismo, en realidad dice muy poco y ciertamente no proporciona una base al rechazo determinista de los métodos de la historia.

La doctrina del libre albedrío está en lo cierto al señalar la diferencia fundamental entre la acción humana y la conducta animal. Mientras que el animal no puede evitar la presión del impulso fisiológico dominante en el momento, el hombre elige entre formas alternativas de conducta. El hombre tiene la capacidad de elegir incluso entre ceder al instinto más imperativo, el de autoconservación, y la búsqueda de otros fines. Todo el sarcasmo y las burlas de los positivistas no pueden anular el hecho de que las ideas tienen existencia real y son factores genuinos en la determinación del curso de los acontecimientos.

Los resultados de los esfuerzos mentales, las ideas y los juicios de valor que dirigen las acciones del individuo no pueden ser referidos a sus causas, y en este sentido constituyen datos últimos. Al ocuparnos de ellos nos referimos al concepto de individualidad. Pero al recurrir a esta noción de ninguna manera inferimos que las ideas y los juicios de valor surgen de la nada por medio de una especie de generación espontánea y que no guardan ninguna relación o conexión con lo que ya había en el universo antes de su aparición. Simplemente establecemos el hecho de que nada sabemos acerca de los procesos mentales que en un ser humano producen los pensamientos que responden al estado de su ambiente físico e ideológico.

Esta idea es el grano de verdad en la doctrina del libre albedrío. Sin embargo, los intentos apasionados de refutar el determinismo y salvaguardar la noción del libre albedrío no tocaron el problema de la individualidad. Dichos intentos fueron motivados por las consecuencias prácticas que, según algunos, tiene necesariamente el determinismo: un quietismo fatalista y la exclusión de toda responsabilidad moral.

4. PREDESTINACIÓN Y FATALISMO

Como enseñan los teólogos, Dios, en su omnisciencia, sabe de antemano todo lo que sucederá en el universo en el futuro. Su previsión es ilimitada y no es meramente el resultado de su conocimiento de las leyes del devenir que determinan todos los acontecimientos. Aun en un universo en que existe el libre albedrío, sea este el que fuere, su previsión es perfecta. El anticipa plena y correctamente todas las decisiones arbitrarias que un individuo hará.

Laplace declaró orgullosamente que su sistema no necesitaba recurrir a la hipótesis de la existencia de Dios. Pero construyó su propia imagen de un cuasi-Dios y la llamó inteligencia sobrehumana. Esta mente hipotética conoce todas las cosas y acontecimientos de antemano por el hecho de que conoce todas las leyes inmutables y eternas que regulan todos los acontecimientos, tanto físicos como mentales.

La idea de la omnisciencia de Dios ha sido popularmente concebida como un libro en el cual todo el futuro está escrito. Ninguna desviación de lo descrito en este registro es posible. Todo sucederá justamente como ha sido escrito en él. Lo que tiene que suceder sucederá, independientemente de lo que el hombre haga para obtener un resultado distinto. Por consiguiente, concluye el fatalismo consecuente, es inútil que el hombre se esfuerce. ¿Por qué preocuparse si todo debe terminar como está preordenado?

El fatalismo es tan contrario a la naturaleza humana que muy pocas personas están dispuestas a sacar todas las consecuencias que implica y ajustar su conducta a las mismas. No es cierto que las victorias de los conquistadores árabes en los primeros siglos del Islam se debían a las enseñanzas fatalistas de Mahoma. Los dirigentes de los ejércitos mahometanos que, en un lapso increíblemente corto, conquistaron buena parte del área del Mediterráneo, no tenían una fe fatalista en Alá. Más bien creían que su Dios estaba a favor de los grandes, bien armados y bien dirigidos batallones. Factores diferentes de una ciega confianza en el destino son los que explican el valor de los combatientes sarracenos; y los soldados cristianos en las tropas de Carlos Martel y León Isáurico que detuvieron su avance no eran menos valerosos que los musulmanes, aun cuando no creían en el fatalismo. Y el letargo que más tarde se apoderó de los pueblos islámicos no fue causado por el fatalismo de su religión. Fue el despotismo lo que paralizó la iniciativa de sus súbditos. Los toscos tiranos que oprimían a las masas ciertamente no eran ni letárgicos ni apáticos. Eran infatigables en su búsqueda del poder, la riqueza y el placer.

Los adivinos pretenden conocer por lo menos algunas páginas del gran libro en que están escritos todos los acontecimientos futuros. Pero ninguno de estos profetas ha sido suficientemente consecuente para rechazar el activismo y aconsejar a sus discípulos que esperen tranquilamente el día señalado.

El mejor ejemplo nos lo proporciona el marxismo. Enseña el determinismo total y, sin embargo, trata de insuflar en la gente el espíritu revolucionario. ¿Para qué sirve la acción revolucionaria si los acontecimientos deben ajustarse inevitablemente al plan preordenado, sin que importe lo que hagan los hombres? ¿Por qué se preocupan tanto los marxistas de organizar partidos socialistas y de sabotear el funcionamiento de la economía de mercado si el socialismo tiene que llegar «con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza»?

Es, en realidad, una pobre excusa declarar que la tarea del partido socialista no es instaurar el socialismo, sino simplemente proporcionar asistencia obstétrica en su nacimiento. También el obstétrico desvía el curso de los acontecimientos de la forma en que sucederían sin su intervención. De otra manera las parturientas no buscarían su ayuda. Sin embargo, la enseñanza esencial del materialismo dialéctico de Marx excluye el supuesto de que factores políticos o ideológicos puedan influir en el curso de los acontecimientos, puesto que los últimos están básicamente determinados por la evolución de las fuerzas materiales de la producción. Lo que lleva al socialismo es «la operación de las leyes inmanentes a la producción capitalista»[16]. Las ideas, los partidos políticos y las acciones revolucionarias son meras superestructuras; no pueden ni detener ni acelerar la marcha de la historia. El socialismo vendrá cuando las condiciones materiales para su advenimiento estén maduras en el vientre de la sociedad capitalista y no antes ni después[17]. Si Marx hubiera sido consecuente no se habría dedicado a ninguna actividad política[18]. Habría esperado tranquilamente el día en que «redoblarán las campanas por la muerte de la propiedad privada capitalista»[19].

Al tratar del fatalismo podemos prescindir de las pretensiones de los adivinos. El determinismo no tiene nada que ver con el arte de los que adivinan el futuro, los que se extasían ante bolas de cristal y los astrólogos, ni tampoco con las más pretenciosas declaraciones de los autores de «filosofía de la historia». El determinismo no predice acontecimientos futuros. Afirma que hay regularidad en el universo en la concatenación de todos los fenómenos.

Los teólogos que pensaron que para refutar el fatalismo tenían que adoptar la doctrina del libre albedrío estaban completamente equivocados. Tenían una imagen muy inadecuada de la omnisciencia de Dios. Su Dios sabría solamente lo que hay en libros perfectos de ciencia natural y no sabría lo que sucede en las mentes humanas. No prevería que algunas personas podrían aceptar la doctrina del fatalismo y, sentados con los brazos cruzados, esperarían indolentemente los acontecimientos que Dios, pensando equivocadamente que no estarían inactivos, les había asignado.

5. DETERMINISMO Y PENOLOGÍA

Un factor que a menudo se encuentra en las controversias acerca del determinismo es la preocupación por sus consecuencias prácticas.

Todos los sistemas éticos no utilitarios consideran la ley moral como algo que está fuera del nexo medios y fines. El código moral no contiene ninguna referencia al bienestar humano y la felicidad, o al cálculo de conveniencias, o a la búsqueda de fines terrenales. Es heterónomo, es decir, impuesto al hombre por una instancia que no depende de ideas humanas y no se preocupa por los asuntos humanos. Algunos creen que esta instancia es Dios; otros que es la sabiduría de los antepasados; otros que es una mística voz interna presente en la conciencia de todo hombre decente. Quien quebranta los preceptos de este código comete pecado y su culpa lo hace merecedor de castigo. El castigo no está al servicio de fines humanos. Al castigar a los culpables, las autoridades seculares o teológicas cumplen con un deber que les ha sido encomendado por el código y su autor. Tienen obligación de castigar el pecado y la culpa, cualesquiera que sean las consecuencias de sus actos.

Ahora bien, estas nociones metafísicas de culpa, pecado y retribución son incompatibles con la doctrina del determinismo. Si todas las acciones humanas son efecto inevitable de sus causas; si el individuo no tiene alternativa y tiene que actuar forzado por unas condiciones previas, ya no puede hablarse de culpa. ¡Qué soberbia pretensión es castigar a un hombre que simplemente hizo lo que han determinado las leyes eternas del universo!

Los filósofos y juristas que atacaron el determinismo sobre estas bases no se percataron de que la doctrina de un Dios omnipotente y omnisciente conduce a las conclusiones que los motivaron a rechazar el determinismo filosófico. Si Dios es todopoderoso, nada sucede que El no desee que suceda. Si es omnisciente, El sabe de antemano todo lo que sucederá. En ambos casos el hombre no puede ser considerado responsable[20]. En su juventud, Benjamín Franklin argumentó: «Al crear y gobernar el mundo, puesto que era infinitamente sabio, Él sabía qué era lo mejor; como infinitamente bueno, debía querer hacerlo, y como infinitamente poderoso, debía poder ejecutarlo. Por consiguiente, todo está bien»[21]. En realidad, todos los intentos de justificar, sobre bases teológicas o metafísicas, el derecho de la sociedad a castigar a aquellos cuyas acciones ponen en peligro la cooperación social pacífica son susceptibles de la misma crítica que se hace al determinismo filosófico.

La ética utilitaria aborda el problema del castigo desde un ángulo diferente. El culpable del castigo no es castigado porque sea malo y merezca sufrir para que ni él ni otros repitan la ofensa. El castigo no se concibe como retribución y venganza, sino como una manera de evitar crímenes futuros. Los jueces y legisladores no son los ejecutores de una justicia metafísica retributiva. Su misión consiste en salvaguardar el funcionamiento de la sociedad frente a los ataques de los individuos antisociales. Por consiguiente, es posible tratar el problema del determinismo sin preocuparse de consideraciones absurdas acerca de las consecuencias prácticas respecto del código penal.

6. DETERMINISMO Y ESTADÍSTICA

En el siglo XIX algunos pensadores sostuvieron que la estadística ha destruido definitivamente la doctrina del libre albedrío. Se argumentaba que la estadística muestra cierta regularidad en las acciones humanas, por ejemplo, en los crímenes y suicidios; y esta supuesta regularidad fue interpretada por Adolphe Quetelet y por Thomas Henry Buckle como una demostración empírica de la validez del determinismo rígido.

Sin embargo, lo que las estadísticas de las acciones humanas realmente muestran no es regularidad, sino irregularidad. El número de crímenes, suicidios y actos de negligencia —que tan importante papel desempeñan en las deducciones de Buckle— varía con los años. Estos cambios anuales son generalmente pequeños, y a lo largo de los años, a menudo, aunque no siempre, muestran una marcada tendencia a aumentar o disminuir. Estas estadísticas muestran el cambio histórico, pero no muestran regularidad en el sentido que este término tiene en las ciencias naturales.

La comprensión específica de la historia puede tratar de interpretar la razón de tales cambios en el pasado y de prever los que probablemente se operarán en el futuro. De este modo se ocupa de los juicios de valor que determinan la elección de los fines últimos, del razonamiento y del conocimiento que determinan la elección de los medios y de las tendencias timológicas de los individuos[22].

Tarde o temprano, pero inevitablemente, tiene que llegar al punto en que sólo se puede referir a la individualidad. Desde el principio al fin el tratamiento de los problemas involucrados ha de seguir la dirección de toda investigación de los asuntos humanos, es decir, debe ser ideológico y, como tal, radicalmente diferente del método de las ciencias naturales.

Pero Buckle, cegado por el prejuicio positivista de su ambiente, formuló apresuradamente su ley: «En un estado determinado de la sociedad cierto número de personas deben poner fin a sus vidas. Esta es una ley general, y la cuestión específica acerca de quién cometerá el crimen depende, desde luego, de leyes específicas, las cuales, sin embargo, en su funcionamiento total, deben obedecer a la ley social más general a que todas están subordinadas. Y el poder de la ley más general es tan irresistible que ni el amor a la vida ni el miedo al otro mundo pueden hacer nada para evitar su funcionamiento»[23]. La ley de Buckle parece estar formulada en forma muy precisa y nada ambigua. Pero, en realidad, se destruye a sí misma al incluir la frase «un determinado estado de la sociedad», la cual fue calificada de «viciosamente vaga»[24] por un entusiasta admirador de Buckle. Puesto que Buckle no nos da un criterio para determinar los cambios en el estado de la sociedad, su formulación no puede ser ni confirmada ni refutada por la experiencia y, por consiguiente, le falta el carácter distintivo de las leyes de las ciencias naturales.

Muchos años después de Buckle, físicos eminentes empezaron a suponer que algunas o tal vez todas las leyes de la mecánica tienen «solamente» un carácter estadístico. Esta doctrina fue considerada incompatible con el determinismo y la causalidad. Cuando más tarde la mecánica cuántica amplió considerablemente el alcance de la física «meramente» estadística, muchos escritores abandonaron todos los principios epistemológicos que habían guiado a las ciencias naturales durante siglos. En la escala microscópica, dicen, observamos ciertas regularidades que generaciones anteriores interpretaron erróneamente como una manifestación de la ley natural. En realidad, estas regularidades son el resultado de la compensación estadística de acontecimientos contingentes. El aparente nexo causal en gran escala se ha de explicar por la ley de los grandes números[25].

Ahora bien, la ley de los grandes números y la compensación estadística tienen vigencia solamente en campos en los cuales hay una regularidad en gran escala y una homogeneidad de tal naturaleza que cancelan cualquier irregularidad o heterogeneidad que pueda aparecer a nivel de pequeña escala. Si se supone que ciertos acontecimientos aparentemente contingentes se compensan siempre entre sí de modo que aparece una regularidad en la repetida observación de muchos casos, debemos concluir que siguen un patrón definido y, por consiguiente, ya no pueden ser considerados como contingentes. Lo que queremos decir cuando nos referimos a la ley natural es que hay una regularidad en la concatenación y secuencia de los fenómenos. Si una serie de acontecimientos a nivel microscópico produce siempre un acontecimiento determinado a nivel macroscópico, tal regularidad existe. Si no hubiera regularidad a nivel microscópico tampoco podría haberla a nivel macroscópico.

La mecánica cuántica afirma que no sabemos cómo un átomo se conducirá en un caso determinado. Pero sabemos los patrones de conducta que posiblemente pueden presentarse y la proporción en que estos patrones de hecho ocurren. Mientras que la forma perfecta de una ley causal es: A «produce» B, también existe una forma menos perfecta: A produce C en n por 100 de los casos, D en n por 100, etc. Tal vez más tarde pueda descomponerse A de la forma menos perfecta en varios elementos diferentes, a cada uno de los cuales se le asigne un «efecto» determinado de acuerdo con la forma perfecta. Pero que esto suceda o no carece de significado para el problema del determinismo. También la ley imperfecta es una ley causal, pese a que revela limitaciones de nuestro conocimiento. Y por el hecho de que exhibe un peculiar tipo de conocimiento y de ignorancia abre un campo al empleo del cálculo de probabilidades. Sabemos, respecto a un problema específico, todo lo relativo a la conducta del grupo completo de los acontecimientos. Sabemos que la clase A producirá efectos específicos en una proporción conocida; pero todo lo que sabemos de los A individuales es que pertenecen a la clase A. La expresión matemática de esta mezcla de conocimientos e ignorancia es: sabemos la probabilidad de los efectos que posiblemente pueden ser «producidos» por A.

Lo que la nueva escuela indeterminista no ve es que la proposición: A produce B en n por 100 de los casos y C en el resto de los casos no es, epistemológicamente, diferente de la proposición: A siempre produce B. La primera proposición difiere de la segunda solamente en que combina en su idea de A los elementos X e Y, que una forma perfecta de ley causal tendría que distinguir. Pero el tema de la contingencia no se plantea. La mecánica cuántica no dice: los átomos individuales se comportan como los clientes de un restaurante que eligen los platos o como votantes que depositan sus papeletas. Dice: los átomos siguen invariablemente un patrón específico. Esto también se manifiesta en el hecho de que lo que dice acerca de los átomos no contiene ninguna referencia ni a un período determinado ni a un lugar específico del universo. No sería posible referirse a la conducta de los átomos en general, es decir, sin especificar tiempo y espacio, si los átomos individuales no estuvieran inevitable y completamente gobernados por la ley natural. Podemos perfectamente emplear la expresión «átomo individual», pero nunca debemos atribuir a un átomo «individual» la individualidad en el sentido en que este término se aplica a los seres humanos y a los acontecimientos históricos.

En el campo de la acción humana los filósofos deterministas se referían a la estadística con el objeto de refutar la doctrina del libre albedrío y probar el determinismo en las acciones humanas. En el campo de la física los filósofos indeterministas se refieren a la estadística con el objeto de refutar la doctrina del determinismo y para probar el indeterminismo en la naturaleza. El error de ambos se origina en su confusión respecto al significado de la estadística.

En el campo de la acción humana la estadística es un método de investigación histórica. Es una descripción en términos numéricos de acontecimientos históricos que sucedieron en un período determinado a grupos determinados de personas en una determinada área geográfica. Su significado consiste precisamente en que describe los cambios y no algo inmutable.

En el campo de la naturaleza la estadística es un método de investigación inductiva. Su justificación epistemológica y su significado residen en la firme creencia de que hay regularidad y perfecto determinismo en la naturaleza. Las leyes de la naturaleza se consideran permanentes. Tienen vigencia plena en cada caso. Lo que sucede en un caso tiene también que suceder en todos los demás casos similares. Por consiguiente, la información que proporciona el material estadístico tiene validez general respecto de la clase de acontecimientos a que se refiere; no se ocupa sólo de períodos históricos y lugares geográficos específicos.

Por desgracia, ambos tipos de estadística, que son tan diferentes, han sido confundidos. Y la cuestión se ha ido complicando aún más al asociarla con el concepto de probabilidad.

Con el objeto de esclarecer estos errores, malentendidos y contradicciones, insistiremos en algunas verdades evidentes.

Como señalamos anteriormente, la mente humana no puede concebir un acontecimiento que no tenga causa. Los conceptos de causalidad y contingencia, si se les analiza con propiedad, no se refieren en última instancia al curso de los acontecimientos del universo, sino al conocimiento humano, a la previsión y a la acción. Tienen una connotación praxeológica y no ontológica.

Calificar de contingente a un acontecimiento no equivale a negar que sea el resultado necesario del estado de cosas precedentes. Significa que nosotros no sabemos si sucederá o no.

Nuestro concepto de naturaleza se refiere a una regularidad permanente y descubrible en la concatenación y secuencia de los fenómenos. Todo lo que sucede en la naturaleza y puede ser comprendido por las ciencias naturales es el resultado de la vigencia, repetida una y otra vez, de las mismas leyes. La ciencia natural es el conocimiento de estas leyes. Las ciencias históricas de la acción humana, por otra parte, se ocupan de acontecimientos que nuestras facultades mentales no pueden interpretar como manifestaciones de una ley general. Se refieren a individuos y acontecimientos específicos aun cuando se ocupan de los asuntos de masas, pueblos, razas y la totalidad de la humanidad. Se ocupan de la individualidad y del movimiento irreversible de los acontecimientos. Si las ciencias naturales investigan un acontecimiento ocurrido una sola vez, tal como un cambio geológico o la evolución biológica de una especie, lo ven como un caso concreto de leyes generales. La historia, en cambio, no está en condiciones de referir los acontecimientos a unas leyes perennes. Por consiguiente, al ocuparse de un acontecimiento se interesa primordialmente por sus características individuales y no por lo que pueda tener en común con otros acontecimientos. Al ocuparse del asesinato de Julio César, la historia no estudia el asesinato en general, sino el del hombre César.

La noción misma de una ley natural cuya validez está restringida a un cierto período es contradictoria. La experiencia, ya sea la de la observación ordinaria o la de experimentos deliberadamente provocados, se refiere a casos históricos individuales. Pero las ciencias naturales, guiadas por su indispensable determinismo a priori, suponen que la ley debe manifestarse en cada caso individual y generalizan mediante la llamada inferencia inductiva.

La situación epistemológica actual en el campo de la mecánica cuántica podría describirse correctamente de la siguiente manera: conocemos los diversos patrones de conducta de los átomos y sabemos en qué proporción estos patrones se dan. Esto describiría la situación de nuestro conocimiento como un caso de probabilidad de clase; lo sabemos todo acerca de la conducta de toda una clase; pero acerca de los miembros de la clase sólo sabemos que son miembros[26]. No es conveniente, y puede llevar a confusión, aplicar a estos problemas términos que se usan al tratar de la acción humana. Bertrand Russell recurre a ese lenguaje metafórico: el átomo «hará algo; hay un conjunto de alternativas y a veces se decide por una, a veces por otras»[27]. La razón por la cual Lord Russell recurre a términos tan inadecuados resulta evidente si tenemos en cuenta la tendencia de su libro y de todos sus otros escritos. El desea borrar la diferencia entre el hombre en acción y la acción humana, por una parte, y los acontecimientos no humanos, por la otra. Según él, «la diferencia entre nosotros y una piedra es sólo una diferencia de grado»; puesto que «reaccionamos ante los estímulos, y lo mismo hacen las piedras, aun cuando los estímulos ante los cuales ellas reaccionan sean menos»[28]. Lord Russell no menciona la diferencia fundamental en la forma en que las piedras y los seres humanos «reaccionan». Las piedras reaccionan de acuerdo con patrones perennes, a los cuales llamamos leyes de la naturaleza. Los seres humanos no reaccionan de una manera tan uniforme; se conducen, como dicen los praxeólogos y los historiadores, de una forma individual. Nadie ha conseguido distribuir a los hombres en clases, de manera que todos actúen según el mismo patrón.

7. LA AUTONOMÍA DE LAS CIENCIAS DE LA ACCIÓN HUMANA

La fraseología empleada en la vieja controversia entre deterministas e indeterministas es inadecuada. No describe correctamente la sustancia de la controversia.

La búsqueda del conocimiento intenta siempre descubrir la concatenación de acontecimientos y averiguar los factores que producen el cambio. En este sentido, tanto las ciencias naturales como las ciencias de la acción humana emplean la categoría de causalidad y el determinismo. Ninguna acción puede tener éxito si no es guiada —en el sentido pragmático— por un conocimiento de la relación de causa y efecto. La categoría fundamental de la acción, es decir, la de medios y fines, presupone la categoría de causa y efecto.

Lo que las ciencias de la acción humana deben rechazar no es el determinismo, sino la distorsión positivista y panfisicalista del determinismo. Subrayan el hecho de que las ideas determinan la acción humana y que, al menos en el presente estadio de la ciencia, es imposible reducir las ideas y su transformación a factores físicos, químicos o biológicos.

En esta imposibilidad radica la autonomía de las ciencias de la acción humana. Tal vez algún día la ciencia natural podrá describir los acontecimientos físicos, químicos y biológicos que en el cuerpo del hombre Newton produjeron necesaria e inevitablemente la teoría de la gravitación. Mientras tanto, debemos contentarnos con el estudio de la historia de las ideas como una parte de las ciencias de la acción humana.

Las ciencias de la acción humana de ninguna manera rechazan el determinismo. El objeto de la historia es poner de manifiesto con toda claridad los factores que han influido en la producción de un acontecimiento determinado. La historia es completamente guiada por la categoría de causa y efecto. Respecto del pasado no hay contingencia. La noción de contingencia, como se la emplea en el contexto de la acción humana, siempre se refiere a la incertidumbre del hombre acerca del futuro y las limitaciones de la comprensión histórica específica de acontecimientos futuros. Se refiere a las limitaciones de la búsqueda del conocimiento y no a una condición del universo o de una de sus partes.