«Me gustan tus ojos, tu boca y el sexo… Me gusta tu coño».

Teresa bajaba la mirada y la dirigía hacia su bajo vientre, como si quisiera ver esa parte de su cuerpo que el hombre mencionaba como una de sus preferencias. «Ya sé que mis ojos son bonitos. Y también los labios, la boca, te pueden gustar. Pero el sexo… No entiendo por qué lo dices».

Le abría las piernas, haciendo que doblara las rodillas, de manera que su vulva quedara visible. Le acariciaba levemente los labios del sexo con la yema del dedo índice.

«Es un sexo pequeño, de trazado casi perfecto. El color es… rosado, como una rosa pálida, mientras que tus muslos son morenos y el bello del pubis color azabache… Es uno de los sexos más bonitos que he visto».

Ella negaba con un rotundo movimiento de la cabeza, sonriendo, algo perpleja. «Nunca me han dicho nada igual. Nadie me había hablado como tú… del sexo».

«¿Te gusta oírmelo decir?».

«No lo sé. Me desconcierta. Yo lo hago por amor… porque te quiero».

«¿Crees que las otras sólo lo hacen por complacer a los hombres… o por dinero?».

«No quería decir eso. Yo… ya sabes que yo no le doy tanta importancia al cuerpo, al sexo…».

«Por eso vas casi siempre sin bragas…».

«¿Por eso?».

Cerró las piernas, apretó los muslos y llevó las rodillas hacia su pecho. Él le pasó la mano por el muslo hasta alcanzar la curva de la nalga.

«Tu culo…».

«¿También te gusta?».

«¿No te gustaría que te lo hiciera por el culo? Penetrarte con el pene…».

«No, eso no».

Reforzó su negación con el movimiento de su cabeza, esta vez con nerviosismo.

Él volvió a abrirle las piernas y se metió entre ellas.

«Pídeme que te folle… para que se me ponga dura».

«No sé; yo no sé decir esas cosas».

Le clavó los dedos en las nalgas y presionó hasta que él mismo sintió dolor. «Pídemelo».

Teresa inició un movimiento de su cuerpo para darse la vuelta. Él levantó las piernas para facilitar el giro corporal de la mujer.

«Dame por el culo», pidió Teresa.