—Despierta Casio. Es hora de ir de caza.
Estábamos en mi nueva casa. No en la mejor zona de la ciudad, pero casi. Tenía dinero y había decidido que una semisúcubo como yo no se merecía menos. El vampiro no vivía aquí, pero la noche anterior se nos había consumido en un arrebato de sexo y pasión. Así que se quedó conmigo a pasar el día. De hecho, al alfa de los licántropos no le importó venir aquí a negociar sus condiciones por luchar a nuestro lado. O mejor dicho, su precio, pues a ellos tampoco les interesaba que ganara la guerra los mutados, por aquellos de no convertirse en una especie de extinción. Los dejé ultimando los detalles y me fui a tomar un café con Marcos, Andrea y Marta. La Moon-Wolf había cogido cariño. Y yo a los tres. Además, mi única amiga estaba encantada de fisgonear cada semana sobre mi vida en pareja. Una Súcubo y un vampiro era algo exótico hasta para una bruja. Y cuando volví a casa, a media tarde, Casio estaba dormido. Me acosté a su lado. Un ratito. Teníamos una cita importante y yo llevaba ya una hora levantada y preparándome. Ya era casi media noche y no quería llegar tarde.
Una mano brusca me atrajo de vuelta a la cama. Y unos labios sedientos buscaron los míos.
—Más tarde —coloqué un dedo en su boca evitando un beso con decisión—. Además, hoy tienes algo casi tan bueno como mi sangre —las caricias juguetonas de mi lengua y mi aliento en su oído le remarcaron el casi—. Comer hasta que sientas la vida de los corazones de otros escaparse en agonía. ¿Te tienta? Vamos, guapo. Es la hora.
Se despejó en un momento y se vistió. Recogió sus pistolas del suelo, donde yo las había arrojado anoche para que no nos molestaran y fue al baño a peinarse un poco. Mientras tanto, yo abrí la puerta. Como suponía, Lucas nos estaba esperando.
—Hola, pelirrojo —lo recorrí con la mirada mientras le lanzaba un beso para nada inocente.
—Violeta —casi lo saqué de sus casillas—. No hagas eso. Eres la mujer de mi padre.
—Lo sé, pelirrojo —le sonreí—. Le allano el camino a la chica que algún día te arrancará de toda esa aburrida responsabilidad tuya por el trabajo. Puede que eso te haya hecho la mano derecha de tu papi, pero es tan predecible.
—¿Otra vez jugando con Lucas?
Casio estaba de repente a mi lado. Saludó a su hijo con un cabeceo. Le guiñé un ojo.
—¿Listos? —asintieron—. Pues vayámonos de fiesta. Alguien no sabe que me espera.
Y deje entrever mis cuatro colmillos. Porque alguien iba a estar pronto bien muerto. Y de un modo lento y muy jodido.
Fuimos en el coche del triunviro. Cerca de nuestro destino nos esperaban más de cien vampiros, dos docenas de licántropos y un par de morrigans, escondidos. Saludé con un cabeceo a las brujas y les indiqué que comenzaran su trabajo. Al cabo de un par de minutos, las protecciones mágicas estaban eliminadas. Y habían lanzado un hechizo de silencio para cubrirlo todo de los ojos humanos.
—Gracias. Dadle a mi hermana Arianrhod mi agradecimiento.
Me saludaron con respeto y se fueron. Entonces, saqué mi daga y una semiautomática (había aprendido la lección) y, junto a mi vampiro y su hijo, encabecé el asalto a una de las casas de los científicos.
Sin más estrategia que la sorpresa y ser mucho más que ellos, entramos en el unifamiliar. Esta vez nos enfrentábamos con mutados bastante antiguos. Iban a ser duros de matar. Abrí un acceso completo del pozo de todas las almas y dejé flotar mi naturaleza más predadora, oscura y demoníaca. Alguno de los nuestros cayeron. Me dio igual. Casio y Lucas seguían a mi lado, desgarrando gargantas y alimentándose para regenerar sus heridas. Y yo, en frenesí por la sangre, las almas del diezmo y la energía que me pasaba la daga, sólo tenía un objetivo en mente. Y cuando me dijeron donde estaba, destrocé con mis garras a los que guardaban la entrada y pasé cerrando la puerta de la habitación a mis espaldas.
—Hola, tío —arrastré cada silaba con odio—. No te imaginas el placer que me produce verte, traidor.
—Puta arrogante, una súcubo que se rebaja a ser el juguete de una sanguijuela no se merece estar en mi presencia.
—Vamos, tú y yo, como deseas desde que me torturabas cuando yo no era más que una niña indefensa.
Tiré mis armas al suelo. Lo haría con mis garras y dientes. Y mi control del pozo, mucho mayor que el suyo.
Él no se deshizo de su sable rúnico y arremetió contra mí, sus rasgos arrugados en una mueca de rabia, envidia y desdén. Yo fui más rápida. Me agaché para evitar su acometida y cogí la mano de su arma por la muñeca. Le clavé mis uñas curvadas hasta que la soltó. Él me hirió con los espolones de sus piernas. Me daba igual. Ni lo sentía. Ante mí se encontraba el ser que más daño me había hecho. Lo agarré del cuello con la otra mano y lo empuje contra la pared.
—¿Esto te gusta más, tío?
Le di un fuerte golpe, su cabeza contra el estucado blanco. Y me apresuré a coger mi daga, que se había quedado cerca de la puerta. Me agarró por detrás mientras yo me levantaba con ella en la mano. Sentí cómo se clavaban sus espolones en mi espalda. Esta vez sí noté las heridas, más profundas que antes. Me mordí el labio por el dolor y, saboreando mi propia sangre, sonreí. Alcé la daga por delante de mi pecho, bajé la cabeza y se la clavé en la suya.
Sin soltar el arma, empujé su pecho con una mano y me separé para desclavar sus espolones de mi espalda. Después me giré y volví a aplastarlo contra la pared. Retorcí el filo rúnico y lo saqué un poco, para que la absorción de su vida fuera más dolorosa y, sobre todo, mucho más lenta.
—¿Sabes tío? Me encantaría dejarte regenerar para volver a jugar contigo una y otra vez. Pero no soy tan sádica como tú. Y tampoco tengo tiempo. En cuanto los mutados se enteren de este ataque, es probable que empiece la guerra. Y dejaremos este sitio así, sin limpiarlo, para que la iglesia sepa de la existencia de tus amiguitos científicos y se alié con nosotros —o eso había visto la matriarca en el futuro—. ¿No te parece bonito?, tu cadáver con un lacito como regalo para mi abuelo.
—Zorra —me susurró furioso.
—Sí, cariño… pero no contigo. No es por nada —clavé más profundamente la daga, Casio y los demás debían de estar esperándome para irnos—, tío, pero te lo debía. Ojo por ojo. ¿Sabes? A veces me encanta el Orden de los chupasangres.
Fueron las últimas palabras que oyó. Cuando su vida se agotó y me hizo más poderosa aún, lo solté y dejé que se deslizara hacia el suelo. Escupí y me fui. Ya le pondría otro el lacito. Yo, Casio, Lucas, mi padre, mi abuelo, el alfa de los lobos y la matriarca suprema de las brujas habíamos quedado para hablar sobre la guerra. Se había acabado el tiempo de tregua.
FIN