Crepúsculo. Tras dormir un rato y pasarme más de dos horas arreglándome (ni que fuera a casarme.), estaba ante la puerta de Casio decidida a jugar sucio.

Casio, todo hay que decirlo, disponía de varias residencias. En varias ciudades y países. Pero la que estaba a media hora en coche de la mía era un bonito edificio de varias plantas construido el siglo pasado. Una de esas casas que embellecían una ciudad. Yo había dejado el coche, su coche, aparcado en zona azul ante la verja que daba a un minúsculo jardín de baldosines de colores y cuatro tiestos con flores. Aunque se trataba de una calle céntrica, no era principal y apenas tenía comercios, así que no me fue difícil aparcar. Ya lo metería más tarde su dueño en el garaje.

Y allí estaba yo, con zapatos negros de tacón de aguja, un vestido de noche y la melena bien peinada y suelta. Delante del timbre de la verja. Sin decidirme a pulsarlo. Porque esta noche se decidiría mi destino. O, siendo menos melodramática, enteraría si él estaba interesado en mí a un nivel romántico. Pero, sobre todo, pensaba jugar al gato y el ratón, disfrutar al máximo por primera vez en mi vida como sólo una súcubo desatada podía hacerlo.

Se me humedeció la boca por el deseo. Y llamé. Esta espera era todavía mejor que la que precedía a una buena pelea.

Ding-dong. Enseguida escuché un clip, y la cancela de la verja se abrió bajo la presión de mi mano.

Crucé el camino de baldosines y me planté frente a la puerta de la casa, de madera y con un bonito arco tallado en la parte de arriba. Antes de que pudiera preguntarme si debería volver a llamar, se abrió y Casio me dio la bienvenida, tan apuesto como siempre e iluminado por los últimos rayos del sol poniente.

—Bienvenida.

Consiguió darles a tan pocas sílabas un tono tan peligroso y seductor. Mi corazón se aceleró. Empezábamos bien. Pero qué más daba, si él ya sabía lo que sentía por él.

Casio estaba arrebatador, con unos pantalones de tela de corte informal y un jersey fino que se ajustaba a sus anchos hombros y caía suelto desde sus marcados pectorales. Y, por supuesto, con ese pelo tan negro, muy corto y con un poco de flequillo, que se echaba hacía los lados. Y qué decir de sus rasgos, dignos de ser tallados en una estatua clásica. Y los ojos (¡qué ojos!), penetrantes, profundos, invitadores. Y esos labios, masculinos y sugerentes, curvados en una puñetera sonrisa irresistible.

Mi respiración se hizo más profunda, su aroma me penetró. Me costó contener un jadeo al anticiparme a lo que pronto haría con él. Pero no era el momento de servírselo en bandeja. Todavía no.

—Hola, Casio, ¿qué tal?

Se apartó del umbral y me dejó pasar guiándome por un pasillo de decoración sobria hasta llegar al comedor: una enorme habitación de al menos sesenta metros cuadrados que debía ocupar la mayor parte de la planta.

Caballeroso, me indicó que entrara delante de él y tomara asiento. Me señalo la mesa, que estaba puesta con un mantel de hilo blanco en un extremo, cerca de unas amplias cortinas que supuse taparían alguna ventana.

Aunque yo sabía que la caballerosidad era la menor de sus intenciones, pues pude sentir cómo devoraba cada centímetro de mi espalda desnuda, al igual que había hecho antes con el resto, aprovechando que yo lo había estado observando a él.

El vestido, por cierto, era un regalo suyo. Era lo que me había traído el mensajero poco después de levantarme. Una caja violeta llena de papel de seda añil. Y debajo de tanto envoltorio, había una tarjeta con su dirección y un precioso vestido de noche de mi nueva talla. No negaré que me supuso un alivio. Mi ropa se me había quedado pequeña de la noche a la mañana. Es lo que tiene envejecer unos siete años de golpe.

«No te olvides de nuestro acuerdo. Besos. Casio», decía una anotación suya en la tarjeta. Besos. Seguro que era una alusión a mi descaro en nuestra última conversación telefónica. Y el acuerdo. Yo sólo había acordado una cena. Nada de sellar un contrato de guardaespaldas con sangre. Pero ambos sabíamos que eso era lo de menos, porque lo que un vampiro de la talla de Casio deseaba lo tomaba sin más. El problema estaba en que yo no era la menor de edad que se pensaba.

Así que ahora Casio estaba admirando cómo la seda y el terciopelo morado de su vestido se ajustaban a mi cuerpo. El vampiro había demostrado un gusto impecable. No dudaba que era él quien lo había elegido, por muy ocupado que estuviese. La prenda se ceñía a mi figura como una segunda piel y caía recta desde mis caderas. Para alguien con tanta experiencia con las mujeres no le había resultado muy difícil calcularme la talla. Estaba tejido con seda morada y pequeñas violetas de terciopelo que lo salpicaban por el escote y el estómago en unos bonitos diseños espirales. Dejaba la espalda al aire, y la tela al final de esta se arremolinaba en unas bonitas ondas. Carecía de mangas, se sujetaba a mi cuello a través de una tira de visón negro. Considerando que era una noche cálida para la época en la que estábamos y que había venido en coche, no me había traído ninguna chaqueta (en fin, como si tuviera alguna que no me quedara ridículamente estrecha). Por suerte mis pies no habían crecido y me había podido poner unos zapatos negros que no desentonaban.

Me dirigí hacía la silla más cercana, la única que tenía el servicio puesto, con paso deliberadamente lento y seductor. Si Casio quería ver lo bien que le sentaba a una súcubo un cuerpo adulto, adelante. No había nada más fácil que cimbrear mis caderas desde un buen tacón.

—Estás preciosa —se sentó en frente mirándome con deseo y también de un modo posesivo—. ¿Tienes hambre?

—¿Hambre?

Le sonreí ambigua. Porque dependía mucho de a qué se refiriera.

—Te he preparado la comida yo mismo.

—¿Sí? Qué amable.

Estaba tan concentrada en impedir que mí corazón se acelerara demasiado que ya no sabía qué contestarle. Que se tomara las molestias de hacer algo tan mundano e innecesario para su metabolismo como cocinar. Estaba claro que cuando este hombre quería algo sabía ser muy detallista.

«Me encantaría creer que es mi cuerpo y no mis poderes por lo que tantas molestias se está tomando».

—Un placer —me contestó.

Placer. ¿Esa palabra no debería estar prohibida? Porque estaba deseando dejar esta charla tonta de cortesía e ir de una vez a lo que me había traído aquí. Una súcubo como yo también estaba acostumbrada a tomar en el acto lo que deseaba.

—Ya imaginarás que no pienso dejar que te pase nada —continuó ante mi silencio cargado de posibilidades.

Las cuales rompió todas de golpe, por supuesto. Sí quería introducir un tema que me hiciese olvidar el hambre y me cabreara, no podía haber elegido otro mejor.

—¿Lo dices por lo del unifamiliar?

—Entre otras locuras tuyas. Pero si, sobre todo por esa.

—¿Y quién eres tú para decirme lo que puedo o no hacer? Porque mi padre me parece que no.

—Ya que él no lo hace, alguien tiene que hacerlo. Una joven como tú no debería ir por allí jugándose la vida en vano. A partir de esta noche no vas ni a respirar sin que yo lo sepa.

—Olvidas que me gano la vida como cazarrecompensas. —Y el tío estaba tan impasible. «Yo me lo cargo», pensé.

—No, no lo olvido. Pero sueles enfrentarte a presas de poca monta. No como ese nuevo tipo de vampiros. O el demonio del séptimo plano. Cuando Lucas me llamó y me contó en lo que estabais metidos y que encima habías entrado en la casa sin él. Violeta. Pensé que podrías haber muerto.

¿Preocupado por mí? ¿O por quedarse sin mis poderes? En todo caso, ojalá pudiera decirle que me cargué a dos señores demoníacos e hice huir a un tercero yo solita. Que no estaba tan indefensa como se pensaba. Pero no era el momento. Todavía no. No tenía intención ni de tranquilizarlo ni de dejar que me sacara de mis casillas con su actitud prepotente. «No vas ni a respirar sin que yo lo sepa —repetí sus palabras en mi cabeza—. Será engreído, chulo, machista y arrogante. Va controlar su línea si quiere, porque lo que es a mí».

—No voy a hacerte caso. Ni a firmar ese contrato para que puedas controlarme. —«Ni a mí ni a mis poderes, guapo».

—Querida, cómo decírtelo de un modo suave. ¿Cenamos primero o prefieres firmar ya el contrato? —«¿Qué? Casio… Maldito chupasangre controlador. Veo que vas a ponérmelo difícil».

Yo estaba cabreada, pero sus últimas palabras casi me hicieron saltar para darle una bofetada. Y eso que para ser medio demonio yo no era demasiado violenta. Pero semejante arrogancia era demasiado. Y encima, para acabar de joderla, sus palabras también habían activado todas las alarmas de mí cuerpo, algunas, porque otras se encontraban seducidas por completo ante la idea de ir directamente a lo que nos había reunido. Porque que el puñetero contrato, además de un intercambio de sangre, supondría algo mucho más carnal y delicioso. Algo a lo que Casio no se atrevería sin él autocontrol que le proporcionaría el que yo fuera parte de sus propiedades.

Encantador.

Pero yo tenía otros planes. Me tomé unos segundos para recomponerme y olvidar mi enfado. Mejor me centraba en aquello para lo que había venido aquí: Sexo, y su corazón en una bandeja.

—¿Cenamos? —Enarqué una ceja insinuante—. ¿Tú también? ¿Es qué vas a beber de alguna de las de tu ganado delante de mí? ¿O es que no te basta conmigo y pretendes proponerme un trío?

Flirteo y desafió, cosa de hembras. A ver si se creía que iba a ganarme en mi propio territorio.

Y como imaginaba la respuesta que iba a obtener mi sarcástica insinuación, abrí un poquito de esa compuerta al diezmo de todas las almas y quemé energía. Mucha. Con disimulo. Confiando en que centrado como estaba en mí no se fijara en nada que no fuera la bronceada piel de mi cuello. Se acercó a mí. Bingo. Se acabó eso de sorprender con su supervelocidad a la pobre súcubo.

—No juegues conmigo —me susurró al oído, mientras acariciaba donde latía mi yugular. Si… había venido por mí tan rápido como yo imaginaba—. Me gustaría sellar el contrato antes de poseerte.

Me estremecí con un deseo que no tenía nada que ver con mi naturaleza demoníaca. Pero. ¡De eso nada! Esta partida la pensaba ganar yo.

—Casio —dejé que mi aliento saliera entrecortado. Daba gusto cuando era de verdad y no fingido como cuando me trabajaba a la comida— no tiene sentido firmar el contrato. Como ya sabrás, ya no posees ninguna información que necesite. Ya he encontrado a mi hermana.

—No pienso dejar que salgas de aquí sin sellar con sangre ese contrato. —Su tacto sobre mi cuello era algo áspero y muy erótico.

—Vas a tener que obligarme. —Pese a lo que pudiera parecer por la situación, no lo estaba provocando. Quería dejar las cosas claras.

—¿Crees que eso va resultarme un problema? —Dejó quieto su pulgar y presionó sobre mi yugular. Abrió la boca para mostrarme los colmillos.

—Espera, Casio —coloqué uno de mis dedos sobre sus labios, a pocos milímetros de sus dientes. El corazón me palpitaba a toda velocidad y una parte de mí exigía que lo dejara continuar—, no puedo firmar tu contrato con el estómago vacío. Ni tampoco sin pelear para defenderme e intentar evitarlo.

Vi la lucha en la tensión de su cuerpo. El vampiro era todo ojos rojos. Pero seguía siendo Casio. Y el Casio que yo conocía no me forzaría a no ser que fuera por mi propio bien. Y desde luego no si escucharme primero.

Me soltó renuente y se separó varios centímetros de mí.

—¿Pretendes pelear conmigo?, ¿tienes ganas de acabar en el hospital?

—Casio —ronroneé guiñándole un ojo—, cuando tú y yo luchemos esa pelea que tu actitud controladora me lleva pidiendo a gritos desde que te conocí, será por mí vida o por tú alma. Y considerando que no tienes alma, más vale que gane yo.

Sí quería firmar el contrato sería por encima de mi cadáver. Desde luego, no podía permitirme el lujo el dejarle beber de mí sin haberlo agotado primero. Me gustaría seguir viva y esas cosas. Pese a mis nuevos poderes, si ahora tomaba mi sangre y hacíamos el amor, lo más posible era que, cuando me lo quisiera quitar de encima, ni todo el poder del pozo de las almas pudiera ayudarme. ¿Pero quién era yo para chafarle la sorpresa?

—¿Mí actitud controladora? —eso no le había sabido bien, me mostró otra vez los colmillos pero ahora con una amenaza latente—, ¿te refieres a intentar protegerte? —«¿Sabe este hombre lo peligrosamente seductores que son ese par de dientes?».

—¿Cómo si yo fuera un juguete o algo divertido y exótico, algo que reservaste para ti y para cuando te apetezca? Yo a eso lo llamo ser controlador.

—Puede que tengas algo de razón —se alejó rápido pero con delicadeza de mí y volvió a su asiento—. No negaré que cuando te vi por primera vez noté que había algo en tú manera tan particular de ver el mundo que me atraía. Y por eso decidí arreglar algunas cosillas para que no te castigaran por haber matado aquellos primeros vampiros.

O sea que eso era verdad. Curiosamente, no me molestó demasiado. O al menos no como me habría molestado de cualquier otro. Y me ayudo a bajar un poco mi nivel de excitación hasta que me resultase más fácil controlar.

—Ya, una medio demonio que se venga de los asesinos de su madre. Conmovedor. —Me burlé—, ¿seguro que mi cuerpo de súcubo no tuvo nada que ver?

—Querida, si hubieras aumentado tu edad antes, no habría tardado tanto en obligarte a firmar ese contrato. ¿No podrías ponerte unos pocos años más? —Me miró de un modo terriblemente provocador y sugerente, como si pudiera ver más allá de mi vestido—. «Valla. ¿Será verdad, o forma parte de su seducción para firmar el contrato y hacerme así su esclava?».

—Creo que no. Paso de arrugas. No combinan con mi trabajo.

Nos quedamos mirando a través de la mesa. No se él, pero yo estaba sopesando si abalanzarme sobre él con un beso o esperar a después de la pelea. Porque pensaba agotarlo de tal manera que no le quedaran fuerzas para nada más que hundirse en mi interior.

Pasaron varios segundos. El aire entre nosotros parecía tan denso como mi deseo por él. Pero sabía lo que estaba en juego. Intentando pensar en cualquier otra cosa que no fuera su cuerpo (lo ajustado que le quedaba el jersey, esas manos que parecían estar dispuestas a torturarme donde yo quisiera, sus labios jugosos ocultando sus colmillos), me forcé a esperar.

—¿Esto es para mí? —Señale una fuente tapada.

No es que tuviera ese tipo de hambre, pero lo más sensato era cambiar de tema.

—Tú cena. Me ha parecido que con un plato bastaría. Sobre todo porque dudo mucho que pueda esperar lo suficiente como para que tomes algo más.

«Joder, Casio —me exasperé—. Deja de ponérmelo tan puñeteramente difícil. ¿Es que te piensa que yo no estoy ansiando probar el sabor de tú cuerpo? Pero sé lo que intentas, que me olvide de lo que según tú debe de ser otra de mis tonterías sin talento y acepte ya el pacto. Ja. ¿Te suena lo de que antes se helará el infierno?».

Levanté la tapa de la fuente. Salió un humeante olor a carne y a verduras especiadas. Me serví la mayoría del filetón poco hecho (hum, como le había pedido) con verduras y comencé a comer.

—Delicioso —alabé con sinceridad—. ¿Lo has hecho tú?

—Una vieja receta.

—Curioso cocinero, un vampiro. Por aquello de que no puedes probar la comida.

—Pero puedo olerla.

Como a ti, quiso decir el calor de su mirada cada vez más roja. ¿Hambre o deseo? Yo apostaría por ambas. No hay nada que excité más a un vampiro que jugar con la comida antes de llevársela a la cama.

—Tranquilo —pestañeé dejando que mis ojos por fin tomarán el ámbar que yo llevaba tanto tiempo sintiendo—, tengo temas aburridos que tratar contigo mientras saboreo tú cena.

—¿Aburridos? —Por su tono algo contrariado parecía que no era lo que tenía en mente.

—Sí, como por ejemplo qué era eso que estabas haciendo ayer tan importante para él Consejo.

«¿Ves, Casio? —pensé—. Yo también sé echar jarros de agua fría. Esto por las calabazas del otro día».

—En realidad, estaba reunido con el otro Triunviro, decidiendo cuál va a ser nuestro próximo paso —me contestó muy serio, como si lo que casi acababa de pasar entre nosotros hubieran sido imaginaciones mías.

Parecía que el vampirito renunciaba por ahora a eso de hacerme suya.

—Planeando estrategias. ¿Y eso es más importante que yo?

Tomé un sorbo de la reserva de vino tinto cuya botella estaba abierta a mi lado.

—Más bien no es muy sensato hacer esperar a tú abuelo.

—Eso ya lo sé, pero no sé qué tiene que ver mi abuelo con tu Triunviro.

—¿Qué el tercer Triunviro es él?

Estos días era como si el cosmos se alineara para dejarme sin palabras. Menos mal que yo no creía en esas cosas.

—Vale —le contesté una vez lo hube asimilado. Y en cierto modo tenía sentido—. O sea que el núcleo del poder del Consejo lo formáis tú, una celta y mi abuelo. —«Genial; si me caso contigo todo queda en casa. Secretos incluidos. Mientras no metamos también a la celta»—. Encantador. Supongo que tendría que haberlo imaginado esta mañana, cuando mi padre me ha comentado que mi abuelo os ayudó en el siglo XII. Parece ser que no lo hizo a cambio de nada.

—Eso es, eres rápida. —«También lo soy cambiando de estado de excitación. Cómo los átomos».

—¿Sumando dos más dos? No me digas. —Hizo caso omiso a mi comentario.

—En fin, ahora que sabes que estábamos hablando sobre cómo proceder con esa nueva raza de vampiros, ¿tienes algo más que preguntarme?

Y me lo dijo lanzándome una mirada insinuante, una que hacía que las palabras ardiesen (¿o podemos pasar al postre?), en el aire que respiraba. Genial. Esto no era más que una falsa tregua. Y me parecía perfecto, pues no había venido aquí para hacer de ratón.

—Claro, aún me queda más de medio plato por comer —le sonreí con toda la inocencia que fui capaz de aparentar—. Para empezar, considerando que fue mi abuelo el que me dio la dirección de la casa, ¿cómo no fuiste tú primero por la Triunviro?

—Porque no lo sabía. Se supone que estábamos intentando localizar la casa donde retenían a Aldana —se lo veía bastante molesto—. ¿Y él si lo sabía? Esto me hule a uno de los trucos de tu abuelo, como si me hubiera estado reteniendo con esa reunión que de repente era tan urgente, para que no pudiera ir a ayudarte. ¿Se te ocurre por qué?

Chico listo. ¿Que si se me ocurría por qué? Hum, a ver. ¿Para qué no supieras que yo ya era mayor de edad?

—No —y dudaba mucho que con la cacofonía que debía mandarle mi corazón y el resto de mi cuerpo, electrizado por su proximidad, pudiera detectar mi mentira—. Como si yo hablara con él todos días. Aunque por cierto, mi abuelo dejó caer que en mi cumpleaños me esperaba alguna sorpresa. Ya que vosotros habláis a menudo, dime, ¿te ha comentado algo?

—No es muy propenso a hablar de su familia. Tú incluida. ¿No te dijo qué tipo de sorpresa? —Me pregunté cuál de los dos era mejor haciéndose el inocente.

—No. Por cierto, ¿sabías que mi padre estaba vivo?

—Me he enterado esta madrugada, cuando me ha convocado Lucas. Toda una revelación. ¿No sabrás a qué vino semejante teatro?

—No.

Nos volvimos a quedar mirándonos. Estaba claro que él no sabía que mi cumpleaños ya había sido. Y posiblemente no me mintiera en lo de mi padre. Pobre. Se enteraba aún menos que yo. Pero era un vampiro bimilenario, y seguro que se olía algo.

—Casio —susurré sin dejar de observarlo, en parte por comprobar si su expresión me revelaba más información, y en parte por no estar desprevenida si me atacaba de repente—, me parece que estamos empatados.

Se relajó y se echó a reír con una carcajada sincera que consiguió romper la tensión.

—Tienes razón, Violeta. No negaré que no esperaba menos de esta velada.

—Bueno, ya casi he acabado de comer —comenté perezosa—, pero creo que aún tiene tiempo de contarme qué habéis averiguado con respecto a los tipos de anoche.

—Poca cosa. Las direcciones que conseguimos habían sido abandonadas en su mayoría. Alguien debió de avisarles. Cualquiera, desde un señor demoníaco hasta algún vampiro que pudo escapar. Y a los pocos que capturamos vivos en la casa no les hemos sacado gran cosa. Sí quieres, otro día te doy los detalles. No te queda tanta cena. —Me sonrió malicioso.

—Cierto —jugueteé con las cinco verduras y el trocito de carne que quedaba en el plato—. Pero puedo comer más despacio o incluso repetir. No querrás ser un mal anfitrión, ¿no?

—Lo que desees, querida.

Hum. Un poquito malo sí quería que fuera. Pero no todavía. Aún no había ni empezado con él.

—Yo maté a dos vampiros al principio en el jardín —volví al tema anterior—. Tenían menos poder del que aparentaban. ¿Podrían ser alguna especie de primer intento de robo de poderes que no había salido demasiado bien?

—Podría ser. Pero no puedo afirmarlo sin datos. Ya les diré a los del laboratorio que analicen con detenimiento las muestras que tomamos de sus restos. Y por cierto —continuó tras una breve pausa—, te recuerdo otra vez que, una vez que hayamos firmado el contrato, no vas a volver a irte por allí a jugarte la vida sin mí consentimiento. No pienses que por haber cambiado de tema me he olvidado de que casi te matan.

—Bien.

Qué pesado. Pues esta vez no tenía ninguna intención de picar y enfadarme para ponerle fácil lo de firmar el contrato. De eso nada.

«Además, Casio —me regodeé en mis pensamientos—, ¿de verdad ibas a tener a una súcubo bajo tu control y ordenarle sólo algo tan poco imaginativo?».

—¿Bien? —se mostró extrañado—. ¿Deseas entonces preguntarme algo más antes de que pasemos a la firma?

—¿Y cómo se sella ese contrato exactamente?

—Con sangre. La mía y, la tuya.

No vampiro, esta vez no has podido ocultarme el deseo latente en tu voz enronquecida al pensar en perforar mí piel y tomarme…

—Vaya.

Ladeé la cabeza con levedad, como quien no quiere la cosa, lo justo para que los mechones de mis cabellos se deslizaran y dejaran a la vista mi garganta. A continuación, provocadora, me metí el último trocito de comida en la boca y lo bajé con un sorbo de vino, dejando que mis labios remolonearan en la copa.

—Casio.

—¿SÍ?

Podía notar cómo su poder se expandía, una especie de aura ondulante y translúcida cada vez más poderosa, crepitando como si quemara el aire que había entre los dos. Vaya qué cosas más interesantes me había perdido cuando no tenía tantas almas para aumentar mis sentidos. Sus ojos rojos no eran nada comparados con esa oleada de energía que devoraba el espacio entre nosotros y parecía querer agarrarme.

—¿Qué es esa triunviro celta para ti? —Me lancé antes de que intentara morderme.

«Hora de la verdad —pensé—. Y cómo te la tires la mato».

Su aura (por llamarla de algún modo) se congeló. Dejo de ondular. Y se retiró de vuelta hacia él vampiro.

—¿Por qué lo preguntas?

—¿Es tu amante?

—¿Celosa?

—¿Lo es?

—No. Es hija de mi primera esposa.

Vaya. Menos mal. No estaba colgado de la celta. Mí pulso se desbocó, porque eso dejaba abierta la posibilidad de que lo estuviera de mí.

—¿Has tenido muchas esposas? —Ni de broma logré sonar indiferente.

—Pocas, considerando lo larga que ha sido mi vida al servicio de la noche. ¿Es que vamos a hablar de mis mujeres? —Me sonrió.

Su aura comenzaba a expandirse otra vez hacia mí. Pero esta vez con lentitud como tanteándome.

—No, más bien vamos a luchar si quieres ese contrato.

Me levanté. Era un momento tan bueno como cualquier otro. Y yo, imaginando lo que sería recorrer ese cuerpo hercúleo con mis labios, que se enfebrecían sólo de pensarlo, ya no aguantaba ni un minuto más de retrasar lo inevitable.

—Por cierto —le pregunté—, ¿por qué tanto empeño en firmarlo?

—¿Para protegerte? ¿Y porque te deseo? —Susurró con tanta pasión que casi me arrancó un jadeo por respuesta.

Y el muy puñetero seguía sentado, con su poder expectante. Los ojos chispeantes en rojo y mirándome como si hubiera dicho algo entretenido.

—No cuela. Para eso no empleas sellar nada con sangre.

No por haber puesto su lujuria en palabras dejaba de ser un maldito manipulador mentiroso.

—Entonces, ya que pareces tan empeñada en medirte conmigo —percibí su típica superioridad, así como algo más que un asomo de diversión en su voz—, sácamelo luchando.

Y su aura se abalanzo sobre mí.

Abrí la compuerta. Toda. De golpe. Esto iba a ser divertido. ¡Sí!