PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

CUANDO la gente me pregunta cuál es mi novela favorita intento evitar una respuesta directa, pues creo firmemente que es tan injusto como pedirle a alguien que nombre a sus hijos por orden de preferencia, empezando por el que más ama. Cualquier paterfamilias que se precie hablará, si se ve obligado, del atractivo particular de cada uno de sus hijos.

Así pues, con respecto a La flecha del dios, ese atractivo particular sería que es la novela que probablemente me sorprendan releyendo; por ello me he dado cuenta de que tenía algunas flaquezas estructurales, que en esta edición aprovecho para corregir.

La flecha del dios tiene tanto fervientes admiradores como feroces detractores; respecto a los últimos, no es necesario añadir nada. Respecto a los primeros, solo puedo expresar la esperanza de que los cambios que he realizado les parezcan adecuados. Pero, tal como es la naturaleza de las cosas, puede que haya algunos tan firmes en su adhesión al original que estos cambios les resulten fuera de lugar o incluso injustificados. Es posible que los cambios rara vez sean necesarios o justificados, y sin embargo continuamos haciéndolos. Deberíamos, al menos, estar dispuestos a reconocer el mérito de quienes se mantienen fieles a sus principios, a los descendientes espirituales de ese magnífico hombre, Ezeulu, con la esperanza de que nos perdonen. Porque, si se le hubiera compadecido, Ezeulu podría haber acabado por creer que su suerte era perfectamente coherente con su ilustre destino histórico de víctima, consagrando a través de su agonía la deserción de su pueblo, y de esa manera elevándola al grado de rito de paso. Y él los hubiera perdonado de corazón.

Chinua Achebe