—Abuelo.

Mi casa, últimamente, más que un sitio privado era un lugar de obligada visita para los miembros más poderosos de mi comunidad.

Primero Casio, luego no mi tan difunto padre, y ahora el todo poderoso señor de los íncubos. Iba a tener que gastarme algún dinero en renovar la decoración. Porque por más que ahora estuviera con mi vampiro sexy y muchas noches ya no durmiera en ella, mi casa seguía siendo mía. Aunque, por otro lado, mudarme a una zona mejor tampoco estaría mal.

—Klynth’ Atz —me saludó sonriente desde el sofá—, ya era hora de que aparecieras.

Qué decirle. Si hubiera tenido la amabilidad de informarme de que estaba aquí, no hubiera tardado tanto en mi salida al centro comercial. Una chica necesitaba ropa nueva cuando crecía.

—Discúlpame, abuelo. ¿A qué debo el privilegio de tu visita?

—Menos ceremonias, jovencita. No me has visitado tras tu cumpleaños como me habías prometido —por su tono no se le veía enfadado, pero yo no tenía claro el tipo de creatura terrible y peligrosa que era—, así que he venido a comprobar si todo va bien —me obsequió con una mirada escrutadora donde las haya.

—Muy bien, mejor que nunca. Aunque supongo que te lo debo a ti —le sonreí.

—¿Lo de la confusión con la fecha de tu mayoría de edad? Un placer. Sólo quiero que seas feliz. ¿Lo eres?

Pensé en Casio. En sus fuertes, penetrantes y seductores colmillos. En la relación de pareja que teníamos. Y luego pensé en mi madre. En su regalo más especial, la manera en la que mi parte humana había dejado de ser la débil para convertirme en la más fuerte.

—Sí. Ahora sí —le contesté convencida.

—Perfecto. Porque necesito emocionalmente satisfecho al menos a un general de mis ejércitos. Ya sabes que se acerca una guerra y, en ese aspecto, tú eres mi descendiente más cualificado. Y no sólo en eso, estoy muy complacido por tu hermandad con la matriarca suprema.

—Estoy para serviros.

Era la pura verdad. Sobre todo si yo era uno de sus dos herederos favoritos. Y en cuanto a la información de haber sido concebida como un arma.

Su reconocimiento a mi valía y la alabanza explicita en sus palabras me hicieron sentir como el gato que por fin se ha zampado al ratón.

—Por cierto —continuó diciéndome—, hay un pequeño detalle.

—¿Sí?

—Tu tío ya sabes cuál. Tu padre sintió su presencia en el unifamiliar. Se extrañó e hicimos unas averiguaciones. Parece ser que codiciaba mi trono. Y pretendía que te mataran allí, pues toda la corte se había enterado de que ibas a ir. De ahí la trampa que te tendieron y la presencia del demonio del séptimo plano. El pobre nunca supo lidiar con las emociones de su comida. En fin. Suponemos que él fue también, en un principio, quien habló a los científicos de ti como un espécimen perfecto para analizar. Por lo de que eres humana.

La noticia había sido como un segundo ratón (o tercero, si contábamos mi victoria aquella noche sobre Casio). Vía libre para acabar con el sádico maltratador de niñas al que más ganas le tenía.

Mi abuelo me miró complacido. Dudaba que esperase otra cosa de mí. ¿Enfadarme? ¿Ponerme histérica? No. Mi control sobre el pozo desde la formalización de lo mío con Casio había incluso aumentado, cosas de tener en tus manos al vampiro ideal.

—Abuelo —incliné respetuosa la cabeza.

—Ah —pareció recordar mientras estallaba en una nube de azufre (sus poderes habían sido asombrosos)—, no te preocupes por la guerra. Tienes todavía tiempo para disfrutar de tu triunviro antes de que empiece. Pero procura no quedarte embarazada. Y gracias por ayudarme a convencer al consejo de la necesidad de luchar a mi lado.

«Abuelo… —pensé mientras de él únicamente quedaba ya el olor a magia demoníaca—, tus maquinaciones siguen condicionando mi vida. Si mi unión con Casio te favorece, me parece estupendo. Porque a mí desde luego me ha venido genial que lo desearas. Supongo que ni mi encuentro inicial con él a los quince años fue casual. Necesitarías a alguien fuerte que me velara. Y en cuanto a la guerra. Cuando venga la estaré esperando. Junto a Casio. Porque nada le gusta más a un demonio que el caos de la muerte. Sobre todo, al menos para lo que tenemos sentimientos, si luchamos en el bando correcto, en el de la humanidad».

Después fui a guardar toda la ropa nueva en mi armario, mientras consideraba divertida la advertencia de mi abuelo. Embarazada. Puede que la posibilidad me rondara por la cabeza, pero no pensaba exponer una criatura a la guerra. Ni a mí misma en una lucha con las hormonas revueltas. Pero después, una vez que hubiéramos ganado me sabía de un hombre guapo muy flemático al que iba a tener el placer de volver a sacar de sus casillas. Porque, quisiera o no, me tendría que escuchar.