El cielo se arremolina. Es de color escarlata oscuro. La luna, negra. Aquí es medianoche desde hace milenios, y siempre lo será. El paisaje de la ciudad se extiende en una expansión interminable. E igual de inacabables son los chillidos, que se alejan volando por la noche eterna para ser reemplazados de inmediato por otros similares.
Se trata de un ciclo incuestionable de la historia humana, con cinco mil años de antigüedad.
Las ciudades se alzan y después caen.
Pero no esta ciudad.
No Mefistópolis.