Capítulo 19

Jackie O'Hara contestaba su teléfono móvil con una frase que a veces utilizaba cuando trabajaba detrás de la barra:

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Habla Billy, jefe.

—Oh, Billy, ¿sabes de qué hablaban anoche en el bar?

—¿De deportes?

—Al diablo con eso. No somos un maldito bar de deportistas. Mientras miraba por la ventana de la cocina hacia el jardín, donde ya no estaba el ciervo, Billy dijo:

—Perdón.

—Para estos tipos, los deportistas, la bebida no significa nada.

—Es que hay distintas maneras de colocarse.

—Así es. Ellos fuman un poco de marihuana o incluso son capaces de volverse locos con algo de Starbucks. No somos un maldito bar de deportistas.

Como ya había oído esto antes, Billy trató de llevar adelante la conversación:

—Para nuestros clientes, la bebida es una especie de ceremonia.

—Más que una ceremonia. Es un mandamiento, una solemnidad, casi un sacramento. No para todos, pero sí para la mayoría. Es una comunión.

—De acuerdo. ¿Entonces estuvieron hablando de Big Foot?

—Ojalá. La mejor charla de bar, la más intensa de todas, solía ser sobre Big Foot, platillos volantes, el continente perdido de la Atlántida, lo que pasó con los dinosaurios…

—… qué hay en la cara oculta de la Luna —interrumpió Billy—, el monstruo del lago Ness, la Sábana Santa de Turín…

—… fantasmas, el Triángulo de las Bermudas, todo el repertorio clásico —continuó Jackie—. Pero hace mucho tiempo que no se habla de eso.

—Lo sé —reconoció Billy.

—Hablaban de estos profesores de Harvard, Yale y Princeton, estos científicos que dicen que van a utilizar la clonación, las células madre y la ingeniería genética para crear una raza superior.

—Más listos, rápidos y mejores que nosotros —dijo Billy.

—Tan superiores a nosotros —dijo Jackie— que ni siquiera serán humanos. Salió en Time, o quizá en Newsweek; y los científicos sonriendo, orgullosos de sí mismos, ahí, en una revista.

—Lo llaman «futuro posthumano» —dijo Billy.

—¿Qué va a ser de nosotros cuando seamos post? —se preguntó Jackie—. Post es una chorrada. ¿Una raza superior? ¿Estos tipos no han oído hablar de Hitler, por casualidad?

—Ellos se creen distintos —dijo Billy.

—¿No tienen espejos? Algunos idiotas están cruzando genes humanos y animales para crear cosas… cosas nuevas. Uno de ellos quiere crear un cerdo que tenga cerebro humano.

—¿Estás bromeando?

—La revista no dice por qué un cerdo, como si tuviera que ser obvio que sea un cerdo y no un gato, una vaca o una ardilla. Por amor de Dios, Billy, ¿no es ya bastante duro tener un cerebro humano en un cuerpo humano? ¿Qué clase de infierno seria tener un cerebro humano en un cuerpo de cerdo?

—Tal vez no vivamos para verlo —afirmó Billy.

—Lo verás, a menos que esté en tus planes morir mañana. A mí me gustaba Big Foot. Me gustaba el Triángulo de las Bermudas, y no digamos los fantasmas. Ahora toda esa mierda de locos es real.

—Te llamo —dijo Billy— para avisarte de que hoy no podré ir a trabajar.

Con verdadera preocupación, Jackie preguntó:

—¿Qué sucede? ¿Estás enfermo?

—Estoy un poco mareado.

—No tienes voz de catarro.

—No creo que sea un catarro. Es como algo del estómago.

—A veces los catarros de verano empiezan así. Toma cinc. Hay uno que se echa por la nariz. Funciona bien. Mata cualquier catarro.

—Voy a hacer la prueba.

—Es demasiado tarde para vitamina C. Deberías haber empezado a tomarla antes.

—Tomaré algo de cinc. ¿Te llamo muy temprano? ¿Fuiste tú el que cerró el bar anoche?

—No. Me fui a casa a las diez. Toda esa charla sobre cerdos con cerebros humanos sólo me dio ganas de irme a casa.

—¿Entonces cerró Steve Zillis?

—Sí. Es un chico digno de confianza. Me arrepiento de haberte dicho todo lo que te conté. Si quiere hacer pedazos maniquíes y sandías en su patio trasero es asunto suyo, mientras cumpla con su trabajo.

Las noches de los martes normalmente pasaban lentas en el bar. Si el tráfico se aligeraba, Jackie prefería cerrar el bar antes de la hora normal, las dos de la mañana. Un bar abierto con pocos o ningún cliente a esas horas era una tentación para los profesionales del crimen y ponía a los empleados en una situación arriesgada.

—¿Una noche movida? —preguntó Billy.

—Steve dijo que después de las once fue como si el mundo se hubiera terminado. Tuvo que abrir la puerta y echar un vistazo afuera para asegurarse de que el bar no había sido teletransportado a la Luna o alguna otra parte. Apagó las luces antes de la medianoche. Gracias a Dios no hay más que un martes a la semana.

—A la gente le gusta pasar parte de su tiempo con sus familias —dijo Billy—. Ésa es la tragedia de un bar familiar.

—¿Eres un tipo gracioso, verdad?

—No por lo general.

—Si te echas el cinc por la nariz y no te sientes mejor —dijo Jackie—, vuelve a llamarme y te diré por dónde puedes metértelo.

—Creo que habrías sido un buen cura. De verdad que sí.

—Ponte bien, ¿de acuerdo? Los clientes te echan de menos cuando no estás.

—¿En serio?

—En realidad no. Pero al menos no dicen que están contentos con tu ausencia.

En otras circunstancias, quizá sólo Jackic O'Hara podría haberle arrancado a Billy Wiles una sonrisa.

Colgó. Miró su reloj: 10:31.

El «socio» estaría allí en menos de media hora.

Si Steve Zillis había abandonado el bar poco antes de medianoche, habría tenido tiempo de sobra para ir hasta la casa de Lanny, matarlo y mover el cuerpo hasta el sillón del dormitorio principal.

Si Billy hubiera evaluado a los sospechosos, no habría apostado mucho por Steve. Pero, de vez en cuando, una posibilidad remota acababa imponiéndose.