Capítulo 22

El esfuerzo por recordar las palabras precisas del mensaje redujeron a Ralph Cottle a un manojo zumbante de nervios. A su alrededor se agolpaban incontables preocupaciones, que podían advertirse en sus ojos alertas, en su rostro contraído, en sus manos temblorosas; Billy casi podía oír las despavoridas alas del espanto.

Mientras Cottle recitaba el desafío del psicópata y sus condiciones, con el castigo de la muerte suspendido sobre él si se equivocaba, la petaca había sido un talismán con el poder de inspirarlo, pero ahora necesitaba su contenido.

Mirando fijamente el reloj que seguía sobre la balaustrada del porche, Billy dijo:

—No necesito cinco minutos. Diablos, ni siquiera necesito los tres que quedan.

Sin pretenderlo, por no acudir a la policía e involucrarla ya había contribuido a la muerte de una persona de su entorno: Lanny Olsen. Mediante la inacción, había salvado a una madre de dos hijos, pero había condenado a su amigo.

El mismo Lanny había sido en parte, sino del todo, responsable de su propia muerte. Se había apropiado de las notas del asesino y las había destruido para salvar su trabajo y su pensión, pagándolo con su vida.

Sin embargo, parte de culpa era de Billy. Podía sentir su peso; y siempre lo sentiría.

Lo que el psicópata exigía ahora de él era algo nuevo y lo más terrible hasta el momento. Esta vez no era por no actuar, ni por no advertir, sino con un propósito consciente: Billy tenía que señalar a alguien que conocía para morir.

—No lo haré —dijo.

Tras tragar una o dos veces, Cottle movió la boca húmeda de la botella de un lado a otro de sus labios, como si pretendiera besarla antes que seguir bebiendo. A través de la nariz, inhaló ruidosamente los gases que se elevaban.

—Si usted no lo hace, lo hará él —dijo Cottle.

—¿Por qué habría de hacerlo? Haga lo que haga estoy jodido, ¿no?

—No lo sé. Ni quiero saberlo. No es asunto mío.

—¡Claro que lo es!

—No es asunto mío —insistió Cottle—. Debo permanecer aquí sentado hasta que usted me comunique su decisión; luego se la transmitiré a él, y ya no seré más parte del asunto. Sólo le quedan algo más de dos minutos.

—Iré a la policía.

—Es demasiado tarde para eso.

—Estoy hundido en la mierda hasta las rodillas —admitió Billy—, pero más tarde lo estaré todavía más.

Cuando Billy se levantó de la mecedora, Cottle dijo cortante:

¡Siéntese! Si usted intenta irse del porche antes que yo, recibirá un disparo en la cabeza.

El desgraciado acumulaba botellas en sus bolsillos, no armas. Incluso si Cottle poseía un arma, Billy tenía la seguridad de que podría arrebatársela.

—No de mi parte —dijo Cottle—. De parte de él. Nos está viendo ahora mismo a través de la mira de un potente rifle.

La sombra de los bosques al norte, el resplandor del sol sobre la colina por el este, las formaciones rocosas y las ondulaciones en los campos del lado sur de la carretera del condado…

—En este momento puede estar leyendo nuestros labios —dijo Cottle—. Es el mejor rifle de francotirador, y él está capacitado para usarlo. Puede alcanzarlo casi a mil metros de distancia.

—Tal vez es eso lo que quiero.

—Está dispuesto a hacerle el favor. Pero él no cree que usted esté preparado. Dice que al final lo estará. A la larga, dice él, usted le pedirá que lo mate. Pero no todavía.

Aun con el peso de su culpa, Billy Wiles se sintió de pronto como una pluma, y temió que llegara un repentino viento. Se acomodó en la mecedora.

—Si es demasiado tarde para acudir a la policía —añadió Cottle— es porque dejó pruebas en la casa de ella, en su cuerpo.

El día continuaba tranquilo, pero entonces apareció el viento.

—¿Qué pruebas?

—Por un lado, algunos cabellos de usted en el puño de ella y bajo sus uñas.

Billy se quedó boquiabierto.

—¿De dónde consiguió pelos míos?

—De la rejilla de su ducha.

Antes de que la pesadilla comenzara, cuando Giselle Winslow todavía estaba viva, el psicópata ya había estado en esta casa.

La sombra del porche ya no mantenía a raya el calor del verano. Era como si estuvieran sobre el asfalto bajo el sol.

—¿Qué otra cosa además de los cabellos?

—No lo dijo. Pero no es nada que la policía pueda asociar con usted… salvo que por alguna razón llegue a estar bajo sospecha.

—Algo que él puede hacer que suceda.

—Si la policía empieza a pensar que tal vez deban pedirle una muestra de ADN, está usted acabado.

Cottle echó una mirada al reloj. Billy hizo lo mismo.

—Queda un minuto —aconsejó Cottle.