II

—Entonces —dedujo Cassie—, sois fantasmas.

—No. —Xeke se había apoltronado en el frío suelo de piedra y apoyaba la espalda en la larga pared de ladrillos toscos del sótano—. Nada de eso, ni lo más mínimo. Somos almas vivas, seres físicos.

Susurro estaba sentada junto a Cassie, sobre una hilera de cajas de mudanza. Reposó la cabeza contra el hombro de esta, como si estuviera cansada. Su negra cabellera le tapaba la cara. Via seguía de pie e iba de un lado a otro.

—¿Cómo podéis ser almas vivas —preguntó Cassie—, si estáis muertos?

Via respondió:

—Lo que quiere decir es que somos almas vivas en nuestro mundo. Somos seres físicos en nuestro mundo. Sin embargo, en el tuyo somos subcorpóreos.

—¿Qué significa eso?

—Significa que existimos… y al mismo tiempo no.

—Pero no somos fantasmas —dijo Xeke—. Los fantasmas son proyecciones carentes de alma. Solo son imágenes residuales. No tienen consciencia ni pueden sentir nada.

Cassie pensó en ello.

—Entonces… El hombre que construyó esta casa, Fenton Blackwell, ¿realmente vaga por aquí?

—Claro —dijo Via—. Pero solo es su imagen persistente, que recorre las escaleras arriba y abajo. No es algo de lo que debas tener miedo. Seguro que lo ves de vez en cuando.

Cassie confió en no hacerlo.

—De acuerdo, dejémoslo a un lado. ¿Qué me decís de vosotros?

Via se quitó la chaqueta de cuero punky la dejó caer sobre el regazo de Xeke. Por su actitud y sus gestos, resultaba obvio que era la jefa de aquel pequeño grupito. Comenzó a juguetear con los imperdibles que mantenían unidos los retales de su camiseta.

—Es una larga historia, pero ahí va. Primero tienes que entender que hay reglas. En realidad no fuimos muy malos en vida, pero estábamos jodidos. No pudimos aguantarlo y nos suicidamos. Esa es una de las reglas.

—No hay atenuantes ni circunstancias paliativas —dijo Xeke.

—Si te suicidas, vas al Infierno. Y punto. No hay más vueltas. Incluso si el Papa se suicidara, iría al Infierno. Es una de las reglas.

Cassie tocó el relicario y notó que algo se marchitaba en su interior. Su hermana, Lissa, se había suicidado. «Así que fue al…»

No logró terminar la frase.

—Esta casa es un paso de los muertos, o más bien debería decir la parte nueva de la casa, el ala que construyó Blackwell. Sus atrocidades provocaron la división… Es, como si dijéramos, un pequeño agujero entre el mundo de los vivos y los planos del Averno. Si eres como nosotros y encuentras uno de los agujeros, puedes refugiarte en el mundo de los vivos.

—Pero nadie vivo puede veros —dedujo Cassie.

—Nadie, sin excepciones. Esa es otra de las reglas.

—Entonces, ¿cómo es que…? —comenzó a decir Cassie.

—¿Que tú puedes vernos? —Xeke alzó el dedo—. Hay una laguna legal.

Un denso silencio invadió aquel estrecho sótano. Via, Xeke y Susurro intercambiaron serias miradas. Susurro sostuvo la mano de Cassie y la apretó, como si quisiera consolarla.

Cassie les devolvió una mirada atónita.

—¿De qué se trata?

—Eres una leyenda —dijo Via.

—En los planos del Averno —prosiguió Xeke—, eres el equivalente a la Atlántida. Algo que se rumorea que podría existir pero que nunca se ha demostrado.

Via se sentó al lado de Xeke y rodeó su cuerpo con el brazo.

—Esta es la leyenda. Eres virgen, ¿verdad?

Cassie se estremeció incómoda, pero asintió.

»Y nunca te han bautizado.

—No, no me criaron en ninguna fe en particular.

—Has tratado de suicidarte en serio al menos una vez, ¿cierto?

Cassie tragó saliva.

—Sí.

—Y tienes una hermana gemela que sí se mató. —Via ya no hacía preguntas, le estaba contando a Cassie lo que esta ya sabía—. Una hermana gemela que también era virgen.

Cassie estaba comenzando a sentir un nudo en la garganta.

—Sí, se llamaba Lissa.

Más miradas solemnes.

—En el Infierno se comentan estas cosas del mismo modo que aquí se habla de las apariciones angélicas, como esa gente que ve a Jesús en un espejo o a la Virgen María en una tostada —añadió Via—. Cosas como esas. Oyes hablar de ello, pero en realidad nunca te lo crees.

—Todo está escrito en los Archivos infernales —dijo Xeke—. Los grimorios de Elimas, los pergaminos de Lascaris, los evangelios apócrifos de Bael… La leyenda está por todas partes. Todos la hemos leído, pero nunca nos la creímos. Pero tú eres real.

—Y el mito es auténtico. Eres una etérea.

El mundo entero, cada vez más extraño, pareció revolotear por el sótano como un gorrión atrapado.

—Etérea —repitió Cassie.

—Tal como se dice en los grimorios —prosiguió Via—, eres un enlace físico con el Reino etéreo, un suceso marcado por acontecimientos astronómicos. Dos hermanas gemelas, ambas vírgenes y suicidas. Una muere y la otra sobrevive. Nacidas además en una marcada fecha ocultista.

Cassie frunció el ceño.

—Lissa y yo nacimos el 26 de octubre. Esa no es ninguna fecha ocultista.

Via y Xeke rieron en voz alta.

—Es la fecha de la ejecución del barón Gilles de Rais —explicó Via.

—Para las sectas satánicas —añadió Xeke—, es el día de adoración más importante. En comparación, la Noche de difuntos y la víspera de Beltane son como un guateque.

Via habló más alto y su voz levantó ecos:

—Eres una etérea, Cassie. Eres muy, muy especial.

Xeke se inclinó hacia delante. Parecía dubitativo.

—Y ya que eres una etérea… podrías hacernos un gran favor…

—¡Joder, Xeke! —gritó Via, girándose—. No seas tan interesado.

Xeke se encogió de hombros.

—Bueno, por preguntar no se pierde nada.

Via le dio un fuerte codazo y después miró a Cassie.

—Lo que este capullo de aquí no te ha dicho es que no podremos quedarnos más a no ser que tú estés de acuerdo. Esa es otra de las reglas. Si rondamos por aquí sin tu permiso, todo lo que tendrías que hacer es pedirle a un sacerdote que bendiga el lugar, y tendríamos que marcharnos.

Cassie no lo pillaba.

—¿Y por qué iba a querer que os fuerais?

En aquel momento la idea la cogió por sorpresa; casi resultaba irónico. «Estas personas son amigas mías». Por algún motivo, no importaba que estuvieran muertos.

—Sencillamente es otra de las reglas —dijo Via—. Eres una etérea, tenemos la obligación de contártelo.

—Bueno, no quiero que os marchéis. En lo que a mí concierne, podéis quedaros tanto como queráis.

Xeke aplaudió con alegría.

—¡Sabía que le gustábamos!

—¿Y qué estabas diciendo antes? —preguntó Cassie—. Algo de que podría ayudaros.

—Claro. —Xeke se inclinó—. ¿Tienes alguna…?

Via le lanzó otro fuerte codazo.

—¡Maldita sea! No se nos permite preguntar, ya lo sabes.

—Claro, pero… ella sí puede preguntarnos.

—De acuerdo —insistió Cassie—. Ahora sí que estoy perdida del todo.

Via estuvo meditando unos segundos.

—Estate preparada —dijo al fin—. Hoy a medianoche. Pero eso es solo si quieres ir. No tienes la obligación y nosotros no podemos influirte. Es una de las…

—Una de las reglas —interrumpió Cassie—. Ya lo pillo. Pero… ¿adónde vamos a ir?

—Tienes que entenderlo. No tienes por qué ir si no quieres.

—¡Por supuesto que quiere ir! —exclamó Xeke—. ¡Es una etérea, su destino es verlo!

Cassie no tenía la menor idea de a qué se referían.

Via se levantó y volvió a ponerse la chaqueta. Xeke y Susurro la imitaron.

—Aquí fuera, nuestra energía se debilita durante el día —explicó Xeke—. Tenemos que regresar arriba y…, bueno, es lo que tú llamarías dormir.

—Estate lista, hoy a medianoche —repitió Via—. Si tienes alguna joya… Nada de oro ni diamantes, sino plata o alguna gema como amatistas, zafiros o casi cualquier tipo de piedra natalicia, tráela. El ónice es especialmente importante.

—Creo que sí tengo algo —dijo Cassie, aún perpleja.

Xeke daba excitados empujones a Via.

—Y dile que traiga…

—Trae algunos huesos —dijo Via.

—¡¿Huesos?!

—Huesos de pollo, o de jamón, o los de la sopa. Ve a la cafetería del pueblo y mira en la basura. Cualquier clase de huesos servirá.

«Huesos. De la basura». Cassie no podía ni imaginárselo, pero asintió.

—De acuerdo —dijo—. Entonces, ¿adónde vamos?

Solo Susurro se volvió para mirarla con preocupación. Estaban saliendo ya del sótano y sus formas parecían desvanecerse ante los ojos de Cassie.

—Vamos a ir a la ciudad —dijo Via. Su voz también estaba desapareciendo—. Vamos a ir a Mefistópolis…