La senda descendía como una pista de esquí sin luces. Era de noche, le dijeron a Cassie (allí siempre era de noche), pero el turbio tinte escarlata del cielo recordaba más al inicio del ocaso en una tierra extraña y remota. La colina por la que bajaban parecía idéntica en sus dimensiones a la que había delante de Blackwell Hall, pero ahí terminaban las coincidencias. Del resto, nada se parecía.
—¿Y los bosques? —preguntó—. Las tierras de labranza y los pastos, ¿dónde están?
—En el plano de existencia que acabas de dejar —explicó Via—. Hubo bosques hace mucho tiempo, pero todos fueron talados. —Señaló a lo lejos—. Y si quieres llamar a eso tierras de labranza…, tú misma.
En la distancia, Cassie vio unas figuras que se afanaban en los campos cubiertos por aquella neblina humeante. Bestias regordetas y lampiñas arrastraban los arados sobre una tierra de color rojo negruzco. Siluetas más delgadas las seguían y arrancaban raíces retorcidas y hierbas nocivas del suelo. Al ver a los trabajadores, se impresionó.
«Están tan escuálidos…»
Como los prisioneros de un campo de exterminio.
—Es un destacamento de desnutrición —dijo Xeke—. Los alguaciles trasladan hasta aquí a los criminales del Infierno y se los obliga a trabajar hasta que no les queda nada sobre los huesos.
—¿Pasan hambre hasta que mueren? —preguntó Cassie.
—Pasan hambre hasta que sus cuerpos espirituales mueren. Cuando falleces en el mundo de los vivos y llegas aquí, recibes un cuerpo físico igual que el que tenías cuando estabas vivo: es tu cuerpo espiritual. Pero cuando ese cuerpo muere (por ejemplo porque te mutilen, aplasten, descuarticen y cosas de esas), tu alma es transferida a otra forma vital, algo que haya nacido aquí. Supongamos que los capnomantes queman por completo tu cuerpo hasta reducirlo a cenizas. Tu alma, tu consciencia, no muere, nunca lo hace. No puede morir.
—¿Y entonces qué le sucede?
—Si cuentas con el favor del Infierno, tu alma va a parar a un demonio o a una gárgola, algo así.
Cassie tenía miedo de preguntar:
—¿Y… si no cuentas con ese favor?
—Entonces es transferida al cuerpo de una especie inferior: una polterrata, una baforacha o… —Xeke se detuvo en el sendero y señaló a un lado, hacia lo que parecía ser un montón de estiércol animal—, o un excregusano —añadió—. ¿Los ves? Cada uno de esos seres contiene un alma humana, inmortal y consciente.
Cassie sintió la punzada de las náuseas cuando miró más de cerca. La pila de desperdicios bullía llena de rechonchos gusanos blancuzcos parecidos a larvas.
—Condenados a comer mierda por siempre —zanjó Xeke.
La escena y el comentario casi pudieron con ella. Su cara palideció bajo aquella oscuridad rojiza.
—Al principio te sentirás muy asqueada —comentó Via—, pero luego irás acostumbrándote a cómo funcionan aquí las cosas.
Cassie tenía serias dudas al respecto. Xeke, siempre tan amable, añadió:
—Mierda y putrefacción, pus y hedor. Atrocidades, pavor, violencia sin sentido y un terror puro y horriblemente constante… Nada de especial.
Cassie contuvo nuevas arcadas.
—Aquí estas cosas son tan normales como cuando la gente saca a pasear a su perro en el mundo real, o se mete en el coche y va al trabajo. Descubrirás que, literalmente, la sangre corre por las cloacas del mismo modo que el agua circula por las de donde tú vives. El terror es el statu quo, el orden público de Lucifer.
Cassie no solo se sentía inquieta por las palabras de Xeke y de Via, sino sobre todo por la despreocupación con la que las soltaban.
«¿Nada de especial?»
Apenas podía imaginar todo aquello. Echó un último vistazo a las figuras como palillos que se afanaban en los cálidos campos, agradecida por no poder discernir sus rasgos con mayor detalle.
Susurro percibió la incomodidad de Cassie y le apretó la mano con fuerza, como para tranquilizarla. De vez en cuando se podían ver huesos junto al camino, algunos humanos y otros obviamente no. Xeke se detuvo y recogió, juguetón, una gran calavera con cuernos.
—Échale una ojeada a esto. No lo verás muy a menudo, es la calavera de un gran duque.
Cassie se encogió de hombros ante el enorme cráneo demoníaco.
»Da la impresión de que un perro de Ghor lo atrapó, justo por el coco. —Xeke inclinó la calavera para que Cassie pudiera ver las amplias marcas de dientes. Algo había abierto el hueso de un solo golpe—. Le sorbió el jugo de la sesera, eso sí que es comida para perros.
—En los sectores exteriores, los perros de Ghor pueden alcanzar el tamaño de un caballo —dijo Via.
Cassie apenas podía imaginarse lo que debía de ser un perro de Ghor; una especie de sabueso infernal, supuso, y tampoco pidió más detalles. Pero de inmediato comprendió el peligro que corrían. ¿Había criaturas así de grandes merodeando por allí?
—¿Y cómo sabemos que no nos va a atacar uno? —preguntó.
—Somos plebeyos —respondió Xeke. Arrojó a un lado la calavera cornúpeta—. Lo normal es que solo vayan a por los jerarcas.
«Genial —pensó Cassie—. Ahora me siento mucho más segura».
Más esqueletos yacían esparcidos a ambos lados del camino.
—Vaya, pues no diría yo que hay carestía de huesos en el Infierno.
—No la hay. Los cuerpos espirituales mueren sin cesar. Estoy convencido de que el Departamento de materias primas enviará pronto a una cuadrilla para llevarse todo esto. Machacan los huesos en el Sector industrial y los mezclan con piedra caliza para hacer ladrillos y cemento. En el Infierno nada se desperdicia.
—Suena muy eficiente —respondió Cassie con sarcasmo—. Pero lo que quiero decir es que, con todos los huesos que hay tirados por aquí, ¿qué tiene de especial mi bolsa llena de raspas de pescado?
—Lo que importa no es la clase de huesos —explicó Via—, sino el hecho de que los tuyos provienen del mundo de los vivos.
—Aquí los huesos del mundo real son como el oro —añadió Xeke—. Los osificadores utilizan hechicería química para crearlos. Del mismo modo que los alquimistas de la Edad Oscura de la Tierra buscaban convertir el plomo en oro, los osificadores pueden convertir huesos espirituales en otros auténticos. Pero es un proceso realmente complejo y caro; por eso valen tanto, y también por eso solo los jerarcas de clase alta pueden permitírselos.
—Pero ahora… —Via parecía dubitativa.
Xeke se frotó las manos.
—Ahora Cassie puede proporcionar un suministro inagotable. ¡Seremos ricos!
Via le dio un codazo.
—No lo escuches. No se nos permite beneficiarnos de una etérea. No podemos pedirte nada.
Sacar huesos del garaje parecía sencillo.
—No tenéis que pedírmelo, os daré todas las raspas de pescado que queráis.
—¡Somos ricos! —repitió Xeke.
Pero la desaprobación de Via resultaba evidente.
—Cualquier día —le advirtió a Xeke— vas a decir una palabra de más y violarás la cláusula de ciudadanía. Los ujieres te reducirán a potaje de sangre y entonces será tu alma la que se transfiera a un excregusano.
—Mira qué miedo —fanfarroneó Xeke—. He matado ujieres antes y lo volveré a hacer. No son más que un puñado de feos tontorrones.
—¿Qué es un ujier? —preguntó Cassie.
—Son jerarcas de la clase obrera, demonios dedicados exclusivamente a torturar y asesinar por Lucifer —dijo Via—. Imagínate a un gorila psicótico, homicida y calvo, cuyo único instinto sea matar. Tienen colmillos como los de un león y garras que pueden atravesar la roca.
—Maravilloso —replicó Cassie—. Ardo en deseos de conocer a alguno. —Entonces cambió el tema por otro menos sórdido—. De acuerdo, ya lo pillo. Los huesos del mundo real son dinero. Pero, ¿para qué sirven estas joyas que he traído?
—Eso es ante todo para tu protección —le explicó Via—. En realidad nosotros también tenemos las nuestras.
Xeke se señaló los agujeros de los lóbulos, donde oscilaban unas calaveras enjoyadas. Via se subió con descaro la camiseta y mostró pequeñas piedras similares sobre los pedúnculos de metal que perforaban sus pezones. También Susurro tenía pendientes con extrañas gemas y, esbozando una risa silenciosa, le sacó la lengua. Ahí llevaba un piercing con una piedra a franjas negras.
—Aparte, llevo aquí unas cuantas cosas útiles —dijo Via, zarandeando un saquillo que llevaba al cinto—. Algunas gemas especiales, un par de tipos diferentes de polvo de encantamiento y varios talismanes. Siempre vienen bien.
Xeke sonrió.
—Via es una bruja punk-rock —dijo.
—Y tanto que sí. La plata siempre puede servir en caso de emergencia, para un hechizo de protección o repulsión. Y las piedras natalicias pueden protegerte de diversos demonios. Lo descubrirás a su tiempo.
A Cassie no le gustó el comentario final. Como su incomodidad aumentaba, Via añadió:
»Ese ónice que has traído es de lo más importante.
Cassie se palpó el bolsillo lleno de piedras y encontró la pequeña gema oscura.
—¿Esta negra? Probablemente cueste menos de veinte pavos.
—No importa lo que cueste allá donde vives. En el Infierno no tiene precio, y te otorgará una protección única. Eres una etérea, tienes un aura viva y cualquier emoción fuerte que sientas puede delatarla. Por ejemplo, justo ahora tu aura acaba de pegar un salto y es de una especie de color amarillento. Eso significa que estás asustada. ¿Tienes miedo?
—Bueno —admitió Cassie—, un poco.
—Toda emoción intensa extinguirá tu aura: miedo, ira, excitación… El ónice la disimulará, la mantendrá oculta, pero tendrás que esforzarte por controlar tus sentimientos.
—No lo entiendo —replicó Cassie.
Xeke rio.
—Nuestras auras están muertas —comentó—. Pero tú eres una etérea, eres un ser vivo que camina por el Infierno. Tu aura centelleará como una máquina de millón. La gente la verá y eso supondrá tu perdición.
Via lo explicó mejor:
—Si se difunde la noticia de que hay una etérea en las calles, los alguaciles se pondrán hechos una furia. Fijarán una recompensa por tu cabeza.
Sus palabras afectaron a Cassie. Sus pasos fueron haciéndose más lentos.
—No tienes por qué venir —repitió Via—. Puedes dar media vuelta y regresar ahora mismo. No te culparíamos lo más mínimo.
Xeke guardó silencio. Susurro la miró inquisitiva. Cuando Cassie volvió a contemplar lo alto de la colina humeante, aún pudo ver Blackwell Hall.
—Va a volver —dijo Xeke.
—¡Cállate! —gritó Via—. ¡No puedes influir en su decisión!
Xeke la ignoró.
—Claro, Cassie, está muy bien que te hayas ofrecido a ayudarnos consiguiéndonos huesos y todo eso. Pero tú también quieres algo de nosotros, y sabemos lo que es.
Cassie volvió hacia él la mirada. Ni siquiera lo había asumido ante sí misma de manera consciente…, pero sabía que Xeke estaba en lo cierto.
»Quieres que te ayudemos a encontrar a tu hermana —dijo Xeke.
—Te gustaría encontrarla y decirle que lo sientes, ¿verdad? —adivinó Via.
Cassie bajó la mirada.
—Sí.
—Entonces esta es tu oportunidad, Cassie —añadió Xeke.
No le llevó mucho aclarar sus ideas. Tocó el relicario.
—Vayamos —dijo, y de nuevo todos comenzaron a descender la colina.