Sodomizó a Isbel una noche, la primera vez que estuvieron juntos.
Hacía poco tiempo que ella se había divorciado. Alguien, un conocido común, les había invitado a la misma cena, en un restaurante. Se habían sentado juntos a la mesa y después de unos momentos de silencio, de tensión, habían iniciado una conversación que se prolongó durante toda la cena. Se fueron juntos, directamente al apartamento de él.
Durmieron juntos, aquella noche.
De madrugada, cuando empezó a amanecer, ella aún dormía; la luz que entraba por la ventana iluminaba ligeramente el cuerpo de la mujer. Estaba tendida boca abajo, el rostro de perfil, el cuerpo del todo relajado. Desnuda y apenas cubierta por la sábana.
La noche pasada habían hecho el amor de manera breve. Intensa pero brevemente. Él ni siquiera había llegado a eyacular. Sobre todo había estado acariciando a la mujer. La había hecho orgasmar, o algo parecido, pasándole la lengua por el clítoris. La penetró apenas un momento; ella pareció quejarse de algún dolor que le producía en el bajo vientre, quizá del mismo placer que sentía, y él desistió de consumar la cópula. Abrazó a la mujer y ella se recogió en sus brazos, hasta dormirse.
La luz de la madrugada recortó su cuerpo en la oscuridad de la habitación; las nalgas prominentes asomando bajo una punta de la sábana, los muslos entreabiertos insinuando algo oscuro entre ellos.
Él había permanecido casi toda la noche en un ligero sueño; excitado, con el pene en erección. Toda la noche sintiendo a su lado el cuerpo de la mujer. Había acariciado sus nalgas al tiempo que la oía respirar. En algún momento había soñado que hacían el amor, que eyaculaba dentro del sexo femenino.
Ella seguía durmiendo, siempre en aquella postura, en la que parecía ofrecer sus nalgas para ser tocadas, acariciadas, para que él las abriera. Le puso las dos manos en el culo, una en cada nalga, y se lo fue abriendo. La mujer emitió un gemido, una especie de queja inconsciente; movió levemente su cuerpo sin llegar a cambiar de postura.
Él hizo un rápido movimiento, le pasó la lengua repetidamente por toda la abertura anal y, llevando su cuerpo sobre el de la mujer, le puso la punta del pene en la misma entrada del orificio del culo. Ella volvió a gemir. Su cuerpo no estaba tenso; quizás aún no había despertado del todo. Él forzó un poco la introducción del pene. Ella gemía pero no hacía ningún gesto de rechazo. Acabó por introducirle el pene por completo y se dejó caer sobre el cuerpo de la mujer. Le susurró algo al oído, algunas palabras de amor.
Y sin moverse, distensionando su propio cuerpo, dejó escapar el semen dentro de ella.
Nunca más volvieron a hacerlo de aquella manera. Él sabía que ella no iba a negarse si él lo intentaba, incluso parecía pedírselo con el cuerpo a veces, cuando hacían el amor. Él sabía que podía destrozar a aquella mujer y ella ni siquiera se quejaría.