EL PASADO

Todo era fácil, nos parece ahora,

En el plástico ayer irrevocable:

Sócrates que apurada la cicuta,

Discurre sobre el alma y su camino

Mientras la muerte azul le va subiendo

Desde los pies helados; la implacable

Espada que retumba en la balanza;

Roma, que impone el numeroso hexámetro

Al obstinado mármol de esa lengua

Que manejamos hoy despedazada;

Los piratas de Hengist que atraviesan

A remo el temerario Mar del Norte

Y con las fuertes manos y el coraje

Fundan un reino que será el Imperio;

El rey sajón que ofrece al rey noruego

Los siete pies de tierra y que ejecuta,

Antes que el sol decline, la promesa

En la batalla de hombres; los jinetes

Del desierto, que cubren el Oriente

Y amenazan las cúpulas de Rusia;

Un persa que refiere la primera

De las Mil y Una Noches y no sabe

Que inicia un libro que los largos siglos

De las generaciones ulteriores

No entregarán al silencioso olvido;

Snorri que salva en su perdida Thule,

A la luz de crepúsculos morosos

O en la noche propicia a la memoria,

Las letras y los dioses de Germania;

El joven Schopenhauer, que descubre

El plano general del universo;

Whitman, que en una redacción de Brooklin,

Entre el olor a tinta y a tabaco,

Toma y no dice a nadie la infinita

Resolución de ser todos los hombres

Y de escribir un libro que sea todos;

Arredondo, que mata a Idiarte Borda

En la mañana de Montevideo

Y se da a la justicia declarando

Que ha obrado solo y que no tiene cómplices;

El soldado que muere en Normandía,

El soldado que muere en Galilea.

Esas cosas pudieron no haber sido.

Casi no fueron. Las imaginamos

En un fatal ayer inevitable.

No hay otro tiempo que el ahora, este ápice

Del ya será y del fue, de aquel instante

En que la gota cae en la clepsidra.

El ilusorio ayer es un recinto

De figuras inmóviles de cera

O de reminiscencias literarias

Que el tiempo irá perdiendo en sus espejos.

Erico el Rojo, Carlos Doce, Breno

Y esa tarde inasible que fue tuya

Son en su eternidad, no en la memoria.