A lo largo de todo el año, el valle es el hogar de toda clase de palomas, del gorrión y del incluso más musical pinzón de ojos oscuros.
El halcón de largas alas y larga cola conocido como cernícalo americano también pasa aquí todo el año. Su característico plumaje es claro y alegre. Sus gritos, serenos sonidos de llamada que suenan como killy-killy-killy-killy, no deberían resultar agradables al oído, y sin embargo lo son.
Billy compró una nevera nueva. Y un microondas.
Tiró abajo una pared, uniendo el despacho con el salón, porque tenía planeado utilizar el espacio de forma diferente a como lo había hecho hasta entonces.
Eligió un alegre color amarillo manteca y volvió a pintar cada habitación.
Tiró las alfombras y los muebles, y compró todo nuevo, porque no sabía dónde habría estado sentada o acostada la pelirroja cuando fue estrangulada o liquidada de alguna otra manera.
Se le pasó por la cabeza demoler la casa y construirla de nuevo, pero comprendió que las casas no quedan embrujadas. Somos nosotros los embrujados, y a pesar de la arquitectura de la que nos rodeemos, nuestros fantasmas permanecen con nosotros hasta que nosotros mismos somos fantasmas.
Cuando no trabajaba en la casa o detrás de la barra del bar, se sentaba en la habitación de Whispering Pines o en el porche delantero a leer novelas de Charles Dickens; lo más indicado para saber dónde vivía Barbara.
Con la llegada del otoño, los pibís del bosque emigraban del valle, y su pi-didip, pi-didip no se volvía a escuchar hasta la primavera. Del mismo modo emigraba la mayoría de los papamoscas de sauce, a pesar de que unos pocos pueden adaptarse si se quedan rezagados.
En otoño, Valis seguía siendo noticia, sobre todo en los tabloides y en esos programas de televisión que hacen pasar la mezquindad de sus espectáculos carnavalescos como periodismo de investigación. Se alimentarían de él al menos durante un año, igual que los pájaros carpinteros se alimentan de las larvas que descubren en las bellotas que hacen ruido, si bien la naturaleza no les ha dado a aquéllos el imperativo que les ha dado a los carpinteros.
Steve Zillis fue relacionado con Valis. La pareja había sido vista —disfrazados pero reconocibles— y denunciada en Suramérica, en Asia, en las regiones más oscuras de la antigua Unión Soviética.
Se supuso que Lanny Olsen también había muerto, de alguna misteriosa manera, como un héroe. No era un detective, sino un simple oficial, y nunca antes había sido un oficial motivado; sin embargo, sus llamadas a Ramsey Ozgard, del departamento de policía de Denver, indicaban que tenía razones para sospechar de Zillis y, al final, también de Valis.
Nadie podía explicar por qué Lanny no había llevado sus sospechas a un superior. El sheriff Palmer sólo dijo que Lanny siempre había sido «un lobo solitario que hizo lo mejor de su trabajo fuera de los canales habituales», y por alguna razón nadie se rió o preguntó al sheriff de qué demonios hablaba.
Una teoría —generalizada en el bar— sostenía que Lanny había disparado y herido a Valis, pero que Steve Zillis había irrumpido en la escena y asesinado a Lanny. Luego Steve se había ido con el cuerpo de Lanny para deshacerse de él, y también con el artista herido, para cuidarlo hasta que se recuperase en algún escondite, ya que todos los médicos legales están obligados a dar parte de heridas de bala.
Nadie sabía en qué vehículo había huido Steve, puesto que el suyo estaba en el garaje de su casa; pero era obvio que le había robado el coche a alguien. No se había llevado la caravana porque no la había conducido nunca, y sin duda porque además habría atraído demasiado la atención una vez que se denunciara la desaparición de Valis.
Psicólogos y criminólogos con conocimientos acerca del comportamiento sociopático argumentaban contra la idea de que un psicópata homicida se sintiera desinteresadamente dispuesto a cuidar a otro psicópata homicida para devolverle la salud. Sin embargo, la idea de estos dos monstruos preocupándose bondadosamente el uno del otro agradó a la prensa y al público. Si el conde Drácula y Frankenstein podían ser buenos amigos, tal como aparecían en un par de viejas películas, Zillis podría sentirse impulsado a proteger a su mentor artístico, herido de gravedad.
Nadie se dio cuenta jamás de que Ralph Cottle se había esfumado.
Seguramente alguien habría echado en falta a la joven pelirroja, pero quizá procedía de algún lugar distante del país y había sido secuestrada cuando pasaba por la región de los viñedos. Si en algún otro Estado existían historias acerca de su desaparición, nunca se la relacionó con el caso Valis, y Billy jamás supo su nombre.
La gente desaparece todos los días. Los medios de comunicación nacionales no tienen suficiente espacio o tiempo para informar sobre la caída de cada gorrión.
A pesar de que los pibís del bosque y los papamoscas de sauce se van con el verano, la agachadiza común aparece cuando el otoño se acerca al invierno, tal como lo hace el reyezuelo de copete rojo, que posee un sonoro, claro y alegre canto de múltiples frases.
En aquellos círculos enrarecidos donde los pensamientos más sencillos son profundos y donde incluso el gris tiene sombras de gris, surgió un movimiento para completar el mural inconcluso. Y quemarlo como estaba planeado. Valis posiblemente estuviera loco, según se discutía, pero el arte de todas maneras es arte, y debe ser respetado.
La quema atrajo a tal número de entusiastas, entre ellos moteros, anarquistas organizados y sinceros nihilistas, que Jackie O'Hara cerró el bar ese fin de semana. No los quería tener en su bar familiar.
Hacia finales de otoño, Billy dejó su trabajo de camarero y llevó a Barbara a su casa. Una parte del salón ampliado servía tanto de dormitorio para ella como de despacho para él. Con su tranquila compañía, descubrió que podía volver a escribir.
A pesar de que Barbara no necesitaba aparatos para mantenerse viva, únicamente una sonda para asegurarle comida continuada a través de un tubo en el estómago, Billy al principio hubo de echar mano de ayuda ininterrumpida por parte de enfermeras profesionales. Aprendió a cuidarla, no obstante, y, tras varias semanas, apenas si necesitaba una enfermera más que de noche, cuando él dormía.
Vaciaba la bolsa del catéter, le cambiaba los pañales, la limpiaba, la bañaba, y nunca sintió rechazo alguno. Se sentía mejor haciendo estas cosas por ella que cuando dejaba que lo hicieran extraños. Tuvo que reconocer que no esperaba que atenderla de ese modo la hiciera parecer bella a sus ojos, pero así ocurrió.
Ella lo había salvado una vez, antes de que se la arrebataran, y ahora volvía a salvarlo. Tras el terror, la violencia brutal, el asesinato, le daba la oportunidad de volver a familiarizarse con la compasión y de encontrar en sí mismo la ternura que de otro modo hubiera perdido para siempre.
Curiosamente, los amigos comenzaron a visitarlo. Jackie, Ivy, los cocineros Ramón y Ben, y Shirley Trueblood. Harry Avarkian venía en coche desde Napa. A veces iban acompañados de algún familiar, así como de amigos que se hicieron amigos de Billy. A la gente parecía gustarle cada vez más pasar por casa de los Wiles. El día de Navidad se reunió un buen grupo.
Llegada la primavera, cuando los pájaros carpinteros y los papamoscas regresaban en bandadas, Billy amplió la puerta principal y colocó una rampa en la entrada para acomodar la cama de Barbara en el porche. Con una extensión del cable para mantener en funcionamiento el motor de la sonda de alimentación y para permitir el ajuste del colchón, Barbara disfrutaba de una posición cómoda, con las cálidas brisas primaverales rozando su cara.
En el porche él leía, a veces en voz alta. Y escuchaba el canto de los pájaros. Y observaba a Barbara soñando con Cuento de Navidad.
Ésa fue una buena primavera, un mejor verano, un agradable otoño, un precioso invierno. Fue el año en que la gente comenzó a llamarlo Bill en lugar de Billy, y en cierto modo él no se dio cuenta hasta que el nuevo nombre fue de uso común.
En la primavera del año siguiente, un día que él y Barbara estaban juntos en el porche, Bill leía para sí cuando ella dijo:
—Golondrinas.
Ya no llevaba la libreta para apuntar las cosas que ella decía, pues ya no le preocupaba que estuviera asustada, perdida o sufriendo. Ella no estaba perdida.
Cuando levantó la vista del libro, descubrió una bandada de esos mismos pájaros, moviéndose como uno, describiendo graciosos dibujos sobre la hierba más allá del porche.
Cuando la miró, vio que ella tenía los ojos abiertos y que parecía estar observando las golondrinas.
—Se mueven con más gracia que otras golondrinas —dijo él.
—Me gustan —dijo ella.
Las aves eran elegantes, con sus largas, esbeltas y puntiagudas alas y sus extensas colas de tijera. Sus lomos eran azul oscuro, los pechos anaranjados.
—Me gustan mucho —dijo ella, y cerró los ojos.
Tras contener la respiración un momento, él dijo:
—¿Barbara?
Ella no respondió.
Dije a mi alma, calla y espera sin esperanza, pues esperanza sería esperanza de lo que no debiera.
Esperanza, amor y fe, todo reside en la espera. El poder no es la verdad de la vida; el amor por el poder es el amor a la muerte.
Las golondrinas volaron a otra parte. Bill regresó al libro que estaba leyendo.
Sucederá lo que tenga que suceder. Hay tiempo para los milagros hasta que no haya más tiempo, pero el tiempo no tiene fin.