I

Los gritos y los ruidos de batalla no llegaron a desaparecer de los laberínticos pasillos de la Comisión de tortura judicial, pero sí que comenzaban a menguar. Via interpretó aquel dato como una estupenda señal, indicativa de que estaban ganando.

«Cassie está arrasando la mierda de este vertedero —se dijo confiada—, y los soldados de Ezoriel lo limpian todo detrás. Para cuando terminen, todo este lugar será un enorme ataúd de piedra lleno de cadáveres de demonios».

Y, con suerte, podrían rescatar a Lissa.

Sin embargo, Susurro se mostró inquieta y desconcertada al ver que varios soldados entraban a la carrera en la enorme sala. Se trataba del grifo mensajero, que había traído las peores noticias posibles. Aquella cosa fea y con alas descansaba apoyada en el brazo de un caballero; otro de ellos informó con cierta inquietud a Via de lo que realmente había ocurrido en el distrito Mefisto… y en las mazmorras de Ezoriel.

—¡Un maldición! —aulló Via—. ¡Eso no puede ser cierto!

—Me temo que sí lo es —replicó el caballero con hosquedad—. Ha sido confirmado de manera oficial, no cabe duda.

—Entonces eso significa que el auténtico Blackwell…

—Lo más probable es que ya se encuentre en el complejo —supuso con temor el caballero.

—¡Mierda!

Apenas unos momentos antes estaba convencida de que los asaltos contra la Comisión y el edificio Mefisto estaban teniendo éxito. Y en apenas un segundo, no solo se enteró de que estaba totalmente equivocada, sino también de que, de algún modo, todo el plan había sido saboteado de antemano.

«Xeke», fue lo único que pudo pensar.

El cuerpo físico de Cassie seguía tieso justo al lado de ellas. Sus ojos en blanco, sumidos en el trance, miraban hacia la nada.

«Y su espíritu —reflexionó Via—, todavía se pasea por ahí fuera, a bordo de la reliquia de poder».

En la sala solo quedaban cuatro paladines para protegerla. Supo que no serían suficientes.

—Tenemos que trasladar el cuerpo de Cassie a un lugar seguro —insistió al caballero—. Bastará con que la toque y la reliquia de poder morirá.

Susurro, que vigilaba la entrada principal de la Comisión, comenzó a señalar con nerviosismo. Via miró, y también ella vio lo que avanzaba ruidosamente por la calle.

Era el gran duque Blackwell, alto y con cuernos. Su rostro en forma de cuña dibujaba una aborrecible sonrisa.

—¡Ya está aquí! —chilló. Aparte de la entrada solo había otra ruta, la que se adentraba de las instalaciones—. ¡Agarrad a Cassie! —ordenó a los caballeros—. Iremos por allí.

Un soldado se cargó al hombro el cuerpo de la Etérea y todos se apresuraron a alcanzar la puerta interior, pero entonces…

¡SLAM!

… un rastrillo de hierro cayó, bloqueando el pasadizo. El caballero que iba en cabeza quedó aplastado al instante.

«No hay modo de salir —comprendió Via—. Estamos atrapados».

Las piernas del esqueleto impulsaban a Cassie con rapidez. Recorría el camino de vuelta a través de la maraña de corredores de piedra atestados de cadáveres de la Comisión. Sabía que debía reunirse cuanto antes con Via, Susurro y su propio cuerpo físico inerte.

Algo estaba yendo realmente mal.

Podía incluso notarlo. Se sentía cada vez más débil y avanzaba arrastrando los pies. El ritmo de sus pasos comenzó a ralentizarse, como si estuviera vadeando lodo que le llegara hasta la cintura. Pero al menos sabía una cosa: que aquel ataque «sorpresa» no había sorprendido a nadie.

Se habían llevado a Lissa de antemano y dejaron a Radu para que lo encontrara en su lugar. Parecía como si Lucifer hubiese dispuesto todo el escenario, permitiendo que miles de sus defensores fueran masacrados solo para conseguir que la farsa pareciera auténtica.

Y Cassie ni siquiera se atrevía a imaginar lo que podía estar sucediendo en las Madrigueras de carne…

La sensación de que algo tiraba de sus potentes huesos persistía y, de hecho, aumentaba. Incluso como esqueleto animado por la magia más negra, se sentía cansada, como si fuera una gorda tratando de subir un largo tramo de escaleras. Aunque su corazón no estaba en el interior de aquel pecho esquelético, notaba cómo se aceleraba con las crecientes oleadas de agotamiento. Comenzó a fallarle la vista.

«¡¿Qué me está PASANDO?!»

Entonces se detuvo.

Aquella parada no obedeció a su propia voluntad. Los huesos que formaban su cuerpo parecían haberse congelado de pronto, y no se movieron ni un ápice a pesar de sus esfuerzos. Era como tratar de progresar contra una pared de ladrillos.

Y peor fue la sensación enfermiza que sobrevino después… Notó… dedos.

«Alguien… me está tocando…»

Manos, manos grandes que ella no podía ver, la estaban magreando con fuerza. Las sintió con intensidad mientras subían por su tórax y se apretaban contra el volumen vacío donde deberían estar sus senos. La toqueteaban entre las piernas y la apretaron ahí.

Tras aquello, sencillamente se derrumbó.

Los huesos del esqueleto de Blackwell se desarmaron y cayeron todos juntos al suelo, formando una pila.

La consciencia de Cassie flotaba ahora sin cuerpo, sobre el tenue aire. Era como si su espíritu estuviese atrapado en un globo transparente que temblaba en su lento ascenso. Sin necesidad de ojos, pudo contemplar abajo los huesos amontonados.

Entonces…

«¡Madre mía!»

… su espíritu pareció volverse humo, que fue succionado por el corredor a cientos de kilómetros por hora. Percibió la velocidad enloquecida, notaba cómo era absorbida hasta formar una cuerda fina y vaporosa, como el hilo de humo de un cigarrillo al ser aspirado por un potente ventilador.

Aquello la arrastró entre las masas de cadáveres, a través de muros de piedra y puertas clausuradas. Era como estar en una montaña rusa que hubiese descarrilado…

Y después…

¡Zzzap!

Se encontró de nuevo dentro de su cuerpo físico. Seguía en la sala de detenciones de la Comisión.

El mareo hizo que los sentidos le dieran vueltas como locos. Al principio apenas veía más que un borrón que giraba en espirales. Pero luego, la sensación de que la estaban tocando se triplicó.

No, ya no era una sensación.

Realmente la estaban palpando…

«Oh, Dios mío…»

Una criatura absolutamente monstruosa la tocaba. Sus manos, del tamaño de guantes de béisbol y con uñas ganchudas, sostenían en alto su yo físico por debajo de las axilas.

Ahora sabía que había regresado a su propio cuerpo. Alzó con debilidad los brazos para mirárselos. No eran manos de esqueleto, sino las suyas auténticas de piel y carne. Y eso no fue todo.

También vio el rostro de la cosa que cargaba con ella.

Su cara parecía descompuesta en cuñas y ángulos, y la piel era del color y el tono del granito arenoso. Aquellos ojos trapezoidales ardían con un color rojo sangre. La angular boca le sonrió y le mostró unos dientes como largas zarpas marfileñas, tras los que brillaba una gruesa lengua negra. El aliento que emanaba de aquellos delgados labios, relucientes de saliva, olía como algo que llevara días pudriéndose bajo el sol. De su frente aplanada brotaban unos cuernos afilados como punzones, cada uno de más de treinta centímetros de longitud.

La voz sonó como una miríada de serpientes chapoteando en un cenagal…

—Hola, Cassie. Soy el gran duque Fenton Blackwell y me alegro mucho de conocerte —dijo la criatura.

La consciencia de Cassie decidió apagarse.

Aquel ser monstruoso entró ruidosamente en la sala y las enormes pisadas de sus botas dejaron grietas en el suelo de piedra. Entonces aulló y el mugido cacofónico impactó contra Via y Susurro con la fuerza de la dinamita. Volaron por la cámara hasta chocar con la pared.

Via miró al frente, medio sumida en la inconsciencia. El pequeño escuadrón de caballeros negros cargó sin temor contra el demonio, con las espaldas en alto, pero…

«Oh, no…»

El Gran Duque no dejó de reír durante toda la escaramuza. Hizo pedazos a los caballeros como si fueran muñecos de paja y arrojó sus trozos a un lado con deleite.

Via sabía lo que vendría después.

«Nosotras…»

El gran duque Blackwell se giró y sus ojos rojizos contemplaron el cuerpo físico de Cassie, que seguía en su lugar, aún inmóvil y en trance. Gracias a lo que había leído en los tomos de brujería, Via sabía que todo lo que hacía falta para romper el hechizo de transposición era un simple contacto: el espíritu de Cassie retornaría al instante a su cuerpo y la reliquia de poder quedaría inutilizada.

Y también sabía que, cuando eso sucediera, las secuelas del hechizo abortado dejarían inconsciente a la Etérea durante horas…

El único modo de matar a un gran duque era arrancarle el corazón y machacarle la cabeza, pero en aquellos momentos ni ella ni Susurro estaban en condiciones de moverse siquiera.

Cassie acabó de regresar a su cuerpo y se desmayó tras echar un vistazo al rostro primigenio de su captor. Su cuerpo colgaba sin vida, como un trapo mojado en manos del Gran Duque.

—Oh, de qué maravillosas delicias podría gozar con vos —croó este. Su lengua negra asomó entre los labios demoníacos y lamió lentamente un lado del cuello de Cassie. Entonces se deslizó sobre sus párpados y se coló en su boca abierta—. Podría succionar vuestros delicados órganos hasta que afloraran por esta preciosa boca, para tragármelos enteros como golosinas. Pero primero aprovecharía vuestra matriz viviente y la usaría durante, digamos, cien años o así, hasta que me cansara de ella… —El Gran Duque suspiró—. Mas tal no sucederá. Sois el bien más preciado del Infierno y mi amo os codicia. Cuando sus biomagos hayan terminado de absorber vuestra energía etérica, Lucifer volverá a caminar sobre la Tierra. Y por ello sin duda me recompensará.

¡Ssssssssssssssssssss-ONK!

En la sala se abrió un nectopuerto que ensanchó sus brillantes fauces verdosas. Blackwell arrojó a Cassie sobre su amplio hombro y empezó a entrar en el puerto.

Pero de repente se detuvo.

Se giró sonriente y miró a Via y a Susurro, que todavía yacían derrumbadas en una esquina.

Via se incorporó a rastras. «Es inútil —comprendió—, pero debo intentarlo…»

Agarró un hacha tirada en el suelo y luchó por acercarse a Blackwell. Detrás de ella, Susurro trató de erguirse.

—Se producen tantas distracciones —rio Blackwell con su voz de spiccato—. Pero, ¿cómo podía olvidarme de unos recipientes tan adorables para mis necesidades? —Un débil calidoscopio de luz resplandeció en la habitación cuando Blackwell abrió su inmensa mano—. Un hechizo de paresia para vosotras dos…

Via y Susurro cayeron, completamente paralizadas.

»Disfrutaremos de tales placeres juntos… —dijo el monstruo, al tiempo que agarraba a Via y a Susurro del pelo y las arrastraba hasta el nectopuerto.

Una vez más, Via fue absorbida por la batidora vermiforme del nectopuerto. El conducto arcano plegaba el espacio y la distancia con su remolino oscuro y resplandeciente. Era como un penacho de humo enloquecido que se retorcía en el aire. Pero cuando las sacudidas y los giros locos amenazaban incrementarse hasta el punto en que su cuerpo saltaría en pedazos…

Se detuvo.

¡Ssssssssssssssssssss-ONK!

Transcurrieron con lentitud unos cuantos segundos más. La criatura volvió a tirar de Via por el pelo, lo mismo que de Susurro, como alguien que llevara en una sola mano dos bolsas de plástico con comida. El dolor en el cuero cabelludo era terrible pero, aun así, todos los esfuerzos de Via por mover los músculos fueron en balde.

—Bienvenidas a mi morada —oyó.

El nectopuerto dio paso a una amplia sala de estilo Victoriano, aunque Via no tardó en darse cuenta de lo que era en realidad aquello: una cámara de torturas hermosamente adornada. Podía dirigir los ojos en las cuencas, pero ese era todo el movimiento del que era capaz. El hechizo de paresia las había dejado tan inmóviles como si las hubieran desnucado.

La bestia que antaño fuera Fenton Blackwell las dejó caer al suelo. Luego, con mucho cuidado para no dañar su tesoro, colocó a Cassie en un largo diván recamado con cojines. Sus rojizos ojos infernales se deleitaron al repasar su delicado cuerpo y acarició la mejilla de la chica con una de sus garras.

—Los siervos de Lucifer vendrán pronto a por vos, acompañados, sin duda, de una respetable recompensa. Estoy seguro de que mi señor se sentirá complacido conmigo y con este gesto de absoluta fidelidad. Al fin y al cabo, la mayoría de los grandes duques, dominada por la avaricia, os habría mantenido oculta para su propio beneficio y poder jugar con vos durante evos. Pero no, vos sois un juguete muy especial, el primer ser humano vivo del Infierno, y será con devoción eterna que os entregue al Señor del aire. —El monstruo se inclinó para volver a lamer la cara de Cassie con su hedionda lengua negra—. El sabor de la vida —masculló—, como un vino exquisito… Es una auténtica pena que no pueda degustar toda la botella.

El sitio al que las había llevado olía a una mezcla nauseabunda de ricos perfumes e inmundicia humana. Los ojos de Via recorrieron el extremo de la sala, donde observó una escena escalofriante. No se fijó en los lujosos tapices, alfombras y ebanistería del amplio cuarto, ni en sus elegantes estatuas, sus retratos de generosos marcos y los muebles y adornos clasicistas, pues sus pupilas se llenaron de terror al descubrir una hilera de hembras desnudas (algunas demoníacas, otras humanas) que colgaban de ornamentados ganchos clavados en la pared.

No eran los cadáveres del museo de un loco, no, todas estaban vivas y se agitaban mientras colgaban de los grilletes que apresaban sus muñecas. A algunas les habían cedido hacía mucho los ligamentos y las articulaciones de los hombros, de modo que la epidermis y los músculos se les estiraban débiles desde la distante extremidad. Y la piel de varias otras se había transformado en grandes masas de llagas húmedas.

Pero a pesar de la condición particular de cada una, resultaba obvio que esas mujeres llevaban décadas colgando de allí como una colección de rarezas, baratijas para el obsceno pasatiempo de Blackwell.

Todas ellas tenían una cosa en común, algo que a Via no le sorprendió lo más mínimo: sus vientres estaban enormemente hinchados.

Todas estaban embarazadas.

Otro latigazo ocular y descubrió un detalle más de la sala: el largo dolmen de piedra que había en el centro no dejaba lugar a dudas de lo que hacía Blackwell con los hijos de aquellas mujeres.

«Está repitiendo lo mismo que hacía en vida —comprendió Via—. Engendra niños… para sacrificárselos a Lucifer…»

Los ojos rojizos del Gran Duque volvieron a enfocarse sobre ellas dos.

—Mi transfiguración me permite inseminar a cualquier raza infernal. Tendréis el honor de ser violadas durante toda la eternidad, y de proporcionarme bebés sin fin para la losa sacrificial. Pero no entristezcáis, os acostumbraréis a verlo una y otra vez. Se trata del milagro de la creación, el don de vuestro dios explotado para gloria del mío…

Resonó un pesado repiqueteo metálico y Blackwell desapareció de vista durante un instante. Momentos después, regresó y se inclinó sobre Via. Aquellas manos indescriptibles descendieron poco a poco. Sostenían un par de grilletes de hierro unidos por unos cuantos eslabones de cadena y, tras unos chasquidos, las muñecas de Via quedaron afianzadas.

»Considéralo las alianzas de boda, mi amor —comentó divertido el Gran Duque—. Por los poderes que me han sido conferidos, nos declaro a partir de ahora marido y mujer, en la lujuria y el odio, en el abandono y el abuso…, y puedes estar bien segura de que la muerte nunca nos separará.

Alzó a Via sin esfuerzo y la llevó en volandas por la espaciosa sala. La dejó suspendida de un gancho, cerca de una trolesa preñada y temblorosa.

»Colgarás de aquí para siempre. ¡Qué pintoresco!

Sus manos se adelantaron entonces para comenzar a arrancarle la ropa.

»Ahora hay que desenvolver este hermoso regalo. Deja que tus nuevas compañeras aprecien tu belleza. ¡Felicidades, querida, ahora eres parte de mi harén de los sacrificios!

Via seguía paralizada, pero la mayor conmoción era la de su mente. Así iba a pasar la eternidad, comprendió, siendo violada por aquella criatura y dando a luz hijos híbridos que acabarían en el altar satánico. Deseaba que le llegara la muerte, pero eso era una completa fantasía. Allí viviría por siempre, para ser otra bagatela en las vitrinas del monstruo, una cómplice permanente de su macabra afición. Y no hacía falta que le dijeran que un destino idéntico aguardaba a Susurro.

Pero todavía podía albergar esperanzas, ¿verdad?

»No te molestes —dijo Blackwell—. Para ti ya no hay esperanza…

Via apretó los dientes y trató de cerrar los ojos. El Gran Duque le subió las piernas y le quitó las botas, que arrojó a un lado.

»Ummmm. —El sonido provenía de la garganta de Blackwell. Antes de desnudarla, sus manos tantearon su cuerpo tembloroso. Apretaron sus piernas como para comprobar su firmeza, se deslizaron en sentido ascendente por sus costados y rodearon sus pechos—. Ummm, sí, una esbelta y joven yegua, caliente y lista para el criadero. —Una palma demoníaca se apretó contra su vientre—. Enseguida nos dedicaremos a rellenar esto, te lo aseguro, y después de ti vendrá tu pálida amiguita. No temas, tengo amor suficiente para las dos. Más que de sobra.

Las uñas de sus garras desabrocharon con delicadeza el cinturón de Via. Se lo extrajo de la cintura y después, con el mismo cuidado, le soltó el botón de los pantalones y le bajó la cremallera con un lento ruido áspero. Los dedos la rodearon y le ahuecaron el talle, preparándose para bajárselos.

»Disfruto tanto desenvolviendo regalos…

La mirada muerta de Via colgaba con tan pocas fuerzas como su cuerpo, pero…

«¿Quién es…?»

Desde su posición, de espaldas a la pared, podía ver lo que había detrás del Gran Duque.

Descubrió la figura que entraba en la sala.

Pudo ver a…

«¡Xeke!», pensó Cassie.

Ella yacía sobre el extraño diván de aquel lugar aún más misterioso, y cada músculo de su ser le latía de dolor. El sufrimiento la clavaba contra el sofá. Cada vez que trataba de moverse, la oleada de dolor en la cabeza y en el cuerpo la incrustaba de inmediato, como si le hubieran atravesado el pecho con una estaca.

Vio la ornamentada sala y su decoración al estilo terror Victoriano. Vio a Susurro completamente inmóvil sobre el suelo alfombrado, y a Via colgando de un gancho contra una larga pared al extremo de la atroz habitación.

Vio al ser que la había conducido hasta allí: el gran duque Blackwell, la única criatura en el Infierno con el poder de frustrar la reliquia de poder.

Y entonces también vio…

A Xeke.

Iba peor vestido que la última vez que estuvieron juntos. Tenía la chaqueta hecha jirones y los pantalones raspados y ensangrentados. Llevaba tanto tiempo desaparecido que Cassie estaba convencida de que nunca volvería a verlo. Y eso por no mencionar las sospechas de Via y Susurro de que era colaborador de la policía o que las había delatado.

¿Pero cómo podía ser eso cierto?

«No me lo creo —pensó con convicción—. No me creo que Xeke sea un traidor».

Si fuera cierto, ¿qué iba a estar haciendo allí? ¿Y por qué tendría que colarse en la guarida de Blackwell?

Xeke avanzó por la alfombra con extrema lentitud. Cuando vio a Cassie, le dedicó una breve sonrisa y se llevó un dedo a los labios para indicarle que no dijera nada.

«¡Lo sabía! ¡Todavía está de nuestra parte!»

Xeke se arrastró hasta situarse detrás del Gran Duque y, mientras lo hacía, extrajo algo de su bolsillo, algo alargado y con curvas.

Cassie reconoció el objeto. Era la cuerda aserrada que Xeke había utilizado para decapitar a uno de los ujieres, allá en la zona de mutilación. Y recordó también la eficacia con la que había perforado el musculoso cuello de la criatura.

«¡Ten cuidado, ten cuidado!», pensó.

Xeke saltó…

«¡Adelante!»

Su brinco lo dejó sobre las anchas espaldas de Blackwell. Allí se sujetó con fuerza, rodeando la cintura del monstruo con sus piernas.

El clamor del Gran Duque resonó como explosivos de alta potencia, uno detrás de otro. La larga sala se sacudió como si la golpeara repetidas veces una bola de demolición. Entonces comenzó la frenética lucha.

Blackwell trató en vano de agarrar hacia atrás, de golpear a Xeke con sus largas garras, pero este ya había pasado la cuerda alrededor del cuello del demonio. Las venas se marcaron de pronto bajo la presión.

El rostro de Blackwell se ensombreció.

—¿A qué viene tanto alboroto? —se burló Xeke—. ¡Solo te estoy tomando las medidas para una corbata!

Blackwell se tambaleó con torpeza por la habitación, al tiempo que la cuerda aserrada se clavaba más profundamente. Xeke sacudía las asas a un lado y a otro con toda su fuerza. El sonido del artilugio cortando más y más hondo era un raspar desagradable parecido al de un balancín, como si unos leñadores aserraran un árbol muy grueso. Pero aquí no salía serrín y pulpa de madera por el esfuerzo, sino que era sangre negra la que manaba de la ranura cada vez más profunda.

Blackwell trató repetidas veces de quitarse de encima a Xeke, y soltó otro rugido ensordecedor. La sala pareció convulsionarse ante el impacto de aquel berrido inhumano. Pero la protesta no duró mucho más. Blackwell se quedó mudo en el mismo instante que…

Thunk.

… cayó su cabeza.

La testa dio unos cuantos botes y se detuvo en medio de la alfombra. Sus ojos escarlatas miraban con furia. Xeke dio un grito de alegría y saltó al suelo.

«¡Lo ha conseguido!», celebró Cassie.

Pero el descomunal cuerpo continuaba dando tumbos. Xeke agarró una segur de ancho filo de la pared y…

¡Thwack!, ¡thwack!, ¡thwack!

Con esos golpes hundió la gran hoja en el pecho de Blackwell. El gigantesco cuerpo decapitado se derrumbó al fin y, con unos cuantos tajos más, Xeke reventó la cavidad torácica. Entonces se inclinó y rebuscó dentro. Arrancó el corazón, del tamaño de un balón de rugby, y lo estampó contra el muro con un topetazo sanguinolento.

Cuando el cuerpo trató de incorporarse de nuevo, Xeke se rascó la cabeza y comentó:

—Oh, oh, se me olvidaba la cabeza.

¡Thwack!, ¡thwack!, ¡thwack!

Partió la cabeza amputada en pulcros pedazos del tamaño de un puño. Luego les dio patadas sobre las alfombras como un niño que juega con las latas de calle.

—¿Quién dijo que era difícil matar a un gran duque? —comentó con jovialidad mientras se limpiaba el sudor de la frente. Su sonrisa de alivio era resplandeciente. Miró a Cassie—. ¿Estás bien?

—Sí —trató de responder ella, aunque de su garganta apenas salió un hálito. Casi no podía moverse ni hablar todavía. Los efectos secundarios del hechizo roto de la reliquia de poder la habían dejado mareada y débil, como si estuviera incubando la gripe. Y no parecía recuperarse muy deprisa.

—No ha sido ningún paseo por el parque, te lo aseguro —dijo Xeke. Entonces le guiñó un ojo—. Probablemente pensaras que a estas alturas ya me habrían hecho picadillo.

Cassie asintió.

—Vimos los carteles de «se busca», y después dijeron en la tele que habías escapado de la Comisión. Pero… —De repente la duda surgió en su cerebro—. ¿Cómo sabías que Blackwell nos había traído aquí?

Xeke hizo caso omiso de la pregunta y se frotó las manos.

—Y apuesto a que incluso pensasteis que me había pasado al otro bando.

—Cierto —reconoció Cassie—. Al menos Via. Y Susurro también, creo. Pero en el fondo yo nunca lo acepté.

—Bueno, pues deberías haberlo hecho —respondió Xeke.

Cassie entrecerró los ojos.

—¿Cómo?

—Porque es cierto. —Xeke se plantó con chulería delante ella, con las manos en las caderas—. ¿De qué otro modo iba a adivinar el Alguacilazgo cada uno de vuestros movimientos? ¿Cómo si no habrían podido preparar una trampa como esta? —Ahora sonreía abiertamente—. ¿De qué otro modo iban a saber que tenías la posibilidad de activar una reliquia de poder? Fue tu hermana, so tonta.

—¿Mi… hermana?

—Tu hermana te odia. De no ser por tu culpa, no habría sido condenada al Infierno, ¿verdad? Fuiste tú la que te comportaste como una putilla, yendo tras su novio y tratando de robárselo…

—¡Eso no es lo que pasó! —sollozó Cassie.

—… y cuando os pilló a los dos juntos, Lissa se sintió tan destrozada, tan dolida y traicionada, que se mató de desesperación. La desesperación que tú habías provocado.

—¡No!

—Y tú tratando de encontrarla todo este tiempo, como si decirle «lo siento» fuera a suponer una diferencia. Como si fuera a servir de algo, por Dios. ¿Quieres saber quién te delató al Alguacilazgo? Fue Lissa.

—Lissa —susurró Cassie.

—¿Aún no te lo crees?

Cassie se sentía perdida en la niebla y las lágrimas se acumulaban cálidas en sus ojos.

»Bueno, pues mira esto. —Xeke se llevó una mano al rostro.

Cerró los dedos.

Entonces, como si estuviera dando la vuelta a una media, se cambió la cara.

Cassie se quedó sin aliento por la impresión.

Los rasgos que miraba ahora eran los de Lissa.

—Ingenioso, ¿verdad? Es lo último en cirugía de transfiguración. Nada de piel colgando del cuello, te ponen la nueva cara al otro lado de la cabeza. Funciona a las mil maravillas.

«Lissa. Una bifronte. Lo tenía todo planeado desde el principio…»

Después se quitó la chaqueta de cuero y la camiseta de punk.

Era el cuerpo de Lissa. Cassie pudo ver las cicatrices de la operación para extirparle los pechos e incluso se fijó en el tatuaje de alambre de espino alrededor de su ombligo.

Pero justo encima del ombligo llevaba ahora otro tatuaje.

Cassie parpadeó.

«No, no es un tatuaje».

Era una pequeña marca a fuego grabada en la piel.

Un pentagrama.

—No resultó complicado engañar a Via y a Susurro, no son más que un par de plebeyas estúpidas. Infiltrarme como «Xeke» fue pan comido. ¡Dios, Via es tan estúpida que hasta estaba enamorándose de mí! A partir de ese momento solo se trató de ganar vuestra confianza. Os mudasteis a un paso de los muertos, por amor de Dios. ¿Qué mejor modo de meter a la hermana gemela en el Infierno? ¿Tienes la menor idea de lo valiosa que eres? Una auténtica etérea. Una mujer de carne y hueso en el Infierno. La energía etérica que almacenas en ese cerebro de guisante puede dar a Mefistópolis una energía como nunca antes se ha visto. Puede permitir que los diablos anden sobre la Tierra. Puede destruir la bendición que hizo Dios a la humanidad. ¡Será glorioso! ¡Lo cambiará todo!

Pero Cassie seguía traumatizada, aplastada por aquella derrota total.

Lissa se pavoneó y miró por encima del hombro el cuerpo decapitado de Blackwell, rodeado de toda la casquería.

»Y mira a este enorme imbécil. Alcanza el estatus de gran duque y todo lo que le preocupa es su recompensa de mierda. ¿Qué ha sido de la auténtica servidumbre? ¿Qué se ha hecho de la fe? —Lissa sonrió de nuevo—. Lucifer lo sabe todo. Lucifer sabe quiénes lo sirven de verdad. Y Ezoriel…, ¡ja! Esta noche hemos acabado con un par de miles de sus hombres, ha sido como soltar carne en una trituradora. ¿Pero crees que aprenderá la lección? ¡Demonios, no!

Cassie tembló cuando vio que su hermana se volvía hacia Via.

»Tonta del culo —le espetó Lissa—, golfa altanera. —Otra sonrisa—. Umm, un hechizo de paresia, ¿eh? Eso es genial, hará más sencillo el desollamiento. Va a ser realmente divertido. Oh, ¿y qué tenemos aquí? —Ahora miraba a Susurro—. Creo que no esperaré más y me distraeré un poco con esta pequeña zorra. —Entonces arrastró a Susurro y la puso boca abajo sobre el dolmen.

»Pobre y pequeña Susurro. Triste Susurro, la inocente. Creo que te cortaré la cabeza y la aplastaré contra el suelo aquí mismo. Sí, así después tu alma podrá pasarse la eternidad en el cuerpo de un pequeño gusano de la mierda.

—¡No, por favor, no lo hagas! —croó Cassie con un sollozo. Pero Lissa ya había rodeado el cuello de Susurro con su cuerda aserrada. La cadena de finas púas cortó con rapidez, emitiendo su sonido enfermizo.

»¡Detente, detente! —aulló Cassie—. ¡No te ha hecho nada malo!

Lissa sonrió mientras sus manos sacudían con fuerza las asas de la sierra adelante y atrás.

—Lo sé, y es justo por eso por lo que lo hago.

Las lágrimas cubrieron el rostro de Cassie.

Aún paralizado, el cuerpo de Susurro temblaba en la losa. Lissa serró limpiamente el resto del cuello…

Thunk.

… y la cabeza cayó al suelo.

—¡¿Por qué has hecho eso?! —aulló Cassie.

Lissa se encogió de hombros.

—Porque es divertido. Pero no te preocupes, no es nada comparado con lo que le voy a hacer a Via. A ella voy a joderla de verdad.

Todo aquel horror repentino, toda la furia, ira y desesperación provocaron que algo se rompiera como una ramita en el interior de Cassie. Apretó los párpados y se obligó a superar el dolor y la parálisis. Se le puso la cara roja del esfuerzo mientras tensaba, tensaba más…

»Ah, pero queda un asunto por terminar, ¿verdad? Antes de empezar a abrir a Via… —Lissa escogió un enorme mazo de hierro de la pared donde Blackwell guardaba sus instrumentos de tortura. Lo sopesó en sus manos y asintió satisfecha—. Sí, esto servirá. Con esto convertiré el coco de Susurro en papilla, de un solo golpe.

—¡ALÉJATE! —gritó Cassie. Sus poderes de etérea habían regresado a la superficie de su consciencia, y con un grito que le despellejó la garganta, arrojó el pensamiento más violento de su vida contra Lissa.

La proyección arrasó la habitación conforme avanzaba envuelta en llamas, portando su ardiente carga de ira como un toro salvaje que de pronto escapa del establo. Todo lo que había en la pared acabó incrustado contra el suelo en un instante. Las alfombras se deshicieron en gruesas tiras y la propia superficie de los muros comenzó a resquebrajarse.

Entonces toda la energía etérica chocó contra Lissa…

Y esta se limitó a reír y sacudió la cabeza.

Cassie la miró aterrada, con los ojos abiertos como platos.

—Ese abracadabra no funciona conmigo —explicó Lissa.

Alzó la almádena, arqueándose sobre la cabeza cortada de Susurro. Cassie volvió a caer rendida en el diván.

»¡Prepárate a comer mierda para siempre, pequeña fulana gótica! —festejó Lissa.

El martillo osciló. Los ojos de la cabeza cortada de Susurro se abrieron de par en par, aterrados, y su boca se abrió con un grito sin voz. Y justo cuando la cara plana del martillo bajaba hacia el suelo para aplastar su cabeza y enviar su alma al cuerpo de alguna alimaña del Infierno…

… la sala tembló.

Comenzó a sacudirse con más fuerza de lo que lo había hecho con la proyección mental.

«Pero… no soy yo», comprendió Cassie.

Alguna otra fuerza había entrado en la sala y, tras la siguiente tríada de sonidos…

¡Ssssssssssssssssssss-ONK!

¡Ssssssssssssssssssss-ONK!

¡Ssssssssssssssssssss-ONK!

… Cassie supo de qué se trataba.

Tres nuevos nectopuertos se abrieron con sus golpetazos, sacudidas y destellos bamboleantes de luz verde pantano. En menos tiempo del que Cassie tardó en completar su siguiente pensamiento, la sala victoriana de Blackwell quedó tomada por los caballeros de armadura negra de la Rebeldía. Rodearon a Lissa con un nutrido círculo, las anchas espadas listas y las puntas de sus lanzas y alabardas formando un anillo de dientes de metal alrededor de ella y del dolmen de piedra en el que yacía el cuerpo decapitado de Susurro.

La sala quedó sumida en un silencio sepulcral.

Lissa arrojó la almádena a un lado. No parecía tener miedo, ni tampoco sentirse impresionada por la repentina invasión de soldados insurgentes.

Detrás de la masa de caballeros, Cassie fue atendida por otros guardias negros. Uno la levantó y la sostuvo entre sus guanteletes mientras los otros se colocaban delante como escudos humanos. Ella apenas podía ver nada entre las figuras que tenía delante, pero sí lo suficiente.

Lissa seguía con las manos en las caderas y una taimada sonrisita en los labios.

—¿Y bien? —dijo—. Sal, a no ser que tengas miedo.

En ese momento, de entre las filas se adelantó Ezoriel con su armadura de combate ensangrentada. Llevaba las renegridas alas plegadas bajo el espaldar y su yelmo de bronce brillaba a pesar de las muescas de incontables golpes. En su gran mano aferraba una espada.

—Tal vez haya sido un susurro extraviado de Dios el que me ha guiado hasta aquí —expuso Ezoriel con su luminosa voz.

—Dios no está aquí —le respondió Lissa—. Te echó de su lado, ¿recuerdas?

—Entonces quizá es solo que soy más listo que tú.

—Es posible que seas más listo que yo, pero completamente estúpido en tu fe. ¿Fe en qué?

—No estoy seguro. Pero eso apenas importa.

Lissa sonrió.

—Antes éramos amigos. Podemos serlo de nuevo. Considera el poder que hay aquí, Ezoriel. Lo compartiremos, si me entregas tu fe.

—En lo más crudo del invierno, no te dejaría ni el vapor de mis heces —replicó Ezoriel.

—Bien, ¿y ahora qué? Te echarás a un lado y observarás cómo tus peones me hacen pedazos. Sabes lo inútil que sería.

—Lo sospecho.

—Entonces solos tú y yo. A no ser, por supuesto, que todavía seas un cobarde.

Ezoriel dejó caer la espada y el yelmo al suelo.

Lissa le devolvió la mirada, disgustada.

—Que te den por culo —dijo, y simplemente desapareció.