Capítulo 39

Sobre el microondas, detrás las puertas de un armario, un profundo espacio albergaba chapas de horno, dos moldes perforados para hacer pizzas y otros artículos estrechos guardados verticalmente. Billy retiró los moldes —y la base desmontable sobre los que se encontraban— y los dejó en la despensa.

En el fondo de ese espacio ahora vacío había una toma de corriente con dos receptáculos. Un enchufe ocupaba uno de ellos, cuyo cable desaparecía por un agujero hecho en la pared trasera del armario.

El enchufe pertenecía al microondas. Billy lo desenchufó.

Subido a una escalera, hizo un agujero con una taladradora en el suelo del armario superior, a través del techo del microondas. Esto echaba a perder el microondas, pero no le importaba.

Utilizó la taladradora como si fuera una lima eléctrica, moviéndola alrededor del perímetro del agujero y al mismo tiempo perforando hacia arriba y hacia abajo, para ensanchar el agujero. El ruido era horrendo.

Notó un ligero olor a material aislante quemado, pero completó el trabajo antes de que el calor del rozamiento aumentara hasta convertirse en un problema.

Limpió los restos que habían caído en el microondas y colocó dentro la cámara de vídeo.

Después de insertar en la cámara el enchufe de salida del cable de transmisión del vídeo, pasó el otro extremo por el agujero que había hecho en el techo del microondas. Hizo lo mismo con el cable de alimentación.

Colocó el reproductor de vídeo en el armario que hasta ese día guardaba los moldes de cocción. Siguiendo las instrucciones impresas, enchufó el extremo libre del cable de transmisión en el reproductor.

Enchufó el cable de alimentación de la cámara en el receptáculo superior del enchufe del fondo del armario y el reproductor en el receptáculo inferior, donde había estado conectado el microondas.

Colocó un disco de siete días. Programó el sistema según las instrucciones, lo encendió y cerró la puerta del microondas. La cámara apuntaba hacia la puerta trasera, atravesando la cocina.

Cuando la luz del microondas se apagó, Billy observó que la cámara sólo se podía ver si se ponía la cara muy cerca del cristal. El psicópata no la descubriría a menos que decidiera hacerse palomitas de maíz en el microondas.

Como la puerta del microondas tenía una fina pantalla laminada entre los paneles de cristal, Billy no supo si la cámara tendría una visión clara. Necesitaba probarla.

Todas las ventanas de la cocina tenían las persianas bajadas. Las levantó y encendió las luces del techo.

Durante un momento se situó junto a la puerta trasera. Luego cruzó la habitación a paso tranquilo.

El reproductor poseía una pequeña pantalla para un repaso rápido. Cuando Billy subió a la escalerita y reprodujo la grabación, vio una figura oscura. Según cruzaba la habitación, la resolución mejoraba, y pudo reconocerse.

No le gustaba verse a sí mismo. Lívido, enjuto y vacilante, decidido para la acción pero con un determinación titubeante.

Para ser justos con él, la imagen era en blanco y negro y un poco granulada. Su aparente tambaleo era simplemente el efecto de la grabación a intervalos.

Teniendo en cuenta todo eso, seguía viendo una figura poco convincente: sombra y perfil, pero sin más sustancia que una aparición. Parecía un extraño en su propia casa.

Programó de nuevo la cámara. Cerró las puertas del armario y guardó la escalerita.

En el baño, se cambió la venda de la frente. Las heridas de los anzuelos tenían un tono rojo fuerte, pero no peor que antes.

Se cambió de ropa: camiseta negra, vaqueros negros, zapatillas ligeras. Todavía quedaban cuatro horas para la puesta de sol, y cuando la luz se extinguiera, Billy tendría que moverse inadvertidamente en la noche hostil.