III

Y si centenares de demonios cargaron desde la cámara mejor protegida de la Comisión, centenares yacieron masacrados delante de ella pocos minutos después. Cassie manejaba ya sus habilidades etéreas con terrible precisión, y la amplificación de esos poderes por medio de la reliquia de poder hizo que se preguntara si había alguna fuerza en el Infierno capaz de detenerla.

Era incluso posible que, dentro de aquel esqueleto potenciado por la reliquia de poder, fuera capaz de entrar en el propio Edificio Mefisto y arrojar a Lucifer por la ventana de buhardilla de su piso 666.

Pero eso tendría que esperar. Ahora tenía el objetivo a su alcance.

«Rescata a Lissa y sácala d…»

El último defensor de la cámara, como Cassie se alegró de comprobar, era el propio comisionado Himmler. Aquel pequeño hombrecillo se encogió al aparecer ella y una expresión de asombro se apoderó de su estrecho rostro. Se le cayó el monóculo del ojo y él mismo se desplomó de rodillas ante el terrible esqueleto.

—Perdóname la vida, por favor. Haré cualquier cosa que ordenes —gimió.

«¡Dios, no soporto ver llorar a un hombre adulto!», pensó, y entonces… ¡Splat!

Su mirada aplastó al comisionado hasta convertirlo en una mancha sanguinolenta en el suelo de piedra, justo como si le hubiera pasado por encima una apisonadora.

Sus pies de hueso comenzaron a trepar por encima de los montones de cuerpos que tenía delante. «Me alegro de no ser la que limpia este sitio». El escuadrón de caballeros la siguió, y cuando al fin entraron en la cámara central…

«¡No!»

Lissa no estaba por ninguna parte.

En su lugar, todo lo que había en la cámara era la cuba de sanguijuelas cuchilla y, suspendido boca abajo encima del tanque, un rostro familiar.

El cuerpo, tembloroso, había sido despellejado desde los pies hasta el cuello, pero la cara intacta le imploró:

—¡Cassie! ¡Ayúdame! ¡Por el amor de Dios, AYÚDAME!

Era Radu, el novio de su hermana.

El hombre que sedujo a Cassie la noche que Lissa se suicidó en el club.

Cassie no tuvo tiempo de pensar antes de que…

¡Splash!

… Radu cayera de cabeza a la cuba. Soltó espantosos gritos y sus brazos y piernas despellejados se debatieron entre las sanguijuelas.

No le guardaba gran aprecio, pero en cualquier caso la despiadada tortura de Radu apenas tenía relevancia. Lo importante era que habían sustituido a propósito a Lissa por el camarero calvo, y Cassie comprendió de inmediato lo que eso realmente significaba:

«¡Todo ha sido una trampa! ¡Nos hemos metido en la ratonera!»