Las características epistemológicas de la historia
Las ciencias naturales predicen los acontecimientos futuros de dos maneras diferentes: la predicción general y la predicción estadística. La primera dice: b sigue a a. La segunda dice: en un porcentaje determinado de todos los casos b sigue a a; en otro porcentaje no-b sigue a a.
Ninguna de estas predicciones puede considerarse apodíctica. Ambas se basan en la experiencia. La experiencia es necesariamente de acontecimientos pasados. Se puede recurrir a ella para predecir acontecimientos futuros sólo bajo el supuesto de que hay una invariable uniformidad en la concatenación y sucesión de los fenómenos naturales. Haciendo uso de esta suposición a priori las ciencias naturales hacen inducciones infiriendo de una regularidad observada en el pasado la misma regularidad en los acontecimientos futuros.
La inducción es la base epistemológica de las ciencias naturales. El hecho de que las diversas máquinas y aparatos diseñados de acuerdo con los teoremas de las ciencias naturales funcionan de la manera que se esperaba lo hicieran constituye una confirmación práctica tanto de los teoremas en cuestión como del método inductivo. Sin embargo, también esta corroboración se refiere sólo al pasado. No excluye la posibilidad de que factores hoy desconocidos produzcan resultados que invaliden nuestro conocimiento y nuestra tecnología. El filósofo tiene que admitir que no hay forma de obtener un conocimiento necesario del futuro. Pero en cuanto ser que actúa, el hombre no tiene ninguna razón válida para atribuir ninguna importancia a la precaria situación lógica y epistemológica de las ciencias naturales. Estas constituyen el único instrumento que podemos utilizar en la incesante lucha por la vida, y ya han probado su valor práctico. Puesto que no hay otra forma de obtener conocimiento, el hombre no tiene alternativa. Si desea vivir y hacer su vida más agradable, debe aceptar las ciencias naturales como guías hacia el éxito tecnológico y terapéutico. Debe conducirse como si las predicciones de las ciencias naturales fueran la verdad, al menos por el tiempo que la acción humana puede abarcar.
La confianza con que las ciencias naturales anuncian sus descubrimientos no tiene como base sólo el como si. También se funda en la intersubjetividad y objetividad de la experiencia, que es la materia prima de las ciencias naturales y el punto de partida de su razonamiento. La percepción de objetos naturales es tal que fácilmente se ponen de acuerdo acerca de su naturaleza todos los que están en condiciones de percibirlos. No hay, acerca de lo que indican las manecillas de un aparato, ningún desacuerdo que no pueda resolverse definitivamente. Los científicos pueden estar en desacuerdo respecto a las teorías, pero nunca disienten por mucho tiempo acerca de los hechos. No puede haber disputa acerca de si un trozo de materia es cobre o hierro o si pesa dos o cinco libras.
Sería ridículo no reconocer la importancia de las discusiones epistemológicas acerca de la inducción, la verdad y el cálculo de probabilidades. Sin embargo, estas disquisiciones filosóficas no contribuyen a nuestro esfuerzo por analizar los problemas epistemológicos de las ciencias de la acción humana. Lo que la epistemología de las ciencias de la acción humana debe tener en cuenta acerca de las ciencias naturales es que sus teoremas, aun cuando se derivan de la experiencia, esto es, de lo que sucedió en el pasado, han sido usados con éxito para planear acciones futuras.
En sus aspectos lógicos los procedimientos que se siguen en las más complejas investigaciones de los acontecimientos naturales no difieren de los que se emplean en la vida diaria. La lógica de la ciencia no difiere de la lógica que emplea cualquier individuo en las reflexiones que preceden a su acción o que estiman los efectos posteriores. Sólo hay un a priori y una lógica concebible. En consecuencia, sólo hay una ciencia natural que pueda someterse al examen crítico del análisis lógico de la experiencia disponible.
Puesto que sólo hay una lógica, sólo hay una praxeología y una matemática válidas para todos. Puesto que no hay pensamiento humano que no pueda distinguir entre A y no-A, tampoco hay acción humana que no pueda distinguir los medios de los fines. Esta distinción implica que el hombre valora, esto es, que prefiere A y no B.
Para las ciencias naturales el conocimiento encuentra su límite cuando ha logrado establecer un dato último, esto es, un hecho que no sea consecuencia necesaria de otro hecho. Para las ciencias de la acción humana el dato último lo constituyen los juicios de valor de quienes actúan y las ideas que generan esos juicios de valor.
Es precisamente este hecho el que no permite que se empleen los métodos de las ciencias naturales para resolver los problemas de la acción humana. Al observar la naturaleza el hombre descubre una regularidad inexorable en la reacción de los objetos a ciertos estímulos y clasifica las cosas de acuerdo con los patrones de reacción. Una cosa concreta como el cobre es algo que reacciona de la misma manera que reaccionan otros ejemplares de la misma clase. Conforme se descubren los patrones de reacción el ingeniero sabe qué reacciones del cobre tiene que esperar en el futuro. Este conocimiento previo es considerado apodíctico, pese a las reservas epistemológicas expresadas en la sección precedente. Toda nuestra ciencia y nuestra filosofía, toda nuestra civilización quedaría inmediatamente en entredicho si en un solo caso y en un solo momento variaran estos patrones de reacción.
Lo que distingue a las ciencias de la acción humana de las demás es que no hay tal conocimiento previo de los juicios de valor de los individuos, de las finalidades que perseguirán bajo el influjo de estos juicios de valor, de los medios que elegirán para alcanzar las finalidades perseguidas y de los efectos de sus acciones, en la medida en que estos efectos no están completamente determinados por factores cuyo conocimiento lo proporcionen las ciencias naturales. Nosotros sabemos algo de estas cosas, pero nuestro conocimiento acerca de ellas es categorialmente distinto del conocimiento que las ciencias naturales experimentales tienen de los acontecimientos naturales. A este podríamos llamarle conocimiento histórico si no fuera porque el término se presta a ser mal entendido en cuanto sugiere que el conocimiento de referencia sirve sólo o principalmente para esclarecer acontecimientos pasados. Sin embargo, su uso más importante se ve en la utilidad que tiene para prever condiciones futuras y para planear acciones que necesariamente tratan siempre de afectar a condiciones futuras.
Algo sucede, por ejemplo, en la política interior de una nación. ¿Cómo reaccionará el senador X, principal exponente del partido verde? Muchas personas bien informadas pueden tener opiniones acerca de la reacción que se espera del senador. Una de estas opiniones tal vez sea la correcta. Pero también puede suceder que ninguna de las opiniones sea correcta y que el senador reaccione de una manera que ninguno había previsto. Y luego una nueva duda surge al tratar de estimar los efectos producidos por la reacción del senador. Esta duda no puede resolverse como la anterior, que desapareció en cuanto se supo cuál fue la reacción del senador. Durante siglos pueden los historiadores estar en desacuerdo respecto a los efectos producidos por ciertas acciones.
La epistemología tradicional, dedicada exclusivamente a los problemas lógicos de las ciencias naturales y que ni siquiera tenía contienda de la existencia de la praxeología, trató de estudiar estos problemas desde el punto de vista de su estrecha y dogmática ortodoxia. A las ciencias que no eran de naturaleza experimental las consideró atrasadas y comprometidas en un anacrónico método filosófico y metafísico, es decir, carentes de fundamento. Confundió la probabilidad en el sentido que el término tiene corrientemente en expresiones que se refieren a la historia y la acción práctica con la probabilidad en el sentido que el término tiene en el cálculo matemático de probabilidades. Por último, apareció la sociología, que prometió una verdadera ciencia para sustituir a los disparates y vacuidades de los historiadores en su intento de desarrollar una ciencia a posteriori de «leyes sociales» que se derivarían de la experiencia histórica.
Este intento de desacreditar los métodos de la historia motivó la reacción, primero de Dilthey, y luego de Windelband, Rickert, Max Weber, Croce y Collingwood. Sus interpretaciones fueron inadecuadas en muchos aspectos. Cayeron en muchos de los errores fundamentales del historicismo. Todos, menos Collingwood, desconocieron el carácter epistemológico peculiar de la economía y fueron muy vagos en sus referencias a la psicología. Además, los cuatro primeros no se pudieron liberar del prejuicio chauvinista que en la época del pangermanismo indujo hasta a los más eminentes pensadores alemanes a restar mérito a las enseñanzas de lo que llamaban filosofía occidental. Pero la verdad es que tuvieron magnífico y brillante éxito en su intento de esclarecer las características epistemológicas del estudio de la historia. Destruyeron para siempre el prestigio de las doctrinas epistemológicas que condenaban a la historia por ser historia y no «física social». Pusieron de manifiesto cuán vana es la búsqueda de leyes a posteriori del cambio histórico o del devenir histórico que permitan predecir la historia futura de la manera que los físicos predicen la conducta futura del cobre. Lograron que la historia tomara conciencia de sí misma.
La praxeología, la ciencia a priori de la acción humana, y, más concretamente, su parte mejor desarrollada hasta ahora, la economía, proporciona una magnífica interpretación de los acontecimientos pasados conocidos y una anticipación de los efectos que pueden esperarse de acciones futuras de una determinada clase. Ni la interpretación del pasado ni la previsión del futuro dicen nada acerca del contenido o la calidad de los juicios de valor del individuo que actúa. Ambas presuponen que los individuos valoran y actúan, pero sus teoremas son independientes de las particulares características de la valoración y la acción. Estas características son datos últimos para las ciencias de la acción humana; son lo que se llama la individualidad histórica.
Sin embargo, hay una importante diferencia entre los datos últimos de las ciencias naturales y los del campo de la acción humana. Un dato último de la naturaleza lo es provisionalmente, es decir, mientras no se muestre que es una consecuencia necesaria de algún otro dato último; en cuanto tal constituye un punto donde termina la reflexión humana. Es como es, y eso es todo lo que el hombre puede decir al respecto.
Pero la situación es distinta respecto de los datos últimos de la acción humana, es decir, de los juicios de valor de los individuos y las acciones por ellos motivadas. Son datos últimos por la razón de que no pueden referirse a algo de lo cual serían consecuencias necesarias. Pero no son, como sucede con los datos últimos de las ciencias naturales, lugares donde termina la reflexión humana. Son puntos de partida de una forma específica de reflexión de la comprensión específica de las ciencias históricas de la acción humana.
Si quien experimenta en un laboratorio establece un hecho que por lo pronto no puede ser referido a otro hecho del cual sería consecuencia, nada más hay que decir acerca del asunto. Pero si estamos ante un juicio de valor y la acción resultante, podemos tratar de entender cómo se originaron en la mente del sujeto.
Esta comprensión específica de la acción humana, como aparece en todas las relaciones y acciones humanas, es un procedimiento mental que no debe confundirse con ninguno de los esquemas lógicos a los cuales recurren las ciencias naturales y quienes realizan actividades puramente tecnológicas o terapéuticas.
La comprensión específica trata de entender las acciones de otras personas. Se pregunta: ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué perseguía? ¿Qué tenía en la mente al elegir este fin específico? ¿Cuál fue el resultado de su acción? O se hace análogas preguntas acerca del futuro: ¿Qué fines elegirá? ¿Qué hará para alcanzarlos? ¿Cuál será el resultado de su acción?
En la vida real estas preguntas raras veces aparecen solas, pues generalmente están relacionadas con otras preguntas que se refieren a la praxeología o a las ciencias naturales. Las distinciones categoriales que la epistemología tiene que hacer son instrumentos de nuestras operaciones mentales. Los acontecimientos reales son fenómenos complejos que pueden ser aprehendidos por la mente sólo si cada uno de los diversos instrumentos disponibles es empleado para su propósito específico.
El principal problema epistemológico de la comprensión específica es: ¿Cómo puede el hombre tener conocimiento de los juicios de valor y las acciones futuras de otras personas? El método tradicional de tratar este problema, comúnmente llamado «comprensión del otro» o Fremdverstehen, es insatisfactorio. Se esforzaba por captar el significado de la conducta de otras personas en el «presente» o, más correctamente, en el pasado. Pero la tarea que confronta la persona que actúa, es decir, todo el mundo, en sus relaciones con los demás no se refiere al pasado, sino al futuro. Conocer las futuras reacciones de otras personas es la primera tarea del hombre que actúa. El conocimiento de sus juicios de valor y acciones del pasado, aunque indispensable, es sólo un medio para este fin.
Es evidente que el conocimiento que permite a una persona anticipar en cierta medida las futuras actitudes de otras personas no es conocimiento a priori. La disciplina a priori de la acción humana, la praxeología, no se ocupa del contenido de los juicios de valor, sino del hecho de que las personas valoran y luego actúan de acuerdo con sus valoraciones. Lo que sabemos acerca del contenido de los juicios de valor sólo puede ser derivado de la experiencia. Tenemos experiencia de los juicios de valor y de las acciones de otras personas en el pasado y tenemos experiencia de nuestros propios juicios de valor y de nuestras acciones. Lo último es lo que se llama introspección. El término timología fue sugerido en un capítulo anterior[121] para designar la rama del conocimiento que se ocupa de las ideas y los juicios de valor y para disociar la introspección de la psicología experimental.
Wilhelm Dilthey subrayó la función que la timología —él la llamó psicología— desempeña en las Geisteswissenschaften, las ciencias morales o mentales, las ciencias que se ocupan de los pensamientos humanos, las ideas, los juicios de valor y su relación con el mundo externo[122]. No nos compete buscar el origen de las ideas de Dilthey en otros autores. No cabe duda de que debía mucho a sus predecesores, especialmente a David Hume. Pero el examen de estos influjos debe ser dejado para tratados de historia de la filosofía. La principal contribución de Dilthey consistió en señalar en qué aspectos el tipo de psicología al cual él se refería era epistemológica y metodológicamente diferente de las ciencias naturales y, en consecuencia, de la psicología experimental.
Experiencia timológica es lo que sabemos acerca de los juicios de valor, las acciones que determinan y las reacciones que estas acciones suscitan en otras personas. Como se ha dicho, esta experiencia se origina o en la introspección o en las relaciones con otras personas en nuestro actuar en diversas relaciones interhumanas.
Al igual que toda experiencia, la experiencia timológica también es necesariamente conocimiento de cosas que sucedieron en el pasado. Por razones suficientemente explicadas en las primeras secciones de este ensayo no es correcto dar a esta experiencia el significado que las ciencias naturales asignan a los resultados de la experimentación. Lo que aprendemos de la experiencia timológica nunca tiene el significado de lo que en las ciencias naturales se llama un hecho experimentalmente establecido. Siempre es un hecho histórico. La timología es una disciplina histórica.
A falta de un instrumento mejor debemos recurrir a la timología si deseamos prever las actitudes y las acciones futuras de las personas. Partiendo de nuestra experiencia timológica general tratamos de formarnos una opinión acerca de la conducta futura, a base de la observación directa de los demás en nuestras actividades con ellos o indirectamente por medio de la lectura o lo que dicen otras personas, así como a base de nuestra especial experiencia adquirida con los individuos o los grupos de que se trate. Es fácil comprender en qué consiste la diferencia fundamental entre esta clase de expectativa y la de un ingeniero que elabora los planos para la construcción de un puente.
La timología solo nos dice que el hombre es impelido por diversos instintos innatos, diversas pasiones e ideas. El individuo que espera que algo suceda trata de hacer de lado los factores que evidentemente no tienen ninguna función que desempeñar en el caso concreto de que se trata. Luego elige entre los que quedan.
Es usual concebir tales pronósticos como más o menos probables y contrastarlos con las predicciones de las ciencias naturales, a las cuales en otra época se les atribuyó certeza y todavía son consideradas así por quienes desconocen los problemas de la lógica y la epistemología. Prescindiendo de estas últimas cuestiones, debemos insistir en que la probabilidad de los pronósticos acerca de acciones humanas futuras tiene poco en común con la categoría de probabilidad que se emplea en el cálculo matemático de probabilidades. La primera probabilidad es de casos y no de clases[123]. Para evitar confusión es aconsejable referirse a la probabilidad de casos como cuasiprobabilidad.
En la comprensión específica de acontecimientos futuros hay, en general, dos órdenes de cuasiprobabilidad que determinar. El primero se refiere a la enumeración de los factores que posiblemente han contribuido a que se produzca el efecto en cuestión. El segundo se refiere al influjo que cada uno de estos factores ha tenido en la producción del efecto. Puede verse fácilmente que la cuasiprobabilidad de que la enumeración de factores sea correcta y completa es mucho mayor que la cuasiprobabilidad de que se atribuya a cada uno la medida exacta de su participación. Sin embargo, la corrección o incorrección de un pronóstico depende de la corrección o incorrección de esta última evaluación. El carácter precario de la predicción radica principalmente en la complejidad de este segundo problema. Pero esta difícil cuestión en lo que respecta a la predicción de acontecimientos futuros no es menos difícil para el historiador en su mirada retrospectiva.
No es suficiente que el estadista, el político, el general o el empresario conozcan todos los factores que pueden contribuir a la determinación de un acontecimiento futuro. Para prever correctamente también deben prever correctamente la cantidad, por así decirlo, de la contribución de cada factor y el momento en que su contribución será efectiva. Más tarde los historiadores tendrán que hacer frente a la misma dificultad al analizar y comprender el caso.
Las ciencias naturales clasifican los objetos del mundo externo de acuerdo con sus reacciones a los estímulos. Puesto que el cobre es algo que reacciona en una forma específica, no se aplica el término cobre a cosas que reaccionan de una manera distinta. Cuando establecemos que una cosa es cobre hacemos una predicción acerca de su conducta futura. Aquello que es cobre no puede ser ni hierro ni oxígeno.
Al actuar, ya sea en la diaria rutina o en la tecnología o en la terapéutica o en la historia, las personas emplean «tipos reales», esto es, conceptos de clase que distinguen a las personas o las instituciones de acuerdo con tendencias claramente definibles. Tales clasificaciones pueden hacerse a base de conceptos de la praxeología y de la economía, de la jurisprudencia, de la tecnología y de las ciencias naturales. Nos podemos referir a los italianos, por ejemplo, en cuanto habitantes de una región específica o como personas poseedoras de una característica jurídica especial como la nacionalidad italiana o como personas pertenecientes a un cierto grupo lingüístico. Este tipo de clasificación es independiente de la comprensión específica. Señala algo que es común a todos los miembros de una clase. Todos los italianos, en la acepción geográfica del término, son afectados por acontecimientos geológicos o meteorológicos que se dan en su país. Todos los ciudadanos italianos están implicados en los actos legales que se relacionan con las personas de su nacionalidad. Todos los italianos, en la acepción lingüística del término, son capaces de entenderse entre sí. Esto es todo lo que se quiere decir cuando se dice que una persona es italiana, en una de estas tres acepciones.
Por otra parte, lo característico de un «tipo ideal» es que implica alguna proposición acerca de la valoración y la acción. Si un tipo ideal se refiere a las personas, implica que en algún aspecto estos hombres valoran y actúan de una manera uniforme o similar. Cuando se refiere a instituciones, un tipo ideal implica que estas instituciones son producto de formas de valorar y actuar que son uniformes o similares o que influyen en la valoración y la acción de una manera uniforme o similar.
Los tipos ideales se construyen y emplean a base de una forma específica de entender el curso de los acontecimientos, ya sea para prever el futuro o para analizar el pasado. Si al ocuparnos de las elecciones norteamericanas nos referimos al voto italiano, la implicación es que hay votantes de origen italiano cuya forma de votar está en cierta medida influida por su origen italiano. Que tal grupo de votantes exista apenas puede negarse; pero no hay acuerdo en relación con el número de votantes incluidos en el grupo y la medida en que su forma de votar esté determinada por sus ideologías italianas. Es precisamente la incertidumbre acerca del poder de la ideología en cuestión y la imposibilidad de descubrir y medir su influjo sobre las mentes de los miembros del grupo, lo que caracteriza al tipo ideal como tal y lo distingue de los tipos reales. Un tipo ideal es un instrumento de comprensión y el servicio que presta depende completamente de la utilidad de la específica forma de comprensión.
Los tipos ideales no deben confundirse con los tipos a los que se alude cuando se habla de «deberes» morales y políticos, a los cuales podemos llamar «tipos de obligación». Los marxistas afirman que todos los proletarios se conducen necesariamente de una manera específica, y los nazis hacen similar afirmación acerca de todos los alemanes. Pero ninguno de estos grupos puede negar que su afirmación no refleje la realidad, puesto que hay proletarios y alemanes que no actúan de la manera que esos grupos califican de actuación proletaria o alemana. Lo que en realidad quieren expresar es una obligación moral. Todo proletario debe actuar de la manera que el programa del partido y sus expositores legítimos consideran actuación proletaria; todo alemán debe actuar de la manera que el partido nacionalista considera actuación genuinamente alemana. Los tipos de obligación pertenecen a la terminología de la ética y la política y no a la terminología de la epistemología de las ciencias de la acción humana.
También es necesario distinguir los tipos ideales de las organizaciones que tienen el mismo nombre. Al ocuparnos de la historia de Francia en el siglo XIX encontramos a menudo referencias a los jesuitas y a los masones. Estos términos pueden referirse a los actos de las organizaciones designadas por esos términos, por ejemplo, «La compañía de Jesús abrió una nueva escuela» o «Las logias masónicas donaron una cantidad de dinero para socorrer a las víctimas de un incendio». Pero también pueden referirse a tipos ideales, al señalar que los miembros de estas organizaciones y sus amigos actúan, en determinados aspectos, bajo el influjo de una específica ideología jesuítica o masónica. No es lo mismo afirmar que un movimiento político esté organizado, guiado y financiado por la orden o las logias como tales que afirmar que está inspirado por una ideología de la cual la orden o las logias son consideradas representantes típicas o prominentes. La primera proposición no hace referencia a la comprensión específica. Se refiere a hechos que podrían ser corroborados o falsificados por medio del estudio de documentos o por medio de testigos.
La segunda afirmación hace referencia a la comprensión. Para formular un juicio acerca de su corrección o incorrección es preciso analizar ideas y doctrinas y su influjo sobre acciones y acontecimientos. Hay una diferencia metodológica fundamental entre el análisis del impacto de la ideología del socialismo marxista sobre la mentalidad y la conducta de nuestros contemporáneos y el estudio de las acciones de los diversos gobiernos, partidos, conspiraciones comunistas y socialistas[124].
El servicio que un tipo ideal presta al hombre en su intento de prever acontecimientos futuros y al historiador en sus análisis del pasado depende de la comprensión específica que condujo a su formulación. Para poder criticar la utilidad de un tipo ideal para explicar un fenómeno específico es preciso criticar el modo de comprensión empleado.
Al ocuparnos de las condiciones de América Latina, el tipo ideal «general» puede ser de alguna utilidad. Ha habido ideologías específicas vigentes que en algunos aspectos determinaron la conducta de muchos dirigentes militares que llegaron a ser importantes en la política. También en Francia ciertas ideas vigentes limitaron más o menos la posición de los generales en la política y la actuación de hombres tales como Cavaignac, Mac Mahon, Boulanger, Pétain y De Gaulle. Pero en los Estados Unidos carecería de sentido emplear el tipo ideal de un general político o de un general en la política. No hay ideología americana que considere a las fuerzas armadas como un ente aparte y opuesto a la población «civil». Por consiguiente, no hay un esprit de corps político en el ejército y sus dirigentes no tienen prestigio de autoridad entre los «civiles». El general que llega a ser presidente, legal y también políticamente deja de ser miembro del ejército.
Al referirse a los tipos ideales, el historiador del pasado, tanto como el del futuro, esto es, el hombre en acción, nunca debe olvidar que hay una diferencia fundamental entre las reacciones de los objetos de las ciencias naturales y las de los seres humanos. Esta es la diferencia que se ha querido destacar al hablar de la oposición entre mente y materia, de la libertad del albedrío y de la individualidad. Los tipos ideales son instrumentos para simplificar el tratamiento de la confusa multiplicidad y variedad de asuntos humanos. Al emplearlos, se debe siempre tener conciencia de las limitaciones de cualquier tipo de simplificación. La exuberancia y variabilidad de la vida y la acción humanas no pueden ser capturadas plenamente por medio de conceptos y definiciones. Siempre quedan preguntas no contestadas o que no admiten contestación; problemas cuya solución está más allá de la capacidad de los más grandes pensadores.