«¿Acabo de invitar a comer fuera a mi ama de llaves?» Bill se encogió de hombros. «Al diablo con todo, puedo hacer lo que me apetezca».
«Y chico, qué cuerpazo…»
Regresó a su dormitorio y cogió las llaves del Cadillac. Sin embargo, algo lo hizo detenerse y repasar la habitación con la mirada.
Se había despertado de madrugada, desnudo en la cama.
Bill Heydon nunca dormía desnudo, o al menos no lo había hecho en años.
¿Y por qué estaban su camiseta y sus pantalones cortos esparcidos por la habitación?
«Qué raro», pensó. También se había encontrado una lámpara rota en el suelo, y le enfurecía no poder explicárselo. Debía de haberse caído de la mesita de noche o algo así.
Tenía el cuerpo dolorido y aquella mañana, al mirarse en el espejo del cuarto de baño, se había descubierto unos cuantos moratones en el pecho y marcas de arañazos en hombros y espalda.
No podía recordar nada de la noche anterior… salvo los sueños.
«Chico —pensó de nuevo—. Qué cuerpazo…»
«Son cosas que pasan», se dijo. Al despertarse, un miedo sin nombre se había adueñado de él. «Cassie», pensó. Pero cuando fue a la carrera hasta su cuarto, la encontró a salvo, dormida en su cama.
Bill se limitó a sacudir la cabeza ante todos aquellos detalles inexplicables y salió de la habitación. Mejor olvidarse del tema.
Era hora de su cita para comer…