La circulación era intensa en aquella hora de la tarde. Tardó más de lo previsto en llegar a la calle donde vivía Nelia. Además, no encontraba sitio donde aparcar. Había quedado que iría a verla a las siete y ya pasaban veinte minutos de la hora. Ella le esperaría, claro; ni siquiera se mostraría impaciente o con algún signo de preocupación. Dispuesta, eso sí. Demasiado dispuesta quizá. ¿No era eso lo que le gustaba de las mujeres, de ciertas mujeres? Las prostitutas… Disponibles siempre, sin otro oficio que acostarse con un hombre.

Decidió dejar el coche en un aparcamiento público. Tuvo que hacer algunas maniobras para aparcar y fue él quien empezó a impacientarse. Cuando, al fin, salió del aparcamiento eran ya las siete y media de la tarde. Pulsó el timbre del portero automático del piso de Nelia. No recibió respuesta, no contestaba inmediatamente como era habitual. Insistió. Nelia seguía sin contestar. Esperó unos minutos. Pulsaría el timbre una vez más y se marcharía. Así lo hizo. Puede que nunca más volviera a llamar a aquella puerta. Nunca más.

Apresuró el paso y dejó atrás la calle donde vivía su amante. En el aparcamiento, de nuevo dentro de su coche, empezó a sentirse mal. Escupió en un pañuelito de papel y, sin darse cuenta, lo metió en el bolsillo de la chaqueta. Un eructo con sabor a vómito le subió a la garganta desde la boca del estómago.

¿Qué pasaba con Nelia? ¿Se había cansado de esperar? ¿Era esa una manera de acabar con él, con la relación que mantenían; una forma de abandonarlo?

El guarda de seguridad del aparcamiento fue acercándose hacia donde aún permanecía con el coche aparcado, bien que con el motor en marcha.

«¿A cuántas tías te has tirado aquí, dentro de sus propios coches?», murmuró entre dientes. Temió por un momento que el guarda fuera a preguntarle si le sucedía algo o si necesitaba ayuda. Puso la marcha atrás y comenzó la maniobra para salir del aparcamiento. Una mujer que conducía un pequeño coche rojo esperaba para ocupar la plaza que él dejaba.

«Es el final», se dijo. «No volveré a ver a mi amante, a esta amante». Sonrió y algo de saliva en forma de pequeñas burbujas le llegó a los labios.