I

Cassie partió cráneos cosa mala.

Lo único a lo que no logró acostumbrarse fue al molesto ruido de tintineo que hacían sus pies cuando avanzaba sobre el suelo de piedra. A eso y a verse los brazos, descarnados, balanceándose adelante y atrás.

Todo lo demás era pan comido.

Un escuadrón de caballeros negros la condujo por un pasillo lateral. Los llameadores del otro extremo del corredor les lanzaron de inmediato lenguas de fuego, pero todo lo que tuvo que hacer Cassie fue mirar las llamas: dieron media vuelta y golpearon a quienes las habían arrojado.

Los llameadores estallaron como barras de dinamita en un tanque de gasolina.

Por delante, un caballero tenía problemas para acabar con un par de altos gólems. Pero en cuanto Cassie volvió su mirada hacia ellos, se fundieron hasta dejar charcos de barro burbujeante.

—¡Ujieres! —gritó alguien.

Detrás de otra esquina se abalanzó una jauría de al menos veinte ujieres, con los colmillos y las garras prestos. Los caballeros alzaron sus armas y se dispusieron a cargar, pero Cassie dijo:

—Retroceded.

Posó la vista sobre el grupo que se aproximaba y, mientras lo hacía, llegó a distinguir realmente el pensamiento violento que tomaba forma ante sus ojos. La proyección salió disparada por el pasillo como un filo al rojo vivo.

Seccionó en dos a los ujieres a la altura de la cintura. Los intestinos volaron por los aires.

«¡Esto es GENIAL!», pensó Cassie.

Pero debía concentrarse en su objetivo.

—Tenemos que localizar la sala donde retienen a mi hermana —indicó a uno de los guardias.

—Se encuentra en la Unidad de tortura central —le dijeron—. ¡Por aquí!

Mientras Cassie seguía al destacamento con su cuerpo hecho de huesos, sus pensamientos destrozaron sin esfuerzo todo lo que se interpuso en su camino. Más ujieres, más gólems, más reclutas a la carga y gran variedad de híbridos demoníacos que habían sido creados para servir en el ejército de Satán. Todos cayeron descuartizados. En cierto momento notó una leve presión que se oponía a ella. Descubrió entonces una hilera de encapuchados biomagos que trataban de lanzarle un maleficio.

Los pensamientos de Cassie los convirtieron al instante en gusanos.

Continuaron avanzando y, con las prisas, pasaron por alto un corredor de piedra que intersecaba con el suyo. Los guardias iban delante de Cassie, y de pronto la atacaron por detrás. Se giró y casi se rio de los reclutas que se le venían encima. Cuando las espadas y alabardas golpearon sus huesos, el metal se hizo pedazos. Y cuando tocaron su esqueleto, sus manos se consumieron en una llamarada.

Entonces los miró y solo necesitó pensar: papilla.

Un segundo después los reclutas se habían deshecho hasta dejar una especie de estofado en el suelo.

«Ábrete», pensó cuando encontraron una imponente puerta de seguridad con su pesada celosía de hierro. La reja salió despedida. Detrás trataban de cerrar un inmenso portón de enormes bloques de piedra, pero Cassie vocalizó: «escombros», y la puerta estalló hecha añicos.

Pese a ello, el paso no estaba expedito. Delante de la puerta había un foso de separación lleno de un líquido ácido y fétido. Cassie pensó: «puente», y de inmediato los grandes trozos de roca del portón destruido rodaron hasta salir de la cámara y rellenar el foso. Cassie y sus guardias pudieron atravesarlo fácilmente.

Desde todos los rincones de la instalación llegaba el retumbar de los sonidos de batalla. Las paredes temblaban. En esos momentos se encontraban en un corredor más ancho, con una alta puerta de hierro al final.

En un letrero ponía: «UNIDAD DE TORTURA CENTRAL. ¡ACCESO RESTRINGIDO!».

Uno de los guardias señaló un televisor adosado a la pared.

—¡El ataque de Ezoriel ha comenzado!

En la pantalla podía verse una manzana de la ciudad ardiendo y las columnas de las tropas de Ezoriel que surgían desde múltiples nectopuertos.

—… sin precedentes en la historia del Infierno —se pudo oír decir a la misma presentadora—. La línea defensiva principal del Edificio Mefisto, las Madrigueras de carne, está siendo asaltada por Ezoriel y su Rebeldía del parque Satán. La gran ofensiva comenzó poco después de producirse un despiadado asalto a la Comisión de tortura judicial, y los informes de inteligencia ya nos adelantan que la etérea Cassie Heydon, criminal en busca y captura, está detrás del ataque.

Un plano mostró la puerta principal de la Comisión y los edificios de detrás en llamas.

«¡Sí!», pensó Cassie.

—La Etérea y el ángel caído traidor Ezoriel parecen cómplices de una blasfema conspiración —dijo la presentadora. La siguiente escena volvió a mostrar su cara de caparazón de tortuga delante de la cámara—. Pero el propio lord Lucifer nos ha asegurado que los refuerzos ya están llegando a ambos frentes y que las sádicas tropas de Ezoriel se baten en retirada. —Pero entonces la mujer abrió los ojos de par en par—. ¡¿Qué?! —exclamó. Se incorporó de un brinco por detrás de la mesa, pero no fue capaz de aguantar ni un segundo en pie antes de que una espada zumbara y la partiera por la mitad de cabeza a ingle.

Los caballeros negros invadieron la sala de redacción y destruyeron todo lo que veían. Al final un paladín se fijó en la cámara.

En la pantalla solo quedó ruido.

«Machaca todo lo que se mueva sin preguntar nombres», se regocijó Cassie. Su dedo esquelético apuntó a la enorme puerta de hierro.

—Es esa, ¿verdad?

—¡Sí, Bendita! Ahí es donde retienen a vuestra hermana. Esperamos vuestra orden.

Cassie se rio de la advertencia «RESTRINGIDO» del cartel. «Restringido, ¿eh?» Entonces sus pensamientos hicieron que la puerta entera saliera escupida de sus goznes.

Un enorme rugido brotó del interior.

Incluso Cassie, ahora invulnerable, tuvo que tragar saliva ante la escena.

Con espadas, hachas y garras en alto, cientos de demonios salieron a la carga de la sala…