—¡Guau! —dijo con entusiasmo una voz extraña—. ¿Quién eres tú?
—Eh, Cassie —respondió. Su primera reacción fue de defensa: camuflar su miedo con agresividad, exigir que aquella persona le dijera lo que estaba haciendo en su propiedad, pero…
La figura a la que se enfrentaba era una mujer joven, quizá de dieciocho o veinte años, esbelta pero con curvas y unos modales que no se podían calificar de hombrunos, pero decididamente sí de marimacho. Lo que más desconcertó a Cassie fue el aspecto de la chica: brillantes botas de cuero y pantalones del mismo material, cinturón tachonado y, debajo de una chaqueta de cuero negro, una camiseta negra cortada a tiras deliberadamente. No era un estilo gótico, sino más similar al punk de finales de los setenta. Los botones de la chaqueta confirmaron su hipótesis: «THE GERMS», «THE STRANGLERS», un botón con la cubierta del primer álbum de The Cure y otro del The Scream de Souixsie and the Banshee. En la camiseta se leía, con caprichosas letras blancas: «SIC F*CKS!»
—¡Guau —repitió la chica—, esto es genial! ¡Una novata!
—¿Perdona? —dijo Cassie.
—Me encanta lo que llevas puesto. ¿Dónde lo has conseguido?
—Yo… —comenzó a decir Cassie, pero no pudo llegar más allá.
—¡Y tu pelo es genial! Haría cualquier cosa por echar mano de un tinte como ese. ¿Dónde lo has conseguido?
—Pues… —intentó de nuevo Cassie.
—Nunca te habíamos visto antes. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Un mes o así.
—Entonces aún estarás aprendiendo cómo salir adelante, lleva un tiempo. —La chica se metió la mano en la chaqueta y sacó un casette—. Mira, toma esta cinta. Es muy buena. Afanamos unas cuantas la otra noche en la ciudad.
Cassie aceptó la cinta con cierta reluctancia. «¿La ciudad? Debe de referirse a Pulaski o Charlottesville».
—Ah, gracias. —La tapa era negra con letras góticas plateadas: «ALDINOCH»—. Nunca había oído hablar de ellos. ¿Qué es? ¿Metal?
—Te encantará. Y en el fondo, ahora mismo es lo único que hay en la ciudad. —La chica parecía eufórica, sobrecargada. Su mano salió disparada—. ¡Vaya, lo siento, soy Via!
Cassie sacudió su mano, estaba caliente.
—Cassie —repitió—. Entonces, ¿dónde vivís?
—Solo estamos yo y otros dos: Xeke y Susurro. —Su pulgar señaló tras ella, hacia la senda—. Nos refugiamos en esa enorme casa fea del cerro.
«¿Qué?» Cassie se sintió desconcertada.
—¿No te referirás a Blackwell Hall? —preguntó.
—Sí. Justo ahí arriba, en la cima de la colina.
Aquello resultaba demasiado extraño.
—Debes de estar refiriéndote a otro lugar. Yo vivo en Blackwell Hall.
Via no pareció en absoluto desconcertada.
—Oh, vaya, eso es estupendo. Puedes okupar con nosotros.
Okupas. Eso podría explicarlo, pero…
»Durante el día nos quedamos en la habitación del óculo.
¿Podía ser cierto? La casa era tan grande que unos okupas podrían vivir en algún rincón remoto, supuso Cassie. Pero, ¿era factible que pudieran estar allí sin que se los oyera ni descubriera durante todo ese tiempo?
—Es la parte más fuerte de la casa —añadió Via—. Los sótanos tampoco están mal, pero en la sala del óculo es donde Blackwell mató a todos los bebés.
Cassie se sintió paralizada de improviso. «¿Qué está pasando? ¿De qué está hablando?»
—Tienes un aura realmente fuerte —añadió Via con alegría—. ¿Te lo habían dicho? Azul brillante. ¿Por qué no vienes conmigo a la estación? Puedes conocer a los demás. Esta noche vamos a la ciudad.
Los procesos mentales de Cassie empezaban a encajar entre sí como una serie de engranajes. Tenía los ojos fijos en la muñeca de Via y en la raja abierta y sujeta con burdas puntadas negras. Podía verse sangre seca en la herida, como si no hubiera curado.
Y en esos momentos Via la miraba a ella con la misma extrañeza.
Miraba la muñeca de Cassie.
—Es imposible… —susurró. Agarró a Cassie de la mano y examinó la cicatriz, similar a la suya solo en que denotaba el mismo propósito. Pues la cicatriz de Cassie estaba…— Curada —murmuró Via—. Está curada. —Entonces sus oscuros ojos con rímel miraron estupefactos a los de Cassie.
—Oh, Dios mío —dijo Via—. Tú no estás muerta, ¿verdad?
A pesar de la rareza cada vez mayor de todo aquello, Cassie soltó una carcajada.
—¿Qué clase de ridícula pregunta es esa? Por supuesto que no estoy muerta.
—¡Bueno, pues seguro que yo sí lo estoy! —exclamó Via antes de salir corriendo en dirección a la base de la colina.