Demasiados errores en un día. Desde que Casio había soltado el bombazo de lo de mi hermana, no había vuelto a ser la misma, y el esfuerzo que dedicaba a contener esas emociones reprimidas no lo estaba usando para pensar con claridad. Por qué me había metido de cabeza en un escenario perfecto para una emboscada y había confiado demasiado en que no me hubieran visto los tres vampiros a los que había agredido. Y esa era otra, sin reservas de energía. Además, me había confiado con lo de que el chico no iba a atacarme. (¡Controlarlo por el rabillo del ojo, por favor, Violeta!). Y una vez eliminado el vampiro restante, había dejado de vigilar a Marcos y me había quedado absorta, como una boba, mirando cómo se descomponían los cadáveres. Y claro, el joven se me había largado. Lógico. Lo habían atacado tres aterradores vampiros, una adolescente pirada con cuernos lo había rescatado y se dedicaba a clavarle el mobiliario al personal.

Al chico se le había aclarado un poco la cabeza, se le había ido parte del cuelgue y se había largado. Sin más. Cualquier ser humano con dos dedos de frente habría hecho lo mismo. Y lo peor de todo era que, en vez de desear perseguirlo para arrancarle por las malas unas cuantas respuestas, lo que deseaba era buscarlo para asegurarme que estaba a salvo. ¿De dónde cojones salía este instinto protector? Por favor, ni que fuera mi hijo.

Solté un bufido despectivo contra mí y me acerque al lugar donde había estado el muchacho. Marcos, si de verdad se llama así, debía haberse levantado y salido por la puerta principal del bar, por la que también debía de haber entrado mientras yo había estado buscando un acceso trasero. Si no fuera así, ni sabía por dónde había entrado ni me explicaba cómo había abierto la persiana metálica sin que yo lo oyera. Además esta se aseguraba con llave al suelo desde fuera. Bastante raro me parecía ya el no haber oído la puerta. «Veamos si puede haber sucedido así», recapacité. Agarré la manilla de la puerta y, efectivamente, estaba bien engrasada y apenas hacia ruido. Y la persiana metálica estaba subida. «Genial, Violeta, ni que te estuvieras volviendo vieja».

Mire por la calle y no lo vi. Como no deseaba llamar la atención por mi aspecto (no era cuestión que me parase la policía), fui rápido al baño del bar para limpiarme un poco. Y a continuación disimulé las manchas oscuras de mi ropa con un poco de granadina y de ron. Mejor oler a alcohol y parecer desaliñada que arriesgarme a que pensaran que iba llena de sangre. Después cogí el tupperware y salí por la puerta. Eran las siete y media. Todavía había bastante gente por la calle. Me dirigí al comercio más cercano, una tienda de relojes, para preguntarle al dependiente si había visto pasar a un chico con la cabeza y la camisa manchada de rojo. Me miró mal y me pidió que saliera de su tienda. Suspiré. Como no había en ese momento ningún cliente dentro, cerré la puerta y lo hipnoticé. No lo había visto. Volví borrosos sus recuerdos de los últimos dos minutos y me fui. Probé en las otras dos tiendas de la calle con resultados similares: Nadie lo había visto. Genial. Ahora mi hombre era poco menos que invisible. Muy raro, sobre todo considerando las miradas que estaba atrayendo yo. Así que regresé al bar. Había dado por hecho que, al haber estado sentado cerca de la puerta, había salido por allí. Revisé el local y me di cuenta de que había manchas de sangre en el suelo por detrás de la barra. Tuve una corazonada. Fui al baño, pero esta vez al de caballeros. Como yo, alguien se había estado dando un lavado rápido, pues había restos de sangre mezclada con agua en el lavado. Genial. Se había escondido y, mientras yo estaba hipnotizando a la gente a puerta cerrada, él se me había escapado. Otro error más. Esto, con seguridad, querría decir algo.

Cogí una escoba para limpiar un poco el suelo del bar (los vampiros ya no eran más que polvo y ropas) y me fui a casa. A mi cama. Primero a dormir. Acababa de dar una demostración magistral de lo que valían mis razonamientos cuando estaba agotada. Y después comería algo. También lo necesitaba. Y al final, sin prisas, llamaría a Casio y buscaría a mi misterioso Marcos.

Con sinceridad, había que ver cómo me divertía a tan sólo tres días de mi cumpleaños.

sep

Dormí hasta las cuatro de la madrugada, me fui de caza a una discoteca, volví para darme una ducha y a las siete de la mañana telefoneé a Casio. Más o menos cuando amanecía. Los vampiros tan poderosos como él podían aguantar despiertos de día si querían e incluso salir a la calle durante breves periodos. El sol era para ellos más bien una molestia que, en vez de asarlos, se limitaba a irritarles la piel. No porque no les hiciera efecto cómo a las demás sanguijuelas, sino porque regeneraban muy rápido. Pero pese a todo, yo sabía que les jodía que los molestaran de día.

Al tercer pitido, escuché su voz sexy segura:

—Violeta, ¿has decidido que no puedes esperar a tu cumpleaños para ser mía?

¿Era sarcasmo ese tercer componente que detectaba en su tono en vez del esperado fastidio por haberlo llamado de día?

—Hola, Casio, me temo que tendrás que esperar un poco más. —Yo estaba con el inalámbrico, sentada en el salón.

—Tres noches.

—¿Y qué tal cuando el infierno se congele?

—¿No me estarás llamando para decirme que no vas a venir a cenar?

—No, iré, puedes ahorrarte las amenazas. Te llamo para preguntarte qué sabes del nuevo tipo de vampiros.

—Vaya. Una semisúcubo tentadora y única en su especie que me llama para hablarme de trabajo. ¿Te importa si me siento algo decepcionado? —me acarició con sus palabras.

Y si estuviera ahora en frente de mí y yo pudiera perderme en sus ojos, estaba convencida de que le seguiría el juego, de que los latidos acelerados de mí corazón le informarían de cómo deseaba explorar con mi lengua el tacto de sus colmillos, el sabor de su boca, la textura de su piel. Por suerte, delante de mí solo había un televisor apagado, y eso me ayudaba a mantener la cabeza fría ante el único ser capaz de trastornarla.

—Casio, esto es en serio. Me encantaría flirtear contigo, pero ahora no tengo tiempo.

—Muy bien. Cuéntame. La línea es segura, ya lo sabes. Y tienes toda mi atención —su tono se tornó profesional.

—Bien. Ayer tarde fui al bar.

—¿El de la cita de la tarjeta? ¿De verdad que fuiste? No te creía tan ingenua.

—Vale, olía a trampa —respiré hondo para no irritarme. Sí que estaba susceptible últimamente, sí.

—¿Algo más?

—¿No me preguntas cómo lo sé?

¿Un poderoso vampiro de más de dos mil años que volvía a sonar juguetón y que no tenía nada mejor que hacer que pasarse por mi casa de vez en cuando? Lo que yo decía: la sublimación del surrealismo.

—Supongo que leíste la tarjeta. Pude no darme cuenta, pero sé sumar. ¿Puedo seguir ya?

—Violeta. No te estoy echando nada en cara. Tan sólo me pregunto cuándo te darás cuenta de que uno de los míos te estaba siguiendo.

Genial, uno de los vampiros que le debían obediencia me había estado siguiendo. En fin, por lo menos sabía que eso de que tenía a alguien detrás de mí en la calle no había sido imaginación mía.

—Muy gracioso. Pero en fin, si me mandaste ayuda. ¿Por qué no intervino cuando casi me matan?

—Nunca estuviste en peligro. En el mismo instante en que ese vampiro hubiera comenzado a bajar la cabeza para desgarrarte el cuello, mi hijo lo habría impedido.

—¿Tu hijo? ¿Mandaste a uno de tus hijos? Sí que te preocupas por mí.

«Como si no buscaras algo de mí —pensé—, sea ese algo lo que sea».

—Por supuesto. Hubiera deseado ir yo en persona, pero asuntos del Consejo me retenían.

—¿Desde cuándo el Consejo se reúne de día?

—Desde que es importante. Y dime, ¿qué viste tú que mi hombre no viera?

—No llamé a Marta.

—¿Cómo? ¿Sabes que también eres única cambiando de tema?

—Me refiero que no llamé a Marta, la bruja Moon-Wolf que contrato para limpiar detrás de mí.

—¿Y los cadáveres? Sabes que está prohibido.

—Polvo. Lo tiré con sus ropas a la basura. ¿Ves cómo estaba respondiendo a tu pregunta? —Lo oí resoplar exasperado. ¡Ja! Quería controlarme, pero mi temperamento no era precisamente fácil.

—El dueño del bar —continué—, cuando vea simples destrozos y algo de sangre, se hará su composición de lugar, pero no pensará ni en demonios ni en vampiros.

—Mierda —era la primera vez desde que lo conocía que lo oía maldecir—. Violeta. Esto es algo muy serio. Dime todo lo que sabes.

—Bueno, pero primero dime si tu hombre sabe a dónde fue el chico rubio.

—Mis hijos de carne son casi tan eficaces como yo.

Un vampiro no tenía ningún problema en tener hijos. Eran los hijos de carne, llamados así para diferenciarlos de aquellos otros que habían sido creados a través del intercambio de sangre con un mortal moribundo. Y ambos tipos de hijos, así como su descendencia, formaban la línea de un vampiro. Es decir, todos aquellos que le debían obediencia y que acudirían siempre que los llamara. Por supuesto, los neófitos de sangre eran un caso especial, ya que vivían con su creador mientras no aprendieran a controlarse. Pero Casio no había hecho ninguno desde hacía un par de siglos. Decía que ya tenía bastantes seguidores. Y así era. Más de cinco mil vampiros. De hecho, aunque un vampiro pudiera independizarse de su patriarca como un regalo de este o retándolo a muerte, se decía que ninguno de la línea de Casio lo había deseado jamás. Así que si uno de sus escasos y preciados hijos de carne me había estado ayudando, dos cosas estaban claras. Yo no había llegado a estar en peligro, y el hijo no habría dejado irse a Marcos sin seguirlo. Por lo menos una vez se hubiera asegurado de que yo ya no tenía cerca a ningún enemigo.

—No dudo de su eficacia, Casio. Replantearé mi pregunta. Dime a dónde se fue el rubio.

No dudaba que lo sabía. Sobre todo teniendo en cuenta que a lo largo de su historia como no muerto sólo había engendrado siete. Y esos siete eran vampiros muy poderosos, el menor de más de cinco siglos de edad, y el primogénito superaba los dos mil años.

—El rubio se fue a un piso. Una vez mi hijo se aseguró de que tú estabas en tu casa, fue allí y comprobó que se trataba de una vivienda alquilada donde vive con dos estudiantes más de medicina.

—¿Quién es?

—Marcos Valle, estudiante de quinto de Medicina con varias asignaturas pendientes de los cursos pasados, veintidós años, hijo único y nivel de ingresos bajo. Ya te mandare el informe que hizo Lucas tras investigarlo.

Lucas, su segundo hijo y su mano derecha. Lo había visto una vez de lejos. Un pelirrojo impresionante que, como todos los hijos puros de carne (de ambos padres vampiros), había evolucionado hasta los veinticuatro años físicos. Los mestizos, los pocos que había, envejecían más o menos antes de pararse en función de quién fuera su otro progenitor. Si esté era humano, podían elegir entre vivir como mortales de vida larga con poderes y gusto por la sangre ajena, o ser convertidos en vampiros completos a la manera tradicional. Y en ese momento dejaban de hacerse viejos. Así que, lo de vampiros jóvenes y guapos, todo un mito. Igual de mito que el calvo, pálido y horripilante Nosferatu. Aquí los únicos siempre jóvenes y arrebatadoramente guapos eran los íncubos.

—Gracias. Entonces escúchame. Te diré lo que pasó.

—Intenta recordarlo todo los más exacto posible —su voz sonaba severa—. Ya te he comentado que esto es importante.

—Tu hijo te contaría que inmovilicé a dos con mis dagas y que al tercero lo reservé paras interrogarlo.

—Correcto.

—Pues bien, este se jactaba de pertenecer a otra raza de vampiros.

—¿Usó la palabra la raza?

—Mmmm, déjame pensar. No, eso fue lo que yo deduje por cómo se descomponían tras morir. Creo. Sí, dijo de otra calaña, que no eran como los demás vampiros.

—¿Calaña? —Noté el asomo de una sonrisa en el tono de su voz—, eso suena a ti, querida.

¿Querida? A este tío le encanta joderme con lo que no puedo tener.

—Sí, creo que allí repitió mis palabras.

—Bien, continúa por favor.

—El además, de instarme a mirar los cuerpos muertos de sus amigos, me preguntó por qué pensaba que Marcos no me estaba atacando.

—Si eso también le pareció raro a Lucas, que se quedase allí sin hacer nada después de haber tomado su sangre.

—¿Es que Lucas no escuchó la conversación?

—No. Mientras tú le estabas dando la sangre del vampiro inmovilizado al estudiante, él oyó algo y fue a investigar. Por lo visto había un coche de ventanas tintadas aparcado en la calle de al lado. Sus ocupantes, al no recibir noticias de los tres vampiros que había en el bar. Estaban discutiendo si entraban o no.

—¿Y por eso nos oyó a nosotros hablar? ¿Por qué estaba ocupado interrogándolos?

—Más o menos. Tenían alguna sorpresita desagradable a modo de trampa en el coche. En fin, nada de lo que preocuparse. Así que dime, ¿por qué el estudiante no te atacó?

Entonces Lucas tampoco le había contado nada de la extraña conexión entre Marcos y yo. Menos mal. No me apetecía ver a un Casio celoso de lo que él consideraba su posesión. Y que conste que yo no lo era.

—El vampiro decía que no tenía dos siglos de edad, sino más bien dos décadas. Tengo una muestra de su sangre para analizarla. Y por cierto, según él, me hizo el regalo de comunicarme que iban por mí. Y Te conocía. También dijo algo así como que tú invertiste en mí cuando intercediste ante el Consejo aquella vez.

—¿Ah, sí?

—Casio, ¿qué quiso decir?

—Violeta, por favor, pretendería liarte. ¿No irás a creerle a un criminal?

—No sé., porque estás muy empeñado en sellar conmigo ese contrato.

Me levanté del sofá y comencé a dar vueltas por el salón.

—Ya sabes por qué es.

—No, no lo sé, y eso de porque me deseas no cuela. Además, cito textualmente: «No te queremos al lado de Casio». ¿No será que tienes algún modo de potenciar mis poderes y hacerme más peligrosa una vez hallas sellado ese puñetero pacto?

Así, por teléfono, era más sencillo hablar de este tema que en persona. Por lo menos no podía ni tocarme ni hacerme perder el sentido con una mirada.

—Bueno, mejor dejamos el tema para tu cena de cumpleaños. Es más propio tratarlo en una comida relajada. Y te puedo asegurar, querida, que si mordiendo a un demonio lo hiciéramos más poderoso, haría siglos que algunos de mi raza intentarían teneros como mascotas.

—Eso tiene sentido.

—Bien, necesito que me cuentes si te dijo algo más.

—No, sólo lo que ya te he comentado. ¿Qué sabes de ellos?

—Eso, querida, es información confidencial. Quizás no desees saberla, porque si te vas de la lengua el Consejo reclamará tu cabeza.

—¿Y la tuya por contármelo? —intenté bromear.

—Posiblemente —sonaba serio.

Paré de andar y volví al sofá.

—Entonces, ¿por qué me parece que te estas ofreciendo a compartirla?

—Porque, supongo que, de todos modos, si iban por ti ya estás metida en esto.

—Dime pues.

—Muy bien —vaciló un segundo antes de proseguir, como si no estuviera muy seguro de estar haciendo lo correcto. Casio vacilando. Ahora sí que debería comenzar a preocuparme—. Parece ser que hay un grupo de científicos humanos que nos están causando problemas. Sus orígenes se remontan a la Edad Media, cuando tres alquimistas se asociaron para dedicarse a cazar demonios menores y tratar de robarles los poderes. Nosotros tuvimos conocimiento del tema, pero lo archivamos cuando la inquisición española los procesó por hechiceros. Muertos los humanos, acabado el problema. O eso pensábamos hasta hacía poco. Hemos empezado a encontrar los cadáveres de vampiros que habían desaparecido hacia unos cien o ciento cincuenta años. E investigando, hemos descubierto que los humanos que los mataron descienden del hijo de uno de los alquimistas. Este era muy jovencito cuando pasó todo, pero por lo visto su padre ya lo había iniciado. Y ahora no son químicos rudimentarios que juegan con la magia, sino científicos que se han formado en universidades y centros I+D de las grandes empresas. Además, el hijo de aquel alquimista adoctrinó a su descendencia en el convencimiento de que ellos eran unos elegidos, que poseían el conocimiento de que en el mundo existían razas no-humanas, oscuras y poderosas. Así como de la alquimia necesaria para robar su poder.

—Uf. ¿Y sí se lo soltáis a la iglesia y que se apañen?

—No es mala idea. Pero en el Consejo preferimos solucionar nuestros propios problemas. Además, ya sabes que si demasiados miembros del clero comienzan a darse cuenta de que en realidad existimos fuera de su infierno, podrían desatar una segunda inquisición. No, gracias. Con la orden soterrada de los Hermanos Vengadores, Fanáticos para nosotros, ya tenemos bastante.

—De acuerdo. Entonces, ¿por qué no los matáis y ya está?

—Bien, como comprenderás, humanos que saben de nuestra existencia y que usan la ciencia moderna para experimentar con nosotros y lograr así nuestras características, es algo muy serio. Claro que queremos eliminarlos y ya está. El problema es que no sabemos quiénes son. Las pocas veces que hemos pillado a uno ha resultado ser inmune al control mental, por lo que no hemos podido ni hacerle hablar ni utilizarlo para infiltrarnos. Y métodos más tradicionales para soltar la lengua tampoco nos sirven de mucho, pues parecen estar organizados en células. De tal modo que cuando mediante la tortura logramos que alguno hable, tan sólo traiciona a dos compañeros más. Y el contacto con las demás células es a través de internet. Pero deben de tener algún modo de saber que los hemos cogido, pues sus cuentas de Messenger dejan de recibir las instrucciones de arriba con las horas y nombre de la siguiente sala de chat.

—Vaya. Entonces, ¿si analizo la sangre qué obtendré? Es decir, ¿nos dará su sangre algún dato interesante?

—Llévala a uno de nuestros laboratorios y compruébalo. Pero con seguridad será que efectivamente tiene dos décadas de edad. Hay un tipo de agente en la sangre que sólo esta presente en la de los vampiros y aumenta de modo proporcional con sus años de no-vida. Y observarás también, en el elevado número de nutrientes presente, que necesitan mucha más sangre humana que nosotros para subsistir.

—Eso es muy malo. —Joder. Y yo que pensaba que conocía a los vampiros.

—Sí, malo para la única raza diurna pensante de la Tierra. Y malo también para nosotros, porque parece que desean quitarnos el puesto como jueces de la noche. Ese modo que tienen de potenciar su poder, aunque sea a costa de un metabolismo más voraz, es muy peligroso. Por ahora sólo nos hemos encontrado con los jóvenes. Y ya ves, dos decaditas como vampiros y ni se descontrolan por la sed o las emociones, y tienen el poder de unos dos siglos. Así que has la cuenta: si los vampiros que raptaron les dieron su poder hace cien o ciento cincuenta años, aquellos que lo hicieron pueden tener, no sé, ¿mil quinientos años de poder? Eso es más que la mayoría de nosotros. Y eso suponiendo que su progresión de poder aumentado con la edad se multiplique simplemente por diez, porque como aumente de modo exponencial estamos todos muertos.

—Tranquilo, dudo mucho que eso sea posible. Y lo de quitaros el puesto como jueces de la noche. Como si pudieran derrocar el Consejo. Anda que no lo han intentado ilusos.

—Sí, pero estos están bastantes convencidos de su superioridad sobre todos nosotros. Así que pretenden tener a todos los humanos como coto abierto de caza. Algo así como dejemos de ocultar y acabemos con ellos.

—Muy gracioso —me estremecí—, ¿y de qué iban a vivir cuando se los hubieran bebido a todos?, ¿del aire?

—Clones.

—¿Qué?

—Se guardan material genético y los clonan. Algo así como: ve a la fábrica de humanos, elige el que más te guste y te lo sirven recién sacado de la cubeta.

—¿Tú deliras, no? Es lo más ridículo que he oído nunca. Y mira que mis comidas suelen decirme idioteces.

—No sé, yo no soy el científico loco. Igual están pensando en abrir cadenas de restaurantes temáticos: aquí puede usted degustar las esclavas de Egipto y a la mismísima Cleopatra, aquí nobles franceses del siglo XVII. —Bromeó.

—Absurdo. Además, si nos enteramos de vuestra existencia.

—Ahora te identificas con tu parte humana, interesante —me interrumpió.

Me mordí la lengua, no era cuestión de faltarle al respecto.

—Sí van por los humanos, entonces, seguro que se enterarán de vuestra existencia —rectifiqué—, e irán por vosotros. Y con toda su ciencia. Imagina balas que exploten por dentro de tú cuerpo y rocíen tus órganos con fragmentos de madera y agua bendita.

Carraspeó.

—Violeta, que soy del Consejo. Eso lo tengo claro. Deberías intentar decírselo a ellos.

—Cierto.

—Hay algo que quisiera decirte —mientras no fuera pedir mi mano.

—Violeta, ten cuidado. No estoy muy seguro, pero si dices que te buscaban a ti, podría ser por tu sangre mestiza. Quizás al ser medio humana le sea más fácil robar tus poderes demoníacos.

Genial. Pero tenía sentido, al fin y al cabo ellos habían sido humanos en un principio.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

—Bien. ¿Hay algo más que quieras preguntarme?

—Si Casio… —dudé.

—Adelante, no te cortes. Si ya te he contado lo que no debía.

—La reunión de ayer tarde, esa que debió de ser tan importante como para ser convocada en pleno día, ¿de qué iba?, ¿estaba relacionada con esto?

—Violeta —suspiró de manera perceptible—, ¿es que no tienes sentido de la medida? No, no hace falta que me contestes. Se trata del Triunvirato. Han secuestrado a uno de sus miembros.

Me quedé helada. ¿Eso podía pasar? El Triunvirato, del cual Casio formaba parte, que tenía un sesenta por ciento de peso en las votaciones del Consejo. No eran sólo vampiros extremadamente poderosos, además estaban protegidos por su línea, siempre dispuesta a acudir al instante en momentos de peligro. Una de las maravillas de la magia de la sangre.

—¿Y se sabe quién ha sido?

—¿Tú qué crees, Violeta? Anda, mejor quédate en casa y no dejes entrar a nadie.

—Tú entraste.

—¿Qué?

—El otro día. Sin permiso. ¿Y si ellos también pueden?

Conseguí hacerlo reír.

—Tienes razón, Mejor vente a mi casa donde pueda protegerte.

«Su casa… —divagué—, la verdad es que cada vez suena menos mal. Es una pena que no pueda ir sin que peligre mi libre albedrío. O mi garganta».

—No cuela. ¿Cómo entraste?

—Te lo diré en la cena. A no ser que, para poder ser protegida de manera voluntaria por los míos, desees que me pase ahora un momento para sellar el contrato —su voz enronqueció, seductora.

—No, gracias, no lo necesito —el contrato, ni ahora ni nunca.

—Créeme, querida, si ellos van por ti si lo necesitas. Están desarrollando una serie de poderes muy imaginativos y desagradables. En todo caso, Lucas estará cerca. Hasta la noche de tú cumpleaños.

Como me jodía que me llamara querida.

—Y por cierto, ya que me estás contando tantas cosas, ¿importaría si me dices lo de mi hermana? Total, antes casi me muerdes.

—Déjame tener alguna baza para convencerte en tu cumpleaños —se aterciopelaron sus palabras.

—Claro.

Casi ni le contesté. Que puñetero. Menos mal que por teléfono yo era más capaz de resistirme al calor que intentaba invadir mi cuerpo cada vez que él me lanzaba la más mínima insinuación. Además, estaba demasiado cabreada por lo del Circe como para pensar en sexo.

—Cuídate, te quiero de una pieza para la cena —noté en su tono que no iba a admitir más intentos míos de sonsacarle.

—Adiós, Casio.

Despedida inútil. Como era típico en él, ya me había colgado. En fin, todo esto me dejaba con una buena cantidad de información para reflexionar. Aunque lo único en lo que podía pensar ahora mismo era en la posibilidad de que no hubiera ningún motivo oculto detrás del deseo de Casio de hacerme suya, de que simplemente se hubiera encaprichado conmigo y, al saber de esos otros vampiros, deseara protegerme. Conociéndolo, lo veía muy difícil. Casio era de los que siempre meditaban sus acciones y actuaban para sacar el máximo beneficio. Además, ¿desde cuándo las propiedades del patriarca tenían la capacidad de convocatoria instantánea de los vampiros de la línea? Maldito chupasangre. ¿Me había tomado el pelo, o de verdad, con un simple intercambio de sangre con el patriarca, toda la línea era capaz de acudir a ti si la necesitabas?