Capítulo 58

Con el coche aparcado bajo las brillantes luces del bar de carretera, frente al restaurante, Billy Wiles comía Hershey's y Planters y le daba vueltas a Steve Zillis.

Las pruebas contra Zillis, aunque circunstanciales, parecían confirmar sus sospechas mucho más que cualquiera de las que utilizó John Palmer para justificar su ataque a Billy.

No obstante, le preocupaba estar a punto de entrar en acción contra un hombre inocente. Los maniquíes, la pornografía sádica y el estado general de la casa de Zillis demostraban que era un ser morboso y quizá incluso perturbado, pero nada de eso probaba que hubiera matado a nadie.

La experiencia de Billy a manos de Palmer lo había dejado marcado para buscar siempre la certeza.

Esperando encontrar un hecho que fortaleciera el caso, aunque fuera algo mínimo, Billy cogió el periódico que había comprado en Napa y que desde entonces no había tenido tiempo de leer. La historia que salía en primera plana era el asesinato de Giselle Winslow.

De manera infantil, esperaba que los policías hubieran encontrado un rabo de cereza anudado cerca del cadáver. En cambio, lo que le llamó la atención del artículo, lo que voló hacia él tan rápido como un murciélago, fue el hecho de que la mano izquierda de Winslow había sido cortada. El psicópata se había llevado un souvenir, esta vez no un rostro, sino una mano.

Lanny no lo había mencionado. Pero cuando el policía apareció en el aparcamiento del bar mientras Billy cogía la segunda nota del limpiaparabrisas del Explorer, el cuerpo de Winslow apenas acababa de ser descubierto. Aún no se habrían difundido todos los detalles por la línea de emergencias del departamento.

De manera inevitable, Billy recordó la nota pegada a la nevera diecisiete horas antes y que él había ocultado en su ejemplar de En nuestro tiempo. El mensaje decía: «Un socio mío irá a verte a las 11:00. Espéralo en el porche delantero».

En su memoria podía ver las últimas líneas de esa nota, que le resultaron desconcertantes en su momento pero que ahora no lo eran tanto.

Pareces enfadado.

¿Acaso no te he tendido la mano de la amistad?

Sí, lo he hecho.

Incluso en una primera lectura, esas líneas parecían una broma, una burla. Ahora lo sentía como una mofa que lo desafiaba a aceptar que lo había superado totalmente.

En algún lugar de su casa, la mano cercenada esperaba a ser descubierta por la policía.