Tenía el rostro de Nelia a pocos centímetros del suyo. Su fealdad quedaba desdibujada, borrosa, a causa de la proximidad de la mirada. Se preguntó qué hubiera sucedido de haber sido Nelia una mujer bella. Tan bella como Isbel. ¿Podría ser su amante? Si fuera tan bella o más que Isbel… tendría que hacerla su mujer.

—¿Qué miras? Me miras y no dices nada. ¿Sabes que nunca me has dicho nada bonito? Nunca. Pero sé que me quieres. A tu manera, también me amas.

A Nelia le brillaban los ojos. Tenía una extraña belleza en su mirada. Una mirada de deseo.

El deseo que había sentido él por ella nada más verla, sin saberlo, sin confesárselo.

Acercó los labios a la boca entreabierta de la mujer. Ella cerró los ojos y se puso a respirar de manera acelerada. Le rozó los labios. El aliento de la mujer era intenso. Sintió algo de repugnancia. Le rozó la mejilla con los labios y escondió el rostro entre los cabellos de la mujer. Olía a sudor. Un sabor a vómito le llegó a la garganta. Pensó que sería la última vez que lo haría con aquella mujer; la última. El último encuentro con su última amante.