Billy no recordaba el número. Utilizando el teléfono móvil de Lanny, llamó al número de información de Denver, desde donde le pusieron en contacto con el detective Ramsey Ozgard.
Billy esperó mientras el teléfono sonaba allá lejos, a la sombra de las Rocosas.
Tal vez Valis había confiado en la conversión de Billy porque previamente había corrompido a otra persona en lugar de destruirla. Ninguno de los dieciséis miembros de su equipo era como él, pero eso no quería decir que el artista fuese un cazador solitario.
Ramsey Ozgard contestó a la quinta llamada, y Billy se identificó como Lanny Olsen. Ozgard dijo:
—Siento sangre en su voz, oficial. Dígame que encontró al criminal.
—Creo que pronto lo haremos —dijo Billy—. Tengo una cosa urgente. Necesito saber… si el año en el que Judith Kesselman desapareció había en la universidad algún profesor que se hiciera llamar Valis.
—No era profesor —dijo Ozgard—. Fue artista residente durante seis meses. Pasado ese tiempo, hizo esa cosa ridícula que se llama arte de representación, envolvió dos edificios del campus en miles de metros de seda azul y los colgó con…
Billy lo interrumpió.
—Steve Zillis tenía una coartada perfecta.
—A toda prueba —aseguró Ozgard—. Puedo explicarle todo si tiene diez minutos.
—No los tengo. Pero dígame, ¿recuerda qué estudiaba Zillis en la universidad?
—Arte.
—Hijo de puta.
No era de extrañar que Zillis no quisiera hablar de los maniquíes. No se trataba únicamente de expresiones de los sueños enfermizos de un asesino sociópata: era su arte. En aquel momento Billy todavía no había descubierto las palabras clave que revelarían la identidad del psicópata: arte de representación. Sólo tenía representación, y Zillis instintivamente no había querido darle el resto, no cuando le iba tan bien interpretar a un acorralado pervertido inofensivo.
—El hijo de puta merece un Oscar —exclamó Billy—. Salí de su casa sintiéndome la peor mierda del mundo por haberlo tratado así.
—¿Cómo dice, oficial?
—El famoso y respetado Valis testificó a favor de Steve Zillis, ¿no es así? Dijo que Steve estaba con él en un refugio o algo por el estilo el día que Judith Kesselman desapareció.
—Sí. Pero sólo puede llegar a eso si…
—Ponga el informativo de la tarde, detective Ozgard. En la época en la que desapareció Judi Kesselman, Steve y Valis estaban trabajando juntos. Ellos eran su coartada mutua. Tengo que irme.
Billy se acordó de pulsar «colgar» antes de dejar el teléfono de Lanny.
Todavía conservaba la pistola y la pistola eléctrica. Se colocó la pistolera Wilson Combat en el cinturón.
Del armario de su dormitorio sacó una chaqueta deportiva y se la puso para ocultar la pistola lo mejor que pudo. Deslizó la pistola eléctrica en un bolsillo interior de la chaqueta.
¿Qué había estado haciendo Steve allí por la tarde? Para entonces ya sabría que su mentor había desaparecido, que la colección de manos y rostros había sido descubierta. Incluso sospecharía que Valis estaba muerto.
Billy recordó haberse encontrado encendida la luz del despacho. Fue hacia allí, esta vez dando la vuelta entera al escritorio, y vio que el ordenador se hallaba en estado de hibernación. Él no lo había dejado encendido.
Cuando movió el ratón apareció un documento.
¿Puede la tortura despertar a los comatosos?
La sangre de ella, su mutilación,
serán tu tercera herida.
Billy voló por la casa. Saltó por encima de los escalones del porche trasero, tropezó al aterrizar y corrió.
Había caído la noche. Una lechuza ululó. Las alas contra las estrellas.