Puso la primera marcha, aceleró sin apenas soltar el embrague y cuando lo hizo el coche salió de estampida. Las ruedas chirriaron sobre el asfalto.
Al doblar por la primera esquina divisó casi en medio de la calle un obstáculo, un objeto que le impedía el paso. Era una especie de carrito como los que se utilizan en los supermercados. Había alguien dentro de él, posiblemente un niño. Desvió el coche hacia la izquierda; la parte trasera del automóvil golpeó contra algo duro y metálico. Un contenedor de basura.
Se oyó un grito. Una voz de mujer dijo algo, gritando, repetidamente. Por el espejo retrovisor pudo ver que el carrito con el niño permanecía en el mismo sitio. El contenedor estaba volcado. En tierra, incorporándose en ese momento, una mujer gritaba hacia el coche; en la mano blandía algo que podía ser un palo.
Aceleró, cambió a una marcha más larga, se saltó un semáforo en rojo y dobló por la primera calle que pudo a la izquierda.
No sabía hacia dónde se dirigía. El reloj electrónico del coche marcaba las 23:45.
Isbel ya debía de estar acostada, puede que dormida. Teresa estaba muerta. Nelia quizá permanecía aún en el portal de su casa esperando que él volviera…
Le parecía seguir viendo a la mujer que le increpaba junto al contenedor de basura. Nelia, pidiéndole que se marchara. Isbel, con el teléfono en la mano, viéndole marchar con expresión de desconcierto. Teresa, corriendo en su moto, marchando hacia su muerte…
Hubiera deseado ver el cadáver de Teresa. Podía haber matado, con sólo subir el coche por la acera, a aquella joven mujer a la que bañó con agua de un charco una noche de lluvia.
Accidentalmente, podía haberle producido la muerte también a la mujer del contenedor de basura.
Le vino a la mente el recuerdo de una vez que derrapó con el coche circulando por una carretera. Viajaba con otra mujer. Frenó de repente, en vez de reducir la marcha, al encontrarse inesperadamente un cambio de rasante y una curva. El coche derrapó y dio un giro completo sobre las cuatro ruedas. Entonces se detuvo en seco. Vio el rostro horrorizado de la mujer; los ojos muy abiertos, tratando de emitir un grito que no llegó a producirse. El coche se había detenido en la otra vía de la carretera en sentido contrario al que circulaban hasta el momento de derrapar. La mujer se puso a reír. Reía y le brotaban lágrimas en los ojos.
La risa de la mujer le acompañó todo el viaje de vuelta. Y también le acompañaba esa sensación de que en un momento podía haber perdido la vida junto a su compañera de viaje, la que entonces era su amante.
Había llegado al edificio donde vivía con Isbel. Las luces de las habitaciones del piso que daban al exterior estaban todas apagadas. Metió el coche en el garaje y se quedó dentro del automóvil después de apagar el motor. El garaje estaba completamente desierto. Ni siquiera se veía al guardia de seguridad.
Reclinó el respaldo del asiento hacia atrás. Imaginaba que su joven secretaria estaba junto a él en ese momento, a su lado, en el asiento del coche. La besaba y le metía la mano entre las piernas, bajo una falda muy corta, como las que solía llevar la chica en la oficina. Ella se dejaba hacer, de manera pasiva.
Con ese imaginario se masturbó hasta eyacular en un pañuelito de papel que se puso en la mano izquierda.
—Alguien te ha llamado por teléfono hace un rato. Era una mujer. —Isbel estaba medio dormida. Le hablaba con los ojos entrecerrados y la voz algo temblorosa—. No ha querido darme su nombre, aunque se lo he preguntado.
Temió que le preguntara si él sabía quién era esa mujer, si imaginaba de quién pudiera tratarse, si sería su amante, si era una mujer bella…
Isbel volvió a cerrar los ojos. Estaba otra vez dormida. En la mesita de noche, junto a su parte del lecho, había una caja de somníferos. No solía tomarlos ya casi nunca; los tenía allí sólo por si los necesitaba y por tener la seguridad de que no le faltaban. Quizás había tomado alguno aquella noche. Más de uno probablemente. Estaba sumida en un sueño muy profundo.
Hubiera querido dormir junto a ella; llorar abrazado a su mujer; tomarse todos aquellos somníferos…
Fue al cuarto de baño y orinó largamente, con un pequeño dolor en la vejiga a causa del largo tiempo que había retenido la orina.
Si era Nelia quien había llamado por teléfono aquello podía ser el principio de una pesadilla. Podía ser también el final de su historia de amor, su historia como amantes. Algún día tenía que suceder, sí. Su fea amante le llamaba a media noche a casa…
«No, Isbel, mi amante no es una mujer bella».
Expulsó las últimas gotas de orina con un estremecimiento de todo su cuerpo, como cuando había eyaculado dentro del coche mientras estaba en el garaje.
«Nunca he amado a una mujer bella; ninguna tan bella como tú, Isbel». La perfecta belleza de Isbel. Casi imposible. Algo mortal. Doloroso.
Una arcada de vómito le llegó a la garganta. Inclinó la cabeza sobre la taza del inodoro. Sólo pudo escupir dolorosamente una saliva espesa y agria. «Si me tomara esos malditos somníferos y me durmiera a tu lado, Isbel; muerto junto a tu cuerpo…».