A Billy no lo habían amenazado en ninguna de las notas. El peligro al que hacía frente no afectaba a su integridad. Habría preferido el peligro físico a esta amenaza moral.
No obstante, cuando encontró la puerta trasera entreabierta, consideró esperar en el jardín hasta que llegara Lanny con el sheriff Palmer. Esta posibilidad ocupó sus pensamientos sólo un momento. No le importaba si Lanny y Palmer pensaban que era un cobarde, pero no quería pensar eso de sí mismo.
Entró en la casa. No había nadie en la cocina.
La luz se filtraba levemente a través de las ventanas. Con cautela, encendió las luces y atravesó la casa.
No encontró ningún intruso en las habitaciones ni en los armarios. Curiosamente, tampoco encontró indicios de intrusión.
Cuando regresó a la cocina, comenzó a preguntarse si no habría olvidado cerrar con llave al salir de casa a primera hora de la mañana. Tuvo que descartar esa posibilidad cuando vio la llave de repuesto sobre la encimera de la cocina, cerca del teléfono. Debería estar pegada a la base de alguna de las veinte latas de tintura o barniz para madera acumuladas en una repisa del garaje. Billy había utilizado por última vez esa llave hacía cinco o seis meses. Era imposible que le hubieran vigilado durante tanto tiempo.
Posiblemente el asesino había sospechado de la existencia de otra llave y había intuido que el garaje era el lugar más probable para esconderla. El taller de carpintería de Billy, profesionalmente equipado, ocupaba dos tercios del garaje, con numerosos cajones, armarios y estantes en los que se podría ocultar un objeto tan pequeño. Su búsqueda tenía que haberle llevado horas.
Si el asesino, tras visitar su casa, pretendía anunciar su intrusión dejando la llave de repuesto en la cocina, la lógica sostenía que se podría haber ahorrado el tiempo y la molestia de la búsqueda. ¿Por qué, en cambio, no había roto uno de los cuatro cristales de la puerta trasera?
Mientras Billy intentaba descifrar este enigma, de pronto advirtió que la llave yacía en el mismo lugar de la encimera de granito negro en el que había dejado el primer mensaje mecanografiado del asesino. Éste había desaparecido.
Miró a su alrededor, pero no encontró la nota ni en el suelo ni en la otra encimera. Abrió los cajones más cercanos, pero no estaba en ninguno…
De repente comprendió que el asesino de Giselle Winslow no era el que había estado allí. El intruso había sido Lanny Olsen.
Lanny sabía dónde guardaba la llave de repuesto. Cuando le pidió la primera nota como prueba, Billy le había dicho que estaba allí, en la cocina. Lanny también le había preguntado dónde le podía encontrar en una hora, si en su casa o en Whispering Pines.
Una sensación de profunda inquietud se apoderó de Billy, un sentimiento generalizado de desconfianza y duda que le heló la sangre.
Si Lanny tenía pensado de antemano ir allí y recoger la nota como prueba esencial —no más tarde junto con el sheriff Palmer, sino en ese momento—, debería habérselo dicho. Decepcionado, pensó que Lanny no tenía ánimo para servir y proteger al prójimo, ni siquiera para cubrir a un amigo, sino que lo que más le importaba era salvar su propio pellejo.
Billy no quería creer algo semejante. Buscó excusas para Lanny. Quizá después de alejarse del bar en su coche patrulla decidió que debía tener ambas notas antes de ir a ver al sheriff Palmer. Y quizá no quiso llamar a Whispering Pines porque sabía lo importante que eran aquellas visitas para Billy.
En ese caso, no obstante, habría dejado una nota en la encimera.
A menos que… si su intención era destruir ambas notas en vez de acudir a Palmer y más tarde argumentar que Billy nunca le había consultado antes del asesinato de Winslow, una nota explicativa semejante habría constituido la prueba para refutarlo.
Lanny Olsen siempre le había parecido un buen hombre, no exento de defectos, pero básicamente bueno, justo y decente. Había sacrificado sus sueños para atender a su madre durante muchos años.
Billy dejó caer la llave de repuesto en el bolsillo de los pantalones. No tenía intención de volver a pegarla a la base de una lata de su garaje.
Le habría gustado saber cuántos malos informes había en la ficha de Lanny, exactamente cuan perezoso había sido.
En retrospectiva, Billy se dio cuenta de que había más desesperación en la voz de su amigo de lo que notó en su momento:
En realidad nunca quise esta vida… pero el asunto es que… lo quiera o no, eso es lo que hay. Es todo lo que tengo. Y quiero una oportunidad para conservarlo.
Hasta los mejores hombres tenían un punto débil. Lanny podía estar más cerca de él de lo que Billy podría imaginarse.
El reloj de pared marcaba las 20:09.
En menos de cuatro horas, sin importar la elección que hiciera Billy, alguien moriría. Quería quitarse esa responsabilidad de encima.
Se suponía que Lanny lo llamaría a las 20:30, pero no tenía intención de esperar. Cogió el teléfono y marcó su número del móvil.
Tras cinco tonos, le saltó el contestador.
—Soy Billy —dijo—. Estoy en casa. ¿Qué demonios pasa? ¿Qué has hecho? Llámame ahora mismo.
El instinto le indicó que no intentara localizar a Lanny a través del dispositivo de la comisaría. Dejaría una huella que tendría consecuencias que ahora no podía prever.
La traición de su amigo, sí es que era eso, le había hecho sentirse en cierto modo culpable, a pesar de no haber hecho nada malo. Habría sido más lógico un arrebato de dolor y furia. En cambio, el rencor se apoderó de él de forma tan profunda y rápida que su pecho se tensó y tuvo dificultades para tragar.
Destruir las notas y mentir acerca de ellas le ahorraría a Lanny el despido de la policía, pero la situación de Billy no haría más que empeorar. Sin pruebas, se le haría más difícil convencer a las autoridades de que su historia era verdadera y de que podría arrojar alguna luz sobre la psicología del asesino.
Si ahora acudía a ella, corría el riesgo de que pensaran que sólo le movía el afán de notoriedad o de que le tomaran por un camarero que se excedía probando las copas que servía. O por un sospechoso.
Paralizado por ese pensamiento, permaneció completamente quieto durante un minuto, sopesando la situación. Un sospechoso.
Se le había secado la boca. La lengua se le pegaba al paladar.
Se aproximó al fregadero y llenó un vaso con agua del grifo. Al principio, a duras penas pudo con el primer trago, pero luego vació el vaso en tres largos tragos. El agua, demasiado fría y bebida con demasiada rapidez, le produjo un breve dolor agudo en el pecho, al que siguió un mareo. Dejó el vaso en el escurreplatos. Se inclinó sobre la pila hasta que se le pasó el mareo. Se mojó su sudorosa cara con agua fría y se lavó las manos con agua caliente.
Caminó de un lado a otro de la cocina. Por un momento se sentó a la mesa, pero luego se volvió a levantar.
A las 8:30 se detuvo junto al teléfono, mirándolo fijamente, a pesar de tener razones para creer que no sonaría.
A las 8:40 utilizó su teléfono móvil para llamar al móvil de Lanny y así no ocupar la línea de casa. Volvió a saltar el contestador.
La cocina estaba muy caliente. Sintió que se asfixiaba.
A las 8:45 salió al porche trasero. Necesitaba aire fresco. Dejó la puerta completamente abierta por si sonaba el teléfono.
El cielo, de un color añil por el este, temblaba de forma tenue por el oeste con las vibraciones iridiscentes de un ocaso anaranjado y verde.
El bosque circundante estaba completamente oscuro. Si hubiera alguien oculto entre todos esos árboles, agazapado entre los helechos y filodendros, sólo un perro de olfato agudo podría encontrarlo.
Cientos de ranas, todas invisibles, comenzaron a croar entre las sombras que descendían, pero en la cocina, más allá de la puerta, todo era silencio.
Quizá Lanny había necesitado algo más de tiempo para encontrar una manera de enfocar el asunto ante el sheriff.
Tal vez se estaba ocupando del tema. No podía de repente y de forma tan drástica hacer todo por puro interés personal. No dejaba de ser un policía, vago o no, desesperado o no. Más pronto que tarde se daría cuenta de que no podría vivir con la idea de que, obstaculizando la investigación, contribuiría a que se produjeran más muertes.
Una especie de gota de tinta empapó el cielo por el este, mientras que en el oeste todo era fuego y sangre.