Capítulo 63

Zillis estaba encadenado a la cama. Billy libre sobre la silla, pero con un sentimiento cada vez más claro de estar atrapado por la capacidad evasiva de su prisionero.

—¿Stevie? Te he hecho una pregunta.

—¿Qué es esto? —preguntó Zillis con evidente seriedad e incluso con un leve deje de indignación justificada.

—¿Qué es qué?

—¿Por qué has venido aquí? No comprendo qué haces aquí, Billy.

—¿Piensas en Judith Kesselman? —insistía Billy.

—¿Cómo sabes de ella?

—¿Cómo crees que lo sé?

—Contestas a las preguntas con preguntas, pero se supone que yo tengo que dar buenas respuestas para todo.

—Pobre Stevie. ¿Qué hay de Judith Kesselman?

—Algo le sucedió.

—¿Qué le sucedió, Stevie?

—Fue en la universidad. Cinco… hace cinco años y medio.

—¿Sabes lo que le sucedió, Stevie?

—Nadie lo sabe.

—Alguien sí —respondió Billy.

—Ella desapareció.

—¿Como en un juego de magia?

—Sencillamente desapareció.

—Era una chica tan encantadora, ¿verdad?

—Todos la querían —dijo Zillis.

—Una chica tan encantadora, tan inocente. Las inocentes son más deliciosas, ¿no es así, Stevie?

Frunciendo el ceño, Zillis dijo:

—¿Deliciosas?

—Las inocentes… son las más suculentas, las más satisfactorias. Sé lo que sucedió con ella —aseguró Billy, pretendiendo insinuar que sabía que Zillis la había secuestrado y asesinado.

Un escalofrío tan intenso atravesó a Steve Zillis que las esposas se sacudieron con su impulso contra el marco de la cama.

Satisfecho con la reacción, Billy dijo:

—Lo sé, Stevie.

—¿Qué? ¿Qué es lo que sabes?

—Todo.

—¿Lo que le ocurrió?

—Sí. Todo.

Zillis había permanecido sentado con la espalda contra la cama y las piernas estiradas en el suelo. De pronto encogió las rodillas contra su pecho.

—Oh, Dios. —Un gruñido de sufrimiento abyecto escapó entre sus labios.

—Exactamente todo —dijo Billy.

La boca de Zillis se aflojó y su voz se volvió trémula.

—No me hagas daño.

—¿Qué crees que podría hacerte, Stevie?

—No lo sé. No quiero pensarlo.

—Eres tan imaginativo, tienes tanto talento a la hora de maquinar maneras de hacer daño a mujeres, ¿pero de pronto no quieres pensar?

Ahora temblando de forma continuada, Zillis preguntó:

—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué puedo hacer?

—Quiero hablar de lo que sucedió con Judith Kesselman.

Cuando Zillis comenzó a sollozar como un niño pequeño, Billy se levantó de la silla. Sentía que se acercaba a algo importante.

—¿Stevie?

—Vete.

—Sabes que no lo haré. Hablemos de Judith Kesselman.

—No quiero hacerlo.

—Creo que sí quieres. —Billy no siguió acercándose a Zillis, sino que se acuclilló frente a él, llegando casi a su misma altura—. Creo que tienes muchas ganas de hablar de ella.

Zillis sacudió la cabeza con violencia.

—No. No. Si hablamos de ella seguro que me matas.

—¿Por qué lo dices, Stevie?

—Tú lo sabes.

—¿Por qué dices que voy a matarte?

—Porque entonces sabré demasiado, ¿no es eso?

Billy contempló a su prisionero, tratando de interpretarlo.

—Tú lo hiciste —dijo Zillis con un gruñido.

—¿Hice qué?

—Tú la mataste, y no sé por qué, no lo comprendo, pero ahora vas a matarme a mí también.

Billy respiró hondo y sonrió.

—¿Qué es lo que has hecho?

Zillis se limitó a sollozar como toda respuesta.

—Stevie, ¿qué es lo que has hecho contigo?

Zillis apretaba sus rodillas contra el pecho. Después volvió a estirar las piernas.

—¿Stevie?

La entrepierna del pijama se había oscurecido por la orina. Se había hecho pis encima.