—Bien, ya tenemos los huesos. ¿Ahora qué? ¿Tenemos que volver a cruzar la división, ir hasta la terminal, coger el tren al parque Pogromo y luego encontrar esa Comisión de tortura judicial? ¿Es eso? —preguntó Cassie bastante irritada.
—Sí —dijo Via—. Simple.
—Oh, claro, suena realmente simple.
Estaban de nuevo en la senda que discurría por detrás de la casa, cerca del punto de salida del paso. Cassie sopesó los huesos de Fenton Blackwell, que llevaban en un saco de patatas.
«Dios, un esqueleto pesa más de lo que yo pensaba…»
—La mano de gloria todavía funcionará, ¿verdad? —preguntó.
—Claro que sí —aseguró Via. Susurro sostuvo su propia mano amputada mientras Via volvía encender los dedos con una cerilla—. Sin la mano de gloria estaríamos perdidas. No podríamos ni regresar al tren sin que nos descubrieran. Así que relájate. Llegaremos a la Comisión en un abrir y cerrar de ojos.
Aquellas palabras tranquilizaron a Cassie. Cuanto antes rescataran a Lissa, mejor.
—No obstante, existe un problema secundario —dijo Via—. Hace mucho que se te pasaron los efectos del elixir de juicio, y no tenemos tiempo para conseguir más. Espero que no te importe, pero tendrás que soportarlo por ti misma.
«Qué guay», pensó Cassie. Se le revolvía el estómago solo de pensarlo. Al menos agradecía no haber comido nada desde hacía bastante.
—Adelante.
Ya casi estaba acostumbrada a entrar y salir de la división, como si atravesar la frontera entre dos mundos fuera algo cotidiano. Eran más de las dos de la mañana, pero sabía que, cuando entrara, el tiempo se detendría tanto para ella como en el paso de los muertos.
Todo se tornó negro y después volvió a contemplar en lo alto aquel extraño cielo granate. Se esforzó por trazar un plan, alguna táctica o estrategia que pudieran seguir.
—¿No deberíamos pensar cómo vamos a sacar esto adelante? —sugirió cuando Via y Susurro aparecieron detrás de ella—. Me imagino que no se reducirá a entrar tranquilamente en la prisión de la Comisión, encontrar a Lissa y salir como si nada.
—Pues claro que sí —la contradijo Via. Empezaron a recorrer la senda humeante—. Y te diré cómo. Con esto… —Sostuvo en lo alto la mano de gloria— y con eso. —Y señaló el saco de huesos que cargaba Cassie.
—¿Quieres decir que vamos a entrar mediante un soborno?
—No, no, nada de eso. Esto no tiene nada que ver con las raspas de pescado.
—Pero pensé que los huesos eran dinero.
—El esqueleto de ese saco de patatas vale mucho más que dinero. Es una increíble reliquia de poder. Tú espera y verás.
Hasta ese momento, Via había estado en lo cierto en casi todo. Pero quizás aquellas excursiones al Infierno estaban volviendo pesimista a Cassie.
Todo esto suena demasiado fácil.
Via alzó la mano cortada mientras emergían del pestilente bosque. Pero entonces se detuvo. Olisqueaba el aire, y Susurro hacía lo mismo.
—¿Oléis algo? —preguntó Via.
Susurro asintió, y entonces también Cassie lo olió.
—Huele como si quemaran hojas en alguna parte —dijo—, o algo así.
Pero Via adoptó una expresión mucho más lúgubre.
—Susurro, ¿estamos oliendo lo que yo creo?
Susurro asintió de nuevo. Cassie se sentía confusa y extrañada.
—¿Qué? ¿De qué se trata?
—Es raíz de serro —dijo Via—. Mierda, alguien está comenzando un rito de desvelamiento.
—¿Qué significa eso?
Via suspiró.
—Significa que ya no somos invisibles.
—¡¿Qué?! —exclamó Cassie.
—Es el único ritual del Infierno que puede contrarrestar una mano de gloria.
Cassie estaba atónita, pero entonces sumó dos y dos.
—Eso solo puede ser que el Alguacilazgo…
—Nos está esperando —concluyó Via.
Susurro señaló frenética más allá de las ramas bajas, hacia las tierras baldías que se extendían entre ellas y la terminal del tren.
Al menos un millar de demonios las aguardaban.