Cassie, Via y Susurro arrastraron los cadáveres y los trozos sueltos hasta el repugnante cuarto de baño y cerraron la puerta.
—Ojos que no ven, corazón al que le importa un carajo —comentó Via.
Cassie se hubiera mostrado de acuerdo, pero en términos algo más delicados.
—¿Cómo podía tener dos caras?
Via se dejó caer sobre la cama. Se miró las manos, cubiertas de sangre y restos, y se las limpió con las sábanas.
—Es un truco caro. Los llamamos bifrontes. El Alguacilazgo los usa como espías e informadores confidenciales, y la mitad de los humanos de la mafia ya está conchabada con la policía. Los cirujanos de la Agencia de transfiguración te quitan el cuero cabelludo y adhieren otra cara. Entonces te la bajas como una media y, voilá, te paseas por las calles sin que nadie sepa quién eres. Pero es posible descubrirlo si te fijas con atención. La cara original queda como arremangada por debajo del cuello. Así es como Susurro descubrió que Nicky era un bifronte.
«Bifrontes. Uff», pensó Cassie. ¿Qué otras sorpresas podrían aguardarla en aquella ciudad?
No quería pensar en ello.
—¿Entonces qué vamos a hacer ahora?
—Existe algo que podemos intentar y que se llama maleficio de inversión —explicó Via—. Con todo el jaleo que ha habido últimamente se me había ido por completo de la cabeza. Si lo hacemos bien, podremos rescatar a Lissa.
Eso era todo lo que Cassie necesitaba oír.
—¿Y a qué esperamos?
—Necesitamos un objeto especial llamado «reliquia de poder». Es uno de los talismanes más antiguos y, como eres una etérea, cabe la posibilidad de que podamos conseguir uno. Esa es la buena noticia. La menos buena es que para hacernos con él tendremos que regresar a tu casa, y eso significa abrirnos paso hasta llegar al parque Pogromo y coger el tren sin que nos atrapen los del Alguacilazgo.
—Ya has oído a ese tipo de la televisión. Están al acecho por si aparecemos. Los alguaciles patrullan por todas partes.
—No lo sabes tú bien —confirmó Via—. Puedes apostar a que esos hijos de puta están registrando cada calle y pasadizo del distrito.
El entusiasmo de Cassie se derrumbó.
—¿Entonces cómo vamos a poder salir de la ciudad y cubrir toda la distancia que hay hasta mi casa sin que nos cojan?
—No me gusta hacer juegos de palabras —respondió Via sin mucho entusiasmo—, pero solo se me ocurre un modo que tengamos a mano.
—¿El qué? ¿Un hechizo o algo así?
—No exactamente…
Susurro y Via se miraron con tristeza, y luego esta última tomó del suelo una de las hachas. Fue hasta la mesita que había junto a la ventana.
—¿Qué vas a…?
—Tenemos que fabricar una mano de gloria. Por desgracia, en el Infierno solo funciona si usas tu propia mano.
—¿Qué?
Via apoyó su mano izquierda sobre la mesa y alzó el hacha con la diestra.
—¡No lo hagas! —exclamó Cassie—. ¡Usa la mano de Nicky, no la tuya!
—No sirve. Solo funciona cuando estás motivado por la misma cosa. —Via levantó aún más el hacha y cerró con fuerza los ojos.
—¡Espera! —Cassie tragó saliva y cogió el hacha de manos de Via—. Todo este lío es responsabilidad mía. Deberíamos usar mi mano.
No estaba segura de poder obligarse a hacerlo, pero consideraba que era la única alternativa admisible. ¿Por qué tenía que ser Via la que se mutilara?
«Todo esto es culpa mía, así que tengo que ser yo…»
Ahora era Cassie la que alzaba el hacha por encima de su propia extremidad.
—Pero tú eres una etérea, Cassie. No…
Cassie no quiso oírla. Apretó los dientes. Luchó por reunir el coraje suficiente y prepararse para el dolor, pero…
¡Thunk!
Via y Cassie miraron hacia atrás.
La situación había quedado zanjada antes de que Cassie pudiera hacerlo ella misma.
Susurro, con el ceño fruncido, arrojó su propia mano sobre la mesa y dejó caer otra hacha al suelo.
—Gracias, Susurro —dijo Via.
Cassie se estremeció al verlo.
—Debería haberlo hecho yo —se lamentó—. Lo siento, Susurro.
Susurro se encogió de hombros, un gesto que venía a querer decir: «no es para tanto». Sangraba poco (los corazones humanos no latían en el Infierno), pero la herida nunca sanaría. Cassie y Via le ataron un pedazo de tela alrededor del muñón.
—Pobre Susurro —murmuró Cassie con una lágrima en los ojos.
—Eres una etérea —le recordó Via—. Necesitas tu mano. Y si tenemos suerte y nuestro plan funciona, podremos hacer que un cirujano clandestino se la cosa más adelante.
Parecía un pobre consuelo.
—Pongámonos manos a la obra —dijo Via.
Encendieron una cerilla de madera y Via sostuvo la mano mientras Susurro pasaba la llama adelante y atrás por sus antiguos dedos. Via entonó algo en latín y terminó diciendo:
—… y haz que los esclavos sean barones y la piedra sea nube; ciega todas las miradas contra nosotros, como la paja en ojo ajeno.
Mágicamente, las puntas de los dedos de la mano amputada de Susurro ardieron con cinco pequeñas llamas.
—Ya está…
—¿Qué nos va a permitir esto? —preguntó Cassie.
—Es un ritual de eclipsamiento —dijo Via—. Vamos, tomemos el primer metro que nos lleve de vuelta a la estación Stalin. En nada estaremos en tu casa.
Cassie se esperaba algo grandilocuente, una ceremonia ocultista y espectacular. No entendía nada y señaló a la mano en llamas.
—¿Y cómo nos va a proteger eso del Alguacilazgo?
—Fácil —respondió Via—. Somos invisibles.