Pese a todo, Roy accedió a la petición de Cassie.
—En mi época hice algunas cosas realmente tontas por una chica, pero esto se lleva la palma y con diferencia —dijo mientras se alejaban a bordo de su camioneta. Cassie tampoco se sentía demasiado orgullosa por aprovecharse del obvio interés que sentía Roy por ella, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Via y Susurro se sentaban en la parte posterior del vehículo, junto a la pala que había traído Cassie.
—De veras te agradezco esto, Roy.
Él parecía anonadado.
—¿Entonces…, de qué va esto? ¿Te has metido en el satanismo?
—No, no tiene nada que ver con eso. Solo quiero ver la tumba. Enséñame dónde está y podrás marcharte.
—¿Quieres que te deje sola en un puto cementerio, a la una de la mañana?
—Sí. No te preocupes.
Roy se limitó a sacudir la cabeza mientras conducía.
Resultó que Fenton Blackwell había sido ahorcado públicamente en la plaza del pueblo y después enterrado en el pequeño cementerio cercano a la casa. A pesar de que la lápida no contaba con señales identificativas, Roy sabía con exactitud dónde estaba e incluso afirmó que era fácil de localizar. No obstante, mientras se aproximaban en el vehículo parecía comprensiblemente preocupado.
Volvían en dirección a la casa, pero Roy dio la vuelta por el otro lado de la colina. Y, en efecto, justo allí había un pequeño cementerio bañado por la luz de la luna y rodeado por una verja de hierro cubierta de hierbajos.
El camión se detuvo y quedó al ralentí.
—Mira, Cassie, reconoce que esto es bastante raro —dijo Roy—. Me pides que te lleve a un cementerio y echas una pala en la caja de mi camión. Por favor, dime que no planeas…
—Tengo que exhumar a Blackwell.
Roy cerró los ojos.
—Sea lo que sea en lo que te has metido, no es bueno. No quiero tomar parte en nada de excavar tumbas…
Pero de repente se sentó muy tieso, mirando hacia fuera.
Fue entonces cuando Cassie descubrió a Via junto a la ventanilla abierta del conductor. Había soplado algo arenoso en el interior de la cabina y sostenía el pequeño saquillo que solía llevar al cinto.
—Es polvo de Dermot el de la Marca del Amor[16] —dijo—. Provoca un hechizo de encantamiento. No recordará nada y hará todo lo que le pidas.
«De acuerdo», pensó Cassie.
—Roy, muéstranos dónde está la tumba de Blackwell.
—Justo acullá.
Salió lentamente de la camioneta y las guio a través del cementerio. Cassie arrastraba consigo la pala.
El polvo había «zombificado» hasta cierto punto al pobre Roy: andaba con lentitud y arrastraba los pies.
—Es aquí —dijo al fin, señalando hacia abajo.
La luz de la luna reveló una pequeña losa blanca. Alguien había pintado encima «¡SATÁNICO!» con pintura roja.
—Allá vamos —soltó Cassie. Se adelantó y comenzó a cavar la tumba. Gruñó por el esfuerzo y trabajó duro durante varios minutos, pero apenas logró hacer una muesca en la tierra pedregosa.
—¡Esto está la hostia de duro! —protestó.
—Dile a Roy que lo haga —sugirió Via.
—¡Solo tiene un brazo, no puede cavar una tumba!
Pero entonces todas miraron a su alrededor. No se veía a Roy por ningún lado.
—¿Dónde se ha metido? —se preguntó Via.
—¡Probablemente haya vuelto a la camioneta! —se inquietó Cassie—. ¡Igual está regresando al pueblo para avisar a la policía!
—Relájate. El hechizo de encantamiento durará horas. —Pero Via echó un vistazo al camión solo por si acaso. Roy tampoco estaba allí.
Las tres pegaron un brinco cuando un repentino ruido traqueteante retumbó por el cementerio.
—¿Qué demonios…?
Sonaba como un tractor o algo parecido. Entonces fulguró un par de faros y detrás llegó Roy. Venía sentado en una zanjadora móvil cuyo robusto brazo de sierra apuntaba a lo alto.
—¡Una máquina para abrir tumbas! —exclamó Via.
Roy condujo la zanjadora justo hasta donde estaba la fosa y operó una palanca para bajar al suelo la hoja excavadora.
—Échate a un lado —dijo—. Cavar tumbas no es tarea para una chica bonita. No si estoy yo cerca.
La máquina rugió al tiempo que la hoja penetraba en el suelo y comenzaba a desgajar la tierra.
Aquello no iba a llevarles mucho tiempo.